Rachely Villalobos es una mujer brillante y exitosa, pero también la reina indiscutible del drama y la arrogancia. Consentida desde niña, se ha convertido en una mujer que nadie se atreve a desafiar... excepto Daniel Montenegro. Él, un empresario frío y calculador, regresa a su vida tras años de ausencia, trayendo consigo un pasado compartido y rencores sin resolver.
Lo que comienza como una guerra de egos, constantes discusiones y desencuentros absurdos, poco a poco revela una conexión que ninguno de los dos esperaba. Entre peleas interminables, besos apasionados y recuerdos de una promesa infantil, ambos descubrirán que el amor puede surgir incluso entre las llamas del desprecio.
En esta historia de personalidades explosivas y emociones intensas, Rachely y Daniel aprenderán que el límite entre el odio y el amor es tan delgado como el filo de un cuchillo. ¿Podrán derribar sus muros y aceptar lo que sienten? ¿O permitirán que su orgullo
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Capítulo 4
El clima y mi amor de la infancia
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El ascensor era mi enemigo declarado.Ese maldito cubículo metálico lleno de espejos que te obligaban a mirarte desde todos los ángulos. Normalmente me encanta mi reflejo (¿quién no lo haría con esta cara?), pero hoy… hoy era diferente.
—¡No, no, no! —grité, alzando mi mano para ver el desastre. Mi perfecta manicura francesa, hecha especialmente para esta semana de reuniones, había sufrido un ataque atroz. Una uña partida. PARTIDA.
—¿Por qué los ascensores no pueden ser más suaves? ¡Esto es inaceptable! —me quejé, mirando mi dedo como si estuviera sangrando. No lo estaba, pero el dolor en mi orgullo era mil veces peor.
—¿De verdad estás lloriqueando por una uña? —Una voz grave y molesta resonó en el ascensor.
Miré al hombre que se apoyaba en una de las paredes metálicas con los brazos cruzados, como si estuviera completamente aburrido de mi existencia. Daniel Montenegro. Claro, ¿quién más?
—No es “solo una uña”, Montenegro —bufé, girándome hacia él con el ceño fruncido—. Es la uña. La pieza clave. ¿Sabes cuánto tiempo tardan en quedarte perfectas? ¿Cuánto cuesta un buen salón de belleza? Claro que no, porque tú eres un insensible.
—Oh, lo siento, señorita Villalobos —respondió con una sonrisa sarcástica, sin molestarse en ocultar su burla—. ¿Qué hacemos ahora? ¿Llamo a emergencias? ¿Busco un terapeuta? Quizás te mandemos a terapia de uñas.
Lo fulminé con la mirada. Sabía perfectamente que intentaba provocarme, y odiaba que estuviera logrando ponerme de los nervios.
—Esto es un ataque a mi dignidad —dije, señalándolo con mi mano herida—. Tú no entiendes lo que significa cuidarse.
—Claro, porque todos los días me levanto pensando en manicuras y bolsos de diseñador —replicó, su voz goteando sarcasmo—. Aunque no sé por qué me sorprendo. Eres exactamente lo que esperaba. Superficial, dramática y completamente… —hizo una pausa, buscando la palabra adecuada—. Infantil.
—¡Niñata! —solté, antes de que pudiera terminar su frase.
—Exacto. Lo dijiste tú, no yo.
El aire del ascensor estaba cargado de tensión. Lo odiaba. Lo odiaba por ser tan frío, tan arrogante, tan incapaz de entender que yo tenía razones válidas para hacer una escena.
—¿Sabes qué, Montenegro? No sé por qué estás aquí. Deberías estar en un lugar donde la gente sea igual de aburrida y apática que tú. Porque claramente no encajas aquí.
—Y tú claramente no encajas en una oficina —respondió sin perder la calma—. Aunque debo admitir que ayer me sorprendiste. Pero luego recuerdo que todo eso lo usas para cubrir tu falta de madurez.
Lo miré, entre indignada y sorprendida.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Que eres como un libro de portada dorada y letras en relieve. Por fuera, perfecto. Por dentro, solo páginas vacías.
Mi mandíbula cayó. No podía creer lo que había dicho.
