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Enamorada En Las Venturas Del Magnate

Enamorada En Las Venturas Del Magnate

Status: En proceso
Genre:CEO / Aventura de una noche / Posesivo / Mafia / Maltrato Emocional / La mimada del jefe
Popularitas:554
Nilai: 5
nombre de autor: Damadeamores

Viajes, estafas, strippers. Carl Johnson solo conoce ese estilo de vida. Una ambición sin medida entre el brillo de los casinos y la adrenalina de golpes magistrales, desde el robo de diamantes hasta la infiltración en bóvedas de alta seguridad.

Eso es hasta que aparece una mujer de curvas tentadoras; pero de ojos que creen ciegamente en el amor. Una creencia tan pura que puede resultar peligrosa.

¿Cuánto tienes que matar y conocer para saber que el atraco más arriesgado y traicionero podría ser el de tu propio corazón?

OBRA ORIGINAL © Damadeamores
No es anime.

NovelToon tiene autorización de Damadeamores para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 3

En la oficina central del casino Los Cuatro Dragones.

— ¡Eso es! —se carcajeó Loera, dándole por los hombros a Carl— Hiciste un buen trabajo.

El mulato se tragó la ira, viendo en la tableta como toda su familia iba en un helicóptero bajo el mando del canoso. ¿Cómo Sweet dejó subir a los demás ahí? A veces, era demasiado tonto. Ahora por ellos perdería una gran cantidad de dinero, por su imprudencia.

— ¿Cómo supiste que iría ahí?

— No me subestimes, Carl. —se sentó en su silla predilecta y respiró con toda calma el aire de grandeza que circuló por la habitación— ¡Mira qué bien trabajamos en equipo!

CJ llevó su puño derecho a su cadera, dejando pasar lo sucedido. Entendía bien la amenaza, sin necesidad de palabras, con esas imágenes.

— Ya tienes tu parte.

Se levantó con el maletín en manos, llevarse la mitad del dinero era una mini derrota. Estaba claro que la llamada fue interceptada, que todos sus celulares lo estaban.

— Nos vemos en la próxima misión, Carl.

Al salir, elevó la mirada hasta salir por las puertas traseras del lugar. La vio a ella, estaba botando la basura. Ella lo notó, casi doblándose un tobillo a pesar del tacón bajo de sus zapatos negros y semi afilados.

— ¿Cuándo repetimos? —dijo sin pudor, cortando la distancia.

Ella se rió, sacudiendo el polvo de sus manos.

— En tus sueños.

— Tengo la manía de hacer mis sueños realidad.

— Ha de ser verdad y eres muy creído. —le pasó por al lado, sin dirigirle la mirada— Fue un desliz, algo absurdo.

La sonrisa del mulato se mantuvo a pesar de las oleadas patidifusas. ¿No estaba convencida aún?

— Un desliz... —se dijo a sí mismo y ella cerró la puerta, sin escucharlo.

Quiso perseguirla, pero mejor no. Ya caería de nuevo.

El nombre de Millie se agrandó en la pantalla de su celular y el tono de llamada hizo eco entre los tancones de basura. Lo sacó de su bolsillo, encaminándose a su auto.

— Hola, bebé. Estoy libre, ¿vienes?

Carl miró al cielo, ¿hasta cuándo tenía que soportarla?

— Estoy cerca. Espérame.

— Ven cómo me gusta, ¿oyes?

Él colgó. ¿Ir vestido de masoca a las dos de la tarde? Ni pensarlo.

Se subió al auto, dejando el maletín bajo los asientos y arrancó.

...***...

Al llegar a su casa, del otro lado de la ciudad, a unos metros de la estación de trenes; aparcó por la parte de atrás. Entre arbustos y palmeras medianas, nadie notaría ni vería nada de lo que estaba a punto de ocurrir.

Tocó la puerta, resignado. Ella abrió. Su lencería de encaje negro, esposas colgando de su cintura y el látigo en su cadera izquierda; no conquistaron la vista de Carl.

— Mmm... no viniste como te dije... —con un tono meloso, lo tomó del cinturón, haciéndolo pasar— Eso tiene consecuencias.

Cerró la puerta y, en tres pasos, logró tener la fuerza para hacerlo girar, desprevenido, y tirarlo de espaldas a la cama.

Él mantuvo el silencio y la dejó que lo amarrase de manos a la cabecera.

— ¿Es necesario?

— No obedeciste mis reglas...

Ajustó el nudo y besó su oreja.

— No tengo ganas. Hoy no, Millie.

Le esquivó el beso en los labios. En cambio, ella no se rindió y le desabrochó el pantalón. Se encontró algo dormido, pero lo asimiló bien. Pues se colocó a horcajadas sobre el pecho de Carl.

