Ella creyó en el amor, pero fue descartada como si no fuera más que un montón de basura. Laura Moura, a sus 23 años, lleva una vida cercana a la miseria, pero no deja que falte lo básico para su pequeña hija, Maria Eduarda, de 3 años.
Fue mientras regresaba de la discoteca donde trabajaba que encontró a un hombre herido: Rodrigo Medeiros López, un español conocido en Madrid por su crueldad.
Así fue como la vida de Laura cambió por completo…
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Capítulo 19
El día amaneció luminoso y cálido en Río de Janeiro. Rodrigo se despertó temprano, se puso uno de sus trajes a medida, se miró en el espejo, queriendo asegurarse de que estaba presentable. Ya tenía en sus manos los papeles del matrimonio civil con Laura. Sabía que cada paso debía ser meticuloso, no solo por la legalidad del contrato, sino para convencer a todos, especialmente a su abuela, de que aquel matrimonio era legítimo.
El apartamento aún estaba en el silencio de la mañana cuando Rodrigo llegó, impecable en un traje azul marino ajustado, el cabello bien peinado y alineado, un perfume amaderado llenando el aire que atravesó la puerta. Laura lo esperaba con Duda en brazos, la niña aún un poco somnolienta, los ojos entreabiertos y el cuerpo caliente acurrucándose contra el de ella. Doña Zuleide, sentada a la mesa de la cocina, observaba todo en silencio.
Rodrigo no perdió tiempo. Tras el saludo breve, reveló con naturalidad los documentos que tenía en manos. Eran los papeles para el matrimonio civil.
El proceso ya había sido iniciado por él, con el apoyo de sus abogados. El matrimonio sería discreto, realizado en Brasil, bajo un contrato de un año. Un acuerdo por seguridad, pero también por cuidado. Él quería llevar a Duda a España, lo más rápido posible.
—Vamos a proveer todo lo que ustedes necesitan para el viaje y para este nuevo capítulo de sus vidas —dijo él, con la naturalidad de quien hacía eso hacía años.
Laura, aún tomada por la intensidad de los acontecimientos, apenas asintió con la cabeza. El gesto, aunque pequeño, cargaba un peso inmenso.
Horas después, estaban en uno de los shoppings más lujosos de Río de Janeiro. Rodrigo tomaba la mano de Duda, mientras Laura caminaba al lado. La niña, fascinada, apuntaba a vitrinas y maniquíes coloridos. Rodrigo sonreía con una ternura rara de ver.
En una de las tiendas infantiles más caras, él se arrodilló y escogió vestidos floreados, conjuntos cómodos, muñecas y juguetes educativos. Las dependientes corrían para atender sus pedidos. Era como si él estuviera descubriendo un nuevo mundo.
Duda se entusiasmó con un pequeño piano colorido, y Rodrigo no dudó en colocarlo en el carrito con la muñeca y un abrigo de invierno.
—Vas a necesitar uno de esos en Madrid —dijo sonriendo.
Las manos de los guardaespaldas ya estaban repletas de bolsas. Carlos Sánchez, siempre atento, seguía a todos con una sonrisa enigmática en su rostro, en cuadro observaba al jefe actuar como un padre, sin ni siquiera percibirlo.
Aun con los pedidos de Laura para no gastar tanto, Rodrigo insistió en escoger personalmente algunas prendas de ropa para la niña.
Después de dejar que Duda comiera papas fritas a voluntad y un delicioso helado, siguieron para algunas de las tiendas más sofisticadas, incluso bajo las protestas de Laura, que no creía necesario tantos gastos.
Ella sabía cuánto llamaban la atención de las personas. Rodrigo, bien vestido, los guardaespaldas con muchas bolsas en manos y ella y su hija, con ropas simples y desgastadas.
—Entiende, si tú serás mi esposa, deberás vestirte y actuar como tal. Usarás las mejores ropas y joyas...
