En la bulliciosa ciudad decorada con luces festivas y el aroma de la temporada navideña, Jasón Carter, un exitoso empresario de publicidad, lucha por equilibrar su trabajo y la crianza de su hija pequeña, Emma, tras la reciente muerte de su esposa. Cuando Abby, una joven huérfana que trabaja como limpiadora en el edificio donde se encuentra la empresa, entra en sus vidas, su presencia transforma todo, dándoles a padre e hija una nueva perspectiva en medio de las vísperas navideñas.
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Una noche muy especial
Jasón y Abby compartieron la cena, y mientras lo hacían la muchacha no pudo evitar preguntar por Emma. Entre bocado y bocado, Abby, con una leve sonrisa, dijo:
—La cena es deliciosa, Jasón. Pero no puedo dejar de preguntarme, ¿qué hiciste con Emma esta noche?
Jasón dejó su copa de vino sobre la mesa y respondió con calma:
—Emma está con mi madre. Le pedí que cuidara de ella esta noche. La verdad es que mi madre se alegró mucho al saber que podría pasar tiempo con su nieta— dijo mostrándose apenado— Ha sido algo que pospuse por demasiado tiempo… me alejé de ella después de la pérdida de mi esposa. Creí que era lo mejor para todos, pero ahora entiendo que estaba equivocado.
Abby lo miró con comprensión. Tras unos segundos de silencio, le dijo con suavidad:
—Lo importante no son los errores que cometemos, Jasón, sino reconocerlos y no volver a cometerlos. Estoy segura de que tu madre entiende tus razones, y lo que realmente cuenta es que estás dando pasos firmes para sanar esas heridas.
Jasón asintió, sus ojos reflejaban una mezcla de gratitud y alivio. La charla siguió siendo agradable, fluida, llena de anécdotas y confesiones que parecían acercarlos aún más. Cuando terminaron de cenar, Jasón invitó a Abby a instalarse en el sofá frente a la chimenea. El fuego crepitaba suavemente, llenando el ambiente de calidez y una sensación de intimidad.
Se sentaron cómodamente, dejando que el silencio los envolviera. Pero no era un silencio incómodo, sino uno placentero, cargado de significado. Abby se inclinó hacia él, apoyando la cabeza sobre su pecho. Sintiendo los latidos acelerados de su corazón, levantó la mirada. Sus ojos se encontraron, y en ese instante, el mundo parecía haberse detenido.
La velada entre Abby y Jasón había sido un torbellino de emociones que los había acercado más que nunca. La sinceridad, las miradas cómplices y la calidez de sus corazones habían creado una atmósfera única. Ahora, sentados frente a la chimenea, el fuego danzaba, reflejando una luz cálida que parecía acompañar el latir de sus corazones.
Jasón la miró con una mezcla de ternura y admiración. Abby había apoyado su cabeza en su pecho, escuchando el rítmico tamborileo de su corazón. Cuando alzó la mirada, encontró los ojos de él fijos en los suyos, cargados de una intensidad que la hizo contener el aliento.
—Te amo, Abby —dijo Jasón, su voz baja pero cargada de emoción.
Abby sintió que su mundo se detenía. Su pecho se llenó de una calidez que nunca había experimentado.
—Yo también te amo, Jasón —respondió con la voz entrecortada, mientras una lágrima de felicidad se deslizaba por su mejilla.
Sin pensarlo más, Jasón inclinó su rostro hacia ella, y sus labios se encontraron en un beso que hablaba de todo lo que ambos sentían. Fue suave al principio, como una promesa, pero pronto se tornó más profundo, cargado de pasión y deseo contenido. Abby deslizó sus manos por el rostro de él, mientras Jasón la sostenía con firmeza, como si temiera que ese momento pudiera desvanecerse.
—Eres todo lo que necesite, y ni siquiera lo sabía—susurró Jasón contra sus labios, con los ojos brillantes de emoción.
