Arabela, una joven tranquila, vive su adolescencia como una etapa de experiencias intensas e indescifrables.
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CAP 5. MIENTES
¿En qué momento se me ocurrió que cargar libros sería una buena idea? Tengo una mochila, ¡joder! tengo un pupitre. Pero no, allí estaba yo recogiéndolos del suelo como paloma juntando migajas, escuchando la voz profunda del profesor que nos interrogaba.
—Les pregunté algo, jovencitas, ¿no deberían estar en clase?
—Sí, ya vamos —Me levanté sacudiendo mi falda.
—¿O quieren que yo mismo las acompañe?— Rebeca lo miró sin cambiar su postura despreocupada, cruzada de brazos, con la cabeza ladeada y medio cuerpo inclinado, recargando su peso sobre su pie izquierdo.
—No es necesario —di media vuelta, dejando a Rebeca con su mirada de bayoneta apuntando hacia el maestro.
Caminé por el pasillo de regreso al salón, abrazando mis libros con una mano, poco después la chica de aura oscura me alcanzó.
—Qué inoportuno, ¿verdad? — me codeó. Le lancé una mirada fugaz.
—No sé de qué hablas —seguí con la mirada al frente hasta sentir rozar sus dedos con mis nudillos.
¿Por qué no cargué los libros con la otra mano?, después de que su piel me tocara, sentí una brisa que peinó los poros de mis piernas hasta hacerlos despertar. Era tarde para cambiarme los libros de lugar, no quería que lo notara. ¿Por qué no quería? Se suponía que yo no buscaba nada con ella. Si me pasaba los libros del otro lado no debía importar.
Rebeca lo hizo de nuevo, rozó mi mano tratando de entrelazar nuestros dedos.
—¿Qué haces? —me aparté. Casi habíamos llegado al salón.
—Termino lo que empecé en esa banca— me volvió a tomar de la mano, pero ahora por la palma —quiero ...
—No juegues con eso —la interrumpí tratando de zafarme sin lograrlo.
—No es un juego —me sostenía como si estuviéramos patinando y ella no supiera.
Rebeca iba muy en serio. Al parecer no pretendía soltarme. Me detuve, descubriendo en su mirada la forma en que observaba mi boca y se mordía el labio inferior.
—Quiero besarte —dijo pasible al pararse frente a mí, y esta vez, seguro no pondría queja si ella lo hiciera, pero me quedé inmóvil, esperando que diera el paso; esperando a que yo lo diera porque no estaba segura de seguirle el juego a una hetero, no era divertido. ¿Y si estaba bromeando? ¿Y si todo lo que estaba haciendo después serviría para molestarme por siempre si permitía que supiera lo que había despertado en mí? "Miren a la que se quedó embobada conmigo, fue tan sencillo, jamás podría estar con una mujer", la imaginaba alardear, cobrando la apuesta que tal vez habría hecho.
O quiza yo le gustaba en serio, y podría besarla, en los labios, en las mejillas, tantas veces quisiera y estaba perdiendo el tiempo inventando historias.
—Aquí estás, Rebe, muy buena broma la tuya—dijo César, apareciendo con los brazos alzados desde la puerta del salón que quedaba a solo unos pasos.
—No te entiendo —Rebeca frunció el ceño.
—Oye, ¿porqué estás tocando a mi novia? — Miré a Rebeca con molestia, aún sostenía mi mano.
Sí me estaba engañando, claro, Rebeca no cambiaría. ¿En qué estaba pensando? Ella, fijarse en mí, ¡por favor! ¿En qué universo, Arabela?
—Ya suéltala —César dio un manotazo entre nuestras palmas para separarnos —Ya no estamos jugando botella, ¿sí entiendes?, o¿ese cerebro solo te sirve para los números? — sujetó la muñeca de Rebeca.
—¡Suéltame! —Rebeca retorcía su mano para liberarse.
—¡Déjala! —mis ojos querían fusilarlo.
—Es una exagerada, no la estoy lastimando, mira —trató de llegar a mi brazo.
— ¡Ni se te ocurra tocarme!
—¿Está todo bien? ¿Arabela? —preguntó la maestra Lucía, llegando al salón, cuando nos encontró en la puerta con mirada vigilante.
César volteó y abrió paso para no darle la espalda.
—Sí, todo bien —dije.
—Hagan el favor de entrar al aula. César.
—Sí, maestra, entraré con mi novia —abrazó del cuello a Rebeca y la jaló hacia el salón.
—Deja el romanticismo para después —señaló la maestra. Rebeca me lanzó una leve mirada que yo no pude rechazar, la seguí hasta que regresó la vista al frente.
—¿Segura que todo bien? —volvió a intervenir la maestra. Asentí —pasa —ambas entramos.
—Disculpen la demora, el tráfico está terrible — explicó la maestra al dirigirse al escritorio mientras yo caminaba hacia mi pupitre.
Sé lo que estás pensando. No mentí, él ya no es nada mío. Es un pesado.
Eso decía el papel que me mandó Rebeca. Lo doblé y seguí poniendo atención a la clase.
Luis tocó mi hombro, volteé y estiró una vez más el brazo por debajo de la banca para que la maestra no se diera cuenta y me dio otro papel.
Déjame explicarte. Espérame cuando termine la clase. En serio me gus... Bueno te lo quiero decir a la cara.
Arrugué el papel y lo aventé a un lado de mi libreta. Estaba jugando, ¿cuánto más seguiría molestándome con lo mismo? Aunque esa frase sin terminar me apretó el estómago y empujó a mi corazón a bailar en cada latido.
Luis picó mi brazo, llamando mi atención, y señaló hacia el lugar de Rebeca, que me miraba con las cejas pronunciadas agitando la cabeza y me volvió a dar otro papel.
Acepta, por favor.❤️
Un corazón ¡Carajo! Eso se estaba poniendo denso.
La miré con fastidio y ella seguía haciendo pucheros para convencerme. Suspiré y asentí. Solo porque no era posible que yo haya logrado enternecer a la chava que todas y todos en el salón decían que era alguien difícil de tratar, eso me daba curiosidad.