Salomé Lizárraga es una joven adinerada comprometida a casarse con un hombre elegido por su padre, con el fin de mantener su alto nivel de vida. Sin embargo, durante un pequeño viaje a una isla en Venezuela, conoce al que se convertirá en el gran amor de su vida. Lo que comienza como un romance de una noche resulta en un embarazo inesperado.
El verdadero desafío no solo radica en enfrentarse a su prometido, con quien jamás ha tenido intimidad, sino en descubrir que el hombre con quien compartió esa apasionada noche es, sin saberlo, el esposo de su hermana. Salomé se encuentra atrapada en un torbellino de emociones y decisiones que cambiarán su vida para siempre.
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Una encrucijada
Alberto conducía el auto mientras yo miraba por la ventana, con la mente atrapada en un torbellino de pensamientos. La brisa suave del atardecer acariciaba mi rostro, pero mi corazón estaba pesado, abrumado por la revelación de mi embarazo. El silencio entre nosotros se alargó, cargado de tensiones no expresadas, hasta que finalmente Alberto estacionó el auto en un lugar al aire libre. Allí, el paisaje se desplegaba ante nosotros como una pintura vibrante: los edificios de la ciudad brillaban con luces doradas, y el cielo, pintado en tonos de naranja y púrpura, parecía un lienzo en llamas.
El aire fresco y puro me envolvió, trayendo a mi mente la tranquilidad que tanto necesitaba. Alberto había elegido el lugar perfecto; la serenidad del entorno contrastaba con el caos que reinaba en mi mente. A lo lejos, se escuchaba el murmullo del viento entre los árboles y el canto de algunos pájaros que regresaban a sus nidos, como si la naturaleza misma estuviera invitándonos a encontrar un momento de paz.
Me bajé del auto, sintiendo el aire puro sobre mi rostro, me senté en una roca bajo la sombra de un enorme arbol, contemplando la vasta extensión de la ciudad iluminada, mientras la luz del sol comenzaba a desvanecerse. Era un espectáculo hermoso, pero en mi interior, la tormenta seguía rugiendo. Alberto se sentó a mi lado, y aunque la calma del paisaje intentaba tranquilizarme, el peso de la verdad que compartíamos seguía presente, latente, como una sombra que no podía escapar.
—Bien, bajemos del auto, es mejor que respires aire puro para que te tranquilices y podamos hablar.
Me bajé sin decirle una palabra, estaba cansada de tanto llorar, además de los días que tenía sin dormir desde que descubrí que ese hombre del que estaba enamorada era el esposo de mi hermana. Allí estuvimos en silencio por unos minutos que para mí fueron una eternidad. Alberto esperó pacientemente a que estuviera un poco más tranquila, hasta que rompió el silencio diciendo:
—¿Crees que podamos hablar?
—Sí.
—¿Ese hijo que estás esperando es mío?
Lo miré llena de coraje, porque su pregunta me ofendía; sin embargo, en el fondo tenía razón de hacerla, puesto que Diego era mi prometido, estábamos a una semana y media de casarnos, era lógico para cualquiera que ese hijo fuera de él. Pero nadie se imaginaba que mi compromiso con Diego era más un negocio arreglado por mis padres que una relación de pareja.
—Por supuesto que este hijo que llevo en mi vientre desgraciadamente… es tuyo. ¿Acaso no te das cuenta el por qué de mi estado de nervios?
—Lo siento, Salomé, pero entiéndeme, durante todo este tiempo he visto que a pesar de lo que pasó entre nosotros, tú te has mantenido firme ante la idea de casarte con Diego.
—¡No seas tan cínico! ¿Y qué has hecho tú? Te has mantenido como el esposo perfecto engañando a mi hermana descaradamente.
—Por favor, Salomé, yo también me siento entre la espada y la pared, Ernestina no está bien de salud, una noticia como esta la mataría. Yo a quien amo es a ti. Y no sabes la tortura que ha sido para mí el tener que fingir ante ella que sigo siendo el mismo hombre enamorado con el que ella se casó.
—Esto es una pesadilla, ¿te das cuenta en el lío en el que estamos metidos cuando Diego se entere de mi embarazo? Yo jamás he tenido relaciones con él, y no me quiero imaginar lo que hará cuando sepa que lo traicioné, porque un escándalo como ese lo haría ver como un cornudo ante la alta sociedad.
Fue inevitable que en ese momento comenzara a llorar nuevamente, era casi imposible calmarme cada vez que pensaba en lo que podía pasar cuando la verdad saliera a la luz.
—Por más que lo pienso, la única solución a todo esto es que…
Hubo un silencio por parte de él que me puso ansiosa, así que no esperé un minuto para preguntarle:
—¿Por qué te quedas callado? ¿A qué solución te refieres?
Se acercó a mí, me tomó por los hombros y me miró a los ojos diciéndome:
—Escapémonos juntos, vayámonos lejos de aquí, comencemos una nueva vida con nuestro hijo, seamos felices sin que nos importe el qué dirán.
