Cuando el demonio egocéntrico Dashiell termina atrapado en el mundo humano, conoce a Brooke, una estudiante de arte que oculta sus propios secretos. Transformado en un husky que ella rescata, se convertirá en su inesperado protector. Pero, con Noche Buena acercándose y donde la luna se convertirá en carmesí, Dashiell deberá decidir si volver a su mundo o quedarse junto a la humana que ha empezado a significarlo todo.
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ENTRE RELIQUIAS Y RECUERDOS (parte 1)
Desde que tengo memoria, siempre supe una verdad indiscutible: el más fuerte es quien tiene todo el poder del mundo. No hay atajos, ni secretos, ni trucos. El fuerte domina, el débil se somete. Con esa certeza en mi mente, me propuse convertirme en el demonio más fuerte de todos. Sabía que aquel que se destacara, que demostrara ser invencible, sería respetado, admirado y temido.
Trabajé como nadie más. Mientras otros descansaban, yo estudiaba. Mientras otros se permitían fallar, yo me fortalecía. Construí mi cuerpo como un arma, me alimenté bien, perfeccioné cada aspecto de mí mismo. Aprendí que todo en la vida es cuestión de disciplina y organización; con suficiente esfuerzo, no hay meta que esté fuera de tu alcance. No necesito depender de nadie, porque nunca lo he hecho.
¿Mi familia? No tengo recuerdos de ellos. Mis padres son nombres sin rostro y emociones sin significado. Desde siempre estuve solo, y eso no me sorprendió. Nadie se preocupó por mí, nadie me cuidó. Fue fácil darme cuenta de que, en este mundo, si no te cuidas tú mismo, nadie más lo hará. Tal vez esa soledad fue lo que moldeó mi carácter, lo que me hizo arrogante. Pero, ¿cómo no serlo? Todo lo que soy, lo hice solo.
Llegué a ser un guardián reliquista sin la ayuda de nadie. No tuve un mentor ni aliados en mi ascenso. Cada caída fue un recordatorio de que soy el único que puede levantarse y ponerse de pie. Si quiero algo, lo obtengo. Si deseo algo, lo tomo. Así soy, y así es como me he ganado el respeto de todos los demás demonios. Ellos saben que trabajo solo, que mi fuerza y mi posición no se las debo a nadie más que a mí mismo. Quizás algunos lo encuentren admirable, quizás otros lo consideren intimidante. Poco me importa.
Incluso en mi posición actual, donde muchos cederían a la idea de trabajar en equipo, yo me negué. No necesito compañeros. No necesito alguien que camine a mi lado y, mucho menos, que me estorbe. Soy eficiente porque no cometo errores, y no pienso cargar con la responsabilidad de otros. No soy niñera para cuidar de alguien ni para preocuparme por los demás. Nadie lo hizo por mí, y no veo por qué tendría que hacerlo yo por alguien más.
Soy suficiente. Siempre lo he sido. Y siempre lo seré.
Fue así que durante una expedición conocí a Lynne, una mujer demonio mucho mayor que yo y con más experiencia. Desde el principio, mi instinto fue enfrentarla, vencerla y demostrar que no había nadie por encima de mí. Qué ingenuo fui. Lynne fue la única que logró darme una paliza tan humillante que se convirtió en leyenda, repetida de boca en boca por los demonios durante muchos años. Sí, fue un golpe para mi orgullo, pero también una lección que no podía ignorar.
Desde entonces, aprendí a respetarla. No solo por su fuerza, sino por su carácter. Con el tiempo, nos volvimos cercanos. Lynne, en su extraña forma de ser, me dijo una vez que le recordaba a su hermano menor, quien había fallecido siendo joven. Tal vez por eso fue más amable conmigo de lo que esperaba. Yo, por mi parte, terminé tratándola como a una amiga o quizá… como a una hermana. No sé si fue su perseverancia o su manera de entenderme sin decir mucho, pero Lynne es la única en quien he confiado plenamente. Además, jamás la he rechazado cuando me ha pedido que la acompañe a una expedición.
