En el reino nórdico de Valakay, donde las tradiciones dictan el destino de todos, el joven príncipe omega Leif Bjornsson lleva sobre sus hombros el peso de un futuro predeterminado. Destinado a liderar con sabiduría y fortaleza, su posición lo encierra en un mundo de deberes y apariencias, ocultando los verdaderos deseos de su corazón.
Cuando el imponente y misterioso caballero alfa Einar Sigurdsson se convierte en su guardián tras vencer en el Torneo del Hielo, Leif descubre una chispa de algo prohibido pero irresistible. Einar, leal hasta la médula y marcado por un pasado lleno de secretos, se encuentra dividido entre el deber que juró cumplir y la conexión magnética que comienza a surgir entre él y el príncipe.
En un mundo donde los lazos entre omegas y alfas están regidos por estrictas normas, Leif y Einar desafiarán las barreras de la tradición para encontrar un amor que podría romperlos o unirlos para siempre.
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Él me salvó
El sol de la mañana apenas comienza a asomarse por las ventanas altas de mi habitación cuando un golpe suave en la puerta anuncia la llegada de alguien.
—Adelante —digo, frotándome los ojos mientras me incorporo en el lecho.
Mi madre entra, alta, elegante y con una postura que no deja lugar a dudas sobre su autoridad. Su cabello, del mismo tono rubio que el mío, está cuidadosamente recogido, y sus ojos grises, tan fríos como el invierno, me miran con una mezcla de determinación y expectativa.
—Leif, es hora —anuncia, sosteniendo un libro grueso y encuadernado en cuero marrón.
—¿Hora de qué? —pregunto, aunque en el fondo sé la respuesta.
—Tus lecciones sobre el apareamiento. Como Omega, debes aprender cómo recibir a tu Alfa. Es esencial que estés preparado para la boda con Astrid.
El nombre de Astrid me provoca un nudo en el estómago. Astrid, la Alfa de la manada del norte, una unión estratégica que fortalecerá las alianzas de Valakay. Mi madre siempre me ha hablado de esta unión como si fuera una bendición, una responsabilidad que no debo rechazar.
Ella coloca el libro en mis manos y se sienta a mi lado en la cama.
—Este es el primer tomo, este libro te enseñará todo lo que necesitas saber. Es tradición que los Omegas estén listos para su papel en la unión. Es un camino sagrado, Leif.
Sus palabras resuenan en mi mente mientras abro el libro y hojeo las páginas llenas de ilustraciones y descripciones. Las palabras parecen ajenas, como si estuvieran destinadas a otra persona, no a mí.
—Madre —digo, cerrando el libro con cuidado—. ¿Por qué debe ser así?
Ella me mira con una expresión de paciencia forzada.
—Porque es nuestro deber, Leif. Somos parte de algo más grande. Los lazos que formamos no son solo personales, son políticos, son la base de la estabilidad de nuestro reino.
No digo nada más, pero el peso de sus palabras se siente como una losa sobre mi pecho.
Después de que mi madre se marcha, me quedo solo con el libro. Mis pensamientos, sin embargo, no están en Astrid ni en la boda. Vagan hacia otro momento, uno que cambió mi vida para siempre.
Fue hace cinco años, en una primavera temprana. El invierno había dejado atrás su manto de nieve, y el bosque alrededor del castillo comenzaba a despertar. Los árboles estaban cubiertos de brotes verdes, y el aire olía a tierra húmeda y flores silvestres.
Recuerdo cómo corrí hacia el arroyo, ansioso por explorar. El agua cristalina serpenteaba entre las rocas, y la luz del sol que se filtraba a través del follaje creaba un juego de sombras y reflejos en la superficie. Venados y ciervos pastaban tranquilamente cerca, y las ardillas corrían de árbol en árbol, ajenas a mi presencia.
Todo parecía perfecto, hasta que sentí un dolor agudo en el tobillo. Miré hacia abajo y vi la serpiente, sus colmillos todavía enterrados en mi piel antes de deslizarse de nuevo entre los arbustos.
El miedo me paralizó. Mi respiración se volvió errática, y caí al suelo, incapaz de moverme. Fue entonces cuando apareció él.
Einar.
Era joven, no más de quince años, pero incluso entonces tenía una presencia imponente. Su cabello negro estaba desordenado, y sus ojos azules brillaban con determinación. Sin decir una palabra, se arrodilló junto a mí, inspeccionando la mordedura con cuidado.
—Tranquilo, estarás bien —dijo, su voz calmada pero firme.
Recuerdo cómo arrancó un trozo de su propia camisa para usarlo como torniquete, deteniendo la propagación del veneno. Luego buscó entre las hierbas cercanas, recogiendo lo que necesitaba para preparar un antídoto rudimentario.
