Ming ha amado a Valentina Jones, su mejor amiga, toda la vida, pero nunca se ha atrevido a decirle lo que siente. Cuando su madre, que está muriendo por un cáncer, le pide como último deseo que despose a Valentina, Ming pierde la cabeza. Esa locura temporal lo arroja a los brazos de Valentina, pero el miedo a decirle la verdad arruina todo.
Ahora su mejor amiga cree que la está usando y se niega a escuchar la verdad.
¿Podrá el destino unirlos o las dudas terminarán separándolos aún más?
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Aterrada
Val
–No entiendo.
–Lo sé, lo siento –me disculpo y trato de tomar su mano, pero la aparta.
Miro a mi alrededor, esperando miradas curiosas, pero por suerte, seguimos solos.
–¿Qué pasó? –pregunta Milton–. Anoche antes de ir a trabajar todo estaba bien entre nosotros y ahora quieres terminar conmigo. No te entiendo, Valentina.
–Lo siento, yo tampoco me entiendo últimamente –digo mientras me clavo una uña en la cutícula de mi dedo pulgar, tratando de olvidar el desastre de esta mañana. Tratando de olvidar sus palabras–. No he sido sincera contigo, Milton –me disculpo–. Hay alguien en mi corazón, alguien que nunca he podido sacar, y créeme lo he intentado, pero sigue enterrado profundamente. No es justo para ti.
–No me digas lo que es justo o no para mí, Valentina. Es mi puta decisión, y yo te quiero a ti –gruñe y toma mi mano con fuerza–. Puedo hacer que lo olvides.
Sonrío tristemente. –No funciona así. Lo siento.
–¿Estás enamorada de él?
Miro la mesa de cristal mientras trato de resolver qué es lo que siento por Ming. ¿Amor? ¿Obsesión? ¿Deseo?
–No lo sé –respondo sinceramente–. Y no quiero averiguarlo.
–Entonces, ¿por qué estás terminando lo nuestro?
–Porque no quiero hacerte daño –respondo–. Mereces estar con una mujer que muera por tus besos, que desee tu compañía y que nunca sea capaz de traicionarte.
–No quiero otra mujer.
Me levanto y dejo un suave beso sobre su mejilla. –La encontrarás, Milton, y esa chica será la mujer más afortunada de este mundo –digo y le entrego la llave que me dio de su departamento–. Dejé tus cosas con el conserje. Puedes dejar mis cosas con el conserje de mi edificio –agrego antes de salir rápidamente.
Tengo mucho trabajo que hacer en los próximos días y disfrutaré de la distracción.
*****
–¿Día difícil? –pregunta Cristina, una de mis colegas.
–Ni que lo digas –devuelvo antes de devorar mi sándwich de atún y mayonesa.
–Pensé que tu turno había terminado hace dos horas –dice mientras mira la hora en su teléfono–. Creo que te exiges mucho –opina antes de comenzar a masticar una manzana.
–Sí, bueno, necesito la distracción hoy –devuelvo mientras lucho para no pensar ni en Ming ni en Milton. Dejo caer mi sándwich a la mesa cuando pierdo el apetito–. Tienes razón, Cris. Me largo de aquí –digo antes de levantarme–. Te dejo mi desayuno tardío.
–Gracias –responde con una enorme sonrisa–. Disfruta tus tres días de descanso.
–Es lo que pretendo –digo antes de ir a marcar mi salida.
Lo único que quiero es llegar a casa y dormir por tres días sin que nadie me moleste.
Marco mi salida y saco las cosas de mi casillero mientras lucho contra un bostezo.
Diez días han pasado.
Diez putos días, y Ming ni siquiera me ha escrito un correo para disculparse.
–No le importas –me regaño–. Ya deja de pensar en él.
Intento no pensar en él, pero siempre se cuela en mis pensamientos. No puedo dejar de pensar en él y en esa noche.
Esa noche.
La noche en la que entendí que mi cuerpo siempre estuvo esperando por él.
Maldito Ming.
Rebusco en mi cartera por las llaves de mi auto y suelto un gruñido cuando mi celular comienza a vibrar en el bolsillo de mi pantalón.
Abro el auto y lanzo mi bolso dentro antes de contestar.
–¿Sí?
–¡Val, tienes que ir al aeropuerto ahora mismo! –ordena una voz, extrañamente familiar–. Ming te necesita.
Arrugo mi ceño, confundida. –¿Con quién hablo?
–Alek Ivanov –responde y siento como mi cuerpo se enfría cuando escucho la tensión en su voz–. Renji mandará su Jet, te necesitamos en Tokio lo antes posible. Ming está muy mal, Val, no sé si lo logrará –agrega y siento como todo mi cuerpo se adormece–. Contamos contigo –dice antes de colgar.
Quedo mirando el celular en mi mano, incapaz de pensar en nada más que no sea en la urgencia que pude escuchar en la voz de Alek.
Está asustado.
Asustado por Ming.
Me subo al auto y acelero con tanta fuerza que golpeo el auto del anestesista de cirugía pediátrica.
Esto no puede estar pasando. Alek tiene que estar exagerando, la vida de Ming no puede estar en peligro, porque si eso ocurre yo… yo me muero.
Tomo la autopista que va al aeropuerto y acelero a fondo.
Ming me necesita.
*****
Espero impaciente, con otros dos doctores y varias enfermeras, en la puerta de la mejor Clínica de Tokio a que Ming aparezca. Por suerte conozco al director de esta Clínica, quien amablemente me autorizó a poder trabajar aquí.