—Nunca imaginé que algún día algo como esto me pasaría —confesó Abby, acariciando su rostro con suavidad— Jamás imaginé que me sentiría tan amada.
Con movimientos pausados, Jasón se levantó del sofá y tomó a Abby en sus brazos. Ella se río suavemente, sorprendida, pero rodeó su cuello con confianza.
—No tienes que cargarme, cariño— le dijo con una sonrisa que iluminó su rostro. Él sintió su corazón latir más rápido al oírla llamarlo así.
—Quiero hacerlo, princesa— respondió él, mirándola como si fuera el tesoro más precioso del mundo.
La llevó con cuidado hacia su habitación. La penumbra del cuarto estaba iluminada apenas por la luz de la chimenea que se colaba por la puerta. Jasón la depositó con ternura sobre la cama, y se sentó a su lado, tomándole las manos.
—Abby, quiero que sepas que nunca había sentido algo tan real, tan profundo. No solo te has convertido en parte de mi vida, eres quien me ayudó a encontrar el camino a la felicidad, eres mi felicidad.
Ella sintió que las palabras de él envolvían su corazón como un abrigo cálido. Lo atrajo hacia ella, acercándolo para un beso que era más que una caricia: era una declaración de entrega.
Las manos de Jasón se deslizaron con delicadeza por los brazos de Abby, deslizándose por su cuerpo, memorizando el contorno de su silueta. Cada caricia era un poema silencioso, cada susurro un himno al amor que compartían. Abby también exploró su rostro, sus hombros, dejando que sus dedos se impregnaran del calor y la fortaleza de él.
—Me haces sentir viva, querida— susurró Abby contra su cuello, cerrando los ojos mientras se entregaba a las sensaciones que las manos de él le provocaban.
—Y tú me haces sentir completo —contestó Jasón, apoyando su frente contra la de ella.
Se amaron con una mezcla de dulzura y pasión que los consumió por completo. Cada caricia era un recordatorio de lo lejos que habían llegado, de todo lo que habían pasado hasta llegar allí. Abby sentía que con cada beso, con cada caricia, con cada gesto, Jasón le decía lo valiosa que era, lo mucho que la amaba.
Cuando finalmente sus cuerpos y almas se unieron, lo hicieron con una entrega absoluta, dejando de lado los miedos y las inseguridades. Era como si el tiempo se hubiera detenido, como si el universo entero hubiera conspirado para que ese momento existiera.
Horas después, ambos yacían entrelazados sobre la cama, con las piernas enredadas bajo las sábanas y las respiraciones suaves y pausadas. Abby se acurrucó sobre él pecho de Jasón, y él la rodeó con sus brazos, sosteniéndola por la cintura como si nunca quisiera dejarla ir.
—Te amo —murmuró Abby, con los ojos cerrados y una sonrisa de paz en el rostro.
—Te amo más de lo que las palabras pueden expresar —respondió Jasón, besando suavemente su cabello.
Abby alzó la mirada y se encontró con los ojos de él, llenos de una ternura que le hizo sentir que todo en su vida había valido la pena para llegar a ese instante. Jasón acarició su mejilla y sonrió.
—Gracias por devolverme la vida, Abby. Gracias por amarme.
Ella no respondió con palabras. Se inclinó hacia él y le dio un beso suave, dejando que sus corazones hablaran por ellos.
Poco a poco, el sueño los fue venciendo. Abby descansó su cabeza sobre el pecho de Jasón, escuchando el rítmico latido de su corazón. Él, por su parte, cerró los ojos con una sonrisa, sintiendo que en sus brazos tenía todo lo que necesitaba para ser feliz.
La noche transcurrió en calma, con la luz de la luna iluminando suavemente la habitación. Y mientras dormían, sus cuerpos entrelazados reflejaban la unión de dos almas que, sin siquiera buscarlo, finalmente se habían encontrado.