Arata, un omega italiano, es el hijo menor de uno de los mafiosos más poderosos de Italia. Su familia lo ha protegido toda su vida, manteniéndolo al margen de los peligros del mundo criminal, pero cuando su padre cae en desgracia y su imperio se tambalea, Arata es utilizado como moneda de cambio en una negociación desesperada. Es vendido al mafioso ruso más temido, un alfa dominante, conocido por su crueldad, inteligencia implacable y dominio absoluto sobre su territorio.
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Capítulo 24: Paranoia
Arata soltó una carcajada nerviosa mientras observaba a Mikhail desaparecer por la puerta. No podía creer que aquello fuera real. Era como estar atrapado en una novela dramática con tintes absurdos. Miró a Alexander, que lo observaba con una ceja levantada, y suspiró.
—No sabes cuánto desearía que esto fuera una broma. —dijo Arata mientras pasaba una mano por su cara.
Alexander se acomodó en su silla y se estiró, como si aquello fuera la cosa más entretenida que hubiera presenciado en años.
—Bueno, al menos ya sé por qué Mikhail no quería que me acercara a la mansión. Pareces haber provocado todo un terremoto emocional en él. —bromeó Alexander, dándole una mirada de complicidad a Arata—. No sabía que tuviera un lado tan... protector.
—Protector no es la palabra. —respondió Arata, tomando su taza de café y bebiendo un sorbo, como si el líquido pudiera darle las fuerzas necesarias para lidiar con lo que vendría después—. Es más como posesivo. Y exageradamente paranoico.
Alexander se rio entre dientes, claramente disfrutando de ver a su amigo enredado en una situación tan inusual.
—Entonces, ¿vas a hacer algo al respecto o solo vas a seguir dejándole creer que puede controlarlo todo?
Arata rodó los ojos y dejó la taza sobre la mesa con un golpe suave.
—Créeme, ya estamos en medio de una "negociación". Aunque la verdad, no sé si puedo ganar contra él. Es terco como una mula. —dijo con una mezcla de frustración y resignación—. Pero no pienso rendirme, Alexander. Si dejo que esto siga, me volveré loco.
Alexander asintió, levantándose de la silla y dándole una palmada en la espalda.
—Pues buena suerte con eso. Y si necesitas un aliado en esa batalla, ya sabes dónde encontrarme. Aunque debo decirte que no me metería entre ustedes dos ni por todo el café del mundo.
Arata le sonrió agradecido antes de que Alexander saliera de la habitación, dejándolo solo por un momento. Mientras se quedaba allí, en el silencio, los pensamientos comenzaron a correr por su cabeza. No podía negar que había algo en la intensidad de Mikhail que lo atraía. Pero también era cierto que esa intensidad podía ser agobiante.
La tarde pasó relativamente tranquila. Arata trató de relajarse, aunque el hecho de que Mikhail estuviera probablemente planeando su próximo movimiento en esa "negociación" le ponía los nervios de punta. A medida que caía la noche, decidió prepararse mentalmente para el inevitable enfrentamiento. Y justo cuando el reloj marcaba las nueve, escuchó los pasos familiares de Mikhail acercándose a la habitación.
La puerta se abrió suavemente y Mikhail entró, como si la escena de la mañana no hubiera sido nada fuera de lo común. Llevaba una expresión tranquila, casi demasiado calmada, lo que solo hizo que Arata se pusiera más en guardia.
—¿Listo para continuar? —preguntó Mikhail, acercándose lentamente, con las manos en los bolsillos y una mirada que Arata conocía demasiado bien: la de alguien que ya había ganado antes de que la batalla empezara.
Arata respiró hondo y se levantó de la cama, cruzando los brazos mientras lo miraba con determinación.
—Voy a decirlo de una vez: esto de echar a todos y prohibirles la entrada no va a funcionar. —comenzó Arata, alzando la voz con firmeza—. No puedes controlarlo todo, Mikhail. Ya me liberé de la cama, ahora déjame liberarme del resto de tu paranoia.
Mikhail lo miró en silencio por un momento, como si estuviera evaluando cada palabra que Arata decía. Luego, con una calma sorprendente, se acercó un poco más, reduciendo la distancia entre ellos.
—No es paranoia. —respondió Mikhail, con voz baja pero clara—. Es simple lógica. No quiero que nadie más vea lo que yo vi.
Arata rodó los ojos, dando un paso hacia él.
—Ya te lo dije, no soy un trofeo que necesites esconder de los demás. —replicó, su tono algo más suave pero igual de firme—. Y me estoy muriendo de aburrimiento aquí sin nadie con quien hablar, excepto tú.
—¿No es suficiente? —preguntó Mikhail con una ligera sonrisa, que hacía parecer la pregunta un juego, aunque su tono sugería que en el fondo, quizás, no lo era.
Arata lo miró fijamente, intentando mantenerse serio a pesar de que esa sonrisa estaba derritiendo parte de su resolución.
—Claro que no. —dijo finalmente, tratando de mantener la compostura—. Me estás volviendo loco. Necesito ver a otras personas, hablar con otros, aunque sea con Sergei y Dmitri.
Mikhail suspiró, como si aquella conversación fuera un mal necesario. Finalmente, después de un largo silencio, cedió un poco.
—Está bien, los dejaré volver. Pero solo bajo una condición.
—¿Qué condición? —preguntó Arata, ya temiendo lo que Mikhail pudiera decir.
Mikhail lo miró a los ojos, acercándose aún más, hasta que sus respiraciones casi se mezclaron.
—No quiero que nadie más se acerque a ti tanto como yo lo hago.
Arata parpadeó, incrédulo, y luego soltó una carcajada, llevándose una mano al rostro.
—Eres imposible, ¿lo sabías? —dijo entre risas—. Pero está bien, ya, trato hecho. Solo deja que vuelvan.
Mikhail esbozó una sonrisa triunfante, pero antes de que pudiera decir algo más, Arata añadió, con un toque de sarcasmo:
—Y por cierto, no te emociones demasiado. Todavía estoy negociando el asunto de mi libertad para ir a la ciudad cuando quiera.
Mikhail lo miró, divertido.
—Eso será más difícil de negociar, pero veremos cómo te va.
Arata sonrió. Por lo menos, había logrado una pequeña victoria en medio del caos. Y mientras Mikhail se retiraba a la cama, Arata se quedó pensando que, después de todo, quizás esa negociación podría ser más divertida de lo que había esperado.