Mónica es una joven de veintidós años, fuerte y decidida. Tiene una pequeña de cuatro años por la cual lucha día a día.
Leonardo es un exitoso empresario de unos cuarenta y cinco años. Diferentes circunstancias llevan a Mónica y Leonardo a pasar tiempo juntos y comienzan a sentirse atraídos uno por el otro.
Esta es una historia sobre un amor inesperado, segundas oportunidades, y la aceptación de lo que el corazón realmente desea.
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Nuevos retos y un futuro prometedor
Mónica seguía adaptándose a su vida en la ciudad, combinando su trabajo en la cafetería de la Universidad con sus clases de Economía. A pesar de las responsabilidades, el apoyo y cariño de sus compañeros de casa y de Inés hacía todo más llevadero. Los días pasaban con una rutina que comenzaba a llenarla de satisfacción, y aunque no faltaban momentos de nostalgia y reflexión, sentía que tanto ella como su bebé estaban en buenas manos.
Cada mañana, después de despedirse de Diego o de alguno de los chicos que la acompañaba, Mónica se preparaba para sus turnos en la cafetería. Ese día no era diferente. Tras llegar a la Universidad, Diego la dejó frente a la cafetería, sonriendo como siempre.
-Nos vemos luego, Moni. No te olvides que hoy tienes clase a las cuatro- le recordó, dándole un leve apretón en el hombro.
-Lo sé, Diego. ¡Gracias!- respondió ella, sonriendo.
Entró en la cafetería, saludando a sus compañeros de trabajo. El ambiente era relajado a esas horas de la mañana, con algunos estudiantes entrando para su primer café del día. Mónica se sentía cómoda allí, rodeada del bullicio de la vida universitaria. Era un lugar que, de alguna manera, la hacía sentir más cercana a su objetivo de convertirse en economista y ofrecer un mejor futuro para su hijo.
A media mañana, mientras preparaba una orden de café, una de las clientas habituales, una chica de primer año que siempre pedía lo mismo, le hizo una pregunta.
-Mónica, ¿cómo vas con tus clases?- preguntó la chica mientras esperaba su bebida.
-Bastante bien, gracias- respondió ella, sonriendo- He ingresado en el curso de Economía, y aunque es desafiante, me gusta mucho.
-Me alegro de escuchar eso. ¡Qué ganas le pones a todo!- dijo la chica, sonriendo antes de despedirse.
Mónica se sentía bien cuando la gente notaba su esfuerzo. A pesar de todo lo que tenía encima, estaba decidida a lograr sus metas. El bebé, por supuesto, era su mayor motivación.
La mañana avanzó rápidamente, y poco antes de que terminara su turno, Cintia apareció por la puerta de la cafetería con una sonrisa en los labios.
-Moni, ¿lista para la consulta médica?- preguntó mientras se acercaba al mostrador.
Mónica asintió, limpiándose las manos y entregando la última orden antes de salir.
-Sí, claro. Vamos a ver qué nos dicen hoy- respondió mientras se quitaba el delantal.
Minutos después, ambas salían de la cafetería, encontrándose con Diego a la salida del edificio. Los tres caminaron juntos hasta la clínica que quedaba a pocas cuadras de allí, charlando animadamente. Mónica intentaba mantener la calma, aunque las revisiones médicas siempre la ponían un poco nerviosa.
-¿Tienes alguna idea de si hoy podrán decirte el sexo del bebé?- preguntó Diego mientras caminaban por el campus.
-No lo sé, la doctora no me aseguró nada en la última consulta- respondió Mónica, encogiéndose de hombros- Pero si hoy lo saben, les prometo que ustedes serán los primeros en enterarse.
Llegaron a la clínica, y como la vez anterior, Diego y Cintia esperaron fuera mientras Mónica entraba al consultorio. Cuando salió unos minutos después, ambos se levantaron de inmediato, listos para bombardearla con preguntas.
-¿Qué te dijeron? ¿Todo está bien?- preguntó Cintia, con los ojos brillando de anticipación.
-¿Sabemos ya si es niño o niña?- añadió Diego.
Mónica sonrió, un poco nerviosa.
-Todo está bien. El bebé está creciendo como debe, pero aún no podemos saber el sexo- explicó, lo que causó una pequeña exhalación de decepción por parte de Diego.
-¡Uf! Tendremos que esperar un poco más entonces - dijo él, llevándose las manos a la cabeza dramáticamente, lo que hizo reír a las chicas.
-Sí, pero la doctora me dijo que en el próximo ultrasonido es muy probable que ya lo sepamos- añadió Mónica, calmando las ansias de su compañero.
