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Nuestro Desastre Perfecto

Nuestro Desastre Perfecto

Status: Terminada
Genre:Romance / Comedia / Amor eterno / Completas
Popularitas:824
Nilai: 5
nombre de autor: HopeVelez

🌆 Cuando el orden choca con el caos, todo puede pasar.

Lucía, 23 años, llega a la ciudad buscando independencia y estabilidad. Su vida es una agenda perfectamente organizada… hasta que se muda a un piso compartido con tres compañeros que pondrán su paciencia —y sus planes— a prueba.

Diego, 25, su opuesto absoluto: creativo, relajado, sin un rumbo claro, pero con un encanto desordenado que desconcierta a Lucía más de lo que quisiera admitir.

Carla, la amiga que la convenció de mudarse, intenta mediar entre ellos… aunque muchas veces termina enredándolo todo aún más.
Y Javi, gamer y streamer a tiempo completo, aporta risas, caos y discusiones nocturnas por el WiFi.

Entre rutinas rotas, guitarras desafinadas, sarcasmo y atracciones inesperadas, esta convivencia se convierte en algo mucho más que un simple reparto de gastos.

✨ Una historia fresca, divertida y cercana sobre lo difícil —y emocionante— que puede ser compartir techo, espacio… y un pedacito de vida.

NovelToon tiene autorización de HopeVelez para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 22 – Sin frenos

El bar se fue vaciando poco a poco, como si la noche les regalara un espacio solo para ellos. Las luces cálidas se reflejaban en los vasos medio vacíos, y la música en vivo se transformó en un murmullo lejano, casi íntimo.

Diego y Lucía salieron a la calle, la brisa fría chocando con el calor que todavía les quemaba en la piel. Lucía apretó la bufanda contra su cuello, tratando de recuperar la compostura, aunque su sonrisa la traicionaba.

—¿Dónde vamos ahora? —preguntó, intentando sonar tranquila, aunque su voz aún vibraba con la adrenalina.

Diego no respondió enseguida. Se limitó a tomar su mano y guiarla por un callejón lateral, alejados del bullicio. Caminaron en silencio hasta detenerse frente a un pequeño hostal con luces tenues en la entrada.

Lucía lo miró, incrédula, con el corazón golpeando contra sus costillas.

—¿Estás loco?

—Completamente. —Él sostuvo su mirada, más serio de lo habitual—. Pero si me dices que no, nos damos la vuelta y aquí no ha pasado nada.

Lucía tragó saliva. Parte de ella quería retroceder, ser sensata, pero otra, más fuerte, ardía por dejarse llevar. Todo lo que habían reprimido hasta entonces la empujaba hacia adelante. Y en ese instante entendió que ya no quería huir.

—No pienso darme la vuelta —susurró.

El hostal olía a madera y a café viejo. La habitación era pequeña, con paredes blancas y una cama sencilla, pero en cuanto la puerta se cerró tras ellos, el lugar se transformó en un refugio, un universo solo suyo.

Diego la atrajo con un movimiento rápido, como si temiera que el momento pudiera romperse si lo dejaba escapar. Sus labios encontraron los de ella con una urgencia feroz, desatada, y Lucía respondió con la misma intensidad. Era un beso acumulado por días de miradas furtivas y excusas absurdas.

Él la abrazó con fuerza, levantándola apenas del suelo. Ella rió contra su boca, nerviosa, pero pronto el nervio se convirtió en deseo. Se dejaron caer sobre la cama entre risas ahogadas y besos que se volvían cada vez más profundos.

—Esto… esto sí es una locura —jadeó Lucía, con los dedos enredados en su cabello.

—La mejor de todas —respondió Diego, sin darle tregua, volviendo a besarla como si necesitara memorizar cada rincón de ella.

El tiempo se volvió borroso. Afuera, la ciudad seguía su curso, indiferente. Pero allí dentro, nada existía más que ellos dos.

Por primera vez, no hubo puertas finas ni pasos en el pasillo, ni voces que pudieran interrumpirlos.

Por primera vez, se permitieron ser lo que eran: dos personas incapaces de resistirse, que al fin dejaban de esconderse.

Horas después, cuando el cansancio se mezcló con la calma, Lucía quedó recostada en el pecho de Diego, escuchando cómo su respiración volvía poco a poco a la normalidad. Él jugaba distraído con un mechón de su cabello, como si quisiera grabar ese instante en la memoria.

—Ojalá pudiéramos quedarnos aquí para siempre —murmuró él.

Lucía sonrió, cerrando los ojos.

—No digas tonterías. Mañana toca volver a la realidad.

—Sí, pero esta noche… —Diego bajó la voz hasta convertirla en un susurro—, esta noche es solo nuestra.

Y en medio del silencio, ambos entendieron lo mismo: habían cruzado una línea que ya no podrían desandar.

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