Es la historia de una mujer que se niega a dejar a su pareja luego de descubrir sus mentiras, organiza la forma de conocer a su rival buscando respuesta....
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CAPITULO 18
VIENDO LA VERDAD.
Desde que comenzó su terapia, Donna había comenzado a notar sutiles cambios en su vida. Se sintió más consciente de sus emociones, menos retraida y con una claridad que antes no poseía. Su rutina diaria continuaba enfocada en su trabajo y su hija, pero había una cierta calma interna que le ayudaba a enfrentar el día de una manera nueva. No obstante, esa mañana en particular, una notificación en su teléfono rompió su tranquilidad.
Era un mensaje de Billy.
"Hola, amor. Ya estoy en la ciudad. ¿Te recojo en el trabajo? Quiero llevarte a un lugar que se te encantara. Te extraño".
Al principio, el mensaje le dio un pequeño impulso de alegría. Pero pocos segundos después, la incertidumbre se instaló en su mente como una sombra. ¿No temia Billy que alguien cercano a su esposa los viera juntos? Y si eso sucedía, ¿cómo actuaría? ¿La presentaría como una amiga o, aún peor, la negaría como su amante? Esa idea le revolvió el estómago. No quería verso a sí misma como una amante, especialmente porque Billy nunca había mencionado su matrimonio en todos esos años. Sin embargo, la verdad era dura. Había una esposa. Había una traición. Y ella estaba atrapada en medio de eso.
Pasó la mañana pensando, intentando encontrar respuestas dentro de sí. ¿Era correcto seguir peleando por Billy? ¿Su amor valía más que su dignidad como mujer? Sentía que cada sesión de terapia la llevaba a cuestionarse aún más, y en lugar de ayudarla, le dejaba un vacío que no sabía cómo llenar.
Cuando el reloj señalaba el final de la jornada, Donna recogio sus cosas con desgano, arrastrando los pies hacia la salida de su oficina. Billy la esperaba junto a su coche, con esa sonrisa brillante que antes le hacía acelerar el corazón. Esta vez, no sentí nada. Cuando él la besó, ella correspondió, pero sin la pasión de siempre.
—A dónde vamos? —preguntó, intentando distraerlo de su evidente desánimo.
Billy la miró con un destello de duda en los ojos, pero no dijo nada.
—Es una sorpresa. Sé que te va a gustar.
El coche avanzaba lentamente por las congestionadas calles de Manhattan. A través de la ventana, Donna observaba los grandes edificios, las personas apresuradas y las luces de la ciudad encendiéndose al caer la tarde. Sentía que estaba allí, pero al mismo tiempo, completamente ausente. Billy, notando su distancia, trató de acercarse con una conversación informal.
— ¿Cómo va el trabajo, cariño?
—Bien —respondió sin entusiasmo—. Aunque últimamente he estado recibiendo entrevistas para editar. Son para una revista muy reconocida, de esas que destacan a personas influyentes con impacto social.
Lo expresó con un tono lleno de anticipación, esperando que él reaccionara. Quizás un poco de incomodidad. Pero Billy sonrió de manera despreocupada.
—Eso es genial, cariño. Te ayudará en tu carrera. Te doy la enhorabuena.
Donna suspiro cansada y prefirió seguir mirando hacia el exterior.
Al llegar a su destino, Donna sintió una combinación de asombro y decepción. Era un elegante restaurante en la planta más alta de un impresionante edificio. La vista de la ciudad era maravillosa, con las luces brillando como un océano de estrellas. Sin embargo, lo que más llamó su atención fue que los llevaron a una cabina privada. Apartada. Oculta. Y en ese instante lo entendió.
Billy estaba emocionado porque podrían cenar a solas sin que nadie los viera.
La comida fue exquisita. El ambiente, romántico. Hace meses, tal vez incluso semanas, habría llorado de alegría ante un gesto como ese. Pero en ese momento solo sentí tristeza. Una tristeza profunda y asfixiante, que ocultó tras su mejor sonrisa. Brindarón. Bailarón. Billy parecía feliz, seguro de que esa noche acabaría en sus brazos.
Pero al llegar a casa, Donna hizo algo inusual: se negó.
—Lo siento, Billy —murmuró, apartándose cuando él intentó acercarse—. Estoy con el periodo y no me siento bien. Por eso he estado de mal humor.
Billy parpadeó, sorprendido. Nunca antes le había dicho que no. Sin embargo, se mostró comprensivo.
—Está bien, cariño. Puedo traerte chocolates, helado, darte un masaje. Solo quiero que te sientas mejor.
—No hace falta. Solo quiero dormir.
Y sin agregar nada más, se metió en la cama, dándole la espalda. Billy la miró en silencio, confundido. ¿Dónde estaba la mujer cariñosa y comprensiva que conoció? ¿Qué provocó ese cambio tan repentino? Tal vez era el estrés del trabajo sumado a los efectos de su menstruación. Decidió no seguir insistiendo y simplemente la abrazó, queriendo recordarle que él estaba allí para apoyarla.
Pero para Donna, ese abrazo resultó más asfixiante que reconfortante. Lo último que deseaba esa noche era tenerlo cerca.