Balvin, un joven incubus, se encuentra en su última prueba para convertirse en jefe de territorio: absorber la energía sexual de Agustín, un empresario enigmático con secretos oscuros. A medida que su conexión se vuelve irresistible, un poder incontrolable despierta entre ellos, desafiando las reglas de su mundo y sus propios deseos. En un juego de seducción y traición, Balvin debe decidir: ¿sacrificará su deber por un amor prohibido, o perderá todo lo que ha luchado por conseguir? Sumérgete en un mundo de pasión, peligro y decisiones que podrían sellar su destino. ¿Te atreves a entrar?
**Advertencia de contenido:**
Esta historia contiene escenas explícitas de naturaleza sexual, temas de sumisión y dominación, así como situaciones que pueden ser sensibles para algunos lectores. Se recomienda discreción.
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Cruzando el Umbral
Balbin pensativo se lanzó otra vez al suelo, enfrentando un desenlace amargo en cuanto a su posición. Su "caparazón", el instrumento más importante para la recolección de magna, estaba atrofiado y no tenía idea de por qué. Era un verdadero y gran problema que debía confrontar con inteligencia.
Reconoció que Agustín, en ese momento, no era el mayor problema. Ahora debía recuperar el brazalete, que, después de todo, era igual a un control remoto y dedujo que había invertido su función.
‘Los brazaletes de vínculos hacen eso: se vinculan al humano para absorber su energía y manifestar el caparazón ya hecho. Mi caparazón se adapta convirtiéndose en el recipiente perfecto para absorber la energía del humano. ¿Entonces, qué salió mal? Me siento como un recién nacido incubus, patético.’
Suspiró por lo incomprensible, pero al menos tuvo una idea para solucionar su huida. Encontró la solución fácilmente: debía romper el brazalete en la muñeca de Agustín. El otro problema era que necesitaba magna para regresar al limbo.
—¡Perfecto! —afirmó enojado. Al lanzarse en la cama, las sábanas negras que había envuelto en su cintura volvieron a unificarse con su juego en la cama.
Era irritante recordar lo bien que le iba saboreando un magna poderoso hasta que Agustín despertó. Pensando en él, reconoció que al parecer no era un humano normal.
—¿Por qué despertaste? Además, te quedaste con toda mi magna… qué desperdicio. —se quejó, juntando las manos-. Si los brazaletes tienen invertida su función y reconocen al humano como el dueño de mi caparazón, toda la magna del humano volverá a su cuerpo. Sin embargo… si produzco mi propia magna, el brazalete no podrá hacer nada.
Se dijo para sonreír con malicia, y no tardó en quitarse las sábanas negras. Estaba de rodillas en la cama cuando sujetó su falo y comenzó a frotarlo. El placer llegó de inmediato; cada parte de su cuerpo se estremeció, preparándose para la pura disposición al suave tacto lujurioso.
Hace milenios, los incubus habían creado la mejor manera de complacer al humano: disponían de la capacidad de recrear un cuerpo físico al que llamaron "caparazones". No solo eran recipientes para magna, sino que eran extremadamente sensibles para su mayor y más importante fusión: el placer.
Con el pecho agitado y el sudor en cada poro, Balbin sentía la producción en masa de endorfinas que volvían la mente tangible e irracional, generando esa adicción por las gloriosas dopaminas. Esto no era más que una pequeña parte irrefutable de su existencia y supervivencia.
Estiró el cuello y dejó caer la cabeza hacia atrás. Las expresiones de placer se grababan en sus cejas unidas y, con una sonrisa de auténtica malicia, gozaba de su tacto. De alguna manera, el estímulo le hizo recordar ese primer magna erótico que le dio la vida.
Las caderas todavía dolían al menearse, pero no le prestó atención. El escalofrío recorrió su cuerpo; sentía que ya veía aquel final satisfactorio que necesitaba. En un momento, otros brazos envolvieron los suyos, y las manos intrusas se superpusieron a las suyas, apretando con presión su parte. Balbin dio un sobresalto, pero no pudo zafarse del agarre de Agustín, quien le respiraba en el cuello.
—Mm, no creí que estuvieras tan loco. Pero verte así de perdido en el placer, tanto que no me escuchaste entrar, es… ¿dime, no es curioso que jamás estuve con un hombre, pero tú me estás volviendo loco? —El agarre de Agustín se afirmó y comenzó a frotar el falo con más fuerza.
