En el imponente Castillo de Lysandre, Elaria, una joven reina de 20 años, gobierna con determinación desde que la tragedia golpeó su familia. Tras la inesperada muerte de su madre años atrás, Elaria asumió el trono bajo la tutela de su padre, el rey Aldred. Aunque ha demostrado ser una líder firme y justa, su vida ha estado rodeada de aislamiento y deberes, lejos de los ojos curiosos del reino. Todo cambia cuando el rey decide abrir las puertas del castillo para un gran baile, invitando a familias nobles y plebeyas a una noche de celebración. Lo que parece un intento de reconciliarse con su pueblo pronto se convierte en caos, pues un grupo de infiltrados entra al castillo con la intención de robar las joyas de la corona. En medio de la confusión, Elaria se encuentra cara a cara con uno de los ladrones: un joven atractivo y enigmático cuyos ojos parecen revelar más secretos que intenciones maliciosas. Aunque debería detenerlo, algo en ella no lo hace.
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Capítulo 24
El jardín del castillo resplandecía bajo la luz de la luna, cada flor parecía más viva en la penumbra, y el sonido de las fuentes llenaba el aire con una calma reconfortante. El frío de la noche apenas se sentía gracias a la suave brisa que acariciaba la piel. Me encontraba sentada en uno de los bancos de piedra, con la canasta de flores apoyada a mis pies, mientras Sara, mi dama de compañía y confidente, hablaba sin parar mientras recogía algunas rosas.
Sara llevaba trabajando en el castillo casi el mismo tiempo que yo recordaba haber tenido libertad para hablar con alguien. Era casi de mi edad, aunque a veces parecía mayor solo por su forma de tratarme, como si fuera una hermana mayor cuidando de una niña imprudente.
—Te juro, Elaria —dijo mientras arrancaba con cuidado una hoja seca de entre las rosas—, cuando llegué aquí pensé que no duraría ni una semana.
Me reí suavemente, dejando que la calidez de la conversación me relajara.
—¿Y por qué pensaste eso?
Sara se giró hacia mí, con una expresión tan dramática que tuve que contener otra carcajada.
—Porque casi muero de miedo cuando vi a tu padre por primera vez.
—Eso no es nada nuevo —respondí con una sonrisa.
—Es en serio —insistió ella, dejando la canasta sobre el suelo y levantándose para sacudirse la falda—. Tu padre tiene esa mirada que parece que puede ver directamente dentro de tu alma… O destruirla si le das una razón.
Me encogí de hombros, fingiendo indiferencia, aunque sus palabras tocaron un punto sensible que preferí ignorar.
—A veces solo tiene que parecer intimidante.
Sara me miró de reojo con una ceja arqueada.
—Si tú lo dices… Pero déjame decirte que cuando no está en modo "rey de hierro", tu padre parece bastante normal. Aunque claro, nunca es contigo.
Aparté la vista, observando las flores frente a nosotros. No tenía ganas de discutir ese tema.
—Eso es porque siempre ha sido así.
—Pues menos mal que tú no heredaste esa seriedad. —Sara volvió a sonreír y se sentó a mi lado, estirando las piernas frente a ella—. Y hablando de eso… ¿Cómo es posible que tú, que tienes la vida de una princesa, termines metida en líos con ladrones que aparecen en tu casa?
Mis labios se apretaron en una línea delgada.
Entonces, miré el cielo. Las estrellas brillaban, y la luna estaba alta, recordándome la noche anterior.
Mis ojos se abrieron de golpe.
—¡Dios mío!
Me levanté tan rápido que la canasta de flores casi cayó al suelo.
—¿Qué pasa? —preguntó Sara, alarmada.
—Nada… solo… olvidé que tengo que hacer algo.
Me giré para dirigirme hacia el castillo, pero Sara me detuvo antes de que pudiera dar más de dos pasos.
—¡Un momento! —Su mano en mi brazo me frenó. Su mirada astuta y llena de curiosidad me perforó—. ¿Esto tiene que ver con Kael?
Tragué saliva, nerviosa. Me debatí por un instante entre mentir o simplemente admitirlo. Sara no me dejaría ir fácilmente.
—Sí.
El brillo en sus ojos fue inmediato.
—¿Vas a verlo otra vez? —preguntó, y luego dejó escapar una risita incrédula—. No puedo creerlo… ¿Estás loca?
—No es lo que piensas.
—Claro que sí. Te conozco.
Suspiré, sintiendo el calor subiéndome a las mejillas.
—Sara…
—Escucha, ese tipo está loco. ¿Cómo demonios logró entrar al castillo sin que nadie lo viera? Tiene que pasar los tip.
