¿Qué pasa cuando tu oficina se convierte en un campo de batalla entre risas, deseo y emociones que no puedes ignorar?
Sofía Vidal nunca pensó que un simple trabajo en una revista cambiaría su vida. Pero entre reuniones caóticas, sabotajes inesperados y un jefe que parece sacado de sus fantasías más atrevidas, sus días pronto estarán llenos de sorpresas.
Martín Alcázar es un hombre de reglas. Siempre profesional, siempre en control... hasta que Sofía entra en su mundo con su torpeza encantadora y su mirada desafiante. ¿Qué sucede cuando una chispa se convierte en un incendio que nadie puede apagar?
"Entre Plumas y Deseos" es una comedia romántica llena de tensión sexual, momentos hilarantes y personajes inolvidables. Una historia donde las plumas vuelan, los corazones se tambalean y las pasiones estallan en los momentos menos esperados.
Atrévete a entrar a un mundo donde el humor y el erotismo se mezclan con los giros inesperados del amor.
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Una Tormenta Interior
Cuando llegaron al edificio de Sofía, eran dos náufragos de la pasión. La ropa se les pegaba como un segundo espíritu travieso, revelando geografías prohibidas. La camisa de Martín se transparentaba, dibujando los contornos de su torso como un pintor mojado. Los jeans de Sofía, convertidos en una segunda piel de seda húmeda, no dejaban mucho a la imaginación.
—Pasa —dictaminó ella, más cerca de una orden militar que de una invitación romántica—. No voy a dejar que pesques un resfriado.
Su voz era un arma de doble filo: mitad cuidado, mitad provocación. Martín la siguió escaleras arriba, cada peldaño un preludio, cada respiración una nota de tensión sexual.
El departamento era un refugio de diseño porteño: muebles minimalistas, arte contemporáneo en las paredes, libros apilados con aparente desorden. Un espacio que gritaba personalidad.
Martín la observaba moverse, quitándose la chaqueta, su camisa blanca transparentándose con el agua.
— ¿Té? —preguntó Sofía, desviando la mirada.
— Preferiría algo más fuerte —respondió él.
Una botella de whisky apareció como por arte de magia. Ella sabía exactamente cómo desarmar a un hombre.
Mientras preparaba las copas, los diálogos comenzaron a fluir. No eran simples conversaciones, sino un juego de esgrima verbal donde cada palabra era una estocada.
— ¿Siempre eres tan directo? —preguntó Sofía, acercándole su copa.
— Solo cuando me interesa realmente algo —respondió Martín, su mirada descendiendo lentamente por su cuello.
Las palabras flotaban entre ellos como nubes preñadas de significado, a punto de estallar. Martín sostenía una taza de té que temblaba ligeramente en sus manos, más por la electricidad del momento que por el frío. Sofía había dejado caer su cabello suelto después de secarse, una cascada oscura que parecía tener vida propia.
Él hablaba con las manos, cada gesto una postal de sus viajes. Un tatuaje apenas visible en la muñeca contaba historias de Estambul, otro en el tobillo susurraba secretos de Hanói. Sus ojos, más que contar, pintaban los paisajes: mercados bulliciosos, callejuelas misteriosas, momentos robados entre culturas.
Sofía lo observaba. No solo lo escuchaba, lo decodificaba. Cada pausa, cada inflexión de su voz era un párrafo sin escribir. Sus dedos jugueteaban con el borde de un cuaderno de notas, como si estuviera tomando apuntes de algo más que palabras.
— La vida es más interesante entre líneas —susurró, inclinándose hacia adelante—. Lo que no se dice, lo que se sugiere...
Su voz era un pincel delicado dibujando insinuaciones. Las palabras se movían como seda entre sus labios, provocativas, juguetonas.
Martín la miró. Un segundo, una eternidad.
— ¿Como nosotros ahora? —murmuró.
Un trueno estalló afuera, violento y dramático. La ciudad convertida en un escenario teatral, agua y electricidad componiendo su propia sinfonía salvaje. Dentro del departamento, otra tormenta pugnaba por romper todas las fronteras.
Los ojos de Sofía brillaban. No de humedad, sino de algo más primitivo. Algo que ningún diccionario podría definir.
La lámpara parpadeó. Un guiño cómplice del universo.
Los relámpagos jugaban al strip-tease con el departamento, colándose por las ventanas como paparazzis celestiales. Cada destello era una foto prohibida: un fragmento de rostro aquí, una curva tentadora allá, un momento robado entre sombras y luz.
Martín sostenía su copa de whisky como si fuera un escudo de caballero medieval, solo que su armadura era de porcelana china y su batalla era completamente sexual. Dio un sorbo tan lento que parecía estar practicando una danza de seducción con el líquido caliente.
— Háblame de ti —soltó, con un tono que era más orden militar que petición romántica.
Sofía se recostó en el sillón con la gracia calculada de un felino que sabe que está siendo observado. Su blusa húmeda se adhirió a su cuerpo como un amante desesperado, revelando geografías que ningún mapa osaría dibujar. Un movimiento tan deliberadamente casual que gritaba "mira, pero no toques... todavía".
— ¿Qué quieres saber? —ronroneó—. ¿La versión oficial o la real?
Martín levantó una ceja. Una ceja que decía más que mil palabras: "Soy todo oídos y otras partes igual de atentas".
— La que me haría ruborizarme —contestó.
Una carcajada escapó de los labios de Sofía. No era una risa, era una declaración de guerra sexual envuelta en sarcasmo. Un sonido que podría derretir hielos polares y encender calderas industriales.
— Peligroso —murmuró ella—. Te advierto que mis verdades no son para débiles.
Era una advertencia envuelta en terciopelo, un desafío lanzado con la precisión de un francotirador. Martín la recibió como quien recibe un regalo envenenado: con una sonrisa y una copa alzada.
El espacio entre ellos comenzó a contraerse como si el departamento fuera un universo conspirando en su favor. Un centímetro. Otro. La gravedad ya no era cosa de Newton, sino de hormonas y química animal.
Un relámpago estalló afuera. La ciudad era un telón de fondo, ellos el performance principal. Y la noche prometía ser más caliente que cualquier taza de té.