Miro a mi alrededor, incapaz de creer que esta sea mi realidad.
No, esto no puede estar pasando.
Alek tiene que estar exagerando, Ming no puede estar tan mal. Es el hombre más fuerte que conozco, nada puede dañarlo. La única persona que tiene ese poder es Mei.
Comienzo a temblar mientras entierro mis uñas en la palma de mi mano, tratando de enfocarme. Hoy no puedo fallar.
El ruido de una VAN entrando a toda velocidad me hace correr hacia la entrada. Mi corazón se detiene cuando veo a Alek, Renji y Conor bajando a Ming y a Mauro en dos camillas.
–¿Qué le pasó? –pregunto en un susurro cuando mis peores miedos se hacen realidad. Ming yace sobre una camilla sangrando e inconsciente–. ¡¿Qué mierda le pasó?! –grito cuando toco su mejilla congelada.
Parece… No, me niego a creer que está muerto.
–Le dispararon –responde Renji.
Lo miro odiándolo a él y a todo el mundo. Se supone que deberían cuidarlo, se supone que esto no debería pasar.
Tomo su camisa, desesperada por hacerlo sentir tan mal como me siento yo. –¡¿Por qué dejaste que esto pasara?! Era tu puto trabajo protegerlo –siseo mirando a todos–. Todos ustedes le fallaron. ¡Si algo le pasa juro que lo pagarán con sus miserables vidas!
No sé cómo lo haré, pero si Ming muere, ellos lo harán también.
Busco su pulso y quiero llorar de alivio cuando lo siento latir débilmente contra mis dedos.
–Preparen el quirófano –ordeno–. Tenemos que operar de urgencia. Necesito adrenalina y sangre O positivo. Quiero un TAC completo.
Miro la aguja enterrada en su brazo y la quito al darme cuenta de que estaba recibiendo una transfusión de sangre de Mauro.
–No debieron permitir esto. No sabemos si Mauro tiene enfermedades que pueda transmitirle a Ming –digo molesta.
Esto es casi tan irresponsable como tener sexo sin preservativo.
Un frío baja por mi espalda cuando recuerdo que eso fue exactamente lo que hicimos Ming y yo. Follamos toda la noche sin protegernos.
Mierda. Mierda. Mierda.
–Era eso o la muerte –devuelve Conor.
Miro el rostro pálido de Ming y no puedo evitar que mis ojos se llenen de lágrimas. Está muriendo delante de mis ojos.
Tomo su camilla y corro hacia el quirófano. En este momento estoy aterrada, probablemente es la primera vez que me siento tan asustada, pero no dejaré que eso me detenga. Ming tiene que vivir.
Entro al quirófano y le ordeno a las enfermeras que le corten la ropa mientras preparo el TAC.
–Se ve mal –dice en inglés el jefe de cirugía.
Lo ignoro y lo llevo al TAC.
–Quiero las imágenes de inmediato y necesito tres bolsas de sangre. ¡Ahora! –grito cuando todos me quedan mirando sin moverse.
–Es un desperdicio de recursos, doctora Jones, el paciente no lo logrará –dice el jefe de cirugía.
Tomo su camisa para bajar su cabeza a mi altura. –Esa no es tu decisión –siseo–. No voy a perder a este paciente. –Me giro a las enfermeras–. Juro que si esa sangre no está aquí en tres minutos les rebanaré el cuello con mi bisturí –amenazo.
Ambas se miran antes de salir corriendo.
Espero impaciente a que terminen de hacerle el TAC. Necesito saber qué tan mal está.
La máquina se apaga y saco a Ming de ella.
–¡Las imágenes! –grito y sale una doctora corriendo a buscar lo que necesito–. Estarás bien –le digo a Ming mientras tomo su mano–. No te dejaré morir –le juro mientras lágrimas corren salvajes por mi mejilla–. Te amo –susurro antes de comenzar a prepararlo para cirugía.
Pensé que no sabía cuáles eran mis sentimientos por Ming, pero estos se aclararon al verlo luchar por su vida.
Siempre lo he amado.
La doctora me pasa las imágenes.
–Es imposible –dice y quisiera gritarle que está equivocada, pero tiene razón. Las balas causaron mucho daño. Muchos órganos están comprometidos–. Lo más humano es dejarlo morir.
Vuelvo hacia Ming y beso su mejilla. Su piel está perdiendo el calor y su corazón late débilmente. En los próximos minutos su cuerpo comenzará a convulsionar y luego morirá.
Sé que debería dejarlo ir, pero no puedo. Me niego a aceptar que lo perdí.
–A sus puestos –ladro.
Antes de que alguien pueda decir algo la alarma de paro comienza a sonar por toda la Clínica.
–¡No se muevan de aquí! –les grito cuando comienza a caminar al pasillo–. Comenzaremos con la cirugía.
–Doctora Jones, tenemos que ayudar a los pacientes que tienen más posibilidades de recuperarse. Esto es una pérdida de tiempo –dice el jefe de cirugía–. No se recuperará. Es imposible que alguien con sus heridas lo haga.
–Él lo hará –insisto–. ¡Anestesia! –le grito al anestesista que está paralizado al lado de la puerta–. Haré esto con ustedes o sin ustedes –digo mientras seco las lágrimas que caen por mi rostro–, me gustaría poder contar con su ayuda –les ruego.
Todos se miran por varios segundos, y luego asienten antes de comenzar a prepararse para operar.
–Estarás bien –le juro a Ming–. Me encargaré de ello.
Beso sus labios antes de prepararme.
Espero que esto no cambie nada los resultados🥺😬