—No lo sé. Pero lo hizo.
—Si me lo vuelvo a encontrar por aquí, voy a atraparlo yo misma —dijo, cruzándose de brazos.
Rodé los ojos.
—No lo harás.
—Oh, sí que lo haré. —Luego me señaló con un dedo—. Pero primero tienes que presentármelo. Le dare una pequeña charla de hermana.
Me reí, aunque intenté ocultarlo detrás de una mano.
—Sara… solo cúbreme esta vez. Si mi padre pregunta por mí o por qué no estoy en mi habitación, inventa algo.
—Debería preocuparme, ¿cierto?
La miré con una pequeña sonrisa, sincera.
—Estaré bien.
Sara suspiró pesadamente, levantando las manos en señal de derrota.
—Está bien, pero me debes una.
—Gracias, Sara.
Sin perder más tiempo, me di la vuelta y caminé rápidamente hacia el castillo.
Subí las escaleras despacio, sintiendo el frío del pasamanos bajo mis dedos. La noche era silenciosa, solo interrumpida por el leve crujir de la madera bajo mis pasos. El castillo estaba casi completamente en penumbra, salvo por algunas antorchas encendidas en los pasillos. Al llegar frente a mi habitación, respiré hondo antes de girar la perilla.
La puerta se abrió con un leve chirrido, y lo primero que noté fue la brisa fresca que entraba desde el balcón. Kael estaba allí, sentado en la baranda con una pierna colgando y la otra flexionada, apoyando el brazo sobre su rodilla. La luna dibujaba los contornos de su figura, y aunque apenas podía ver su rostro, sabía que estaba sonriendo.
—Hola —dije, cerrando la puerta tras de mí.
Kael giró ligeramente el rostro hacia mí, pero no se movió de su lugar.
—Hola —respondió con calma, como si me hubiera estado esperando toda la noche—. No pasa nada si te pasaste de la hora. No era necesario venir corriendo y dejar sola a tu amiga.
Me detuve a medio camino entre la puerta y el centro de la habitación. Fruncí el ceño, cruzando los brazos.
—¿Me estabas espiando?
Kael soltó una suave risa y finalmente bajó la pierna, incorporándose. Caminó unos pasos hacia el interior de la habitación, pero se quedó cerca del balcón, apoyando una mano en el marco.
—No es espiar. Desde aquí arriba se ve todo el jardín perfectamente.
—¿Perfectamente?
—Incluyendo cómo casi tropiezas cuando corrías hacia acá.
—¡No tropecé! —protesté, pero su sonrisa burlona indicaba que no me creía.
—Claro que no —dijo, levantando las manos con un gesto de falsa inocencia—. Fue pura gracia.
Lo miré con el ceño fruncido, pero terminé suspirando y sacudiendo la cabeza mientras caminaba hacia el tocador.
—¿Sabes qué? Mejor no hables —dije, dejando unas flores sobre la mesa.
—¿Flores para mí? —preguntó con una expresión divertida, inclinándose ligeramente hacia adelante.
—Para mí. Del jardín.
—Qué suerte tienen las flores.
Lo ignoré, pero noté cómo sus pasos se acercaban, aunque se mantuvo a una distancia prudente. Kael no era alguien que invadiera el espacio de los demás a menos que quisiera provocar alguna reacción.
—Por cierto —dijo de repente—, ¿esa amiga tuya, Sara, no me odia un poco?
Me giré, apoyándome contra el tocador.
—No es odio. Es desconfianza.
—¿Desconfianza? —repitió él, como si la palabra fuera ajena—. Me pregunto por qué…
—Tal vez porque entraste al castillo a robar —respondí con ironía.
Kael esbozó una sonrisa ladina y se encogió de hombros.
—Oh, sí. Eso.
—Eso —recalqué, cruzándome de brazos.
—Bueno, yo también tendría una mala impresión de mí si estuviera en su lugar.
—Yo la tenía.
Kael levantó una ceja y dio un paso más, acortando la distancia entre los dos.
—¿Y ahora?
Bajé la mirada por un instante, consciente de que su atención estaba fija en mí.
—Ahora… —murmuré, pero la frase quedó suspendida en el aire.
—¿Ahora qué, Elaria? —insistió, y su tono de voz descendió ligeramente.
No respondí de inmediato. A veces Kael tenía esa habilidad de desarmarme sin siquiera intentarlo. Me di la vuelta, fingiendo estar ocupada con las flores, aunque mis manos solo las movían sin sentido.
—No sé qué pensar de ti —dije finalmente, apenas en un susurro.
Hubo un breve silencio, hasta que lo escuché acercarse unos pasos más. Su reflejo apareció en el espejo frente a mí.
