Matteo Bushida Lombardi desde pequeño vio a sus padres amarse por sobre todas las cosas, y pensó que él había encontrado un amor igual, pero todo lo perdió por culpa de aquella noche.
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Cinco
Bruno¿Acaso te has vuelto loco?- le reclamó Arturo a su sobrino por teléfono- En mi sala está Anneta, no puedes hacer eso, no puedes echar de la casa a esa niña.
- Claro que puedo querido tío. - le contestó muy calmado- Y si tú sabes lo que le conviene a esa chiquilla vas a encargarte de que desaparezca de mi vista o eso que le hice va a ser poco para lo que voy a preparar para ella.
- Bruno eres un monstruo, estás corrompido por el deseo de poder, estás demente.
- Lo que quieras querido tío, pero recuerda, si no desaparece cuando acabe con ella la voy a dejar en tu puerta y tu hijito se verá envuelto en la forma en que ella termine, así que busca la forma de sacarla del medio.
Colgó el teléfono y dejó al hombre temblando de impotencia.
- No me quiso escuchar Anneta- le mintió a la chica- Hoy te vas a quedar en mi casa y mañana haré las gestiones para recuperar tus documentos y que te vayas lejos de aquí.
- ¿Pero a dónde voy a irme? Yo no tengo nada.- la chica lloraba sentada en un sillón y el hombre moría de la rabia contra él mismo, el único culpable de aquello era él y su falta de carácter.
- Yo te daré algún dinero y un teléfono, pero debes ahorrarlo, conozco a alguien en otro lugar que puede ayudarte, pero te aconsejo que nada más puedas sigas tu camino sola, a un sitio que yo no sepa, eso es lo más seguro para ti.
La chica no entendía mucho, pero sola, golpeada y sufriendo no era que pudiera entender, así que aceptó.
Al día siguiente como Arturo le prometió traía documentos nuevos para ella, no sabía como los había conseguido tan rápido porque aunque no eran una falsificación, tampoco eran los que ella tenía en la casa y que tuvo que dejar allí pues ni eso le permitió llevar Bruno.
Le dio cinco mil euros muy escondidos, un nuevo teléfono y la llevó con una joven que la acompañaría a La Toscana y cuidaría de ella hasta que cumpliera la mayoría de edad.
- Guarda bien el dinero, mientras estés con ella no te hará falta pues yo me he encargado de todo, si crees que es seguro comunícate con Mia pero no le digas donde estás, no puedes dejar que Arturo te encuentre.
- Pero yo no hice lo que esa mujer dice, lo juro, no lo hice.
- Y yo te creo, pero mi sobrino ha perdido la razón y lo mejor para ti es estar lejos, cuídate y ojalá tus padres y tu hermana puedan perdonarme algún día no haber hecho más por ti.
Le dio un beso sobre la cabeza y la vio partir acompañada de aquella joven.
..............
Mia se quedó sola, en medio de aquella gente que la odiaba y ella no sabía porqué, comía en su habitación la mayoría de las veces y casi siempre no era por decisión propia si no porque nadie la quería ver y antes de ser golpeada era mejor mantenerse aparte.
Empezó a estudiar el doble, no regresaba del colegio hasta muy tarde, tomaba todos los cursos extra que se ofertaban y tantos y tantos malabares con la única intención de volverse invisible, aunque muchas veces no lo conseguía y terminaba bajo el puño de su padre por cualquier motivo, hasta por respirar.
Anneta esperó a cumplir los dieciocho años y solo entonces se comunicó con Mia, ya se había ido a un lugar que no quiso mencionarle como le había recomendado Arturo y a escondidas siguieron sabiendo una de la otra.
Los años pasaron y la vida no parecía querer mejorar para Mia, era una chica flacucha aunque con un rostro muy bello, pero la mala alimentación y los maltratos no la dejaban ir más allá.
Había cumplido diecisiete años y como siempre la fecha pasó olvidada o eso creyó ella hasta que una semana después su supuesta hermana vino a buscarla para ir a una fiesta.
Desde que su madre había muerto ella no había vuelto a salir de la casa para otra cosa que no fuera ir al colegio, añoraba los paseos que daban por la Vía dei Mille en las tardes yendo de una tienda a la otra y las risas de ella y su tía Anneta cuando corrían por la plaza cerca de allí.
- ¿Una fiesta?¿Mi padre dio permiso?
- Sí, no te preocupes, es que me da pena verte siempre escondida entre libros y voy a enseñarte que la vida es más que hojas de papel y lápices.
- No lo sé, yo nunca he ido a una fiesta, no tengo nada para ponerme y hasta creo que no tengo la edad suficiente como para entrar en un lugar en el que se consuma alcohol.
- Que aburrida eres.- protestó Livia- Yo tengo un vestido que me queda chico, estoy segura de que a ti te sirve y lo de la edad no es un problema, la fiesta es en casa de unos amigos, allí no habrá guardia para pedirte la identificación.
- No lo sé Livia, creo que no me voy a sentir cómoda.
- Eres de lo peor, yo decido invitarte a una fiesta para tener algún acercamiento contigo, para que al fin nos llevemos bien y mira tú como me pagas, haciéndote de rogar y dejándome a menos.
Mia se sintió mal por Livia, ella todavía no podía entender que había gente de la que no podías esperar nunca nada bueno y que la chica que tenía delante era de ese tipo.
Y entonces cometió el error más grande de su vida.
- Está bien Livia, voy a ir a la fiesta, dime a que hora será.
La otra tuvo una sonrisa que más hipócrita no se encontraría.
- Nos vamos a las ocho, pero a las siete y media estoy en tu habitación para traer el vestido y maquillarte.
Y le dio la espalda sin más, había conseguido lo que quería.