Fue ella quien me presentó al maestro Serhan. Recuerdo ese día claramente. Había oído hablar de él, un demonio poderoso y respetado incluso entre los más temidos. Si lograba que él me aceptara como su aprendiz, mi posición estaría asegurada. Lynne, por supuesto, le había hablado de mí, de mi fuerza y mi dedicación, pero no puedo negar que me sentí nervioso cuando lo conocí. Sin embargo, el maestro me aceptó, y en ese momento, supe que estaba ante una oportunidad única.
Él sabía que no era alguien fácil. Mi pésima habilidad para socializar era evidente, y aun así decidió llevarme bajo su mando. Me permitía acompañarlo en expediciones, y gracias a eso, aprendí mucho más de lo que habría imaginado. Su sabiduría era tan grande como su fuerza, y aunque rara vez lo admito, le debo mucho.
Por supuesto, no todo fue fácil. El maestro tenía paciencia, pero también sabía cuándo regañarme, especialmente cuando mi carácter impulsivo causaba problemas. Recuerdo más de una ocasión en la que me metí en peleas con otros demonios, y él tuvo que intervenir. Sus reprimendas eran tan severas como necesarias. Aun así, nunca dudé de que todo lo que hacía era para fortalecerme.
Con Lynne y el maestro Serhan, me di cuenta de algo que nunca quise aceptar: ya no estaba completamente solo. Pero esa pequeña concesión no significa que haya cambiado quién soy. Soy fuerte porque yo lo decidí, no porque alguien más me ayudara. Aunque, si soy honesto, ellos dos han sido la excepción a mi regla.
Cada vez que ascendía más alto, mi ego crecía a la par. Me volví aún más egoísta, más terco, y sí, mucho más solitario. Encerrado en mi propio mundo, alejé a cualquiera que intentara acercarse demasiado. ¿Para qué necesitaba compañía, si yo era suficiente? El resto de los demonios no podía evitar mirarme con envidia, y ese resentimiento solo alimentaba mi orgullo. Mis hazañas no solo resonaban en cada rincón de mi mundo, sino que llegaron incluso a los oídos de nuestro monarca. Él, el líder supremo de nuestro Reino, sabía de mí. Fue entonces cuando mi ego se disparó a alturas inimaginables.
En cada expedición, la victoria era mía. Nunca fallaba. Nunca. Conmigo al frente, no hacía falta nadie más. Los novatos me observaban con admiración, como si fuese un ser supremo al que aspiraban alcanzar, aunque, por supuesto, ninguno lo lograría. Mi vida estaba llena de lujos, de respeto, de gloria. Tal como lo merezco. Yo sé que soy fuerte. El más fuerte.
Pero ahora... ahora siento que no soy nada de eso.
Mientras sostengo a Brooke en mis brazos, y su respiración pausada llena este silencio, todo lo que alguna vez fui parece desvanecerse. Ella duerme, ajena al huracán que ruge dentro de mí. Y yo, por primera vez en mucho tiempo, me siento pequeño, débil, incapaz.
«Si tan solo nunca me hubiera separado de ti. Si nunca te hubiera dejado sola. Todo esto no habría pasado. Todo esto es mi culpa. Yo debí acompañarte, debí haber sido más precavido. Al menos debí haber estado allí para evitarlo…».
¿De qué sirve haber sido el mejor durante tantos años si no fui capaz de protegerla? Todo lo que soy, todo lo que he logrado, parece insignificante ahora. Cada vez que cierro los ojos, revivo la escena, el momento en que no estuve ahí para salvarla cuando más lo necesitaba.
Mi espada, mis victorias, mi fuerza, mi poder... ¿De qué sirven si no puedo proteger a una sola persona?
No dejo de pensar en lo que acaba de suceder. En cómo fallé. Esta culpa me consume, me rompe… porque debí protegerla.