—Eso es bueno —dijo con una sonrisa traviesa—. Si lo supieras, perdería todo el encanto.
—¿Encanto? —levanté una ceja, mirándolo a través del reflejo.
—Claro. No querrás aburrirte.
Rodé los ojos, pero una leve sonrisa se dibujó en mis labios. No podía evitarlo. Con Kael, las conversaciones siempre parecían una especie de juego.
—Mi padre te mataría si te ve aquí —le advertí, girándome para encararlo directamente.
Kael no parecía preocupado. De hecho, se apoyó contra el borde del tocador, a poca distancia de mí.
—Si nos ve, te dije que volveré a besarte —dijo, con una expresión completamente seria.
—¡Kael! —lo miré con incredulidad, pero él mantuvo la mirada.
Me volví, pero antes de que pudiera dar un paso más, él me alcanzó, y con un gesto rápido me tomó por los hombros, girándome hacia él. Su respiración estaba agitada, como si el simple acto de estar cerca de mí le costara más de lo que quería admitir. Sus ojos brillaban con una mezcla de cansancio y algo más profundo, algo que no lograba entender.
—Elaria, dime algo —dijo, su voz más grave de lo normal, casi desesperada—. ¿Por qué me besaste ese día? ¿Sabes que esto es peligroso? Desde ese día no dejo de pensar en ti, y no sé por qué, no entiendo por qué besaste a alguien como yo. ¿Me querías ilusionar o qué?
Sus palabras me golpearon con una fuerza inesperada. Cada una de ellas parecía cargada de un sentimiento que no lograba descifrar. Mi estómago se revolvió, y mi mente comenzó a trabajar rápidamente, buscando una respuesta que pudiera mitigar la tormenta que él acababa de desatar.
Quería decirle algo, cualquier cosa que pudiera aliviar su angustia, pero las palabras se me escapaban. ¿Cómo explicarle que no había sido un juego, que el beso había sido solo un impulso, una reacción que ni yo misma comprendía? Mi cabeza giraba, pero mi corazón, errático, ya había tomado la delantera.
—No era mi intención… —empecé, sin saber si mis palabras serían suficientes. Intenté mirar sus ojos, pero era imposible, me sentía demasiado vulnerable, como si me estuviera desnudando por completo solo con mirarlo. —No quise ilusionarte. Fue un momento, solo eso. Un impulso que ni yo misma entendí.
El silencio entre nosotros se hizo denso, pesado. Podía ver cómo la frustración se reflejaba en su rostro. Estaba claro que no esperaba esa respuesta, pero tampoco tenía una mejor para darle.
—Entonces… —dijo, su voz temblando un poco, aunque intentó disimularlo— ¿Qué significa todo esto?
Me quedé en silencio, sin saber qué responder. Él estaba buscando algo que yo no podía darle, algo que yo misma no tenía. Y aunque me doliera, quizás lo mejor era que cada uno siguiera su camino. Pero no podía decirlo, no podía ser tan directa.
Lo miré una vez más, tratando de encontrar alguna respuesta que no sonara vacía, que no dejara más incertidumbre entre nosotros.
Lo miré con furia acumulada, las palabras salieron de mis labios sin pensarlo, como si no pudiera contener todo lo que había estado guardando en silencio.
—No te fijarías en una consentida como yo —le solté, la rabia ardiendo en mi pecho. Mi voz temblaba, pero no por miedo, sino por la frustración de sentirme atrapada en mi propia vida. —En alguien como yo, que solo está aquí para ser controlada, que hace todo lo que su padre le dice.
Vi cómo sus ojos se agrandaron por un momento, sorprendido por mis palabras, pero eso no me detuvo. Necesitaba que supiera lo que realmente pensaba, lo que sentía.
—No entiendes nada, ¿verdad? —continué, mis puños apretándose con fuerza, la adrenalina corriendo por mis venas. —No sé por qué sigues aquí, porque no soy la persona que piensas que soy. No soy solo una "consentida" que se deja llevar por lo que los demás esperan de ella. Estoy atrapada en un mundo que ni siquiera elegí, y lo peor de todo es que nadie me deja decidir por mí misma.
Me di cuenta de que estaba respirando rápido, mi pecho subiendo y bajando con fuerza. No quería mostrarme débil, pero algo dentro de mí no podía callar más.
—Lo que menos necesito ahora es que me digas qué hacer o cómo debo sentirme. Solo… aléjate si no entiendes nada de lo que está pasando —terminé, con un suspiro pesado. No quería llorar, no quería mostrarme vulnerable frente a él, pero mis palabras ya no podían volver atrás.
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