En la mágica isla de Santorini, Dylan Fletcher y su esposa Helena sufren un trágico accidente al caer su automóvil al mar, dejando a Dylan ciego y con las gemelas de un año, Marina y Meredith, huérfanas de madre. La joven sirena Bellerose, que había presenciado el accidente, logra salvar a las niñas y a Dylan, pero al regresar por Helena, esta se ahoga.
Diez años después, las gemelas, al ver a su padre consumido por la tristeza, piden un deseo en su décimo cumpleaños: una madre dulce para ellas y una esposa digna para su padre. Como resultado de su deseo, Bellerose se convierte en humana, adquiriendo piernas y perdiendo su capacidad de respirar bajo el agua. Encontrada por una pareja de pescadores, se integra en la comunidad de Santorini sin recordar su vida anterior.
Con el tiempo, Bellerose, Dylan y sus hijas gemelas se cruzarán de nuevo, dando paso a una historia de amor, segundas oportunidades y la magia de los deseos cumplidos.
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Celebración.
Dylan está en su despacho, sumido en sus pensamientos y recuerdos. Aunque es un día feliz por el cumpleaños de sus hijas, la tristeza de la ausencia de su esposa pesa en su corazón. Con una copa de whisky en la mano, se permite recordar en silencio, sin preocuparse por ocultar su melancolía.
De pronto, escucha un suave golpeteo en la puerta. Levanta la vista y ve a su prima, Fabiola, quien entra sin esperar invitación. Lleva un vestido elegante, suelto y con ondas en el cabello, y lo mira con una mezcla de simpatía y algo más.
—Dylan, sabía que te encontraría aquí —dice ella suavemente, acercándose y posando una mano en su hombro—. Sé lo difícil que es para ti este día. No estás solo, Dylan. Siempre puedes contar conmigo.
—Muchas gracias.
Él asiente, tratando de expresar gratitud, aunque el cansancio emocional lo domina. Entonces, inesperadamente, Fabiola se inclina y lo besa. Dylan se queda inmóvil, sorprendido, y después de unos segundos, la aparta suavemente.
—Fabiola… no puedo… —susurra, con una mezcla de incomodidad y firmeza en su voz.
Ella se aleja rápidamente, visiblemente apenada, con las mejillas encendidas.
—Perdona, Dylan… pensé… pensé que quizás sentías lo mismo —balbucea con voz trémula—tu realmente me gustas y amo a las niñas.
Dylan suspira, con tono sereno pero decidido, deja claro sus sentimientos:
—Eres familia, Fabiola. Esto… no está bien. Además, mis hijas son todo para mí. Ellas y yo hemos pasado por mucho y no me interesas de esa forma romántica.
Fabiola asiente con una sonrisa nerviosa, intentando disimular su decepción.
—De acuerdo... puedo esperar todo el tiempo que necesites.
Sin decir más, se retira apresuradamente del despacho. Dylan suspira profundamente, deja la copa de whisky y se recompone. Piensa en la celebración que está por iniciar y decide que nada debería empañar el día de sus hijas.
Mientras tanto, en otra parte de la mansión, las gemelas han pasado toda la mañana emocionadas con la preparación de su fiesta de cumpleaños. Los sirvientes están ocupados con los detalles, los abuelos de las gemelas están felices y participando en los preparativos, y en el yate decorado majestuosamente se encuentra un gran pastel para la celebración.
Antes de ir hacia el yate, las gemelas deciden ver a su padre.
—¿Qué ropa traerá papá?
—No lo sé, espero que me regale un caballo.
Al acercarse a la puerta del despacho, lo observan a través de una pequeña abertura, aún sentado, aparentemente perdido en sus pensamientos con una mirada melancólica. Aunque no pueden oírlo, sienten la tristeza que emana de él.
—Parece triste—le dice Meredith a su hermana
—Mejor nos vamos, de seguro piensa en mamá.
Sin querer incomodarlo o distraerlo, se retiran en silencio, sin que él las note.
Media hora después, Dylan se une a la celebración, habiendo dejado atrás cualquier signo de tristeza. Con una sonrisa amable, aparece como si nada hubiera ocurrido, con el propósito de no preocupar a sus hijas en este día tan especial.
