Sinopsis de Destrúyeme
Lucas Santori es un hombre marcado por el odio, moldeado por un pasado donde el dolor y la traición fueron sus únicos compañeros. Valeria Montalbán, una mujer igual de rota, encuentra en él un reflejo de su propia oscuridad. Unidos por una atracción enfermiza, su relación se convierte en un campo de batalla entre el amor y el deseo de destrucción. Juntos, navegan por un abismo de crímenes, secretos y obsesiones, donde la línea entre víctima y verdugo se desdibuja. En su mundo, amar significa destruir y ser destruido.
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CAPITULO 23
Días después.
Valeria.
—Zack… —murmuro, recordando lo sucedido hace unos días.
No es propio de mí sentir este tipo de emociones, no es algo que me permita. Pero la realidad es innegable: él lo único que ha hecho es ayudarme.
Los estudiantes se arremolinaron a nuestro alrededor, susurros y miradas inquietas llenando el aire mientras la sangre manchaba el suelo. El murmullo solo se apagó cuando, finalmente, la ambulancia llegó para recogerlo.
Lo acompañé al hospital. El diagnóstico fue brutal: conmoción cerebral, múltiples fracturas en la mandíbula, pómulo y nariz. Apenas podía reconocer su rostro bajo la hinchazón y los vendajes.
Jamás imaginé que las cosas llegarían tan lejos. Santori no es solo un hombre peligroso, es la personificación del caos contenido, una bomba de tiempo esperando estallar. Pero ese día, esa oscuridad que siempre supe que habitaba en él, la vi de cerca, demasiado cerca.
Su falta de control, la forma en que desató al demonio que mantiene encadenado en su interior… fue aterrador. Y, en el fondo, fascinante.
Me odio por ello. Por esa parte de mí que se sintió atraída por su furia desatada, por la violencia cruda en la que se sumergió sin dudar. Pero también lo desprecio. Por lo que me ha hecho, por lo que le hizo a Zack, por cada intento de manipularme, de doblegarme a su voluntad.
Yo no soy su juguete ni la perra sumisa que pretende que sea. No me arrastro, mucho menos por un hombre como él.
Los médicos lograron estabilizar a Zack, pero desde entonces permanece dormido, sumido en un océano de sedantes. Quise quedarme con él esa noche, pero no me lo permitieron. No tuve más opción que regresar al campus, con el peso de la culpa y la impotencia ardiendo en mi pecho. Ahora, lo único que puedo hacer es visitarlo cada día, esperar a que despierte, aferrarme a la esperanza de que vuelva a abrir los ojos.
La policía no tardó en aparecer. Hicieron preguntas, muchas. Especialmente el detective Williams. Pero no dije nada. No mencioné a Santori.
No sé por qué lo hice. Tal vez una parte de mí aún le es leal a alguien que no lo merece. Y eso me asquea.
Sé que usar el dinero de Dominic para mudar a mi madre de la casa de Santori, me convirtió en parte de sus asquerosos negocios. Pero cuando no tienes de dónde más sacar dinero, la moralidad deja de importar.
Fue algo que me gané, y prefiero no pensar de dónde proviene o cuántas manos lo han ensuciado antes de llegar a mí. Lo necesito.
Lo hago por mi madre. Por mis hermanas.
Por ellas sería capaz de hacer cualquier cosa.
Pese a la terquedad y resistencia de mi madre, aquel día finalmente aceptó mudarse.
No quería que Santori supiera nada en ese entonces, pero me jode darme cuenta de que, de todas formas, irrumpió en mi vida como siempre lo hace, imponiendo su presencia donde no lo quiero.
Se autoinvitó a un momento importante para mí, como si tuviera algún derecho sobre ello. Odio que conozca todos mis movimientos. Odio que el muy maldito siempre esté un paso adelante.
Llego de la última clase agotada y me doy una larga ducha, intentando lavar el peso de estos días de encima. Al salir, me pongo una camisa de tiras y un simple cachetero, dispuesta a caer rendida en la cama.
Pero el descanso no llega. Mi mente sigue en guerra.
Estos días han sido un caos, esperando, temiendo, sabiendo que en cualquier momento él aparecerá en mi puerta, reclamando lo que cree que le pertenece.
Lo que más odio no es la posibilidad de su llegada, sino la duda que me carcome por dentro.
¿Seré lo suficientemente fuerte para rechazarlo cuando lo haga?
Este veneno, este maldito veneno que se esparce en mi interior como una plaga, no se detiene. Se aferra a mi piel, a mis huesos, a cada pensamiento que intento sofocar.
