Lucía, una tímida universitaria de 19 años, prefiere escribir poemas en su cuaderno antes que enfrentar el caos de su vida en una ciudad bulliciosa. Pero cuando las conexiones con sus amigos y extraños empiezan a sacudir su mundo, se ve atrapada en un torbellino de emociones. Su mejor amiga Sofía la empuja a salir de su caparazón, mientras un chico carismático con secretos y un misterioso recién llegado despiertan sentimientos que Lucía no está segura de querer explorar. Entre clases, noches interminables y verdades que duelen, Lucía deberá decidir si guarda sus sueños en poemas sin enviar o encuentra el valor para vivirlos.
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Noche de talentos, noche de mierda
El auditorio está a reventar, con el murmullo de la gente mezclándose con la música acústica que suena como si alguien estuviera aporreando una guitarra con desgana. Me mantengo en mi esquina, capucha puesta, brazos cruzados, observando el espectáculo desde mi burbuja de “no me toques los cojones”. Mateo sigue a mi lado, con su cerveza y esa actitud de quien se cree el rey del mundo. No le contesto a su pulla sobre Kassandra o Lucía, porque no tengo ganas de darle el gusto. Pero sus palabras se me clavan como astillas. ¿Buscando a alguien? Joder, ojalá lo supiera.
La banda termina su canción, y el aplauso tibio llena el aire. El presentador, un tipo con una camiseta de Star Wars que parece que no se ha duchado en tres días, sube al escenario con un micrófono que chirría como si lo estuvieran torturando. Anuncia el siguiente acto: una lectura de poesía. Genial, justo lo que necesitaba, más mierda pretenciosa. Pero entonces veo a Lucía levantarse de su asiento, con un cuaderno gastado en la mano, y el corazón me da un vuelco que no esperaba. ¿Ella? ¿En serio?
Se sube al escenario con pasos tímidos, como si cada uno le costara un esfuerzo sobrehumano. Lleva una camiseta negra sencilla y unos vaqueros que no gritan “mírame” como todo lo que se pone Kassandra. Su pelo oscuro cae en ondas desordenadas, y las gafas le resbalan un poco por la nariz. Se para frente al micrófono, y el silencio en el auditorio se vuelve denso, como si todos supieran que algo importante está a punto de pasar. O tal vez soy solo yo, proyectando mis mierdas.
—Buenas noches —dice, con una voz que tiembla un poco al principio pero se estabiliza rápido—. Esto es algo que escribí hace un par de semanas. Se llama Fisuras.
Joder, su voz. No es fuerte ni seductora como la de Kassandra, pero tiene algo que te atrapa, como si cada palabra estuviera cargada de verdad. Empieza a leer, y no puedo apartar los ojos. Habla de grietas en las paredes, de cosas que se rompen y no se dicen, de silencios que pesan más que las palabras. No entiendo la mitad de lo que dice —la poesía no es lo mío—, pero cada verso se siente como un puñetazo suave, de los que no duelen de inmediato pero te dejan pensando. Me pilla desprevenido, como si estuviera hablando de mí, de las grietas que llevo dentro y que me he pasado años tapando con fiestas, alcohol y polvos sin sentido.
Entonces de manera inesperada, Mateo me da un codazo, rompiendo el hechizo.
—¿Qué? ¿Ahora te va la poesía? —susurra, con esa risa de cabrón que me hace querer partirle la cara.
—Cállate —gruño, sin mirarlo. Mis ojos están fijos en Lucía, en cómo sus manos tiemblan un poco mientras sostiene el cuaderno, en cómo su voz se quiebra en un verso sobre “perderse en los ojos de alguien que no te ve”. Joder, ¿es a mí a quien no ve? ¿O estoy flipando?
Cuando termina, el auditorio estalla en aplausos, mucho más fuertes que con la banda de antes. Lucía baja la cabeza, como si no supiera qué hacer con tanta atención, y se escapa del escenario casi corriendo. Sofía la espera abajo, dándole un abrazo que parece más de ánimo que de celebración. Me quedo quieto, con el pecho apretado, como si alguien me hubiera robado el aire. No sé qué me pasa, pero siento que tengo que hablar con ella. No ahora, no aquí, con toda esta gente y Kassandra pavoneándose por ahí como si fuera la reina del maldito universo. Pero pronto.
La puerta del auditorio vuelve a abrirse, y esta vez es Javi, con su aire de “todo me resbala” y una cerveza en la mano. Se acerca a Kassandra, que le lanza una sonrisa que es puro veneno. Bruno está a su lado, con cara de perro faldero, pero ella no le hace caso. Está mirando a Javi, y luego, como si supiera exactamente dónde estoy, sus ojos se clavan en mí. Sonríe, pero no es una sonrisa amable. Es un desafío, como diciendo: “¿Qué vas a hacer, Nico?”. Y yo, como siempre, no sé si quiero jugar su juego o mandarla a la mierda.
—Estás jodido, amigo —dice Mateo, que no se pierde una.
—No sabes de qué hablas —respondo, pero mi voz suena menos segura de lo que quiero.
—Claro, claro. Sigue diciéndote eso. —Se ríe y se aleja hacia un grupo de tías que lo llaman desde el otro lado del auditorio.
Me quedo solo, apoyado en la pared, con la cabeza hecha un lío. Kassandra sigue mirándome desde lejos, y juro que puedo sentir el calor de su mirada, como si quisiera arrastrarme de vuelta a nuestro juego de siempre. Pero mis ojos buscan a Lucía, que ahora está sentada otra vez con Sofía, riéndose de algo, con esa timidez que me desarma. No sé qué quiero. Kassandra es fácil, conocida, un terreno donde sé moverme. Lucía es... un riesgo. Un puto riesgo que no estoy seguro de querer tomar.
El presentador anuncia el siguiente acto, un dúo de baile que parece sacado de un vídeo de TikTok, pero ya no estoy prestando atención. Mi cabeza está en Lucía, en su poema, en cómo sus palabras se me metieron bajo la piel. En Kassandra, en su juego de fuego que siempre termina quemándome. Y en mí, en el Nico que todos ven —el tipo duro, el que no siente nada— y el que nadie conoce, el que tiene miedo de mirar demasiado de cerca a alguien como Lucía y encontrar algo que no pueda manejar.
Salgo del auditorio sin despedirme de nadie. El aire de la noche me golpea, frío y cortante, justo lo que necesito. Camino sin rumbo, con las manos en los bolsillos y la capucha puesta, dejando que el campus se trague mis pasos. No sé adónde voy, pero sé que no puedo seguir esquivando esto. Lucía, Kassandra, yo mismo. Algo tiene que romperse, y no sé si estoy listo para recoger los pedazos.