Bajo la lluvia es una historia de romance y pasión que surge de un encuentro inesperado. Mariana, marcada por un pasado complicado, conoce a Samuel, un hombre enigmático que despierta en ella emociones olvidadas. Sin embargo, cuando su exnovio reaparece, el amor se ve amenazado por los fantasmas del pasado. Entre secretos, deseo y decisiones, ambos deberán enfrentar lo que realmente significa arriesgarse por amor.
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cap:10
El sol comenzaba a ponerse en la ciudad, tiñendo el cielo de tonos rojizos y morados. Mariana caminaba hacia su apartamento, su mente llena de pensamientos confusos y fragmentados. El encuentro con Pablo en el parque le había dejado un sabor amargo. Aunque había logrado mantener su compostura, algo dentro de ella le decía que la batalla con él no había hecho más que empezar.
Lo que más la atormentaba, sin embargo, era Samuel. No podía dejar de pensar en su última conversación. Las palabras de él seguían resonando en su mente: “Quizá el problema es que confié demasiado rápido.” Aquellas palabras le dolían más de lo que había esperado. ¿Era eso lo que pensaba realmente? ¿Que su relación con él había sido un error?
Cuando llegó al apartamento, trató de calmarse. Quería hablar con él, aclarar las cosas, pero sabía que las emociones estaban demasiado a flor de piel. El tiempo y el espacio parecían ser lo único que podía ayudar en ese momento. Sin embargo, en el fondo de su corazón, sabía que Samuel no lo vería de esa manera.
Abrió la puerta de su apartamento y vio que, como esperaba, Samuel no estaba. Estaba claro que él necesitaba su tiempo, aunque eso no aliviaba el dolor de Mariana. Se dirigió al salón y se dejó caer en el sofá, mirando su teléfono, esperando que él la llamara o le enviara algún mensaje. Pero nada llegó. Los minutos se alargaron hasta convertirse en horas.
Decidió entonces llamarlo. Se levantó y marcó su número, su corazón latiendo con fuerza mientras el teléfono sonaba. Pero la llamada terminó en buzón de voz. Mariana dejó escapar un suspiro de frustración y, con el rostro cubierto de incertidumbre, dejó el teléfono sobre la mesa.
La noche pasó lenta y pesada, pero cuando el amanecer finalmente llegó, Mariana sabía que tenía que hacer algo para solucionar las cosas, aunque no tenía idea de cómo. Fue entonces cuando, alrededor del mediodía, decidió que no podía esperar más.
Tomó su abrigo y salió del apartamento. Caminó hasta la casa de Samuel, su mente llena de nervios y dudas, pero decidida. Sabía que no podía seguir con este dolor, que tenía que aclarar lo que había entre ellos antes de que las sombras del malentendido los separaran aún más.
Llegó frente a su puerta y, al principio, dudó. Pero con un suspiro profundo, golpeó el timbre. Escuchó los pasos acercándose desde el interior, pero en lugar de sentir alivio, la ansiedad se apoderó de ella. Cuando la puerta se abrió, la mirada de Samuel la sorprendió. No estaba sonriendo, ni parecía sorprendido. Sus ojos, normalmente tan cálidos, estaban fríos, distantes.
—¿Qué haces aquí, Mariana? —preguntó Samuel, su tono grave, como si su presencia allí le incomodara.
Mariana se quedó paralizada, incapaz de encontrar las palabras adecuadas. Había esperado que al menos él se mostrara un poco más receptivo, pero lo que vio fue un muro de indiferencia.
—Samuel… necesito hablar contigo —dijo finalmente, su voz temblorosa.
Él la miró por un instante, evaluando la situación, y luego suspiró.
—No sé si sea buena idea, Mariana.
Las palabras fueron como un golpe directo a su pecho. No era lo que esperaba.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó, con la voz entrecortada.
Samuel no contestó de inmediato. Se apartó ligeramente de la puerta, como si estuviera luchando con algo dentro de él. Finalmente, murmuró:
—Solo… no sé si quiero hablar ahora. Todo esto es demasiado.
Mariana sintió cómo la esperanza se desvanecía poco a poco. ¿Por qué no podía simplemente abrir su corazón como ella lo había hecho? ¿Por qué no podían aclarar las cosas?
—¿No entiendes que te necesito? —dijo, casi suplicante. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero trató de mantener la compostura—. No quiero perderte.
Samuel la miró, pero no parecía dispuesto a ceder. Se pasó una mano por el cabello y dio un paso atrás, dejando la puerta entreabierta.
—No se trata de que me necesites, Mariana. Se trata de que yo también tengo mis propios límites, mis propias inseguridades. Y, honestamente, no sé si puedo seguir así, sin saber qué tan real es todo esto.
—¿Qué estás diciendo? —Mariana apenas podía creer lo que oía.
—Que me has mentido, Mariana. Que no me contaste sobre Pablo, sobre lo que pasó entre ustedes. Y ahora todo lo que me dices suena a excusas. Necesito tiempo para pensar.
Las palabras de Samuel la golpearon como un rayo. Había algo en su tono que la dejó completamente descolocada. No había enojo, no había ni siquiera tristeza. Solo un vacío que crecía entre ellos, separándolos cada vez más.
—¡Eso no es justo! —exclamó, sintiendo cómo la desesperación se apoderaba de ella.
—Lo que pasó con Pablo fue hace mucho tiempo, y no tiene nada que ver con nosotros ahora. Pero tú… tú me estás castigando por algo que ya no importa.
Samuel la miró, y por un momento, parecía que algo dentro de él quería decir algo diferente. Pero no lo hizo.
—No estoy castigándote. Solo estoy tomando un paso atrás para entender si esto es lo que quiero realmente.
Mariana se quedó paralizada por un instante, como si el mundo se hubiera detenido por un segundo. Las palabras de Samuel, su frialdad, su indiferencia, todo eso le rompió el corazón. No podía entender cómo había llegado a esto, cómo la relación que ambos habían construido se estaba desmoronando frente a ella.
Con lágrimas en los ojos, respiró hondo, reuniendo todo su coraje para enfrentar la verdad.
—Entiendo —dijo, su voz débil pero decidida—. Si necesitas tiempo, lo tomaré. Pero no voy a esperar toda la vida, Samuel. Si no confías en mí, entonces ya no queda nada que decir.
Con esas palabras, dio media vuelta y se alejó de la puerta. Samuel la observó en silencio, sin moverse, mientras ella se alejaba.
Pero Mariana ya sabía. La puerta que se había cerrado entre ellos no iba a abrirse fácilmente, y tal vez, ya no habría forma de volver atrás.