—¿Un libro vacío? —pregunté, dando un paso hacia él—. ¿Eso crees de mí?
—No lo creo, lo sé —respondió con esa sonrisa burlona que hacía hervir mi sangre—. Pero no te preocupes, hay tiempo para rellenar esas páginas. Si es que dejas de llorar por cosas como una uña rota.
El ascensor se detuvo, y antes de que pudiera decirle algo más, él salió, dejándome allí, completamente furiosa.
—¡Esto no termina aquí, Montenegro! —grité, aunque él ya estaba caminando hacia la sala de reuniones.
Me miré al espejo una vez más, respirando hondo. Nadie, absolutamente nadie, me insultaba de esa manera y se iba como si nada. Montenegro iba a conocer a Rachely Villalobos. Y esta vez no iba a dejar que su arrogancia me ganara.
Enderezando mi postura y ajustando mi blazer, salí del ascensor con pasos firmes. Montenegro no sabía lo que se le venía encima.
[...]
Más tarde, ese mismo día.
Narra Daniel Montenegro.
El clima había empeorado. La lluvia golpeaba con fuerza las ventanas de la oficina, y el tráfico afuera era un caos. Decidí quedarme un rato más para evitar el peor momento, pero entonces la vi.
Rachely estaba en la recepción, completamente histérica, discutiendo con la recepcionista.
—¡No puedo caminar bajo esta lluvia! ¡Mira mi cabello, Clarita! ¿Sabes cuánto tiempo pasé haciéndolo esta mañana? Esto es un desastre. ¿Dónde está mi coche?
—Señorita Villalobos, su coche sigue en el taller. Usted misma dijo que lo llevaría ahí… —La recepcionista intentaba calmarla, pero Rachely no la escuchaba.
Suspiré, cansado de su drama. Por alguna razón que no entendí del todo, decidí intervenir.
—Yo te llevo a casa —dije, mi voz más brusca de lo necesario.
Ella se giró hacia mí, sorprendida.
—¿Tú?
—Sí, yo. Así que deja de llorar por tu pelo y muévete. No tengo todo el día.
Me siguió, aunque con su característico puchero de descontento. Cuando llegamos al coche, insistió en que le diera mi chaqueta para protegerse del agua. Cedí, solo porque no soportaba más sus quejas.
Durante el trayecto, apenas hablamos. Ella revisaba su teléfono, y yo intentaba ignorar su presencia, aunque no era fácil con el perfume que llevaba llenando el auto. Pero cuando nos acercamos a su destino, algo captó mi atención.
La dirección me resultaba familiar. Muy familiar.
Detuve el coche frente a una mansión impresionante, con jardines que parecían sacados de una revista. Pero lo que realmente me impactó fue un recuerdo que se coló en mi mente, como un rayo en medio de la tormenta.
—¿Esta es tu casa? —pregunté, mi voz más baja de lo habitual.
Ella asintió, mirando por la ventana con impaciencia.
De repente, las piezas encajaron. Esa casa, esos jardines… Yo había estado aquí antes. Hace mucho tiempo, cuando era solo un niño. Y entonces la recordé: una niña pequeña con dos coletas y un vestido amarillo. Una niña que siempre estaba a mi lado, riendo mientras jugábamos en el patio.
—¿Rachely? —pregunté, incrédulo.
Ella se giró hacia mí, su expresión cambiando de irritación a confusión.
—Yo… Yo jugaba aquí contigo, hace años. Cuando éramos niños.
Vi cómo sus ojos se agrandaban, la sorpresa reflejándose en su rostro.
—¿Daniel? —murmuró, su voz apenas un susurro.
Por primera vez, el silencio entre nosotros no estaba lleno de tensión o molestia. Era el silencio de dos personas conectando con un recuerdo compartido, uno que había estado enterrado durante años.
—No puedo creerlo —dijo finalmente, su voz temblando un poco—. Después de todo este tiempo…
No supe qué responder. Todo lo que sabía era que, en ese momento, Rachely Villalobos dejó de ser solo la niña consentida y superficial que tanto me irritaba. Ella era parte de mi pasado, y eso lo cambiaba todo.