Eliza, una noble empobrecida, está desesperada por pagar sus deudas cuando recibe una oferta inesperada: convertirse en espía para Lady Marguerite en el ducado del Duque Richard. Sin embargo, su misión toma un giro inesperado cuando el duque, consciente de las amenazas que rodean a sus hijos, le propone un matrimonio por contrato para proteger a su familia. Eliza acepta, consciente de que su vida se complicará enormemente.
Tras la muerte del duque, Eliza se convierte en la tutora legal de Thomas y Anne, y asume el título de Duquesa de Gotha. Pero su posición es amenazada por Alexander, el hijo mayor del duque, un hombre frío y calculador respaldado por la poderosa familia de su difunta madre. Alexander de Ghota.
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Capitulo 24
Eliza se detuvo de romper su pluma y levantó la vista, clavando sus ojos en Alexander, quien no paraba de sonreír con una arrogancia irritante. Era una lástima, pensó, porque era terriblemente guapo, pero también un idiota en todo su esplendor.
—¿Sus padres han autorizado tal unión? Ella aún es una joven de casa —dijo Eliza con un tono controlado.
—Pues claro, después de todo seré Duque y todos quieren un Duque de familia —respondió Alexander, con una sonrisa triunfal.
Eliza supo en ese instante que Richard acababa de enviar a la basura su plan. No le bastaba con dividir el ducado; ahora incluso quería ocasionar problemas en el marquesado.
—Como tu madre puedo dar mi bendición, claro, si muestras total compromiso. Sabes a lo que me refiero —señaló Eliza—, nada de aventuras clandestinas.
Alexander borró su sonrisa al instante.
—Eso es demasiado, ¿no crees que es muy grosero para las jóvenes? —preguntó, pero luego volvió a sonreírle a Eliza—. Pero puedo hacerlo si me lo pides, madre.
—Y agradecería que no me llames madre —advirtió Eliza, su tono firme.
—Pero mis hermanos lo hacen —señaló Alexander—. ¿Por qué yo no?
—Bueno, pues esos niños no me han llamado prostituta y mucho menos me molestan como lo haces tú.
Alexander escuchó en silencio y luego pareció dudar un poco antes de hablar.
—Ese día... creo que fue demasiado de mi parte. Aunque no me agrades, no es digno de mí —admitió, bajando la mirada brevemente.
—Supongo que es lo más cercano a una disculpa de tu parte —concluyó Eliza, volviendo su atención a los papeles frente a ella.
Alexander la observó en silencio mientras ella ojeaba los documentos, claramente comprometida con la causa. Sabía que su preocupación principal era la sucesión y el peligro que eso representaba para Thomas, pero él no odiaba a los niños como para matarlos. Eran molestos, sí, pero solo eso.
—El día que encontré a Thomas, él te estaba buscando. Hiciste un buen trabajo con ellos —dijo Alexander, rompiendo el silencio.
—Soy su madre, o al menos eso es lo que ella hubiera hecho —respondió Eliza sin levantar la vista.
Eliza notó que, en cuanto mencionó a la madre de los niños, la expresión de disculpa de Alexander desapareció, siendo reemplazada por un terrible gesto de desdén.
—¿A ti no te agradaba la duquesa? —preguntó Eliza con cautela.
—¿A quién le agrada la amante de su padre si su madre aún vive? Es bastante obvio.
—No conozco los problemas del ducado antes de mi llegada, lo siento. Solo sé que tenías problemas con tu padre.
—Lo odiaba. Eso no es problema. Por otro lado, no solo me hizo infeliz de joven, sino que se casó y regaló lo que me pertenece a una mujer ignorante y dos niños molestamente odiosos.
—Es una pena —sonrió Eliza con burla.
Tal vez eso derribó la paciencia de Alexander, pues no dudó en rodear el escritorio y acercarse a ella. A diferencia de otras veces, Eliza no bajó la mirada; lo vio con el mismo desdén. La pluma en su mano estaba firme, sabiendo que, si él le hacía daño, ella le enterraría eso en el corazón.
Ambas respiraciones se entremezclaron, el olor del té llegó a Alexander y el aliento frío de menta congeló la nariz de Eliza. Ambos parecían perdidos en el odio y algo más, algo que los hacía temblar, demasiado rencorosos para reconocerlo, demasiado orgullosos para aceptarlo y demasiado lastimados para enfrentarlo.
Alexander sujetó el borde del cuello de Eliza, pero no contó con la punta de la pluma justo en su garganta, a diferencia de su otra mano que temblaba, esa punta no se movía.
—No dudaré en hacerlo, y será mejor que lo entiendas—dijo Eliza sin titubear incluso si los helados ojos de Alexander parecían matarla de cien formas.
—...Lo sé.