Mientras más cosas me decía, más asombrada me sentía, no podía creer con cuánta facilidad pretendía arreglar el problema.
—¡Basta! ¡Cállate! Ya no sigas hablando estupideces, no puedo creer que seas tan egoísta, que sólo pienses en ti. Es que definitivamente no quieres a nadie, y por lo que veo jamás has querido a mi hermana, porque no te importa hacerle daño a pesar de que sabes su condición de salud.
Alberto caminaba de un lado a otro mientras se llevaba las manos a la cabeza, él estaba tan atormentado como yo, ambos estábamos metidos en un abismo del que no sabíamos cómo escapar.
—Por favor, Salomé, entiéndeme, estoy desesperado, no sé qué solución encontrarle a todo esto. Y cada vez la mentira se está haciendo más grande.
—Pues yo sí tengo una solución a todo esto.
Él me miró frunciendo el ceño, se acercó de nuevo a mí intrigado.
—¿Y según tú, cuál sería la solución?
—No tener al bebé.
—¿Perderlo? ¿Pero acaso te has vuelto loca? No puedo creer que se te haya ocurrido semejante barbaridad. Eso es una crueldad, cometerías un asesinato en contra de un inocente que no tiene la culpa de nuestros errores. ¿Y tú me llamas egoísta? Entonces, ¿cómo se le llama a lo que tú pretendes hacer?
La poca tranquilidad que había ganado cuando llegamos a ese lugar se había desvanecido por completo. Alberto tenía razón, estaba actuando igual o peor que él. Me estaba dejando llevar por la desesperación y pretendía tomar una decisión basada en el egoísmo, porque era verdad, ese pequeño ser que estaba comenzando a nacer dentro de mí no tenía la culpa de nada.
—Tienes razón, perdóname, estoy actuando como una estúpida, es que me dejé llevar por el pánico que me causa todo esto. Te juro que si no estuviera en juego la salud de mi hermana, no me importaría enfrentarme a todos y decirles la verdad.
—Te entiendo, lamentablemente Ernestina está muy delicada y ya no puedo ocultarle la gravedad de su enfermedad, lo peor de todo esto, es que ella en su condición no podrá tener hijos.
—¿Entonces Ernestina ha empeorado?
—Pues desafortunadamente sí, el tratamiento que le he suministrado no ha dado resultado y ha llegado la hora de que Ernestina sepa la verdad de su gravedad y comience con las quimioterapias. —hizo un silencio intentando tomar fuerzas para continuar. —ella no se imagina que el cáncer regresó a su cuerpo hace semanas.
—¡Dios mío! Pero cuánta calamidad. Ahora me siento peor, pensé que tal vez podía mejorar porque la veo tan tranquila que no parece que estuviera enferma. Y mis pobres padres se morirán de dolor cuando se enteren.
—¡Qué ironía! Siempre quise tener un hijo, y cuando conocí a Ernestina, vi la posiblidad de formar una familia, pero jamás pensé que terminaría en esta encrucijada.
—¿Y por eso tenías que engañarla con otra mujer? O mejor dicho, conmigo. —le cuestioné.
—Nos casamos muy rápido, yo me sentía muy solo y me casé con ella sin estar enamorado, pensé que con el tiempo el amor nacería, pero…solo existe un gran cariño hacia ella, pero no la amo.
—¡Dios mío! ¿Te das cuenta de todo el daño que le estamos haciendo a mi hermana? Si ella se entera de que este hijo que espero es tuyo, no la va a matar su enfermedad, si no el dolor de sentirse traicionada.
—Pero ¿No te das cuenta de que cuando Diego se entere de la verdad, todo se va a saber?
—Es que tú no entiendes, hay mucho dinero de por medio, este matrimonio es prácticamente un negocio, y si no se lleva a cabo, tanto mi padre como Diego perderían mucho dinero. Ellos firmaron un pacto y si alguno de los dos se retracta, perderían una gran fortuna.
—¿Pero y qué le vas a decir a Diego? A esta hora tus padres ya deben haberle contado lo del embarazo. Es más, no sé si es una buena idea regresar a tu casa, de ser así, puede ocurrir una tragedia.
—Es cierto, creo que debo llamar a casa para saber cómo están las cosas, debo evitar que mis padres hablen con Diego, al menos hasta que encontremos una solución que no perjudique la salud de mi hermana.
Efectivamente, mientras Alberto y yo estábamos tratando de encontrarle una solución a un problema que cada vez se hacía más grande, ya Diego se encontraba en casa de mis padres.
(…)
—Bien, suegritos, vine tan pronto como me llamaron. ¿Se puede saber qué pasa? ¿Y dónde está Salomé?
—Justamente de mi hija es de quien tenemos que hablar. —le dijo mi padre con una expresión de disgusto.
Diego ignoraba todo lo que estaba pasando, mantenía esa sonrisa de autosuficiencia, como si el mundo girara alrededor de él. Sonrisa que muy pronto se le iba a desvanecer cuando se enterara de la verdad.