En un mundo de lujos y secretos,Adeline toma el único trabajo que pudo encontrar para salir adelante: trabaja en un exclusivo bar para millonarios, sirviendo bebidas y entreteniendo a la clientela con su presencia y encanto. Aunque el ambiente opulento y las miradas de los clientes la incomodan, su necesidad de estabilidad económica la obliga a seguir.
Una noche, mientras intenta pasar desapercibida, un hombre misterioso le deja una desproporcionada cantidad de dinero como propina. Atraída por la intriga y por una intuición que no puede ignorar, Adeline a pesar de que aun no tenia el dinero que necesitaba decide permanecer en el trabajo para descubrir quién es realmente este extraño benefactor y qué intenciones tiene. Así, se verá atrapada en un juego de intrigas, secretos y deseos ocultos, donde cada paso la llevará más cerca de descubrir algo que cambiará su vida para siempre.
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Cap 5
Desperté al mediodía, pasadas las dos, con la sensación de haber dormido apenas unos minutos. La salida de anoche y el peso de mis pensamientos me habían dejado agotada, y, aun así, el descanso no había sido suficiente. Caminé hacia la cocina, donde mi tía estaba preparando la comida, y en cuanto la vi me apresuré a decirle:
—Tía, no es necesario que te esfuerces hoy. Deberías descansar. Yo me encargo.
—¿Y dejar que te mueras de hambre, niña? —me respondió con una sonrisa cansada, aunque sus ojos revelaban un destello de cariño. Sabía que nunca aceptaría que yo me ocupara de todo, pero aun así sentí la necesidad de ofrecerle ayuda.
Pasamos un rato juntas en la cocina, y aunque la comida estuvo lista en poco tiempo, a mí me parecía que el día avanzaba a un ritmo extraño. Como si cada minuto me llevara de regreso a la misma rutina, a los mismos pensamientos. Apenas comí algo, sintiendo que la energía aún no me regresaba del todo, y para cuando llegaron las seis de la tarde, ya era momento de prepararme para el trabajo.
Al llegar al bar, me sorprendió el ajetreo que encontré. Las chicas estaban más apuradas que de costumbre, moviéndose de un lado a otro, y casi sin notar mi presencia. Apenas tuve tiempo de dejar mis cosas cuando le pregunté a Carla:
—¿Qué pasa hoy? ¿Por qué tanto apuro?
—Hoy tenemos invitados importantes —me respondió, sin detenerse. Su rostro lucía un poco más tenso que de costumbre—. Llegan en una hora, y todo tiene que estar perfecto. Nos toca a ti, a mí, y a otra chica en el área VIP.
El área VIP. No me sorprendió, pues sabía que eventualmente tendría que estar ahí, pero igual me causaba cierta inquietud. Era un espacio reservado para los clientes más selectos, aquellos que estaban dispuestos a pagar grandes sumas de dinero por una noche de trato exclusivo.
Mientras el equipo preparaba el salón VIP, aproveché para revisar rápidamente que todo estuviera en orden en mi área. Cuando llegó la hora y los invitados empezaron a entrar, la energía del ambiente cambió. Me ubiqué en mi esquina, manteniendo una postura firme pero relajada, aunque de reojo notaba la presencia del hombre en la otra esquina. No podía evitar que mi incomodidad se mezclara con curiosidad, aunque también con desdén. Para mí, no era más que un tonto adinerado. A parte no creo que ya quiera saber de mi después de rechazar que me subiera al auto aquella noche.
Poco a poco, las conversaciones se centraron en negocios. No es que normalmente estuviera prestando atención a los detalles, pero hoy en particular no podía evitar escuchar los números que se discutían. Ellos hablaban de cifras, inversiones, términos financieros que, para mi sorpresa, podía comprender a la perfección. Recordé lo mucho que me gustaban las matemáticas en la escuela y lo fácil que me resultaba desglosar cifras y encontrar patrones en los negocios. Era una habilidad que, a pesar de no usar demasiado, siempre estaba latente.
Y en medio de todo eso, me di cuenta de algo: uno de los hombres estaba hablando sobre una inversión que claramente era una estafa. Era tan obvio que no pude evitar fruncir el ceño. Me parecía increíble que alguien como él, rodeado de asesores y expertos, no se diera cuenta.
Pensé en quedarme callada, pero mi paciencia se agotó al ver cómo el hombre insistía en caer en la trampa. Respiré profundo y, contra todo sentido común, me acerqué un poco, sin perder mi postura profesional, y hablé:
—Disculpe, señor, pero me parece que lo están engañando.
Las palabras salieron con una claridad que sorprendió a todos. Las otras chicas me miraron con los ojos abiertos, probablemente pensando que había cruzado un límite. Pero el hombre al que me dirigía levantó la mirada, sorprendido, y decidió escucharme.