—Esto dolerá un poco —advirtió antes de aplicar la mezcla a la herida.
Lloré, pero él nunca se apartó. Me sostuvo, me tranquilizó, y cuando estuve lo suficientemente estable, construyó una camilla improvisada con palos y juncos.
—Te llevaré al castillo —dijo, levantándome con cuidado.
El viaje fue largo, pero él no se detuvo hasta que estuvimos seguros dentro de los muros del palacio.
Cuando finalmente me desperté, sano y salvo, supe que mi vida nunca sería la misma. Mis padres le agradecieron con monedas de oro y la oportunidad de entrenar como caballero. Pero para mí, el verdadero regalo fue su presencia, su valentía.
Regreso al presente, y el recuerdo de ese día me llena de una calidez que contrasta con la fría expectativa de mi futuro. Miro el libro en mis manos y lo dejo a un lado, mi resolución fortaleciéndose.
No sé qué haré, pero una cosa es segura: mi vida no puede seguir el camino que otros han trazado para mí. Y, de alguna manera, sé que Einar será parte de esa decisión.
El día avanza con una rapidez cruel, como si el tiempo conspirara en mi contra. Después de las palabras de mi madre, me siento atrapado entre el deber y mi propio corazón. Salgo al jardín trasero del castillo, buscando aire fresco y claridad. Pero mi mente no deja de regresar al pasado, a ese arroyo, a Einar.
Siento un peso familiar en mi corazón. Lo busco con la mirada cada vez que estoy entre las multitudes del castillo, y aunque siempre está cerca, su posición como caballero crea una distancia que parece insalvable. Hoy, sin embargo, decido que necesito hablar con él.
Camino hacia el patio de entrenamiento, donde los caballeros practican sus habilidades. El sonido del choque de espadas llena el aire, pero mi atención se centra en Einar. Su cabello negro brilla bajo la luz del sol, y sus movimientos son precisos, como si estuviera bailando con la espada en lugar de peleando.
—Einar —llamo, mi voz más suave de lo que pretendía.
Él se detiene en seco y se gira hacia mí. Sus ojos azules, intensos como el cielo de invierno, se fijan en los míos.
—Mi príncipe —responde, inclinando ligeramente la cabeza.
—Necesito hablar contigo. A solas.
Einar asiente, y juntos caminamos hacia un rincón apartado del jardín, lejos de miradas curiosas. Cuando nos detenemos, mi corazón late con fuerza, y siento que las palabras se atoran en mi garganta.
—Leif —dice él primero, su voz baja y cargada de preocupación—. ¿Qué ocurre?
Lo miro, tomando aire profundamente antes de hablar.
—Mi madre dice que debo casarme con Astrid. Que es mi deber como Omega y como príncipe de Valakay.
Einar no dice nada al principio, pero veo cómo sus puños se cierran a los costados.
—¿Y tú qué opinas?
—No quiero —confieso, mi voz temblando. Bajo la mirada, incapaz de sostener la intensidad de sus ojos—. Mi corazón está en otro lugar.
Einar da un paso hacia mí, y cuando siento su mano en mi barbilla, levantándola suavemente, no puedo evitar mirarlo.
—¿Dónde está tu corazón, Leif?
Las palabras están ahí, en la punta de mi lengua, pero no puedo decirlas. En lugar de eso, extiendo mis manos y tomo las suyas. Sus palmas son ásperas, llenas de las cicatrices de su entrenamiento, pero el toque es cálido y reconfortante.
—Einar —susurro, apenas capaz de sostener su mirada—. ¿Estás dispuesto a acompañarme en este camino de espinas?
Un destello de emoción cruza sus ojos, algo entre sorpresa y determinación.
—Siempre, mi príncipe.
Antes de que pueda detenerme, me inclino hacia él. Mis labios rozan los suyos en un beso que es suave al principio, casi tímido. Pero cuando siento cómo responde, cómo sus manos se mueven para sostener mi rostro, la intensidad crece. Es como si todo lo que hemos contenido durante años finalmente se liberara en ese momento.
Nos separamos lentamente, nuestras frentes apoyadas una contra la otra.
—Leif, esto no será fácil —dice Einar, su voz baja pero firme—. Si elegimos este camino, tendremos que enfrentarnos a más que solo tus deberes como príncipe.
—Lo sé —respondo, y aunque tengo miedo, hay una certeza en mi corazón—. Pero prefiero enfrentar mil tempestades contigo que vivir una vida sin amor.
Einar sonríe, una sonrisa que rara vez muestra, y en ese instante sé que he tomado la decisión correcta.