Mi nombre es Alexander Dy Galyz, hijo mayor de Violeta de Dy Galyz, más conocida como "La Rosa Negra", la poderosa y enigmática líder colombiana radicada en Monza, Italia. Soy consciente de que mi historia está entrelazada con la de mi madre, una mujer que ha dejado una huella indeleble en el mundo, tanto en su vida personal como profesional.
A mis 24 años, soy ingeniero de sistemas, y con ello, el sucesor de un legado que mi madre ha construido con esfuerzo, sacrificio y una inteligencia que la ha convertido en una mujer respetada y temida por igual. Mi madre, a sus 41 años, ha logrado lo que pocos pueden imaginar: ha creado un imperio en Italia y ha conseguido un respeto absoluto en los círculos más altos de la sociedad.
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Llamada al pequeño demonio
con una respiración profunda, Violeta forjó una sonrisa, una de esas sonrisas que solo las madres conocen. No era una sonrisa de alegría, sino una sonrisa de resolución. Sabía que lo que tenía que hacer ahora era hablar con Valentina. Aunque se encontraba lejos, en Alemania, entrenando en el ejército y destacándose como cadete, su hija siempre había sido una fuente de fortaleza para ella. Valentina, con su enfoque y disciplina, ya estaba demostrando ser una mujer capaz de manejar incluso las situaciones más complejas.
Violeta levantó el teléfono y, con mano firme, marcó el número de Valentina. La joven, tan decidida como su madre, estaba en pleno entrenamiento de tiro en Polonia, un ejercicio que le había llevado meses de preparación. Sabía que la comunicación podía ser difícil, pero confiaba en que su hija sabría escucharla y entender la gravedad de la situación.
El teléfono sonó varias veces, hasta que finalmente la voz de Valentina, clara y enérgica, se escuchó al otro lado.
—Mamá, ¿todo bien? —preguntó Valentina, detectando un tono inusual en la voz de su madre.
Violeta se tomó un momento, escuchando la voz de su hija, ese eco de su propio ser que la llenaba de una extraña sensación de calma. Con una leve sonrisa en el rostro, comenzó a hablar.
—Valentina, mi pequeña demonio, necesito hablar contigo. —Su tono, aunque sereno, llevaba consigo la carga de algo mucho más profundo—. Quiero que sepas que hay algo de lo que debes estar al tanto. No es urgente, pero es grave. Juan Rodríguez ha regresado, y lo que está planeando no es solo contra mí, sino contra nuestra familia.
Valentina permaneció en silencio por un momento, dejando que las palabras de su madre calaran en ella. Sabía lo que eso significaba. Rodríguez había sido una sombra del pasado que aún perseguía a la familia, pero el hecho de que ahora estuviera amenazando a su madre, a su casa, la llenó de una furia controlada.
—Lo sé, mamá. Me has entrenado toda mi vida para enfrentarme a lo peor. No voy a dejar que ese hombre toque a nuestra familia. —La voz de Valentina era firme, decidida, una réplica exacta de su madre.
Violeta sintió un alivio profundo al escuchar esas palabras. No importaba lo lejos que estuviera su hija, Valentina tenía la misma fuerza y determinación que ella misma poseía. Había forjado a su hija con el mismo carácter, la misma inteligencia, y ahora confiaba plenamente en que, aunque la situación era grave, su hija sabría cómo enfrentarse a ella.
—Sé que lo harás, pequeña. —Violeta respondió, el peso del miedo finalmente comenzando a desaparecer—. Quiero que sigas entrenando, que te mantengas concentrada, pero quiero que sepas que, sin importar lo que pase, tienes que estar preparada para cualquier cosa. Si necesitas regresar, te esperaré.
Valentina, comprendiendo el mensaje, asintió con firmeza, aunque en su rostro había una ligera sombra de preocupación.
—No te preocupes, mamá. Estoy más que lista para lo que venga. —Su tono ya no era el de la joven cadete, sino el de una mujer hecha, madura y preparada para enfrentar lo que fuera necesario.
Violeta colgó el teléfono con una sensación de paz renovada. Sabía que Valentina ya estaba lista para enfrentar la amenaza. Esa niña, su hija, su espejo, estaba preparada para ser la guerrera que siempre había tenido el potencial de ser.