Fantomena Luna Night

El sol de la tarde bañaba el patio de la escuela en un cálido resplandor dorado. Aurora se desplazaba entre grupos de estudiantes que charlaban animadamente o se relajaban en el césped. A pesar del bullicio alrededor, su mente estaba en otro lugar. El entrenamiento con Cassandra la había dejado agotada y confundida, y el encuentro con el Nocturno la había hecho cuestionar cuánto más podría soportar.

Mientras se dirigía a su casillero, pensó en los momentos que había compartido con Lena desde que descubrió la existencia de las Fantomenas. La chica había sido una fuente de consuelo y conocimiento, pero Aurora también sentía que había algo que Lena no le había contado completamente. La inquietud la acompañaba mientras sacaba sus libros, intentando concentrarse en las clases.

—¡Aurora! —la llamó una voz familiar. Era Sophie, su mejor amiga. Sophie se acercó con una sonrisa en el rostro, que se desvaneció al ver la expresión pensativa de Aurora—. ¿Estás bien? Te he estado buscando.

Aurora intentó sonreír, aunque la preocupación seguía pesando en su mente.

—Sí, estoy bien. Solo… tengo mucho en la cabeza.

—¿Todavía pensando en el proyecto de ciencias? —preguntó Sophie, inclinando la cabeza hacia un lado.

Aurora asintió, aunque la verdad era que la preocupación por su nueva vida y los peligros que se avecinaban le quitaban el sueño más que cualquier proyecto escolar. Mientras caminaban hacia el aula, intentaba distraerse con la conversación trivial, pero su mente no dejaba de regresar al encuentro con el Nocturno y el entrenamiento intenso que había enfrentado.

La clase de ciencias pasó rápidamente, y pronto era hora del almuerzo. Aurora se reunió con Sophie y otros amigos en su mesa habitual. El bullicio del comedor era casi abrumador, con el sonido de conversaciones mezclándose con el aroma de comida. Aurora intentó disfrutar del momento, pero su mente seguía viajando a los eventos de la noche anterior.

—Aurora, ¿qué te pasa? —preguntó Tomás, uno de sus compañeros de clase—. Pareces distraída.

Aurora miró a Tomás y a los demás. Sus rostros mostraban una preocupación genuina, y aunque apreciaba su amabilidad, no sabía cómo explicarles la verdad sin revelar demasiado. Optó por una respuesta vaga.

—Solo estoy cansada. He tenido noches largas últimamente.

—Espero que no estés enferma o algo así —dijo Sophie, con una mirada preocupada—. No quiero que te pierdas ninguna clase.

Aurora sonrió agradecida, cambiando de tema para hablar de algo más ligero. El almuerzo pasó en una mezcla de charlas sobre los exámenes y planes para el fin de semana. Sin embargo, su alivio fue efímero. Mientras regresaban a clase, un grupo de estudiantes se congregó alrededor del pasillo, hablando en murmullos excitados.

Aurora se acercó para investigar y vio que el centro de atención era Lisa, una chica de su clase que solía ser reservada. Lisa estaba visiblemente alterada, con lágrimas en los ojos y una expresión de miedo que no podía ser ignorada. Al lado de ella estaba Jake, un chico de la misma edad que la miraba con preocupación.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Aurora a Sophie, quien también se había detenido para ver el alboroto.

Sophie frunció el ceño y se acercó a Lisa.

—Lisa, ¿qué ocurre?

Lisa levantó la vista, y Aurora vio el pánico reflejado en sus ojos.

—Hay algo… algo en el parque. Algo que no puedo explicar. Estaba allí, y… y—su voz temblaba—. No sé cómo decirlo. Parecía… una sombra, una sombra enorme que se movía.

Aurora sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral. El parque estaba cerca de su casa, el mismo lugar donde había tenido su primer encuentro con Cassandra. El detalle que Lisa mencionaba coincidía demasiado con los Nocturnos. Decidió actuar con cautela.

—¿Puedes describirlo con más detalle? —preguntó Aurora, acercándose un poco más.

Lisa asintió, todavía temblando.

—Era como una especie de figura negra, con ojos rojos. No sé cómo explicar, pero se sentía… mal. Me asusté tanto que salí corriendo.