—¿Perdón? —me preguntó, claramente interesado pero también algo confundido.
No me detuve. Le expliqué, de manera directa, cómo los números que le estaban mostrando no cuadraban y por qué, de seguir adelante, perdería mucho más de lo que planeaba invertir. A cada palabra que decía, sentía que las miradas de mis compañeras se intensificaban, pero no podía detenerme. Algo en mí estaba disfrutando de la oportunidad de demostrar lo que sabía, de mostrar que no solo era una cara más en el bar.
A medida que explicaba cada detalle, los hombres en la mesa intercambiaban miradas incómodas. Uno de ellos, visiblemente irritado, me interrumpió:
—¿Y qué te hace pensar que sabes algo de esto?
Le sonreí con seguridad, sin dejar que me intimidara:
—Porque los números no mienten. Puedo ver claramente cómo están inflando las cifras para hacerlo parecer una inversión segura. Pero si analiza bien, verá que las proyecciones no tienen fundamento.
El hombre que había estado considerando la inversión se inclinó hacia adelante, claramente impresionado. Luego miró a su asesor, quien evitó mi mirada, y de inmediato supe que él también sabía que yo tenía razón. Después de una breve pausa, el cliente me agradeció y, sin dudarlo, desestimó la oferta.
Me mantuve firme en mi esquina, aunque ahora sentía las miradas de todos sobre mí. Carla, quien había estado observando todo desde su lugar, me miraba con asombro, y yo misma me sorprendí de lo que acababa de hacer. Tal vez había sido una locura, pero también había sido una de las pocas veces en que me sentí realmente útil en este lugar.
Cuando el ambiente volvió a la normalidad, me permití sonreír para mis adentros, satisfecha de que mi intuición había sido acertada.
El salón VIP se fue despejando poco a poco. Las otras chicas comenzaron a retirarse, pero el hombre con el que había estado hablando hizo un gesto para que me quedara. Las palabras exactas se quedaron atrapadas en su mirada, pero el mensaje fue claro. Carla notó la situación y se apresuró a interrumpir:
—Ya cumplimos con la hora, así que no es necesario que te quedes más. —Intentó sonar despreocupada, pero había un matiz de incomodidad en su voz. No era habitual que alguien se quedara a solas con un cliente en el salón VIP, y mucho menos bajo solicitud expresa de este.
Sin embargo, en ese momento, algo en mi interior decidió que quería quedarme. Tal vez era curiosidad, o el extraño interés que había surgido por conocer más a fondo ese mundo de inversiones y negocios. Quizás, más que todo, quería averiguar qué estaba pasando detrás de la cortina, donde había notado a alguien observando durante toda la noche.
—Prefiero quedarme —dije con una voz firme, mirando a Carla. Pude ver cómo sus ojos se abrieron un poco más, sorprendidos. No era habitual que me opusiera a lo que ella dijera, pero esta vez había una razón.
Carla dudó un momento, pero finalmente dio un paso atrás, dejando claro que no insistiría. Observé cómo salía del salón con las otras chicas, mirándome una última vez desde la puerta antes de cerrarla. Sentí que la sala se quedaba en silencio de inmediato, aunque los murmullos de la actividad en el bar aún se escuchaban a lo lejos.
El hombre que me había retenido me miró con una sonrisa ligera, como si estuviera evaluando mi reacción a su presencia.
—¿De dónde sabes tanto sobre inversiones y negocios? —preguntó, sin rodeos.
No dudé en responder:
—Mi padre era muy inteligente con estas cosas. Siempre fue hábil para los números y los negocios, y creo que de él heredé algo de esa habilidad.
El hombre asintió, reflexionando sobre mi respuesta, pero apenas terminó mi explicación, no pude evitar hacerle una pregunta que había estado rondando en mi cabeza toda la noche:
—¿Por qué su jefe se sigue escondiendo detrás de la cortina?
No esperaba ver el destello de sorpresa en su rostro. Era claro que no imaginaba que me había dado cuenta, y eso parecía desconcertarlo. Sus ojos me analizaron, como si estuviera midiendo hasta dónde podía llegar con la respuesta.
—Es observador, eso es todo —respondió, intentando restarle importancia. Pero la expresión en su rostro me decía otra cosa.
En cuanto el hombre no vio que respondí, se paró para irse y dar por terminado la conversación, pero antes de que pudiera dar un paso, la voz que había permanecido oculta detrás de la cortina habló de nuevo, resonando con una firmeza fría y profunda.