Desde la distancia, Bellerose observa la escena. Aunque debe cumplir con sus deberes en su mundo marino, ha venido para despedirse de las gemelas, aunque no se acerca a ellas. Entre las olas, contempla la celebración y, en su interior, siente una punzada de tristeza al saber que extrañará a las niñas y, de alguna forma, también a Dylan, quien se ha vuelto una figura enigmática en su vida.
Mientras las gemelas corren emocionadas hacia el yate, Bellerose observa desde lejos, sumergida parcialmente entre las olas. La visión de la celebración, las risas y la felicidad de las gemelas le provoca una mezcla de emociones. Sabe que este será su último adiós. El peso de su próxima boda en el reino marino, donde todos esperan que acepte su destino, se vuelve más palpable y doloroso.
Dylan, aún algo aturdido por el whisky y el inesperado encuentro con Fabiola, parece distraído. Justo antes de abordar el yate, siente una extraña intuición, como si alguien lo estuviera observando. Por un momento, sus ojos recorren la línea del horizonte marino, pero atribuye la sensación a las copas que bebió. Piensa que probablemente esté viendo visiones, así que ignora ese presentimiento y se une a la celebración.
Bellerose lo observa desde su escondite en las profundidades. Aunque sabe que para Dylan ella es solo un mito o una ilusión, no puede evitar sentirse conectada a él de una manera inexplicable. Cada vez que lo ve con sus hijas, percibe su dolor y también su fortaleza. Esa dualidad la atrae, pero la decisión que ha tomado es irrevocable. Con una última mirada, se sumerge lentamente en el océano, sus lágrimas mezclándose con el agua salada.
Al regresar al reino, los preparativos para la boda ya están en marcha. Su amiga Lyra la espera con una sonrisa triste, consciente del conflicto en el corazón de Bellerose.
—Tardaste mucho, ya me estaba preocupando, Bellerose ¿Estás segura de hacer esto? —le pregunta Lyra, intentando ofrecerle algo de consuelo.
Bellerose suspira, dándose cuenta de que la única manera de liberar a su corazón de la cadena de expectativas es marcharse para siempre. Sin embargo, una pequeña parte de ella se aferra a las imágenes de Dylan y sus hijas, preguntándose si alguna vez podría haber vivido una vida diferente.
Bellerose decide que no puede someterse a un destino impuesto, especialmente cuando su corazón anhela algo más allá de las profundidades de su reino. Esa noche, mientras todos decoran sus cuerpos y los preparativos para la boda están casi completos, toma la decisión definitiva de escapar.
Lyra, aunque comprensiva, se siente atrapada entre la lealtad a su amiga y el deber hacia el reino, pero odiaría ver triste todos los días a su amiga, además eso le da el espacio y tiempo para llenarse de coraje y confesarse a Mirael.
—¿Estás segura de esto, Bellerose? —le pregunta con voz temblorosa—. Sabes que si te marchas, no podrás regresar. Serás considerada una traidora.
Bellerose asiente con firmeza, aunque siente el peso de sus palabras. Se despide de Lyra, quien promete guardar su secreto, y parte sin mirar atrás, con la convicción de encontrar su propio camino, alejado de los compromisos y expectativas que otros han colocado sobre ella.
— Cuídate amiga. Te quiero.
—Yo también te quiero Lyra.
La princesa se desliza entre las aguas silenciosas, rumbo a las profundidades, dejando atrás su reino, sus deberes y la inminente boda. A medida que nada, sus pensamientos vuelven a la vida que ha observado desde lejos: las risas de las gemelas, el dolor y la resiliencia de Dylan. Aunque él nunca sabrá de su existencia, esos recuerdos le dan la fuerza para nadar hacia lo desconocido, con la esperanza de que, en algún lugar lejano, pueda hallar la libertad que siempre anheló.
Mientras tanto, en el palacio, la ausencia de Bellerose pasa desapercibida esa noche. Sin embargo, cuando la estrellas comienzan a iluminar las aguas del reino, las sirenas y los tritones empiezan a notar que algo falta: la princesa no está.
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