A pesar de lo que hizo. A pesar del caos y la mierda que arrastra consigo. A pesar de que debería odiarlo.
La necesidad de su cuerpo sigue ahí, latente, sofocante. Es enfermizo, desquiciado.
Algo que ni siquiera logro comprender… o peor aún, algo que no quiero entender.
El golpe en la puerta me pone en alerta al instante. Aprieto los dedos alrededor de la navaja y avanzo con cautela, lista para lo que sea. Respiro hondo antes de abrir.
Talia está allí, con una sonrisa radiante que contrasta demasiado con la tensión que me recorre.
—¡Ay, Dios! —grita al ver el cuchillo en mi mano, pero su sorpresa dura poco. Suelta una carcajada estruendosa mientras se lleva una mano al pecho.
—Cállate y entra —murmuro, rodando los ojos mientras arrojo la navaja sobre la cama.
Talia obedece sin dejar de reír, pero su expresión se suaviza cuando me mira de cerca. Suspira antes de envolverme en un abrazo repentino, uno que me pilla desprevenida.
—Supe lo que pasó con el detective —dice contra mi cabello—. No es lindo llegar después de un merecido fin de semana y encontrarme con esto. Sabes que te quiero, ¿no? Me preocupé por ti.
Su rostro se desliza por mi cuello, su aliento cálido rozando mi piel antes de que sus labios encuentren los míos. Me besa sin previo aviso, con una urgencia que no es propia de ella. Sus manos se mueven con la misma necesidad, bajándome la blusa en un movimiento brusco antes de llevarse mi pecho a la boca.
—Por favor —murmura, su voz temblorosa, cargada de deseo.
Pero yo no estoy ahí. No de la forma en la que ella quiere.
—No estoy de humor —respondo con frialdad, tomándola por los hombros y apartándola de mí.
Acomodo mi blusa en su lugar, ignorando su expresión herida. No debería sorprenderse. Talia y otros han pasado por mi cama en fiestas y orgías que siempre terminan en caos, en placeres efímeros que se disuelven al amanecer. Pero ella sabe perfectamente lo que es para mí: nada más que una distracción.
Solo eso. Nunca más que eso.
Detallo su rostro carmesí, las pupilas dilatadas y el jadeo constante que escapa de su boca entre risas. Está drogada… demasiado drogada.
—Mierda. ¿Cuánto te has metido, Talia? —pregunto con el ceño fruncido, sintiendo la irritación escalar por mi columna.
Ella solo se ríe, como si mi preocupación fuera una broma sin gracia.
—Un par de bolsas —responde con ligereza, encogiéndose de hombros—. Oh, vamos, Val, no actúes como si no lo hubiéramos hecho antes.
Y tiene razón. Lo hemos hecho antes. Drogarse y follar es uno de los placeres más intensos que existen, una combinación peligrosa de caos y éxtasis. Pero hay una línea, delgada e invisible, entre el desenfreno y la muerte.
Y ella está demasiado cerca de cruzarla.
—¡Mierda! —gruño cuando vomita sobre mi tapete—. ¿En serio vienes a traerme más problemas?
Talia se tambalea, riéndose entre arcadas, demasiado ida como para siquiera sentirse avergonzada. Aprieto los dientes con frustración y la sujeto por el brazo, arrastrándola hasta el baño sin delicadeza.
—Quédate aquí —ordeno, dejándola caer contra el inodoro—. Prefiero que duermas ahí antes de que sigas destrozando mi habitación.
Ella solo murmura algo ininteligible antes de soltar otra carcajada débil. Ignorándola, regreso al desastre. Arranco el tapete del suelo con un gesto de asco y lo llevo directo a la basura. No hay manera de salvarlo.
Genial. Justo lo que me faltaba.
Talia se limpia la boca con el dorso de la mano, sus ojos vidriosos reflejan un caos del que ni siquiera es consciente. Suelta una risa ronca, casi burlona, antes de dejarse caer contra la pared del baño.
—Tu amor lo hizo otra vez —murmura con la voz pastosa, antes de inclinarse y vomitar de nuevo.
Aprieto la mandíbula.
—¿De qué demonios hablas? —pregunto, lavándome las manos mientras intento ignorar el asco que me provoca la escena.
Talia alza la vista, sus pupilas dilatadas destellan con una chispa de diversión enferma.
—Tu única obsesión, Val… el maldito asesino al que llevas años amando.
