ESCLAVOS DEL DESEO.

Viernes por la noche.

Mía.

Solo han pasado dos días desde que llegué, me siento muy bien aqui, aunque Jehan tenga que dormir en mi cama y he amanecido en sus brazos. Siento que me estoy acostumbrando a el.

Dice que hoy puede que muchas personas del medio nos vean juntos y que tendré que fingir delante de personas que no sean su familia.

Estoy en un centro comercial en busca de mi vestido. Estoy con Sofía también con unos guardaespaldas. Jehan dijo que no puedo salir sola, es peligroso. El tiene muchos enemigos y también está Rubí, que cuando se entere querrá matarme con sus propias manos.

— Mira este, creo que me quedara muy bien — dice Sofía, mirando un vestido.

— Si, opino que este es el indicado — le digo.

— ¿Y tu? Hemos entrado ya en tres tiendas y no te gusta nada — me dice Sofía, y no miente. No me ha gustado nada de lo que veo. Hoy quiero verme radiante. Pero no encuentro nada que me guste.

— No encuentro algo que me guste. Tu hermano dijo que quizás nos encontremos con algunas personas del medio y también empresarios. Me tengo que ver genial — le digo, mirando varios vestidos del lugar.

— Bueno, tienes razón. Yo iré a...

— Oh, por Dios, mira esto — le digo, interrumpiéndola.

— Está muy hermoso, Mía. Pruebatelo— me dice, y llega una trabajadora del lugar.

— Hola, señoritas. En que las puedo ayudar — nos dice una mujer muy linda pero con cara amarga.

— Mi amiga se quiere probar este vestido — contesta Sofía por mi.

— Muy bien, pero tenga en cuenta que esta pieza es la más cara que tenemos — dice la mujer.

— No importa — dice Sofía. Jehan me dio una tarjeta que puedo usar y no tiene límite, pero no quiero abusar.

— Sígame entonces — dice la mujer.

— Sofía, si es la más cara, creo que no me lo llevaré — digo en un susurro.

— Te los llevaras, ahora ve a probarte esa hermosura.

Es un vestido color vinotinto, ceñido al cuerpo, y estoy segura que me queda genial.

— Oh, Dios mio, te queda genial. Me encanta. Nos llevamos este y este también — le dice a la mujer, entregándole su vestido y señalando el que tengo puesto. Me cambio y salgo a pagar.

— Vamos a comprar ropa interior — dice Sofía, entrando en una tienda.

— Compra tu, te espero aquí — le digo.

— No, tú también comprarás. Ya hace falta que dejes de usar pantys con conejito, fresitas y de más — me dice, y no sé cómo lo sabe.

 —¿Como lo sabes? — le pregunto.

— Vives con mi hermano. Me lo dijo. Que cuando se vestía sin querer miro tus bragas y se burló de ti. Así que ahora iremos a comprar bragas diminutas y las dejaras por toda la habitación para que las vea — me dice, y palidezco. ¿Como que su hermano miro mi ropa interior? No puede ser.

Entramos y miramos muchos tipos de bragas. Tomo algunas y Sofía me da más. Pagamos y nos vamos a comer unos helados.

— Mira quién viene ahí — me dice Sofía, y volteo.

— No puede ser Rubí — digo con ironia.

— Ya no le tienes miedo — me dice Sofía.

— Nunca le he tenido miedo. Antes solo dejaba que hiciera lo que ella quería.— le digo.

— Viene para aca. Ya te vio — me dice para que esté alerta.

Vienes saludando a todo el mundo como si fuera alguien importante. Las personas no le prestan mucha atencion.

— Pero miren a quién tenemos aquí. Esperaste que mi padre muriera para hacer lo que te de la gana — me dice, y paso la vista a ella.

— Hola, Rubí. Estamos muy bien gracias. Ya te puedes ir — le dice Sofía.

— Cállate, que no estoy hablando contigo — le dice.

— No tienes por qué hablarle así — le digo molesta.

— Le diré a mi madre que te mandé de nuevo a ese rancho de porquería donde estabas — dice, sacando el celular.

— Adelante — le digo moleta.

— Señoritas, tenemos que irnos. El lugar ya no es seguro — me dice un gorila que nos vigila, y asiento. Recojo mis cosas, igual Sofía y caminamos en medios de los gorilas, pero Rubí nos detiene.

— ¿A donde crees que vas porquería? — me dice — Mi madre ya viene por ti — dice, y agradezco por primera vez que Rubí sea tan molesta. Por lo menos ya se que Jehan puede proceder a recuperar mis bienes

— Mida sus palabras, señorita — le dice un gorila.

— Tu cállate — le grita — Y tu te esperan aquí a que venga mi madre — dice, e intenta jalarme, pero no se lo permito.

Saca un arma y me apunta, y los gorilas igual, todos le apuntan a ella.

— Bueno, si no quieres esperar a mi madre, te mato — dice, y me río.

— Sabes que tengo las de ganar, ¿cierto? — le digo — Antes de que la bala salga hacia a mi, tu ya estarás en el infierno. Asi que baja el arma o no respondo por lo que te pase.

— ¿Con que viejo asqueroso te estarás revolcando que ahora tienes a estos cuidándote? — me dice molesta, y baja el arma al suelo, pero los gorilas no dejan de apuntar.

— Con ningún viejo. Te daré una pista — le digo, y me acerco a ella.

— Es con un hombre muy apuesto, de ojos grises, casi dos metros de altura, y su apellido es..... Volkov — le digo, su cara lo dice todo. Intenta golpearme, pero la detengo.

— Eres una desgraciada. El es mi esposo — me dice molesta, mientras camino a la salida .

— Te das cuenta que el supuesto matrimonio nunca existió y ya no es tu esposo. Ahora será el mío — le digo, y sigo caminando hasta llegar a la camioneta. Está toma camino a la mansión.

— Rubí no cambia — me dice Sofía — Pero la pusiste en su lugar.— me dice y reímos juntas.

Jehan.

Ya mi madre me avisó que estaba en el restaurante con Sofía, pero Mía aún no baja y ya me tiene al borde de la locura. Es tarde. Le mandé a traer personal experto para que la ayudarán, y no quiso. Ahora me tengo que esperar.

— Ya nos podemos ir — dicen, a mi espalda y volteo.

........

— Que pasa, me veo mal, o te comió la lengua el raton, lindo — dice en forma de burla.

Ni ratón, ni mal, te ves para comerte a besos.

(pensamiento)

— Iván, manejo yo. Camionetas delante y detrás, atentos a todo — digo y salgo con Mía detrás.

— ¿Por qué tanta seguridad? — pregunta Mía en el asiento del copiloto.

— Cuando quieras y tengas tiempo, investiga a tu novio, y así te darás cuenta el por qué tanta seguridad — le digo, y sigo conduciendo.

— Te ves muy bien — me dice.

— Igual tu — le guiño — Ahora tengo una duda.

— ¿Cual? — pregunta.

— El vestido lo compras en una tienda de ropa interior o en una de vestidos — le digo, y palidece.

— Pero que dices, es obvio que en una tienda de vestidos, tonto — dice, aún palida.

— Bueno, entonces quiero ver que llevas bajo el vestido — le digo sin más.

— Ya, sin duda te has vuelto loco — dice, y ríe, pero yo no.

— Sabes que todo lo que gastas con la tarjeta que te di, me llega en un mensaje, y también tengo que aceptar los montos altos — le digo — Por lo tanto, compraste ropa interior con mi dinero merezco que me la enseñes a mi.

— Cállate — me dice, y río.