De regreso a la casa, Mónica comenzó a notar una conversación recurrente durante la cena: los nombres para el bebé. Aunque aún no sabían si sería niño o niña, a todos les encantaba imaginar opciones.
-Si es niña, deberíamos llamarla Sofía. Es un nombre fuerte, pero delicado a la vez- sugirió Diego.
-Y si es niño, podría ser Martín. Es un nombre clásico, suena bien- dijo Samuel, tratando de ganarse la aprobación de los demás.
Mónica sonreía mientras escuchaba las ideas de todos, sintiéndose agradecida por la atención que le daban al tema. Pero esa noche, cuando finalmente se retiró a su habitación, un sentimiento de nostalgia la invadió. Se acostó en su cama y recordó un gesto cariñoso que Diego había tenido hacia su vientre esa misma tarde, un toque protector, casi paternal.
Una lágrima rodó por su mejilla mientras pensaba en Ryan, el hombre que la había dejado sola en esta travesía. El mismo hombre que, lejos de apoyarla, le había pedido que terminara con el embarazo. En ese momento, se dio cuenta de que, aunque Diego y los demás estaban allí para ella, Ryan seguía siendo una sombra en su mente. Era él quien debía estar con ella, acompañándola y cuidando de ambos.
Sin embargo, Mónica sacudió la cabeza, decidida a no dejarse llevar por la tristeza. Se secó las lágrimas y decidió que al día siguiente comenzaría con fuerzas renovadas.
Y así lo hizo. Al amanecer, se levantó decidida a enfrentar un nuevo día. Diego la acompañó a la cafetería, pero esta vez había una energía renovada en ella. A medida que avanzaba el día, Mónica se concentró en su trabajo en la cafetería, atendiendo a los estudiantes que iban y venían.
El reloj avanzaba rápido, y cuando dieron las cuatro de la tarde, era hora de su clase de Economía. Justo cuando terminaba de atender a uno de los últimos clientes, Laura, una de las chicas que también tomaba la misma clase, llegó a buscarla.
-¿Lista para clase?- le preguntó Laura con una sonrisa.
-Sí, dame un minuto- respondió Mónica mientras se quitaba el delantal y se despidió de una de las encargadas de la cafetería- Nos vemos mañana, Claudia. Gracias por todo.
-¡Nos vemos, Mónica!- le respondió la encargada, agitando la mano.
Juntas, Mónica y Laura caminaron hacia el aula. Al llegar, se encontraron con otros compañeros, quienes ya estaban acomodados, listos para la clase.
-¡Justo a tiempo!- dijo uno de ellos, saludándolas con la mano.
La clase comenzó poco después, y Mónica se sumergió en el tema del día: el análisis del mercado de oferta y demanda. El profesor, un hombre de unos cuarenta años con una energía inagotable, explicaba los conceptos con pasión, manteniendo la atención de todos los presentes.
-Recuerden, la oferta y la demanda son fuerzas opuestas que siempre están buscando un equilibrio. Cuando la demanda supera a la oferta, los precios suben, y cuando la oferta es mayor que la demanda, los precios tienden a bajar- explicaba mientras dibujaba gráficos en la pizarra.
Mónica tomaba notas rápidamente, concentrada en cada palabra. Aunque le costaba un poco seguir el ritmo en algunas partes, siempre se aseguraba de entender lo esencial.
-¿Alguna duda hasta aquí?- preguntó el profesor, mirando a la clase.
Uno de los chicos levantó la mano, como siempre.
-¿Cómo afectaría un cambio brusco en la oferta a corto plazo si la demanda permanece constante?- preguntó con genuina curiosidad.
El profesor sonrió, claramente disfrutando de las preguntas de los estudiantes.
-Excelente pregunta. En ese caso, veríamos una fluctuación en los precios hasta que el mercado encuentre un nuevo equilibrio. Es una de las razones por las que las políticas económicas deben ser cautelosas al intervenir en mercados delicados.
La clase continuó por un par de horas más, y cuando finalmente terminó, Mónica se sentía agotada pero satisfecha. Sabía que estaba avanzando hacia su meta, poco a poco, y que, a pesar de todo lo que había dejado atrás, estaba construyendo un futuro para ella y su bebé.
Al final del día, cuando se acostó en su cama, sintió una calma interior que le recordó lo afortunada que era de estar rodeada de personas que la apoyaban. Con una mano en su vientre, le habló a su bebé como solía hacerlo cada noche.
-Hoy ha sido un buen día, pequeñito. Estamos bien... muy bien.