Ecos De Un Amor Eterno

La madrugada era silenciosa, pero Alejandro no podía ignorar la sensación de hormigueo en su muñeca. Mientras revisaba su marca bajo la luz tenue de su habitación, notó algo extraño. Las líneas que antes parecían estáticas ahora se movían, formando patrones que no podía descifrar.

—¿Qué demonios...? —murmuró, frotándose los ojos como si estuviera viendo mal.

Mientras tanto, en su propio apartamento, Luna estaba experimentando algo similar. La marca en su muñeca ardía ligeramente, como si estuviera viva. La luz de su lámpara de noche proyectaba sombras largas sobre la pared, acentuando su inquietud. Tomó una fotografía de la marca y la amplió en su teléfono.

—Esto... está cambiando. ¿Pero qué significa?

No pudo ignorar la urgencia de hablar con Alejandro. Aunque su conexión seguía siendo un misterio, algo dentro de ella le decía que estaban juntos en esto.

La cafetería donde se habían encontrado antes se convirtió en el lugar lógico para reunirse. Era temprano, y el sol apenas empezaba a asomar por el horizonte. Alejandro llegó primero, con el ceño fruncido y la mente llena de preguntas.

Cuando Luna apareció, sus ojos se encontraron de inmediato. Había algo en su expresión que delataba que también había tenido una noche difícil.

—¿Tú también lo sentiste? —preguntó Luna mientras tomaba asiento frente a él.

—Sí. La marca... cambió. Parece que se está moviendo.

Sin decir nada más, ambos extendieron las muñecas sobre la mesa. Las marcas ahora mostraban formas más definidas, como si juntas contaran una historia incompleta.

—Espera... —Luna inclinó la cabeza, observando las líneas—. Esto parece un mapa.

Alejandro la miró, incrédulo.

—¿Un mapa?

—Sí, mira —dijo, trazando las líneas con su dedo—. Estas curvas parecen ríos, y aquí podría ser una montaña.

Sacaron sus teléfonos, buscando comparaciones con mapas reales. Luna encontró algo en una aplicación de cartografía que coincidía parcialmente con las marcas: un área remota en las afueras de la ciudad, cerca de un bosque olvidado.

—Esto no puede ser una coincidencia —dijo Alejandro, sintiendo un nudo en el estómago.

—No, no lo es. Creo que tenemos que ir allí.

El viaje hacia el lugar fue silencioso, con una tensión palpable entre ellos. Alejandro conducía mientras Luna estudiaba las marcas, notando que parecían cambiar nuevamente con el paso del tiempo.

—¿Te has dado cuenta de que las marcas no son estáticas? —preguntó ella, rompiendo el silencio.

—Sí, es como si... estuvieran evolucionando.

—O guiándonos.

Cuando llegaron, se encontraron con un bosque denso, donde los árboles parecían más viejos de lo que deberían ser. Había un sendero estrecho, casi oculto por la maleza, que los invitaba a entrar.

—¿Estás segura de esto? —preguntó Alejandro, mirando el bosque con desconfianza.

—No, pero no tenemos otra opción.

El aire dentro del bosque era más frío, y un silencio extraño lo cubría todo, como si el tiempo hubiera dejado de avanzar allí. Las marcas en sus muñecas comenzaron a arder ligeramente, guiándolos por el camino.

—Esto es una locura —murmuró Alejandro, apartando una rama.

—Lo sé, pero no podemos detenernos ahora.

Después de caminar durante lo que parecieron horas, llegaron a un claro. En el centro había una estructura circular de piedra, similar al altar de sus sueños, pero más desgastada por el tiempo.

—¿Esto es lo que buscábamos? —preguntó Luna, acercándose con cautela.

—No lo sé, pero parece importante.

Antes de que pudieran inspeccionar más, un crujido en los arbustos detrás de ellos los hizo voltear bruscamente. Una figura encapuchada los observaba desde las sombras.

—¡¿Quién está ahí?! —gritó Alejandro, poniéndose frente a Luna como protección.

La figura no respondió, pero dio un paso al frente, dejando que la luz revelara parte de su rostro. Era un hombre mayor, con ojos intensos que parecían atravesarlos.

—Han llegado más rápido de lo que esperaba —dijo con una voz grave.

—¿Quién eres? —preguntó Luna, tratando de sonar firme a pesar del miedo.

—Eso no importa ahora. Lo que importa es que han despertado algo que no debían.

El hombre extendió una mano, mostrando una marca idéntica en su muñeca.

—¿Qué es todo esto? —preguntó Alejandro, furioso—. ¿Por qué tenemos estas marcas?

—Porque son las llaves —respondió el hombre con calma.

—¿Llaves para qué? —Luna dio un paso adelante, exigiendo respuestas.

El hombre miró el altar y luego a ellos.

—Para abrir la puerta.

Antes de que pudieran hacer más preguntas, el hombre dio media vuelta y desapareció entre los árboles, dejando más preguntas que respuestas.

De regreso en el claro, Alejandro y Luna se quedaron mirando el altar. Había grabados en la piedra que se parecían a las marcas de sus muñecas, pero más detallados.

—Creo que esto es solo el principio —dijo Luna, su voz apenas un susurro.

—Si ese hombre tenía razón, entonces estamos metidos en algo mucho más grande de lo que imaginábamos.

Mientras intentaban procesar lo ocurrido, las marcas en sus muñecas comenzaron a cambiar nuevamente, formando nuevas líneas que parecían señalar otro lugar.

—Esto no va a detenerse, ¿verdad? —preguntó Alejandro.

—No lo parece —respondió Luna.

Ambos se miraron, sabiendo que su viaje apenas había comenzado y que el destino parecía tener planes mucho más oscuros para ellos.

En la distancia, entre las sombras del bosque, la figura encapuchada observaba el altar. Su rostro mostraba una mezcla de preocupación y determinación mientras susurraba para sí mismo:

—Si ellos abren la puerta... todo estará perdido.