Balvin, un joven incubus, se encuentra en su última prueba para convertirse en jefe de territorio: absorber la energía sexual de Agustín, un empresario enigmático con secretos oscuros. A medida que su conexión se vuelve irresistible, un poder incontrolable despierta entre ellos, desafiando las reglas de su mundo y sus propios deseos. En un juego de seducción y traición, Balvin debe decidir: ¿sacrificará su deber por un amor prohibido, o perderá todo lo que ha luchado por conseguir? Sumérgete en un mundo de pasión, peligro y decisiones que podrían sellar su destino. ¿Te atreves a entrar?
**Advertencia de contenido:**
Esta historia contiene escenas explícitas de naturaleza sexual, temas de sumisión y dominación, así como situaciones que pueden ser sensibles para algunos lectores. Se recomienda discreción.
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Enlace Silencioso
Balbin abrió los ojos después de sentir que había estado a oscuras y en silencio por bastante tiempo. Enojado, se sentó rápidamente, se destapó y se puso de pie, quedando como un papel. No solo el dolor se extendía por cada centímetro de su cuerpo, sino que el líquido espeso comenzaba a bajar lentamente desde su orificio. Presionó sus puños con ira, se incorporó ante el dolor y apretó los dientes como si fuera a morder a alguien en cualquier momento.
'¿Quién se ha creído? ¿Este humano se atrevió a amasar mi amado caparazón? Me encargaré de mostrarle, pero por ahora tengo que volver al limbo.' Se dijo a sí mismo, agarró su brazalete e intentó quitárselo para desprenderse de su cuerpo físico y regresar a su forma espectral, pero se sorprendió al notar que era imposible.
Cuando la puerta del baño se abrió, Agustín salió en bata, secándose el oscuro cabello con una pequeña toalla. Sus ojos azules brillaban aún más de día y sus facciones eran un espectáculo. De no estar enojado, Balbin podría fácilmente haberlo considerado un Premium para un jefe. Este radiante joven no parecía sorprendido al ver al incubus desnudo.
Balbin, poseído por la ira, lo señalaba e iba hacia él, pero su dedo y brazo, junto a su cuello, se estiraban hacia arriba a medida que se acercaba más y más. La conclusión era que Agustín era demasiado alto, una diferencia impresionante que Balbin no había notado. Sin embargo, el orgulloso incubus no se dejaría intimidar y mantuvo la compostura.
— Tú, humano... — sonrió con malicia — No tienes idea con quién te has metido. Dijo, observando la muñeca donde, en efecto, estaba el otro brazalete.
— Agustín.
— ¿Qué?
— Mi nombre. ¿No lo recuerdas después de haberlo gritado toda la noche?
Balbin giró la cabeza a la izquierda y una vena brotó en su cuello. Hizo una aspiración profunda, colocó las manos en sus caderas y habló.
— Veo que eres de esos humanos. Ganaste, me hiciste gritar tu espléndido y muy, muy original nombre. Ya no me voy a meter contigo — se acercó fingiendo una sonrisa empática — Solo dame el brazalete y me iré. No volverás a verme. Ante el intento de agarrarle la muñeca, Agustín retiró el brazo. Balbin frunció el ceño y se aferró al cuello del humano.
— ¡Dije que!
— ¿Irte? — Agustín se aferró a la muñeca — La policía viene en camino... y me haces cosquillas. Confesó el castaño al apretar la muñeca del incubus, quien se quejó y soltó el agarre.
'¿Policía? Los humanos son tan exagerados.'
Un golpe en la puerta hizo que Balbin sintiera el cuerpo tenso. ¿De verdad había llamado a la policía? Agustín abrió solo un poco la puerta mostrando a una mujer muy seria, quien le entregó una tablet. Antes de cerrar, el incubus cruzó miradas con la oficinista.
A pocos segundos de lo sucedido, cuando Balbin terminó de contemplar cómo lanzarse por la terraza de la suite, el joven de ojos azules ya había terminado de darle una ojeada a la pantalla.
— ¿Sin expedientes? ¿Ni nombres reales? — preguntó al acercarse — ¿Quién te envió? ¿Qué droga usaste?
Cuestionó ya frente al rubio.
— Nadie me envió, solo soy un fan de tu belleza. Alguien intentó jugar contigo. Afirmó, y la tablet salió volando hacia la pared, sorprendiendo al joven.
— Agustín... Agustín, temo que mi paciencia se agotó.
— ¿Cómo hiciste eso? — Frunció el ceño.
El incubus sonrió con malicia y, al estirar la mano, Agustín cayó de rodillas, inmóvil.
'Por suerte me queda algo de reserva. Es una pena usarlo, pero esto se alargó demasiado.'