—¡Ha! -gemía y arqueaba la espalda.—
‘¿Perdido en el placer? Qué estupidez. Mi caparazón está tan vacío de magna que hasta los sentidos me fallan, pero esta es mi oportunidad.’
Agustín presionó sus dientes contra el cuello del incubus, que podía sentir cada sacudida volverse más violenta. La idea de que su magna fuese absorbido le aterraba.
‘¡Por Lucifer, tengo que quitármelo de encima y romper el brazalete!’
—Ha… Hu..mano.—
—Realmente estuve buscándote y no hay señal de que existas. —Le susurró al oído, llenando de escalofríos al incubus.—¿Quién eres?
—Déjame… Ha mostrarte quién soy.—Respondió Balbin. Con un ágil movimiento de pierna, dejó a Agustín debajo suyo. El incubus, sentado sobre él, se incorporó rápidamente para besar el lóbulo.
—No te muevas. —Ordenó Balbin, y Agustín no entendía por qué hizo caso. Todo su cuerpo obedecía, no se movía, y eso lo estaba haciendo enojar, pero sus ojos no podían desviarse de aquella figura erótica encima suyo.**
Desde que recuerda, nunca tuvo inclinaciones homosexuales, porque siempre estuvo satisfecho con las mujeres. La idea de experimentarlo jamás existió. ¿Entonces por qué ver a este raro y peligroso desconocido masturbarse sobre él lo llenaba de tanta lujuria, de tanto deseo por cogerlo?
Las manos torpes de Agustín se aferraron a los muslos, y el incubus, estremeciéndose y gimiendo más fuerte, frunció el ceño al mirarlo.
‘¿Otra vez se libera de mis poderes? Haa, pero a decir verdad, su cara al luchar por liberarse del trance me está estimulando. No está nada mal.’
Balbin sonrió y aumentó la velocidad de sus movimientos. Las fuertes manos de Agustín se presionaron más y más, dejando marcas rojas. Ambos se miraban a los ojos agitados, y cuando el incubus tiró la cabeza hacia atrás, su semen saltó hacia el pecho y rostro de Agustín, quien, con fuerza, estiró su brazo, agarrando el cuello del rubio. Al mismo tiempo, el incubus sujetó el brazalete y lo apretó hasta romperlo. El destello duró poco más de unos segundos; un Balbin satisfecho suspiró.
—Adiós, Agustín. —Se despidió, disipándose en el aire.**
—¿Pero qué? —Cuestionó Agustín, dando un sobresalto, buscando a su alrededor. Notó que, en efecto, el rubio había desaparecido. Ahora sí podía mostrar una expresión extraña, aunque para él, todo tenía más sentido. En su mundo, con los contactos en la CIA e Interpol junto a otras agencias poderosas, encontrar a alguien le tomaría poco más de un día. Con razón no lo encontró, incluso después de sacarle una foto.**
Antes también se la pasó estudiando no solo el material del brazalete, también cómo quitarlo. Cuando lo escanearon, notaron que no era ninguna bomba ni rastreador, y aquel experto en toxicología no encontró ningún tipo de toxina emanar de aquello. Junto a otro experto, le aseguraban que no tenía ni idea de qué material estaba compuesto.
Cuando llegó a la suite para encararlo y obtener información, se encontró al sexy joven masturbándose en su cama. Con la pulcra espalda estirada, el arco de sus pies apretados, aquellos pompis firmes, la cabeza retirada dejando caer la melena rubia y el brazo de musculatura media se agitaba jugando a darse placer, todo un espectáculo a plena luz del día. Eso llevó al humano a un deseo irrelevante. Quizás por eso Agustín se acercó entre ruegos internos, con la necesidad de hacer un recorrido en ese cuello erguido y alcanzar esa mano… Por eso se lanzó encima sin titubear.
En el presente, el castaño se miró la entrepierna y notó su bulto. ¿Qué era más extraño, que Balbin fuese un real incubus que se metió en su cama, o era más extraño él mismo al sentirse sumamente excitado por habérselo cogido?
Como sea… por culpa del irresponsable y descarado incubus, tenía que arreglárselas solo.
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Balbin llegó rápidamente al limbo. Los demás en la academia lo vieron correr por los caminos de nubes hasta alejarse bastante y llegar a su lugar de preparación, que no era para nada similar a un cuarto; era más bien un templo espacioso y brillante, reservado solo para él. Cerró la gran puerta detrás suyo y corrió hacia el centro del reluciente lugar. Alzó la mano y varios orbes de luz brillaron alrededor. Con otro movimiento, un mesón de mármol se alzó desde el suelo.
