Morí sin ruido,
sin gloria,
sin despedida.
Y cuando abrí los ojos…
ya no eran míos.
Ahora respiro con un corazón ajeno,
camino con la piel del demonio,
y cargo el nombre que el mundo teme susurrar:
Ryomen Sukuna.
Fui humano.
Ahora soy maldición.
Y mientras el poder ruge dentro de mí como un fuego indomable,
me pregunto:
¿será esta mi condena…
o mi segunda oportunidad?
NovelToon tiene autorización de Vic82728 para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 16 – El Infierno que Dejé Atrás
El humo de Shibuya
Todo olía a muerte.
Victor caminaba entre los escombros, rodeado por edificios en ruinas, cuerpos calcinados y un silencio ensordecedor. Sabía que esto no era real… y aun así podía sentirlo.
Era un recuerdo.
Un eco.
El eco de Sukuna.
Las luces parpadeaban. Los postes eléctricos chispeaban. Y el aire... estaba denso con energía maldita.
Victor avanzó entre la multitud de civiles atrapados en el velo del velo. Ellos no podían verlo.
—Esto… esto fue lo que hiciste —murmuró Victor, sintiendo que su garganta se cerraba.
Sukuna rió dentro de su mente.
—No lo niegues, niño. Ahora también es parte de ti.
Sello
Victor sintió una sacudida en su estómago. Como una piedra cayendo.
Giró la cabeza.
Allí estaba.
Satoru Gojo, inmóvil, rodeado por un campo de energía sellado. Frente a él, el cubo del Prisión del Reino ya estaba a medio cerrar. Suguru Geto —o más bien, lo que quedaba de él— sonreía con desdén mientras lo sellaba.
Victor intentó gritar, correr, intervenir.
Pero su cuerpo no respondió.
Estaba atrapado en el recuerdo. Obligado a observar.
—Gojo… —susurró.
Una chispa de desesperación lo golpeó. Y también algo más: culpa.
Aunque no fuera él quien lo selló.
Aunque no fuera él quien destruyó Shibuya.
Era su poder. Su legado. Su sombra.
Despertar
Victor cayó de rodillas.
Una oleada de energía maldita lo recorrió como una corriente eléctrica.
—¿Quieres saber lo que sentí ese día? —susurró Sukuna desde su interior—. Nada.
—¡Mentira!
El suelo tembló. La escena se fragmentó como cristal.
Victor despertó jadeando, cubierto en sudor. Estaba de regreso en el presente, a las afueras de Shibuya… donde los primeros signos del caos habían comenzado a repetirse.
Esta vez, no era un recuerdo.
Era el inicio de algo nuevo.
Repetición del desastre
Las estaciones subterráneas colapsaban. Espíritus malditos salían de cada esquina. El cielo sobre Shibuya temblaba con energía distorsionada.
Era como si alguien quisiera recrear exactamente el mismo escenario.
Victor no dudó.
Saltó a las calles en ruinas, cruzando como una sombra entre civiles y maldiciones. Estaba decidido.
—¡No dejaré que se repita! ¡No dejaré que me convierta en ti!
Su brazo brilló con energía maldita.
—¡Kai! —gritó, cortando a través de un espíritu de grado especial como si fuera papel.
Más y más lo rodeaban.
Pero Victor era diferente ahora.
No solo era el recipiente. Era el portador.
Encuentro
En medio del caos, una figura familiar apareció: Mahito.
Victor se tensó. Lo recordaba. Lo odiaba.
Mahito sonrió como un niño travieso.
—Oh, vaya… tú no eres Yuji. Pero hueles como Sukuna.
Victor levantó la mano, invocando una explosión de fuego.
—No cometeré sus errores.
La batalla estalló.
Chispas. Maldiciones. Gritos.
Victor cortaba sin dudar, fuego y destrucción girando a su alrededor. Controlaba el poder de Sukuna... pero no sin esfuerzo. Cada técnica le drenaba la mente, la voluntad.
Mahito rió mientras su cuerpo mutaba y se regeneraba.
—¿Puedes realmente salvar a alguien… si estás hecho para destruir?
Gojo, sellado otra vez
Victor alcanzó el centro de la ciudad… y lo vio.
Gojo, esta vez sellado de nuevo, rodeado por una energía que imitaba la del Prisión del Reino. Pero no era exactamente igual.
Era una trampa.
—¡No! —gritó Victor, corriendo— ¡¡No otra vez!!
Pero justo antes de llegar, una figura se interpuso.
La Reina.
Sonriente.
Inmensa.
Inhumana.
—No puedes cambiar el pasado —dijo—. Solo repetirlo.
Victor se detuvo. El fuego de su corazón amenazaba con consumirlo.
—Eso es lo que te enseñó Sukuna. Pero yo… no soy él.
Decisión final
El cielo rugía.
La ciudad se desmoronaba.
Gojo estaba perdido, al menos por ahora.
Y frente a él estaba su mayor amenaza.
Victor activó su Dominio por completo.
“Relicario Demoníaco: Resplandor del Juicio.”
La Reina levantó una ceja.
—¿Por fin decides luchar como un rey?
Victor respondió con una sonrisa oscura.
—No… como alguien que quiere romper el ciclo.