— ¿Necesitas más? —le dio una bofetada, Carl se rió en ironía— ¿Esto es lo que quieres, babe?

Otra bofetada sonó. Otra. Y otra más.

— No juegues conmigo... te va a ir mal.

Su tono fue de advertencia. Ella lo tocó, seguía dormido.

— ¿Qué pasa? Te gustaba.

Otra bofetada. Entusiasmada, su lengua se encaminó por el cuello de él, el lóbulo de su oreja, sus labios.

Las venas por los brazos del moreno sobresalieron en la luz inflaroja, detestaba que le hiciera eso y ya no encontraba la razón por la cuál soportarlo. La encaró y tiró de las sogas, rompiendo la madera desgastada de la cama.

— ¡Ey! ¿Qué haces?

La tomó por los hombros, la posicionó en cuatro y con el látigo la empezó a ahorcar.

— No, Carl, no... —intentó hablar, sintiendo el aire escaparse de sus pulmones.

Manoteó, golpeó con sus puños sobre la cama; mas eso no servía de nada. Los ojos del moreno estaban tornados de furia.

— Esto es lo que pasa cuando le golpeas la cara a CJ, muñeca.

Aseguró el agarré hasta ver como sus hombros cayeron desplomados y el cuero comenzó a lastimar su garganta. Un charco de sangre se fue formando bajo el rostro morado de la chica.

— ¿Ahora quién juega mejor?

Soltó el látigo y se bajó de la cama. Abrochó sus pantalones y con las mismas sábanas que ella usaba con otros clientes, la envolvió.

Esperó a que cayera la noche, cerrando cada salida y entrada de la casa. Se aseguró de que nadie viera cómo la llevó hasta el capot del auto escondido. Luego se fue para el desierto, a unas montañas donde sabía perfectamente que nadie buscaría allí.

Cavó un mini hueco. Lo suficiente como para prenderla en fuego hasta mitad de cuerpo y dejar enterrado el resto, bajo las arenas desérticas.

Hecho el trabajo, una sonrisa se le dibujó y bailó hasta llegar al auto. Limpió sus manos como si de botar migajas de galletas Maria se tratase. Sacudió sus zapatos antes de subir y encendió la radio.

La ciudad, desde lejos, era una mina de diamantes relucientes.

En la autopista, a mitad de camino, se le pareció ver la figura de Abby en una gasolinera y se detuvo.

Bajó la ventanilla. Era ella sin duda alguna. Iba vestida de su uniforme de trabajo y el auto tenía el logo de Loera. Después de todo, tomar el camino largo sirvió de algo.

La chica pagó a la cajera, tomó su tarjeta y se subió a su coche. Condujo con cuidado entre las bombas de gasolina, miró a los lados sin verlo a él, y se incorporó a la carretera.

— Encontrarnos dos veces no puede ser casualidad. —se convenció antes de seguirla.

A velocidad baja, la mantuvo en la mira todo el tiempo. Por quince minutos, quizás.

Fue lo bastante descuidado para dejarse llevar por las ansias y hacerse visible con un parpadeo de luces.

Ella miró por el retrovisor, asustada. Pensó que era un asaltante y pisó el acelerador. Carl hizo lo mismo y se le pegó al parachoques trasero. ¿En serio creyó que le ganaría a su Ferrari de última generación con un auto básico?

— Por favor, Dios... —oró ella en puro nervio, manteniendo el control del volante— Dime que... —se fijó bien en el retrovisor y la la mancha oscura tras las luces deslumbrantes— espera.

Observó bien la figura del tipo, reconoció su rostro sonriente.

— Maldito seas, Carl.

Miró al frente, faltaban varios kilómetros para llegar a la ciudad.

— No me queda de otra que enfrentarlo...

Sin saber bien que diría o haría, se detuvo bajo un puente. Eran los únicos en aquellas calles. Sea lo que fuese que ocurriese, nadie lo sabría. Estaba perdiendo la cabeza, pero no se iba a rendir ni dejar matar por él. Buscó en la guantera.

— Te tengo en el bote. —canturreó él al verla detenerse.

Creyó que todo estaba resuelto. No se le había ocurrido tener relaciones bajo un puente. Esta chica era innovadora y le gustaba eso.

Se bajó del auto, bajando las mangas subidas de su jersey de hilo negro.

La puerta del auto de ella se abrió.

Él se acercó a paso firme. Ella se quedó de espaldas, con las manos por delante. Su respiración acelerada la delataba.

— ¿Nos ahorramos la plátic-?

Ella se volteó y subió el arma, apuntándole justo en el centro de su frente.

— ¡Aléjate de mí!

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