En el elegante y misterioso mundo de los multimillonarios, una mujer se esconde detrás de una fachada de pura seducción. Nina es la dama perfecta, la musa enigmática que los hombres desean y las mujeres envidian. Nadie sabe que Nina es la heredera de una de las fortunas más grandes del mundo.
Su misión es infiltrarse en el círculo íntimo de su futuro legado, descubrir quiénes son sus aliados y quiénes son sus enemigos. Y lo hará usando su belleza, su astucia y su encanto.
Entre cenas de lujo, conversaciones envenenadas y caricias furtivas, Nina comenzará a desentrañar una red de secretos que cambiará su vida para siempre. Con un pie en la alta sociedad y otro en las sombras, tendrá que decidir hasta dónde está dispuesta a llegar.
"Seducción en dos actos" es una historia sobre el poder, el deseo y la lucha interna de una mujer que juega a un juego peligroso. Una mezcla perfecta de comedia, erotismo y misterio que te hará cuestionar hasta dónde llegarías por una fortuna… y por amor.
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El Verdadero Juego
Nina se giró con la lentitud estudiada de quien no tiene prisa por nada en la vida, aunque su corazón estaba haciendo una audición para un papel en Stomp. Se encontró con unos intensos ojos verdes que brillaban con la intensidad de esmeraldas bajo el sol, enmarcados en un rostro que parecía esculpido por un artista particularmente inspirado. La diversión bailaba en las comisuras de sus labios como si conociera un chiste que el resto del mundo aún no había escuchado.
—Una nunca sabe cuándo necesitará todos sus sentidos —respondió ella, estudiándolo con la cautela de quien observa una obra de arte en busca de la firma que determine si es una obra maestra o una falsificación brillante.
—Alexander Cross —se presentó él, rompiendo el protocolo establecido al no ofrecerle la mano. El tipo de hombre que conocía las reglas lo suficientemente bien como para saber exactamente cómo romperlas con estilo—. Y tú debes ser la famosa Sofía.
Nina sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. La forma en que pronunció "Sofía" sonaba como si estuviera poniendo el nombre entre comillas invisibles.
—Mi reputación me precede —respondió, manteniendo su voz en ese registro bajo y seductor que hacía que los hombres se inclinaran inconscientemente hacia ella para escuchar mejor.
—O tal vez —sonrió él, y su sonrisa era como un arma de doble filo envuelta en terciopelo— solo soy muy bueno leyendo a las personas.
El corazón de Nina ejecutó una complicada rutina de gimnasia rítmica en su pecho. Cada instinto que había desarrollado en sus años de doble vida gritaba "¡Peligro!" como una alarma de incendios en su cabeza. ¿Podría este hombre ver a través de su cuidadosamente construida fachada? ¿O solo estaba jugando con ella, como un gato que finge no estar interesado en el ratón hasta el último momento?
Esa forma en que sus ojos verdes brillaban con diversión contenida sugería que sabía exactamente el efecto que estaba teniendo en ella, y lo estaba disfrutando inmensamente. Era el tipo de mirada que hacía que Nina quisiera verificar su maquillaje y sus coartadas, no necesariamente en ese orden.
Nina observó cómo Alexander Cross se deslizaba entre la multitud con la gracia depredadora de una pantera en esmoquin. Su figura alta se perdió entre el mar de vestidos de gala y joyas centelleantes, pero la sensación que había dejado en ella persistía como el sabor del último sorbo de un vino excepcional.
Se llevó la falsa copa de Manhattan a los labios, usando el gesto para ocultar la sonrisa torcida que amenazaba con romper su cuidadosa máscara de seducción profesional. El control, su preciado control, se estaba deslizando entre sus dedos como arena fina. Ella, que había perfeccionado el arte de la manipulación hasta convertirlo en una sinfonía de gestos estudiados y palabras medidas, de repente se sentía como una principiante en su propio juego.
"Sofía nunca perdería el control", pensó, observando su reflejo en el espejo tras el bar. "Pero Nina..." Nina era otra historia. Nina era la heredera que se escondía detrás de pestañas postizas y labial rojo, la mujer que había creado a Sofía como quien construye un búnker: para protegerse, para sobrevivir, para ganar una guerra que aún no comenzaba oficialmente.
Un recuerdo atravesó su mente como un relámpago: el testamento de su padre, esas páginas llenas de cláusulas y condiciones que harían que un abogado fiscal pareciera un lector de cuentos infantiles. "Para heredar", había dicho el abogado con esa voz monótona que parecía venir de una grabación, "deberás demostrar que entiendes el negocio desde adentro. Cada aspecto del negocio". Y luego había sonreído, una sonrisa que sugería que sabía exactamente qué tipo de "negocios" manejaba su padre tras las cortinas de seda de sus empresas legítimas.
—¿Más Manhattan, señorita? —la voz del barman la trajo de vuelta al presente.
—No, gracias, cariño —respondió automáticamente en el tono dulce de Sofía—. Una chica debe mantener sus secretos... y su equilibrio.
"Secretos", reflexionó mientras se alejaba del bar. "Como si no fuera ya un secreto con tacones". Nina dentro de Sofía dentro de Nina, como esas muñecas rusas que su padre coleccionaba. ¿Cuántas capas tendría que quitar alguien para encontrar a la verdadera mujer debajo de todo el barniz y las mentiras?
Y entonces estaba Alexander Cross, con esos ojos que parecían rayos X emocionales y esa sonrisa que sugería que ya había empezado a pelar las capas de su disfraz. Era peligroso, sí, pero tal vez ese era exactamente el tipo de peligro que necesitaba. Después de todo, ¿qué mejor manera de descubrir los secretos de su herencia que a través de alguien que parecía experto en ver a través de las máscaras?
Una risa burbujeante escapó de sus labios, ganándose algunas miradas curiosas de los invitados cercanos. "Oh, papi", pensó con una mezcla de ironía y afecto tardío, "¿querías que entendieras el negocio desde adentro? Bueno, aquí estoy, nadando con tiburones en tacones de diseñador".
Se detuvo frente a uno de los ventanales que ofrecían una vista panorámica de Manhattan. La ciudad brillaba bajo sus pies como un collar de diamantes desparramado sobre terciopelo negro. En algún lugar de ese laberinto de luces y sombras estaban las respuestas que buscaba, los secretos que su padre se había llevado a la tumba, la verdad sobre el imperio que algún día sería suyo... si sobrevivía al juego.
"El verdadero juego", se corrigió mentalmente, "apenas está comenzando". Y mientras observaba su propio reflejo superpuesto sobre las luces de la ciudad, vio algo nuevo en sus ojos: un brillo de anticipación, de desafío, quizás incluso de deseo. No el deseo superficial de que Sofía fingía tan bien, sino algo más profundo, más peligroso.
Lo que Nina no podía saber, mientras ajustaba su máscara una última vez frente al reflejo del vidrio, era que esta noche había puesto en marcha una cadena de eventos que la llevaría mucho más allá de los límites de su cuidadosamente planificado juego de seducción. El tablero estaba dispuesto, las piezas en movimiento, y ella acababa de hacer su primera jugada en una partida donde las reglas cambiarían con cada movimiento, y donde el premio —o el castigo— sería mucho más que una simple herencia.
La noche de Nueva York le guiñó un ojo a través del cristal, como si la ciudad misma supiera que acababa de presenciar el inicio de algo extraordinario. Y en algún lugar de ese laberinto de cristal y acero, Alexander Cross probablemente estaba sonriendo, sabiendo que había encontrado a una jugadora digna de su juego.