—¡Joyas!
—Laura... La esposa de Rodrigo López solo usa lo mejor —el tono de Rodrigo no dejaba espacio para discusiones.
Continuaron andando de tienda en tienda, Duda ya dormitaba en los brazos de Rodrigo, que no se cansaba de mimarla.
Todos fueron hasta una de las boutiques más exclusivas del centro comercial. Laura, avergonzada con sus ropas raídas y ya fuera de moda, dudó en entrar. Las vendedoras, al verla, fruncieron el ceño, intercambiando miradas de desprecio.
Rodrigo, percibiendo el clima, atravesó la tienda con la calma de un felino a punto de atacar. Colocó a Duda adormecida en el pequeño sofá reservado para clientes y se aproximó a las funcionarias:
—Cierren la tienda. A partir de ahora, ella es cliente exclusiva —habló él, con una mirada en dirección a Laura—. Quiero que traigan las mejores piezas. Nada que cueste menos del vale la presencia de ella en mi vida.
El choque de las dependientes fue visible, así como la incredulidad en sus rostros.
Carlos Sánchez proveyó todo e inmediatamente la tienda fue cerrada, transformándose en un desfile de opciones.
Tejidos importados, vestidos a medida, zapatos elegantes. Laura se sentía desubicada, pero, al mismo tiempo, algo dentro de ella florecía. Rodrigo la observaba con atención, y lleno de satisfacción, aprobaba con un leve movimiento de cabeza cada elección que ella hacía.
Cuando ella salió del probador con un vestido azul marino y, por primera vez, sonrió abiertamente para él.
—Estás linda —comentó él, sincero.
Laura se encogió y bajó los ojos, murmurando un agradecimiento.
Al salir de la tienda, las funcionarias de aquella tienda casi hicieron reverencia a la pareja, ¡nunca facturaron tanto! Fue la mayor venta de sus vidas.
Rodrigo cargaba a Duda en los brazos por los corredores amplios y Laura con algunas bolsas en las manos caminaba al lado de él, los tres guardaespaldas, con los brazos repletos de paquetes, fuera de lo que sería entregado en el hotel donde estaban hospedados.
Carlos Sánchez, mirando la escena mandó que llevaran los paquetes para el coche, para no llamar la atención. Él, siempre atento para la seguridad de su jefe.
Rodrigo tomó otra decisión.
—Antes de volver, a otro lugar. Aún falta algo importante.
Pararon en frente a una joyería de alto estándar. Laura, sorprendida, intentó retroceder pero él la guio gentilmente para dentro.
—Ya que vamos a casarnos, quiero que tengas un anillo digno de ti.
La dependiente los recibió con entusiasmo al reconocer en Rodrigo una persona de poder, percibiendo la calidad de sus ropas y la proximidad de los guardaespaldas que los acompañaban.
Rodrigo pidió que mostraran los anillos de compromiso más refinados. Laura dudó delante de las bandejas relucientes.
—Rodrigo, eso no es necesario...
—Sí lo es —él la encaró—. Tú estás haciendo esto por tu hija. Yo quiero hacer esto de la forma correcta. Mi abuela es una persona muy astuta, no se dejaría engañar fácilmente.
Ella escogió un modelo simple, pero elegante, con un pequeño diamante central. Rodrigo sonrió y pidió que grabara las iniciales de ellos por dentro. Y, mientras esperaba el anillo, compró también un collar delicado con una pequeña piedra rosa para Duda.
En el coche, Duda dormía nuevamente, con el collar en el cuello y el oso de peluche en los brazos.
Rodrigo miró a Laura y dijo, con voz baja:
—No te preocupes por nada. A partir de ahora, están bajo mi responsabilidad.
Ella no respondió, pero bajó los ojos con expresión que mezclaba gratitud y temor. No sabía lo que el futuro reservaba, pero por primera vez, sentía que tal vez no estuviese más tan sola.