PATRITHA

**Capítulo 4: El Rumor de la Dama Blanca**

Patrick y Samantha se encontraban en las afueras de una pequeña aldea llamada Althea, situada en un valle rodeado de colinas y bosques densos. El sol apenas había comenzado a asomarse por el horizonte, y la mañana estaba envuelta en una ligera neblina que le daba al entorno un aire misterioso. El camino de tierra por el que caminaban estaba húmedo por el rocío, y sus pasos eran los únicos sonidos que rompían el silencio de la madrugada.

Patrick llevaba su espada, Dama, envainada en su costado, pero el peso de la responsabilidad que sentía era aún mayor que el de la propia arma. La espada era una reliquia poderosa, otorgada por Taha, la enigmática líder de la iglesia, quien había confiado en él para que la manejara. Sin embargo, aún no había desbloqueado todo su potencial, y la presencia latente de la entidad conocida como la Dama Blanca en su interior lo inquietaba.

Samantha caminaba unos pasos detrás de Patrick, con los ojos alertas y el ceño fruncido. Desde que Patrick la había rescatado de los cazadores de recompensas, había intentado confiar en él, pero sus instintos la mantenían en guardia. No podía olvidar lo cerca que estuvo de ser entregada a la iglesia, la misma institución para la que Patrick trabajaba. Aunque Patrick había demostrado ser diferente a los otros hombres de la iglesia, Samantha sabía que la línea entre la salvación y la condena era muy delgada.

—Patrick, ¿estás seguro de que es aquí donde encontraremos información sobre la Dama Blanca? —preguntó Samantha, rompiendo el silencio.

Patrick asintió, sin girarse para mirarla. —Los rumores dicen que hay un anciano en Althea que ha estudiado las reliquias de la iglesia durante décadas. Si alguien sabe más sobre esta espada y su historia, es él.

Samantha no respondió, pero su desconfianza se reflejaba en sus ojos. Había aprendido a no confiar fácilmente en los extraños, y este anciano no sería la excepción.

Al llegar a la aldea, el ambiente cambió drásticamente. La tranquilidad que habían experimentado en el camino se desvaneció, y fue reemplazada por una sensación de tensión en el aire. Los aldeanos, que iban y venían ocupados con sus tareas diarias, murmuraban entre ellos y lanzaban miradas furtivas hacia Patrick y Samantha.

—Parece que no somos bienvenidos aquí —murmuró Samantha, observando cómo las puertas y ventanas se cerraban a su paso.

—No les hagas caso —respondió Patrick, manteniendo la calma—. Solo son precavidos con los forasteros.

Patrick y Samantha se dirigieron a la taberna del pueblo, un lugar modesto con un techo de paja y paredes de madera. Al entrar, el ruido de las conversaciones cesó de inmediato. Todos los ojos se posaron en ellos, y un silencio incómodo llenó la sala.

—Busco a alguien —dijo Patrick, dirigiéndose al tabernero, un hombre corpulento con una barba canosa—. Me dijeron que aquí vive un anciano que conoce la historia de las reliquias de la iglesia.

El tabernero los observó con desconfianza antes de responder en voz baja: —Ese sería el viejo Harold, pero no sé si querrá verlos. No le gustan los forasteros, y menos aquellos que traen problemas.

—No traemos problemas —respondió Patrick, manteniendo la voz serena—. Solo necesitamos hablar con él.

El tabernero suspiró y señaló hacia una pequeña cabaña al final de la aldea. —Vive allí, pero les advierto, si él no quiere hablar, no lo forcen.

Patrick asintió y dejó unas cuantas monedas de tiras de plata sobre el mostrador como agradecimiento antes de salir de la taberna junto a Samantha. Mientras se dirigían a la cabaña de Harold, Samantha no pudo evitar sentir un nudo en el estómago. Algo en este lugar no le gustaba, pero no tenía otra opción más que seguir a Patrick.

La cabaña de Harold estaba rodeada de un jardín descuidado, con maleza creciendo por todas partes. Patrick golpeó la puerta suavemente, pero firme, y esperó. Unos momentos después, la puerta se abrió con un crujido, revelando a un anciano encorvado con una mirada penetrante.

—¿Quiénes son ustedes? —gruñó el anciano, entrecerrando los ojos.

—Mi nombre es Patrick, y ella es Samantha. Venimos en busca de información sobre esta espada —dijo Patrick, desenvainando a Dama y mostrando la hoja resplandeciente.

Los ojos de Harold se abrieron con sorpresa, y su expresión se suavizó ligeramente. —Así que finalmente ha aparecido el nuevo portador de la Dama Blanca… Entren, pero con cuidado.

Patrick y Samantha entraron en la cabaña, encontrándola llena de libros viejos, pergaminos y artefactos antiguos. El anciano los guió hasta una mesa cubierta de polvo y se sentó en una silla crujiente.

—He oído muchas historias sobre esa espada —comenzó Harold, mirando fijamente a Patrick—. La Dama Blanca es una entidad poderosa, pero también peligrosa. Solo aquellos con un corazón puro y una voluntad firme pueden manejar su poder sin ser consumidos.

—He sentido su presencia —confesó Patrick—, pero no sé cómo controlarla completamente.

—Es porque la espada aún no te ha aceptado del todo —dijo Harold—. Para hacerlo, debes demostrar que eres digno, no solo en combate, sino también en espíritu. Hay una prueba que debes superar, pero no será fácil.

—¿Qué tipo de prueba? —preguntó Samantha, ahora intrigada.

Harold se volvió hacia ella, con una mirada que parecía ver más allá de su apariencia. —Una prueba de fe y sacrificio. La Dama Blanca no es solo un arma; es un ser con sus propias metas y deseos. Tendrás que demostrarle que estás dispuesto a hacer lo que sea necesario para proteger aquello en lo que crees.

Patrick asintió lentamente, entendiendo la magnitud de lo que le esperaba. Su viaje junto a Samantha estaba a punto de volverse mucho más peligroso, y ambos tendrían que enfrentarse a pruebas que pondrían a prueba no solo su fuerza, sino también su alma.

—Entonces, ¿dónde comienza esta prueba? —preguntó Patrick, con determinación en sus ojos.

—Más allá de estas colinas, en el Bosque de las Sombras —respondió Harold—. Pero tengan cuidado, porque no todos regresan de ese lugar. Y aquellos que lo hacen, no vuelven a ser los mismos.

Con esas palabras grabadas en su mente, Patrick y Samantha se prepararon para lo que sería la prueba más grande de sus vidas, sin saber que el destino del mundo podría depender del resultado.