— No te esfuerces en investigar tanto. No soy de este lugar. Dijo al inclinarse, para después maldecir al humano. No debía tener el caparazón trizado; debía estar destruido para que doliera con tan solo un pequeño movimiento. Presionó los dientes y chocó ambos brazaletes, los cuales brillaron al estar cerca de su contraparte.
Balbin se alivió porque iba a volver al limbo, aunque primero tenía que encontrar una manera de arreglar la situación presente. Fácilmente podría hacerse pasar por un sueño de Agustín y borrar la memoria de ella, pero... ¿y si le decía a otros sobre él? Actuar de incógnito era primordial para su supervivencia.
— Oye, humano, ¿a quién más... — El mareo se apoderó de su cuerpo y terminó sentado después de ese destello. Las fuertes manos de Agustín se aferraron a sus muñecas y Balbin ya estaba desparramado en el suelo, siendo atrapado por el castaño, quien comenzó otro interrogatorio.
— ¿Quién eres? ¿Cómo hiciste eso?
Pero ninguna pregunta llegaba a los oídos del aturdido.
'¿Qué? Mis reservas fueron absorbidas... ¿no me quedó ni un poco de magna? ¿El brazalete me rechazó? No podré volver al limbo... ¿Quién es este humano? ¿Fue una trampa del maldito gruñón? No, la academia lo verificó. ¿Entonces qué? ¿Qué sucedió? ¿Qué sucedió anoche? Mi caparazón debía recolectar todo el magna de Agustín y lo hizo, ¿entonces por qué no puedo simplemente tomar control sobre mi caparazón e irme?'
Agustín presionó más las muñecas y Balbin lanzó un quejido, volviendo a ser consciente de su posición actual. Supo que debía calmarlo si quería que el humano colaborara. Se enfocó en aquellos faroles azules.
— Deja de gritar y suéltame... te lo diré.
Más tarde, Agustín, con los brazos cruzados, sentado a un extremo de la mesa, miró al rubio desconocido comer muchas frutas y verduras crudas a montones. Preguntó con dudas:
— ¿Incubus?
Balbin golpeó la mesa con sus puños. Ya le enojaba demasiado el hecho de no producirle nada de pánico al humano, por lo que no pudo alimentarse de esa inexistente emoción.
— Eres lerdo, humano. Gruñó y masticó aquel limón con enojo.
— Así que... ¿absorbiste mi energía?
— Por supuesto, eso hago. Respondió orgulloso.
— ¿No te ves más exhausto que yo?
— Tss jajá. ¿Estás tratando de burlarte de mí? — Le lanzó unas naranjas que Agustín atrapó con agilidad. El incubus percibió la facilidad del humano para sacarlo de quicio.
— Solo estoy tratando de entender esta farsa. Dijo el de ojos azules.
— ¿Farsa? ¿A quién dejé de rodillas hace un rato?
Agustín ladeó la cabeza a un lado pensativo para luego responder muy relajado.
— Mi tátara abuela decía que los humanos podían mover objetos con la mente.
Ante lo quizás poco serio del maldito y hermoso joven, Balbin apoyó las manos en la mesa, tirando algunas frutas al suelo sin querer. Se enderezó furioso para señalar al de ojos azules.
— ¡Absurdo! — levantó el mentón — ¡Que tu antepasada me muestre a un solo e incompetente humano mover un mero cabello con su mente!
— No digas cosas absurdas — dijo Agustín, de pie. Tomó las frutas del suelo y las dejó frente al incubus, quien tragó en seco ante la proximidad del joven. — Mi tátara abuela falleció hace años... Incubus o no, vas a tener que pagar por drogarme, meterte en mi cama y usarte sin mi consentimiento. Agustín, ya recto, se dirigió a la salida.
— ¡Alto ahí, humano! — Señaló Balbin otra vez hacia el estirado, quien se acomodó el traje. — Tienes que devolverme mi brazalete y todo el magna que obtuve.
— ¿Hablas de mi magna?
— Sí, humano.
— Deja de llamarme así y soluciona tus problemas tú mismo. Te aconsejo no bajar porque dejaré mucha seguridad.
— Tss. ¿Y esto? ¿Crees que puedes...? —
— Meditaré si creer o no en esta infantil mentira que inventaste para huir de la policía.
— Mono inepto — insultó al verlo salir de la suite.
'Dice que lo pensará, pero ya afirmó que mi teoría es una mentira.' Resopló y pensó. Era mejor que no le creyera... Después de todo, fue una jugada para obtener energía del pánico, pero no resultó. Balbin abrió los brazos y se lanzó hacia atrás. El dolor de aquel abrupto golpe le recordó que no estaba en su hogar, entre brumosas nubes, donde podía relajarse.