—Quizás porque hay cosas que es mejor no revelar tan rápido, sobre todo cuando la otra persona no está lista para comprenderlas —respondió, con un tono tan meticuloso como calculado. Su voz era familiar de una forma incómoda, como si hubiera escuchado ecos de ese mismo timbre en algún momento de mi vida. Me quedé en silencio, con las manos ligeramente tensas, sin atreverme a interrumpir.
El hombre frente a mí evitó mi mirada, nervioso, mientras la figura invisible continuaba:
—Es interesante que alguien como tú se detenga a observar con tanta precisión los detalles de este tipo de negocios. ¿Te enseñaron eso en casa?
Su pregunta hizo que mi respiración se detuviera por un segundo. La mención de “casa” despertó recuerdos que normalmente prefería dejar dormidos. Sin embargo, decidí responder, sabiendo que al menos podía mantener la calma en lo que parecía ser una prueba de su parte.
—Mi padre siempre fue muy hábil en los negocios. Él me enseñó algunas cosas antes de… bueno, antes de que falleciera —contesté, tratando de mantener la voz firme, sin dejar que la nostalgia se colara en mis palabras. No sabía por qué le había dicho eso, pero había algo en su tono que me provocó una reacción que normalmente no tenía con nadie en este lugar.
Después de unos segundos de silencio, la voz detrás de la cortina pronunció algo que me dejó congelada:
—¿Acaso no reconoces el legado de tu propio padre?
La sorpresa me recorrió como un relámpago. ¿Qué estaba diciendo? ¿Cómo podía alguien como él conocer a mi padre?
Me giré para ver al hombre frente a mí, buscando alguna respuesta en su expresión, pero su mirada se veía tan perdida como la mía. La presencia detrás de la cortina había lanzado una bomba inesperada, y mi mente se llenó de preguntas.
—¿Qué sabe usted de mi padre? —pregunté, elevando la voz un poco, decidida a obtener respuestas. No había venido aquí para desenterrar recuerdos, y mucho menos para recibir insinuaciones de un desconocido que no tenía la decencia de mostrarse.
Hubo un momento de silencio, y luego la voz respondió, su tono más pausado, como si reflexionara sobre cuánto podía o debía decir:
—Sabía muchas cosas sobre él, de hecho. Era un hombre brillante, con ideas interesantes sobre el dinero y la ética… hasta que decidió tomar un camino más complicado.
Esa respuesta me tensó por completo. Apreté los labios, sintiendo un hormigueo de enfado que comenzaba a surgir desde el fondo de mi estómago. Este hombre, escondido tras una cortina y hablando con palabras medidas, estaba hablando de una de las personas más importantes de mi vida como si fuera simplemente alguien en sus recuerdos.
—¿Por qué no me dice de una vez quién es y por qué parece saber tanto sobre alguien a quien ya no puedo preguntar? —mi voz sonaba fría, a pesar de que el nerviosismo se aferraba a mis palabras.
La risa de la figura oculta me sorprendió, aunque no era una risa burlona; más bien, parecía un gesto de reconocimiento.
—No me muestro porque mi presencia no es algo que cualquiera pueda comprender… y porque algunas respuestas deben encontrarse poco a poco, cuando uno está listo para escucharlas. Lo que puedo decirte ahora es que tu padre fue alguien que comprendía las reglas de este mundo, aunque también intentó desafiarlas. Lástima que no siempre se puede ganar —terminó, con un tono enigmático.
Mis manos comenzaron a temblar de rabia contenida. No tenía idea de quién era este hombre ni por qué parecía conocer a mi padre de esa manera. Pero una cosa sí sabía: no iba a permitir que alguien que se escondía detrás de una cortina tuviera control sobre mis emociones o mis recuerdos.
—Mire, señor —respondí, con una firmeza inesperada—. No vine aquí para tener una conversación con alguien que ni siquiera se muestra. Si no tiene el valor de hablarme cara a cara, entonces no vale la pena seguir aquí.
Me levanté, y el hombre a mi lado me miró alarmado, como si temiera por mi decisión de interrumpir la conversación de esa forma. Sin embargo, no me detuvo, aunque pude notar la tensión en sus gestos.
Detrás de la cortina, el silencio se hizo aún más profundo. No hubo respuesta, ni palabras adicionales de la figura oculta. En su lugar, el mutismo parecía cubrir toda la habitación, como si mi desafío lo hubiera dejado sin argumentos.
Esperé un instante, esperando alguna reacción, pero cuando no recibí respuesta, tomé eso como mi señal de partida. Sin más, me giré y caminé hacia la salida, ignorando las miradas de mis compañeras
Mientras me alejaba del VIP, sentí cómo el eco de las palabras de esa voz resonaba en mi mente. No tenía idea de quién era o qué intenciones tenía, pero algo dentro de mí me decía que no sería la última vez que lo escucharía.