Se echa a reír, y, por alguna razón, yo también lo hago. Pero no porque la idea me cause gracia, sino porque la simple mención de "el contador" es como una descarga eléctrica recorriéndome la piel.
Aunque eso no significa nada.¿Amar? Esa palabra ni siquiera existe en mi vocabulario.
Me cruzo de brazos, fingiendo indiferencia.
—¿Qué hizo, Talia? —pregunto, aunque la intriga me carcome por dentro.
Talia me sonríe con aire de suficiencia, disfrutando de la revelación que está a punto de soltar.
—Adivina quién duerme con un policía también —murmura con tono burlón mientras se limpia la boca y se tambalea al ponerse de pie.
Mis manos se cierran en puños.
—La noticia está en mi teléfono —añade con una sonrisa torcida.
Algo dentro de mí se activa. No es simple curiosidad, es una necesidad visceral, una obsesión auténtica. Un impulso primitivo que se arrastra desde lo más oscuro de mi mente y se instala en mi pecho.
Es como una fanática perdiendo completamente el control en un concierto. Solo que en mi caso, el ídolo al que admiro no canta melodías inofensivas. No, mi ídolo derrama sangre.
Tomo su teléfono sin dudarlo y deslizo el dedo por la pantalla, revisando los chats hasta encontrar uno con el nombre "Poli". Me resulta casi cómico lo ridículo del apodo, pero lo ignoro y sigo explorando.
Entonces lo veo.
Una foto.
Un talón humano, desgarrado en lugar de cortado con precisión. La piel rota, el número catorce marcado con brutalidad, como si quien lo hizo no tuviera prisa, como si hubiera disfrutado cada segundo.
Mis latidos se aceleran.
No sé qué se supone que debería sentir ante esto… ¿Horror? ¿Miedo? Pero lo único que me invade es un escalofrío de pura fascinación.
Hay alguien ahí fuera que juega a su manera, sin remordimientos, sin límites.
Y no puedo evitar preguntarme qué más es capaz de hacer.
—¿Cómo conseguiste esto? —pregunto, mostrando la foto en la pantalla.
Talia sonríe con arrogancia, como si aquello no fuera la gran cosa.
—Sabes lo que un hombre haría por una buena mamada. Podría vender incluso a su propia madre.
Su risa me crispa los nervios, pero dejo pasar su comentario. En su mundo todo es un juego.
—Tengo claro cuánto te interesa ese hijo de puta, asesino, aunque nunca he entendido por qué. —Me mira con algo parecido a la diversión—Lo traje para ti. Solo sé que fue lo único que apareció.
Sus palabras hacen que mi piel se erice.
—¿A qué te refieres? ¿Y el resto del cuerpo?
La ansiedad comienza a retorcerse en mi interior, expandiéndose como una plaga.
—No apareció. Al menos, no aún. Ese lo encontraron hoy.
Se deja caer en mi cama como si estuviera en la suya. La ignoro porque mi cabeza está procesando la información.
No tenía idea de esto. Claro, la persona que me brindaba información terminó en el hospital, así que no es sorpresa que haya estado desinformada todo este tiempo.
—Como sea. Se lo merecía. Era un maldito hijo de puta —murmura, acomodando mi almohada bajo su cabeza.
El aire se vuelve más denso en la habitación.
—¿Quién era? —pregunto, sintiendo un nudo en el estómago.
Talia se incorpora de golpe, como si lo que va a decir no pudiera expresarlo acostada.
—Un tal Dominic Valtieri. Le decían "El Cuervo".
El nombre retumba en mi mente con un peso que no esperaba.
—Tenía niños, Valeria. Maldita sea. Una red de pornografía y trata de blancas. Y un montón de negocios turbios. Según sé, la policía desmanteló todo y rodaron varias cabezas.
Me observa fijamente, como si esperara alguna reacción de mi parte.
—Maldito hijo de puta. Como dije antes, se lo merecía.
La realidad me abofetea con una fuerza que me deja en el limbo.
"Cuando guardas silencio ante mierda, terminas oliendo igual, Santori."
El recuerdo rebota en mi cabeza con un eco imposible de ignorar. Santori… Su nombre se desliza en mi mente como un veneno, mezclándose con cada pieza que ahora comienza a encajar.
El número catorce. El talón desgarrado. Un mensaje oculto entre la brutalidad del crimen.
Mi estómago se revuelve.
¿Tiene algo que ver Santori con esto?
O la verdadera pregunta es…
¿Es él mi contador?