Cuando Balbin apoyó las manos en el mesón, los dos brazaletes aparecieron sobre él. Uno estaba agrietado, pero se unificó al otro y el caparazón se manifestó. Los orbes se acercaron, brillando con más intensidad.
—Por Lucifer… — suspiró aliviado —creí que tendría más abolladuras. Sonrió y una mano se posó en su hombro. —¡Aahhhh!
—¿Siwel? ¿Cómo entraste?
—Me diste tu permiso. ¿Te olvidaste?
—Cierto… —se calmó y lo señaló —ya no tienes más mi permi—,—Antes de echarme—interrumpe Siwel le cubrió la boca y Balvin empujó la mano.
—¿qué le hiciste a tu caparazón?—
Balbin se dio cuenta de que había dejado la evidencia a la vista.
—No te incumbe —dijo mientras giraba al pelirrojo hacia la salida.
—Creí que vendrías antes — confesó Siwel, mientras era empujado hacia la salida. Estiró el cuello para seguir viendo y dio un sobresalto, preocupado por el rubio.
—¡No recolectaste magna! - señaló la plataforma de succión. Balbin miró el mesón decepcionado. Le habría encantado que brillara al drenar todo el exquisito magna de Agustín, pero no había nada que drenar.
El pelirrojo se liberó y se volvió para sostener los hombros de su compañero, sacudiéndolo.
—¡No me digas que fracasaste!
Balbin, sorprendido, empujó las manos de mala gana.
—¿A quién crees que tienes enfrente?
—Pero…
—Solo me propuse estudiar un poco más a mi humano.
—Oh, ¿es tan interesante?
—No tienes idea - mintió al desviar los ojos. Si por él fuera, no lo volvería a ver jamás. Pero Agustín había sido elegido como su evaluación final y la tarea debía cumplirse. La sorpresa de Siwel estaba más que justificada, ya que desde que lo recuerda, una de las facetas impresionantes de Balbin era cumplir su cometido en tiempo récord. Otra faceta era la cantidad de magna que recolectaba, que era diez veces mayor que la de cualquier otro estudiante promedio.
Al salir del espacio, Balbin cerró la puerta.
—Si decidiste estudiar más a tu humano, ¿por qué está tan machacado tu caparazón?—
—No estés viendo mi caparazón con tanta confianza — reprendió.
—Lo siento, lo siento —levantó las manos con culpa.
—Como sea… tres cosas — levantó tres dedos frente al pelirrojo, quien prestó suma atención. - Uno, revoco tu permiso para entrar a mi espacio. Dos, no divulgues lo de hoy… y tres, necesito tu porción de magna.
—¿Mi porción…? Si no hay pro…—
—De toda la semana—
—¡¿Quéeeeeeeeee?!—
—Sí—
—¡Pero estás hablando de un lote completo!—
—Si lo pidiera directamente, te espantarías. Deja de gritar.
—Balbin, puedo hacer lo que me pidas, pero antes de darte un lote, caería tan bajo como para arrastrarme al mundo en solitario y drenar humanos sin precaución… a montones.—
—No digas cosas repulsivas, sé que serías incapaz de soltar tus lujosos privilegios.—
—Tienes razón.—
—La tengo.—
—Pero un lote, no sé… — el pelirrojo, de estar preocupado pasó a sonreír con picardía. — Lo pensaría si me dejas conocer a tu humano luego.
—Tengo una mejor idea… puedo darte acceso a una Premium.—
—¡Ay, Balbin! — apretó los labios muy fuerte después de abrazarlo. —Te daré dos lotes si haces eso.—
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—¿Balbin, me escuchaste? —cuestionó el pelirrojo.—
—¿Qué decías?—
—Estás algo distraído y asustadizo. ¿Hay algo que deba saber?—
—Deja de hacer especulaciones y habla de una vez.—
—Lo repetí dos veces, pero está bien. Dije que… ¿por qué no le pides a los arcaicos una reserva?—
—Guárdate tus preguntas, ¿entiendes?—
El pelirrojo lo vio marcharse en dirección a las peligrosas ráfagas que lo lanzaban hacia algún lejano lugar del limbo. Nadie tan loco como Balbin para relajarse en esos lugares. El pelirrojo alzó el brazo.—
—¡Ten cuidado en los límites con los sonares! ¡Escuché que el rey no está y por eso están como locos!—
quiero ver a Balbín admitir que le gusta Agustin
...necesito terapia.
me embaracé. Siwel cásate conmigo¡!