Una heredera perfecta es obligada a casarse con un hombre rudo y desinteresado para satisfacer la ambición de sus padres, solo para descubrir que detrás de su fachada de patán se esconde el único hombre capaz de ver su verdadero yo, y de robarle el corazón contra todo pronóstico.
Damián Vargas hará todo lo posible por romper las cadenas del chantaje y liberarse de su compromiso forzado. El único problema es que ahora que la tiene cerca, no soporta la idea de soltarla.
Valeria Montenegro es la hija ejemplar: elegante, ambiciosa y perfectamente educada. Para ella, casarse con un Vargas significa acceder a un círculo de poder al que ni siquiera su familia puede aspirar alcanzar el estatus . Damián dista mucho de ser el hombre que soñó para su vida, pero el deber familiar pesa más que cualquier anhelo personal. Desear su contacto nunca formó parte del plan… y mucho menos enamorarse de su futuro esposo.
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Capitulo : 4 La Cena
Tarde o temprano, tendras que conocerlo. ¿Qué importa si es hoy, en una semana o en un mes?.
Claro que importa —refunfuñé en mi mente—. No es lo mismo prepararse psicológicamente para conocer al hombre con quien pasarás el resto de tu vida, que tenerlo frente a ti como si fuera un trámite inesperado.
Esa respuesta ardía en mi garganta, pero nunca saldría. En casa de los Montenegro, hacer preguntas incómodas tenía un alto precio, y aunque ya era adulta e independiente, aún temía las consecuencias de desobedecer: el desdén helado de mi madre y la decepción punzante de mi padre.
—Queremos acelerar el proceso —intervino mi madre, su voz suave como terciopelo, pero con un filo oculto—. Planear una boda como la tuya requiere tiempo, y tu prometido es… exigente con los detalles.
La palabra *prometido* resonó en el aire como un eco vacío. ¿Cómo podía referirse a él así si ni siquiera lo había visto?
—El año pasado\, la revista *Élite* lo describió como el soltero más codiciado de la década —añadió mi madre\, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos—. Rico\, poderoso y con un pedigrí impecable. Esta vez\, tu padre ha superado todas las expectativas.
Su entusiasmo me recordó al que mostró cuando logró entrar en el comité de la Gala Anual del Museo Metropolitano. Para ella, la vida era una serie de logros sociales.
—Qué… maravilloso —murmuré, forzando una sonrisa que se sentía tan frágil como el cristal.
Al menos el hombre tendría todos sus dientes. Mis padres eran capaces de venderme al mejor postor, aunque estuviera a un paso del sepulcro
. El dinero y las conexiones siempre estaban por encima de todo.
Respiré hondo, tratando de ahuyentar esos pensamientos. «Aguanta, Valeria. Esta noche terminará».
Estaba furiosa, pero mi explosión tendría que esperar. No podía negarme abiertamente: ser desheredada no era una opción. Además, mi futuro esposo —el solo pensamiento me revolvía el estómago— aparecería.
Esta cena promete ser una tortura , pasar tiempo con mi familia y ahora esto.
Estaba furiosa, pero sabía que mi explosión tendría que esperar. No podía negarme de manera abierta: ser desheredada no era una opción. Además, mi futuro esposo —solo pensarlo me revolvía el estómago— podría aparecer en cualquier momento. No podía permitirme un escándalo.
Me froté las palmas sudorosas contra el vestido, tratando de mantener la máscara de tranquilidad que siempre llevaba en esa casa. Serena. Elegante. Sumisa en apariencia.
**—Bien —dije\, con un tono ligero que no reflejaba mi indignación—. ¿Y este hombre perfecto tiene nombre\, o solo es un número en la lista de Forbes?**
No recordaba a todos los solteros codiciados que habían pasado por esas páginas, pero los que sí recordaba no me inspiraban confianza. Si…
**—Los extraños me conocen por mi fortuna —una voz grave\, con un sutil acento italiano\, resonó a mis espaldas—. Mis amigos\, por mi nombre.**
Me quedé paralizada. Su voz era como seda sobre acero, cálida pero peligrosa. Sentí su aliento tan cerca que casi podía tocarme la nuca. Un escalofrío me recorrió la espalda, una mezcla de irritación y una atracción instantánea e inoportuna.
**—Ah\, aquí estás —dijo mi padre\, levantándose con una sonrisa triunfal—. Gracias por venir con tan poco aviso.**
**—No me perdería la oportunidad de conocer a su encantadora hija por nada del mundo —respondió él\, con una ironía tan sutil que casi pasó desapercibida.**
Cualquier embriaguez que su voz hubiera causado en mí se desvaneció al instante. «Así que este es el hombre perfecto», pensé con amargura.
**—Valeria\, saluda a nuestro invitado —ordenó mi madre\, con una sonrisa tan amplia que parecía a punto de romperse.**
Ajusté mi postura antes de levantarme.
Ponerme de pie.
Darme la vuelta.
Y contener la respiración.
Cabello castaño oscuro, peinado con una precisión que hablaba de control. Ojos grises, del color de una tormenta en el mar, que no parpadearon al encontrarse con los míos.
Una cicatriz leve en el labio superior, tan sutil que solo podría notarse de cerca. No era un hombre que encajara en el molde de lo convencionalmente guapo, pero había una intensidad en su mirada que lo hacía irresistiblemente magnético.
Mi futuro esposo era la encarnación del poder\, vestido de *Armani*. Su presencia no solo llenaba la habitación\, sino que parecía absorber toda la energía a su alrededor.
**—Valeria Montenegro —dije\, extendiéndole la mano con una calma que en realidad no sentía—. Un placer.**
Él la tomó, y su contacto fue como una descarga eléctrica. Sus dedos eran fuertes y cálidos, y el simple roce hizo que mi corazón se acelerara.
**—Lo supuse —respondió con una sonrisa que no llegó a sus ojos—\, después de escuchar a tu madre repetir tu nombre. Damián Vargas. El placer es mío.**
Su tono era educado, pero sus ojos decían otra cosa. Me examinó de arriba abajo, con frialdad, como si estuviera evaluando una posible adquisición.
**—Podría presentarme por mi patrimonio —continuó—\, pero sería de mala educación\, considerando el motivo de esta cena.**
Su sonrisa era un arma, afilada y precisa. Recordé mi comentario anterior sobre su fortuna y sentí que me sonrojaba. No había sido malintencionado, pero en este mundo, hablar abiertamente de dinero era una falta de clase.
**—Qué amable —respondí\, tratando de ocultar mi incomodidad con frialdad—. No se preocupe\, señor Vargas. Si me interesara su cuenta bancaria\, un simple vistazo a internet me daría todos los detalles. Junto con los rumores sobre su… encanto legendario.**
Algo brilló en sus ojos, pero no cayó en la trampa. En cambio, mantuvo mi mirada durante un instante cargado de tensión antes de soltar mi mano.
Aún podía sentir el calor de su toque en mi palma, pero el resto de mi cuerpo estaba helado. Bajo su mirada, me sentí completamente expuesta, como si cada una de mis inseguridades estuviera al descubierto.
Llevaba un vestido de tweed gris perla, elegante pero conservador, como lo había aprobado mi madre. Mis zapatos de tacón bajo y los aretes de perlas completaban el look. Todo en mí gritaba "hija obediente", y por la leve contracción de sus labios, estaba claro que a él no le impresionaba en absoluto.
Una mezcla de resentimiento y frustración se retorcía en mi interior. Solo habíamos intercambiado unas pocas palabras, pero ya tenía dos certezas:
Primera: Damián Vargas sería mi esposo.
Y segunda: estábamos a un paso de declararnos la guerra.