Rachely Villalobos es una mujer brillante y exitosa, pero también la reina indiscutible del drama y la arrogancia. Consentida desde niña, se ha convertido en una mujer que nadie se atreve a desafiar... excepto Daniel Montenegro. Él, un empresario frío y calculador, regresa a su vida tras años de ausencia, trayendo consigo un pasado compartido y rencores sin resolver.
Lo que comienza como una guerra de egos, constantes discusiones y desencuentros absurdos, poco a poco revela una conexión que ninguno de los dos esperaba. Entre peleas interminables, besos apasionados y recuerdos de una promesa infantil, ambos descubrirán que el amor puede surgir incluso entre las llamas del desprecio.
En esta historia de personalidades explosivas y emociones intensas, Rachely y Daniel aprenderán que el límite entre el odio y el amor es tan delgado como el filo de un cuchillo. ¿Podrán derribar sus muros y aceptar lo que sienten? ¿O permitirán que su orgullo
NovelToon tiene autorización de F10r para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
capítulo 5
El fuego y la chispa
.
.
.
.
.
Narra Rachely Villalobos
Cuando Daniel dijo mi nombre, algo dentro de mí se estremeció. Lo observé fijamente, intentando reconocer al niño con el que solía jugar en el jardín. Pero no lo encontré. Este hombre frente a mí, con su rostro serio y actitud fría, no era aquel pequeño que me prometió casarse conmigo algún día.
—Has cambiado mucho —le solté sin pensar, con un tono más acusador que nostálgico—. Ahora eres... insoportable.
Él arqueó una ceja, claramente sorprendido, pero no tardó ni un segundo en devolverme la puñalada.
—Y tú te volviste un plástico superficial.
Abrí la boca, atónita por su descaro. ¿Quién se creía para hablarme así?
—¿Perdón? —repliqué, mi voz subiendo de tono—. ¿Qué quisiste decir con "plástico"?
Él me miró de arriba abajo, con esa expresión de juicio que ya me tenía harta.
—Es obvio, ¿no? Todo esto… —dijo, señalándome con la mano—. Ese cuerpo, esa cara. ¿De verdad pretendes que me crea que es natural?
Sentí un calor subir desde mi pecho hasta mi rostro. No sabía si era de vergüenza o furia, pero lo que sí sabía era que no iba a permitirle que me insultara así.
—¡Por supuesto que es natural! —grité, apretando los puños—. Es genética y buena alimentación, algo que claramente no entiendes.
Él soltó una risa seca, como si no pudiera creer lo que decía.
—Vamos, Rachely. Nadie se ve así sin un poco de ayuda. No hay nada de malo en admitirlo.
—¡Yo no necesito admitir nada porque no tengo nada que esconder! —repuse, alzando la barbilla con orgullo. Mi ego no iba a permitir que este hombre me hiciera sentir menos—. ¿Sabes qué? Es un cumplido que pienses que parezco operada sin estarlo. Eso solo confirma lo increíble que me veo.
Su expresión cambió, pasando de incredulidad a algo que parecía... irritación mezclada con fascinación. Pero, como siempre, su boca no supo quedarse callada.
—Eres increíblemente egocéntrica.
—Y tú eres increíblemente estúpido —contraataqué, abriendo la puerta del coche de golpe.
La lluvia seguía cayendo con fuerza, pero estaba tan furiosa que ni siquiera me importó. Salí del auto pisando con fuerza, mis tacones resonando contra el pavimento mojado. Daniel no se quedó atrás.
—¿A dónde crees que vas? —gritó, saliendo también y cerrando la puerta con un golpe.
—¡A mi casa, lejos de ti! —repliqué, girándome para enfrentarlo.
La lluvia nos empapaba a ambos, pero eso no detuvo la batalla verbal que se desató.
—No puedo creer que alguna vez pensé que eras alguien especial —dijo, su tono lleno de sarcasmo.
—Y yo no puedo creer que alguna vez te consideré mi amigo —le respondí, apuntándolo con un dedo como si eso pudiera acentuar mis palabras.
—Amigo, ¿yo? —rió con desdén—. Me sorprende que alguien pueda soportarte más de cinco minutos.
—¡Pues mira quién habla! —le grité, dando un paso hacia él—. Eres el hombre más arrogante y amargado que he conocido.
Estábamos a punto de arrancarnos la cabeza cuando escuché una puerta abrirse de golpe.
—¿Qué demonios está pasando aquí? —La voz de Raúl resonó como un trueno.
Me giré para verlo, empapado bajo la lluvia, con Sofía justo detrás de él. Sus rostros eran una mezcla de sorpresa y preocupación.
—¡Este imbécil me insultó! —grité, señalando a Daniel.
—¡Ella empezó! —replicó Daniel, cruzando los brazos como un niño al que acababan de regañar.
—¡Ah, claro, porque tú nunca haces nada malo! —le espeté, mis palabras saliendo a toda velocidad.
—¡Basta! —exclamó Raúl, acercándose y poniéndose entre nosotros como un escudo humano—. Rachely, entra a la casa ahora.
—Pero él... —comencé, pero Raúl levantó una mano, deteniéndome de inmediato.
—No me importa quién empezó. Tú, adentro. Ahora.
Gruñí enojada, pero hice caso. Sofía me tomó del brazo, guiándome hacia la casa mientras yo seguía murmurando insultos bajo mi aliento.
