Un Último Deseo

Capítulo 8:

La luz del atardecer se filtraba por los ventanales del despacho de la reina Isabel, tiñendo de dorado las estanterías repletas de libros antiguos y los elegantes muebles de madera oscura. Alexander se encontraba de pie frente al escritorio, sintiendo sus manos ligeramente tensas manteniendolas detrás de su espalda mientras esperaba que su madre terminara de leer el último documento del día y así poder hablar con ella.

Finalmente, Isabel levantó la vista y lo observó con una mezcla de curiosidad y calidez, le sonrió.

— Toma asiento, hijo— pidió la reina, él inclinó su cabeza y se sentó.

—Así que, Alexander, ¿Qué será lo que quieres hablar conmigo?— indagó, luego la reina apoyó los codos en el escritorio, entrelazando las manos bajo su barbilla mientras lo estudiaba con cuidado.

— Es sobre mi cumpleaños, mamá— respondió él saltándose él protocolo de llamarla madre.

— Bien, supongo que quieres hablar conmigo sobre el mes de gracia.

Alexander asintió, tomando aire antes de hablar.

— Sí, mamá. Quiero… Quiero aprovechar esa tradición, como han hecho otros antes que yo, quiero estar ese mes en la ciudad— dijo él— Necesito ese tiempo, lejos del protocolo, lejos de las responsabilidades, para entender quién soy realmente.

— Entiendo tu deseo, hijo, pero debes saber que no será fácil— dijo ella— Aquí, en Aureum, eres el príncipe heredero. Todos te conocen. ¿Cómo esperas encontrar libertad si donde sea que vayas te seguirán reconociendo?

Alexander frunció el ceño, dándose cuenta de que no había considerado ese detalle. Antes de que pudiera responder, Isabel continuó.

— Aunque...tengo una propuesta para ti. Si realmente quieres experimentar lo que ser una persona común, deberías ir más allá de nuestras fronteras. A un lugar donde nadie te conozca, donde no seas el príncipe Alexander de Aureum, sino simplemente Alexander.

Los ojos del príncipe se abrieron con sorpresa.

— ¿A otro país?

— Así es— confirmó Isabel, con una leve sonrisa— Ya he estado pensando en esta posibilidad desde que mencionaste el mes de gracia. Pero necesito saber algo antes de dar mi consentimiento.

Alexander la miró con cautela.

— ¿Qué cosa?

La reina lo miró directamente a los ojos, con una mezcla de seriedad y ternura.

— ¿Quieres ir solo, verdad?

Alexander dudó un instante antes de negar con la cabeza.

— No completamente solo— respondió él— Quiero que Ethan y Lucas me acompañen. Con ellos puedo ser yo mismo, sin tener que actuar como el príncipe todo el tiempo.

Isabel asintió, como si ya hubiera anticipado esa respuesta. Una sonrisa se dibujó en sus labios.

— Ya imaginaba algo así. Estoy de acuerdo en que ellos te acompañen, pero quiero que entiendas algo, Alexander. Este mes será tu única oportunidad de experimentar esa libertad. Exactamente una semana después de tu regreso, la boda con tu prometida se llevará a cabo, sin discusión.

El rostro de Alexander se ensombreció al escuchar esas palabras. El recuerdo de su compromiso, que nunca había sido más que una formalidad, ahora se presentaba como algo inevitable. No le gustaba, pero sabía que era el precio a pagar por esa oportunidad que tanto deseaba.

— Lo entiendo— respondió, su tono oyendosé más apagado.

Isabel se levantó de su silla y caminó hacia él, colocando una mano en su hombro.

— Sé que no es lo que quieres escuchar, hijo, pero la boda es una parte inevitable de tu destino como heredero. Sin embargo, este mes será tuyo. Un respiro antes de lo que vendrá.

Alexander levantó la vista, encontrando la mirada de su madre. Aunque seguía sintiendo una punzada de frustración, también reconocía el gesto de apoyo que ella le estaba ofreciendo.

— Gracias, madre. Prometo aprovechar este tiempo al máximo.

Isabel asintió, satisfecha.

— Bien. El viaje sé hará luego de tu cumpleaños, comenzaré los preparativos para que tú y tus amigos puedan viajar a una ciudad en otro país. Será un lugar bullicioso, lleno de vida y donde nadie podrá reconocerte.

— ¿Y qué ciudad será?— preguntó Alexander, con una pizca de curiosidad.

La reina sonrió, como si ya hubiera pensado en cada detalle.

— Alguna ciudad cosmopolita, moderna, y lo suficientemente grande como para que desaparezcas entre la multitud. París, Nueva York… Tal vez Berlín. Lo decidiré pronto.

Alexander no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa. Aunque la idea de la boda seguía pesando sobre él, el pensamiento de esa aventura comenzaba a emocionarlo. Era su oportunidad de vivir algo real, diferente, era su oportunidad de dejar de ser el príncipe, aunque fuera por un breve tiempo.

— Entonces, está decidido— concluyó Isabel, volviendo a su escritorio— Prepárate para festejar tu cumpleaños, Alexander. Será el comienzo de un nuevo capítulo en tu vida.

Con una reverencia, Alexander salió del despacho, sintiendo una mezcla de nervios y esperanza. Aún no sabía qué le depararía ese mes, pero por primera vez en mucho tiempo, sintió que el camino frente a él estaba lleno de posibilidades.