Comenzando Amar

Narra Arie.

Estaba flotando en las nubes.

Se sentía mejor que un sueño.

La idea de estar con Andy solo existía en mis fantasías, y el simple hecho de saber que mis sentimientos por él eran correspondidos me llenaba de una alegría imposible de contener.

Desde que llegamos a casa, no he dejado de sonreír. Todavía podía sentir sus labios sobre los míos, su voz confesándome lo que jamás imaginé escuchar de él.

Había fantaseado por años con probar sus labios, pero ninguna imaginación o sueño pudo compararse a lo que sentí hoy.

Me había rendido desde el principio, o mejor dicho, nunca lo intenté. Nunca busqué ganarme el corazón de Andy porque eso era imposible. Siempre pensé que él amaba a Evelin, y nunca me habría interpuesto entre ellos, menos cuando tienen una hija en común.

Pero hoy…

Hoy muchas dudas se aclararon en mi cabeza.

Todo comenzó a tener sentido.

Andy llevaba días actuando extraño. Pensé que estaba enfermo y que no quería decirme, pero ahora me doy cuenta de que era algo mucho más grande que eso. Estaba inquieto, más apegado a mí de lo normal. No sé cómo no me di cuenta antes.

Suspiré como toda una enamorada mientras preparaba un tazón de yogur con frutas en la cocina.

El sonido de unas llaves y la puerta abriéndose me sacó de mis pensamientos. Mi corazón comenzó a latir con fuerza.

Solo dos personas podían entrar así a mi casa: mi hermana mayor y Andy.

Y a estas horas, mi hermana definitivamente no vendría.

Andy, en cambio, tenía la costumbre de hacerlo, incluso de madrugada.

—¡Arie! —escuché su voz.

—En la cocina —respondí apenas en un susurro.

Sentí los nervios apoderarse de mí mientras intentaba distraerme guardando las cosas en la nevera y limpiando el mostrador. No tenía idea de cómo debíamos actuar después de lo que pasó esta tarde.

Cuando Andy llegó, todo en él se veía tan natural como siempre. Se acercó a mí y me abrazó sin dudarlo, como lo hacía todos los días… Pero esta vez fue diferente.

Inhaló profundamente en mi cabello y dejó un par de besos en mi cabeza, bajando lentamente hasta mi mejilla, donde se separó lo suficiente para mirarme antes de darme un corto beso en los labios.

—Tengo todo el día pensando en ti. ¿Será normal? —Me regaló una sonrisa risueña antes de irse a la sala y dejarme ahí, con el corazón a punto de explotar.

Tomé mi tazón y lo seguí, sentándome justo a su lado.

—No lo sé… Yo me he hecho la misma pregunta por tres años —murmuré, con una sonrisa tímida.

Él pasó un brazo por mis hombros y me atrajo hacia él con la misma facilidad de siempre, como si hubiéramos estado así toda la vida.

Su calidez y su perfume me embriagaron.

Duramos un rato en silencio, yo terminando mi yogur y él simplemente acariciando mi brazo con movimientos suaves y distraídos.

Hasta que dejó escapar un suspiro cansado.

—Vengo de ver a mi hija. Se quedó dormida en mis brazos y la acosté —murmuró con una pequeña sonrisa.

—Charlotte es un amor —dije con ternura, recordándola.

—Sí… —Andy bajó la mirada por un momento—. Evelin estuvo todo el tiempo ahí.

Me tensé un poco.

—Quería hablar sobre la niña, sobre si le hacía falta algo, pero… No sé cómo, ella siempre termina queriendo hablar de nosotros. Un “nosotros” que ya no existe, Arie. Yo no quiero que hablemos de nosotros.

Pude notar la frustración en su voz.

Respiré hondo y recordé que antes de ser cualquier cosa para Andy, yo era su mejor amiga.

—Deben ponerse de acuerdo —dije con calma—. Hay una niña en medio. Sean maduros y aprendan a sobrellevar la relación con respeto, por el bien de Charlotte.

Andy asintió despacio.

—Hablar contigo siempre me hace bien —susurró, acariciando mi mejilla con una suavidad que me dejó sin aire.

Su frente se apoyó contra la mía, y cerré los ojos, disfrutando su cercanía, sintiéndolo tan cerca y al mismo tiempo tan irreal.

—Te amo muchísimo, Arie —dijo con voz tranquila, serena, como si lo hubiera dicho toda la vida.

Mi corazón se detuvo por un segundo.

Abrí los ojos y lo encontré mirándome con ternura, con amor, con algo que nunca imaginé ver reflejado en sus ojos para mí.

—Yo también te amo, Andy —susurré con nerviosismo.

Su sonrisa se amplió, tranquila, como si no hubiera ninguna prisa.

—Gracias por todo. De verdad, gracias.

—No te preocupes —bromeé—, no me cuesta mucho.

Andy dejó escapar una pequeña risa y acarició mi cabello con cariño.

—Eres todo para mí ahora mismo. Y siempre lo has sido.

Yo, que siempre pensé que este amor sería solo un sueño, me di cuenta de que estaba despierta. Y que Andy…

Andy nunca se había sentido más real.