—¿Y tú? —oí que Raúl le decía a Daniel—. Más vale que te comportes. Ya te advertí que no hagas enojar a mi hermana.
—Ella no necesita ayuda para enojarse sola —replicó Daniel, pero su voz sonaba menos agresiva ahora.
Cerré la puerta con fuerza, el sonido retumbando en la casa.
Sofía me miró con una mezcla de compasión y diversión.
—¿Sabes? Deberías calmarte un poco.
—¡No puedo calmarme! —respondí, quitándome los tacones y dejándolos caer al suelo con un golpe—. ¡Ese hombre es insoportable!
Sofía no respondió. Solo sonrió de esa manera que siempre hacía cuando sabía algo que yo no.
Y aunque no lo admitiría, tenía un presentimiento: esta no sería la última vez que Daniel Montenegro y yo terminábamos gritándonos bajo la lluvia.
[...]
No sé qué fue peor: la lluvia o la discusión con Daniel. Quizá ambas cosas se combinaron para arruinar mi humor y, claramente, mi salud. Me levanté sintiéndome horrible, pero como buena Villalobos, no iba a mostrar debilidad. Después de todo, soy dueña de esta empresa, y nada, ni una gripe, me iba a detener.
Claro que no ayudaba que la garganta me ardiera y mi cabeza palpitara como si fuera una discoteca.
Cuando llegué a la oficina, con gafas de sol y un abrigo que claramente no combinaba, no pasó mucho tiempo antes de que mi día empezara como siempre: peleando con Daniel.
—¿De verdad tienes que andar por aquí, contagiando a todos? —me dijo en cuanto me vio entrar a la sala de reuniones.
—No todos tenemos el lujo de desaparecer como tú lo haces —repliqué, quitándome las gafas y mirándolo con ojos entrecerrados.
—Desaparecer no, princesa. Yo trabajo. Tú solo haces ruido —respondió con una sonrisa sarcástica.
Apreté los labios para no gritarle algo inapropiado delante de los demás. Pero, claro, eso no evitó que el ambiente se tensara.
Los empleados nos observaban como si estuvieran viendo un partido de tenis, sus cabezas moviéndose de un lado a otro con cada palabra afilada que intercambiábamos. No sabía si se divertían o simplemente estaban cansados de nuestra dinámica, pero al parecer se había convertido en una especie de entretenimiento para ellos.
—¿Cuánto apuestas a que terminan juntos? —escuché a alguien murmurar en el fondo.
—¡Ni en sueños! —grité sin mirar atrás, segura de que Daniel había escuchado también.
—Concuerdo —dijo él, con una sonrisa que me sacó de mis casillas—. Prefiero un día extra de lluvia contigo que...
—¡Eres un imbécil! —lo interrumpí, alzando la voz más de lo necesario.
—Y tú una niña mimada.
La sala estalló en risas reprimidas, pero yo ya no podía con él. Giré sobre mis tacones y salí, sintiendo cómo mi cuerpo se tambaleaba un poco. Mi cabeza seguía palpitando, y la fiebre comenzaba a ganar terreno.
[...]
Para el mediodía, mi energía estaba por los suelos. La fiebre me hacía temblar, pero no podía dejar que Daniel o cualquiera en la empresa lo notara. Me escondí en la oficina de Raúl, tirándome en el sofá con la esperanza de que el mundo dejara de girar. Cerré los ojos por un momento que se convirtió en horas.
Cuando los abrí, sentí una sombra encima de mí. Era Raúl, y junto a él, Daniel.
—¿Qué demonios te pasa, Rachely? —dijo mi hermano, claramente preocupado.
—Nada, estoy bien —intenté decir, pero mi voz sonó débil y ronca.
—Estás temblando —dijo Daniel, cruzando los brazos, pero su mirada no tenía ese desdén habitual. Era más seria, más… preocupada.
Raúl se agachó para tocarme la frente y soltó una maldición en voz baja.
—Tienes fiebre, y alta. Vamos al hospital.
—No necesito un hospital —protesté, tratando de levantarme, pero mi cuerpo no me respondía.
—No hay discusión.
Antes de que pudiera negarme, sentí que unas manos fuertes me levantaban del sofá. Abrí los ojos para encontrarme cara a cara con Daniel.
—¡Bájame! —exclamé, pero mi voz apenas era un susurro.
—Cállate, princesa, no estoy de humor para tus berrinches —respondió, ajustándome en sus brazos como si no pesara nada.
—Raúl... dile algo —intenté que mi hermano interviniera, pero él solo suspiró.
—Si Daniel puede cargar contigo y calmarte, lo dejo en sus manos.
No podía creerlo. ¡Mi propio hermano me estaba entregando a mi peor enemigo! Pero no tenía fuerzas para protestar.
Mientras Daniel me llevaba hacia el ascensor, sentí que su respiración era más tranquila de lo que esperaba, como si estuviera acostumbrado a lidiar con mi caos.
—Eres insoportable —murmuré, cerrando los ojos.
—Y tú eres la persona más testaruda que he conocido. Qué novedad.
No respondí. Por primera vez, no tenía ganas de pelear. Me quedé en silencio, escuchando el sonido de la lluvia al salir del edificio y sintiendo la calidez de sus brazos.
Por mucho que lo odiara, en ese momento me sentí… segura.