Aurora miró a Sophie y a Tomás. La situación no podía ser ignorada. Necesitaba investigar el parque lo antes posible. Sin perder tiempo, se dirigió a su casillero para recoger sus cosas y se preparó para irse, cuando una mano la detuvo.

—¿A dónde vas? —preguntó Sophie, visiblemente preocupada.

Aurora trató de sonar casual.

—Solo necesito dar un paseo por el parque. Estaba pensando en que me vendría bien un poco de aire fresco.

Sophie parecía a punto de protestar, pero Aurora la interrumpió.

—No te preocupes. Estaré bien. Solo necesito despejarme.

Con una rápida despedida, Aurora salió de la escuela y se dirigió al parque. La tarde se había convertido en una penumbra suave, y el aire fresco se sentía cada vez más frío. Mientras caminaba, su mente se llenaba de pensamientos inquietantes. ¿Qué estaba ocurriendo en el parque? ¿Por qué el Nocturno había aparecido tan cerca de su casa?

Llegó al parque y se adentró en la zona boscosa, donde la luz del sol apenas llegaba a tocar el suelo. La atmósfera era inquietante, con sombras alargadas y susurros que parecían venir de todas direcciones. Aurora se detuvo y trató de centrar su mente en lo que había aprendido de Cassandra.

—La luz… la luz puede disipar la oscuridad —murmuró para sí misma—. Controla la luz.

De repente, escuchó un crujido detrás de ella. Se giró rápidamente, su corazón latiendo con fuerza. Lo que vio fue una figura oscura emergiendo de entre los árboles. No era un Nocturno, pero su presencia era igualmente perturbadora. Era una sombra moviéndose con una fluidez inquietante.

Aurora levantó el colgante de plata frente a ella, tratando de convocar la luz. Sin embargo, lo que emergió fue solo un resplandor tenue, casi como si la oscuridad estuviera absorbiendo la luz. La sombra avanzó lentamente, y Aurora sintió un escalofrío recorrer su cuerpo.

La sombra parecía estar examinándola, como si tuviera una conciencia propia. De repente, se abalanzó sobre ella con una rapidez inesperada. Aurora retrocedió, casi tropezando con una raíz. Su entrenamiento con Cassandra le había dado una base, pero en ese momento, se dio cuenta de lo inexperta que aún era.

Con el corazón acelerado, concentró toda su energía en el colgante. La luz aumentó, y la sombra pareció vacilar. Aurora aprovechó el momento para lanzar una ráfaga de luz directamente hacia la sombra. La luz impactó y la sombra se desvaneció en una serie de destellos oscuros.

Aurora respiró profundamente, su cuerpo temblando por el esfuerzo. La sombra había desaparecido, pero la sensación de malestar no se desvanecía. Miró a su alrededor, buscando alguna señal de que el peligro había pasado. Fue entonces cuando vio un pequeño grupo de luces rojas parpadeantes entre los árboles. Eran los ojos de varios Nocturnos, que observaban desde la distancia.

Aurora comprendió que lo que había enfrentado no era más que un preludio. Los Nocturnos estaban presentes en el parque, y había más de lo que ella había visto. Se dio la vuelta y comenzó a caminar rápidamente de regreso a la salida, el colgante aún brillando con una luz suave.

Mientras salía del parque, sintió un peso en su pecho. No solo era el temor por los Nocturnos, sino también la responsabilidad que sentía por no haber sido capaz de manejar la situación con más eficacia. La presencia de los Nocturnos en un lugar tan cercano a su hogar significaba que el peligro estaba más cerca de lo que había imaginado.

Aurora regresó a casa, agotada pero con la mente más clara sobre lo que debía hacer. Necesitaba hablar con Cassandra y prepararse para enfrentar lo que se avecinaba. No podía permitir que su miedo la detuviera. Sabía que, como Fantomena, su papel era proteger no solo a ella misma, sino a todos los que estaban en riesgo.

Esa noche, mientras la luna brillaba en el cielo, Aurora se sentó en su escritorio, su mente zumbando con planes y estrategias. La lucha contra los Nocturnos apenas había comenzado, y la batalla que se avecinaba sería más dura de lo que había imaginado. Cerró los ojos, inhaló profundamente y se preparó mentalmente para el entrenamiento que vendría al día siguiente.

La luna, fría y distante, parecía observarla desde arriba, como una recordatoria constante de que el verdadero desafío aún estaba por venir.