❄️En lo profundo de los bosques nevados de Noruega, oculto entre pinos milenarios y auroras heladas, existe un castillo blanco como la luna: silencioso, olvidado por el mundo, custodiado por un único dragón que ha vivido demasiado tiempo en soledad.
Sylarok Vemithor Frankford, un príncipe de sangre de dragón antiguo, parece un joven de veinticinco años... pero ha vivido más de dos siglos sin envejecer, sin amar, sin pertenecer. Su alma es fría como su aliento de hielo, su vida, una rutina congelada entre libros, armas y secretos.
Hasta que una muchacha cae inconsciente en su bosque, desmayada sobre la nieve como un copo a punto de morir.
Celeste, una nómada de mirada estrellada y corazón herido, huye de su pasado, de los bárbaros que arrasaron su familia, y del invierno que amenaza con consumirla.
Y Sylarok aprenderá que no hay armadura más frágil que el hielo cuando el calor del amor comienza a derretirlo.
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Peligro.
—Espera, tengo algo para ti.
Sylarok saca un estuche aterciopelado de su capa y lo abre, un hermoso collar de Turmalina aparece.
—¿Eso es para mí?
—Sí, tómalo antes de que me arrepienta. Es Turmalina, una especie de mineral no muy común en estos tiempos, el color azul contrasta bien con tus ojos.
El toma el collar y se lo pone.
—Gracias mi señor. Es hermoso.
Y así, tomados del brazo, entran a la propiedad, mientras la Duquesa Blackberry —una mujer con peluca del tamaño de una sandía y abanico venenoso— los recibía con una sonrisa fingida y un "¡Mis niños! Qué espectáculo. Por fin algo digno de ver".
Dentro, el salón resplandecía con luces de hielo flotantes, mesas con dulces de frambuesa y mucha música instrumental. Y en el patio una pista de patinaje.
Y los ojos... los ojos de todos estaban en Celeste.
Por ahora, la doncella y su príncipe estaban en el centro del baile. Y el universo —chismosos y chismosas incluidas— solo podían mirar.
Delante, ya esperaban los vikingos invitados “por protocolo”, aunque claramente nadie confiaba en ellos ayudan a las exportaciones del reino. Vestían ropas de cuero grueso, con tatuajes que cubrían sus cuellos y parte del rostro. Uno de ellos, el más delgado pero de ojos brillantes como puñales, se inclinó hacia el otro.
—Esa chica... —dijo en voz baja, sin apartar la vista de la carroza—. ¿Como hacemos para separarla de su benefactor?
—Debemos esperar una oportunidad—gruñó su compañero.
—Escuché que proviene de una raza antigua. Es hija de un linaje de licántropos. La última de su especie. Por eso su familia fue eliminada. Ella no lo sabe porque aún no se manifiesta... pero lleva el poder de una manada extinta. ¿Sabes cuánto pagarán por ella en el norte? Se nos escapó de milagro. Solo pagan por las más jóvenes. La vuelven exclavas sexuales.
El otro asintió con una sonrisa retorcida.
—Más de un millón en oro. Y quizás un premio extra de no pagar impuestos por un buen tiempo. Hay reyes que pagan bastante por cruzar razas y así tener soldados más fuertes. No me extraña si la someten a diez hombres a la vez en cada asalto intimo entre generales leales para traer descendencia.
Todo iba bien… hasta que Celeste fue al baño luego de varias copas de champaña y algunos bocadillos.
La fiesta estaba animada, la música vibraba como un corazón gigante latiendo en cada rincón. Celeste pidió permiso para ir al baño. Se alejó entre la gente. Pero antes de que pudiera abrir la puerta del tocador, una mano ruda la cubrió con un pañuelo. Un segundo después, el mundo se volvió oscuro.
En su lugar, dejaron una nota:
"Tenemos a la chica de pelo plateado, la amante del príncipe. Lleven un millón de libras de oro al territorio vikingo. Sín trucos o la venderemos al mejor postor."
Fue otra joven que encontró la nota. Se llenó pánico al leer que alguien había sido secuestrada y más la acompañante del príncipe.
—¡Oh por los cielos!
Sylarok la leyó cuando la joven se la entregó. Su rostro cambió. No solo de expresión. Literalmente, cambió.
Sus pupilas se dilataron. Sus dientes se afilaron. Las escamas bajo su ropa parpadearon con un fulgor dorado deseando convertirse en la bestia que es, pero se contuvo. Nadie se atrevió a hablar. Ni siquiera Ryujin.
—Van a pagar... —dijo en voz baja, y la sala tembló—despliega un aparataje, contrata caballeros y dales lo que piden, oro o lo que sea. Yo iré por ella en mi forma—le susurra a Ryujin mientras se apresuran a salir de la mansión.
—Pongo a su servicio a mis leales caballeros para ir por ella de inmediato— dijo el duque Salazar, mientras se acerca al principe.
—Bien, mi señor esperará en su castillo por las buenas noticias—dijo Ryujin —mi señor recompensará al que traiga de vuelta a su prometida, la señorita Celeste.
Sylarok subió en su carruaje e hizo creer que se iba a su castillo, a mitad de camino se transformó en dragón y voló hacia el campamento vikingo a buscar a su amada Celeste. Y quien la haya raptado pagaría con su vida.
Mientras tanto, Celeste despertaba atada de pies y manos en un carruaje cerrado.
—¡Oye! ¿A dónde me llevan? ¡Te ordenó que me sueltes ahora mismo!
—¿Tú ordenarme? Ya te crees la reina y señora. Que novedad, pobre ilusa.
—¿No te acuerdas de nosotros pequeña escurridiza?
—¿Debería recordar dos bárbaros horribles?
Uno de los vikingos, está sonriendo con los dientes teñidos por vino, saca un pequeño saquito con un polvo gris.
—¿Quieres conocer tu verdadera forma, loba dormida?
—¡Suéltame ahora mismo, hijo de la cebolla! ¡Arruinaron mi vestido que tanto me costó coser! ¿Acaso estás drogado?
Antes de que ella pudiera hablar más, le lanzó el polvo al rostro. Fue como si la sangre le estallara.
—¿Que demonios? ¡Cof, cof, cof! —tose
Su corazón latía en sus oídos, los huesos crujieron, la piel ardía. Celeste gritó. Garras. Colmillos. Pelo. Luego... todo se volvió negro.
Sylarok llegó al campamento horas después vikingo como un torbellino de escamas, fuego y rabia. Cuando apareció, su silueta era la de un dragón bípedo, con alas plegadas, cuernos dorados reluciendo como antorchas en la noche.
Los vikingos temblaron. Algunos intentaron correr.
—¡Dragón! ¡Nos atacan!
—¡No era una leyenda!
El príncipe no les dio tiempo. Lanzó un rugido y su fuego envolvió la tienda principal. Uno por uno, los vikingos cayeron. Algunos por el fuego, otros por los zarpazos que dejaban grietas en la tierra. Uno logró escapar, pero solo con un brazo y mucho miedo.
Sylarok corrió hacia las jaulas. Buscó entre ellas... y la encontró.
Había una loba gris, tirada en el suelo de una celda. Tenía el pelaje cubierto de nieve. Pero en su peludo cuello… un collar. El collar que le había dado a Celeste antes de entrar a la fiesta.
Su corazón se detuvo.
—No puede ser... —susurra—. Celeste...