Capítulo Dieciséis – Parte II: Ecos del Rey Maldito
Conversación entre sombras
Un silencio denso flotaba en la oscuridad del santuario maldito.
Las paredes estaban cubiertas por talismanes sangrientos. Velas negras flotaban sobre el suelo. El único sonido era el chisporroteo de la maldición viva: Jogo, su cuerpo emitiendo llamas azules que ondeaban en la penumbra.
Frente a él, con una sonrisa enigmática y ojos fríos, Kenjaku observaba el mapa espiritual de Japón. Las líneas de energía maldita se aglomeraban… todas apuntando a un mismo epicentro: Victor.
—Cinco —dijo Kenjaku con calma—. Ha consumido cinco dedos de Sukuna.
Jogo frunció el ceño, sus flamas se agitaron.
—¿Solo cinco? ¿Y ya se mueve como si fuera un heredero legítimo del Rey?
Kenjaku rió suave, entre dientes.
—No subestimes lo que significa tener un alma distinta. Sukuna no lo ha destruido. No aún. Lo observa… lo estudia. Y eso lo vuelve más peligroso. Porque cuando el Rey despierte… no será igual que antes.
—¿Y los diez dedos restantes?
Kenjaku caminó hasta una caja sellada, abriéndola lentamente. Dentro, envueltos en papel ritual, diez dedos oscuros, secos y grotescos brillaban como carbones malditos.
—Aquí están.
—¿Y cuándo planeas usarlos?
—Cuando sea el momento en que Victor esté emocionalmente vulnerable. Cuando su alma esté fracturada… Sukuna tomará el control.
Interior: La prisión del Rey
Dentro del alma de Victor, una prisión de huesos y sombras se alzaba como una catedral de sufrimiento.
Allí, en un trono de carne y espinas, Sukuna abría los ojos lentamente.
Cinco cadenas sellaban sus extremidades.
Cinco, y no más.
—El mocoso se cree fuerte —dijo con voz grave y sedienta de sangre—. Pero no ha probado el abismo.
Se inclinó hacia el frente, sus cuatro brazos crujieron con lentitud.
—Aún no ha visto lo que significa perderlo todo.
Un susurro cruzó la prisión.
“Pronto.”
Victor, algo se rompe
En medio del desastre en Shibuya, Victor había logrado repeler a Mahito, pero su cuerpo empezaba a fallar.
El uso intensivo de técnicas malditas, la activación parcial del Relicario Demoníaco, y su estado emocional inestable abrían brechas en su alma.
—No… no ahora… —jadeó, llevándose la mano al pecho.
Las marcas negras de Sukuna comenzaban a brillar sobre su piel. Sus uñas se ennegrecieron. Un segundo par de ojos se abría poco a poco debajo de los suyos.
La voz de Sukuna resonó con fuerza:
—¡Déjame salir, mocoso! ¡Solo un instante! ¡Déjame enseñarte cómo se limpia una ciudad de basura!
Victor gritó, cayendo de rodillas.
Los cazadores de reyes —una organización secreta de exorcistas— lo rodeaban. Estaban listos para sellarlo.
Pero entonces…
El sexto ojo se abrió.
El control parcial
Sukuna tomó control parcial del cuerpo de Victor.
Su rostro cambió. Su voz también.
—Ah… esto se siente tan bien —dijo, girando los hombros como si despertara de una siesta.
Los cazadores dieron un paso atrás. El aura había cambiado. No era el chico que dudaba y sufría. Era otra cosa.
Una presencia arcaica, imperial, pura maldad envuelta en forma humana.
—¿Qué… qué está pasando? —preguntó uno de ellos.
—Ese no es Victor —dijo otro—. ¡Es Sukuna!
Pero el dominio no se activó aún. Sukuna no tenía su poder completo.
Solo cinco dedos.
Aún así… suficiente para matar.
Con una sonrisa calmada, Sukuna levantó dos dedos.
—Hachi.
Los cuerpos de los cazadores se abrieron como mariposas.
El dilema interior
Dentro del alma compartida, Victor luchaba por tomar el control.
—¡Basta! ¡Detente!
—¿Detenerme? —rió Sukuna—. Te hice un favor. Ellos iban a matarte.
—¡Eso no justifica un baño de sangre!
Sukuna lo observó, serio, por primera vez.
—¿Sabes qué es lo que más odio de ti, Victor? Que crees que puedes salvar a todos. Pero ya no eres humano. No del todo.
Victor tembló.
Sukuna se acercó.
—Déjame mostrarte cómo se sobrevive en este mundo. Cómo ser temido. Cómo ser un Rey de verdad.
Victor lo miró.
—Prefiero morir… antes que convertirme en ti.
Sukuna sonrió.
—Entonces muere intentando ser alguien que no puedes.
Kenjaku sonríe
En otra parte, observando desde una barrera remota, Kenjaku notó la explosión de energía maldita.
—Ah… ya comenzó.
Jogo apareció a su lado.
—¿Y si Victor logra suprimir a Sukuna?
—No importa —respondió Kenjaku—. Porque cada vez que lo haga… dejará abierta una herida. Y en alguna de esas, será la definitiva.
Kenjaku observó los diez dedos restantes.
—Y cuando eso ocurra… el verdadero Rey caminará de nuevo.