Entre El Amor Y El Odio

Al día siguiente, llegó al trabajo más temprano de lo habitual. Necesitaba hablar con su jefe, el señor Martínez, un hombre amable que siempre la había tratado bien. Cuando él llegó, Ariana lo interceptó antes de que pudiera entrar en su oficina.

—Señor Martínez, ¿puedo hablar con usted un momento? —preguntó, su voz temblando un poco.

—Claro, Ariana. ¿Qué sucede? —respondió él, notando la urgencia en su tono.

Ariana tomó aire y le explicó que estaba en una situación difícil, aunque sin entrar en detalles. Le pidió adelantar su pago trece días, explicando que necesitaba marcharse de la ciudad cuanto antes. Martínez la miró con preocupación.

—Ariana, eres una de nuestras mejores empleadas. Has hecho un trabajo excelente desde que llegaste. No quiero perderte, pero entiendo que necesitas ayuda —dijo él, pensando en cómo podía ofrecerle una solución.

Tras unos momentos de reflexión, Martínez le hizo una oferta inesperada.

—Mira, tenemos una habitación de servicio aquí en el restaurante. No es mucho, pero es cómoda y privada. Puedes quedarte ahí mientras solucionas tus problemas. Así no tendrás que marcharte y nosotros no perderemos a una gran trabajadora—

Ariana quedó atónita por la oferta. No esperaba una respuesta tan generosa. Las lágrimas llenaron sus ojos mientras asimilaba la bondad de su jefe.

—Señor Martínez, no sé qué decir. No esperaba esto. Gracias, de verdad—

—No hay de qué, Ariana. Solo quiero ayudarte. Si necesitas algo más, no dudes en decírmelo—

Ariana asintió, agradecida. Pasaría la noche en la habitación del restaurante, lo cual le daría tiempo para pensar y planear sus próximos pasos sin la presión inmediata de encontrar un nuevo lugar donde quedarse.

Esa noche, después de su turno, Martínez le mostró la habitación. Era pequeña pero acogedora, con una cama, una mesita y un pequeño armario. Había también un baño compartido, pero era más que suficiente para Ariana.

—Espero que esto te sirva por ahora —dijo Martínez, entregándole la llave—. Tómate el tiempo que necesites para resolver tus cosas—

—Gracias, Señor Martínez. En serio, no sé cómo agradecerle esto—

—Solo sigue haciendo tu buen trabajo aquí. Eso es suficiente para mí—

Ariana pasó su primera noche en la habitación del restaurante, sintiéndose más segura y con un poco de esperanza. Sabía que no podía evitar a Sergio para siempre, pero al menos tenía un lugar donde pensar y planear su futuro inmediato.

Sergio aceptó con cierto pesar los quince días que Ariana le había pedido para adaptarse a la idea de su matrimonio, pero su corazón estaba lleno de ilusión y esperanza. Durante esos días, no pudo evitar sentir la emoción de un hombre enamorado, imaginando cómo sería su vida juntos una vez que Ariana se sintiera cómoda con la situación.

El decimoquinto día, decidió ir a recogerla al trabajo, esperando que ese gesto mostrara su apoyo y disposición para estar a su lado. Se detuvo frente al restaurante donde trabajaba Ariana y esperó pacientemente a que su turno terminara. Pero los minutos pasaban y no había señales de ella. Intrigado, decidió preguntar a uno de los empleados.

—Disculpa, ¿Ariana está por aquí? —preguntó Sergio, tratando de mantener la calma.

—Lo siento, señor, pero Ariana no ha venido hoy —respondió el empleado, encogiéndose de hombros.

La preocupación comenzó a formarse en el pecho de Sergio. Decidió ir hasta su pequeña casa para ver si la encontraba allí. Al llegar, tocó la puerta varias veces, pero no hubo respuesta. Miró a su alrededor, comprobando si había algún indicio de su presencia. La inquietud se transformó en una sensación de urgencia. Tomó la decisión de entrar, movido por la desesperación y el deseo de saber si estaba bien.

La puerta no ofreció mucha resistencia. Al entrar, Sergio quedó impresionado por la simplicidad y humildad del lugar. Era una casa extremadamente modesta, sin lujos ni decoraciones innecesarias. Solo había lo esencial: una cama en cada habitación, una cocina con una nevera y un sofá en la sala. Todo estaba en orden, pero era evidente que Ariana llevaba una vida austera.

Sergio se quedó en la sala, observando con detenimiento el entorno. Las paredes estaban desnudas, sin cuadros ni adornos. Era un hogar que hablaba de necesidades básicas y nada más. En ese momento, comprendió mejor la situación de Ariana. Ella era una joven sin lujos, alguien que había aprendido a vivir con lo mínimo. Sintió una punzada de culpa al darse cuenta de cómo la había asustado y de cómo había huido.

Decidido a encontrarla y hablar con ella, Sergio regresó al restaurante. Esta vez, no estaba dispuesto a irse sin obtener respuestas. Entró al local y se dirigió directamente al señor Martínez, el jefe de Ariana.

—Buenos días, ¿puedo hablar con usted un momento? —preguntó Sergio con un tono firme pero cortés.

El señor Martínez levantó la vista de sus papeles y lo miró con curiosidad.

—Claro, señor, ¿en qué puedo ayudarle? —respondió Martínez.

Antes de que Sergio pudiera explicar su situación, Ariana, que estaba en la cocina, lo vio entrar por la puerta del restaurante. Su corazón se aceleró y sintió una oleada de pánico. No estaba lista para enfrentarlo, no después de haber pasado esos días intentando encontrar una manera de salir de la situación. Se acercó apresuradamente al señor Martínez y, con un tono urgente, le pidió:

—Por favor, dígale que ya no trabajo aquí —susurró Ariana, tratando de mantenerse fuera de la vista de Sergio.

El señor Martínez asintió con pesar, entendiendo que había algo más profundo en juego.

—Señor, lamento informarle que Ariana ya no trabaja aquí —dijo Martínez, mirando a Sergio con una mezcla de compasión y firmeza.

Sergio frunció el ceño, claramente sorprendido y confundido por la repentina noticia.

—¿Qué quiere decir? ¿Ella renunció? —preguntó, tratando de procesar la información.

—Así es. Ariana ya no forma parte de nuestro equipo —respondió Martínez, manteniendo la mirada de Sergio.

Sergio sintió que el suelo se desvanecía bajo sus pies. Sabía que algo no estaba bien, que esto no podía ser una coincidencia. Miró alrededor del restaurante, esperando ver a Ariana escondida en algún rincón, pero no había rastro de ella. Con el corazón pesado y una sensación de impotencia, se dio la vuelta y salió del local, prometiéndose a sí mismo que no se rendiría tan fácilmente.

Ariana, desde la cocina, vio a Sergio salir y sintió un alivio temporal. Sabía que esto no solucionaba nada, pero necesitaba tiempo, espacio para pensar y encontrar una manera de enfrentar la situación sin sentirse atrapada. Sabía que su huida no era una solución permanente, pero por el momento, era todo lo que podía hacer.

Durante los siguientes días, se quedó en la pequeña habitación del restaurante, buscando consuelo en la rutina de su trabajo. Sabía que eventualmente tendría que enfrentar a Sergio y resolver la situación, pero por ahora, solo quería mantenerse a flote.

Sergio, por su parte, no se dio por vencido. Comenzó a investigar discretamente, hablando con los vecinos y los conocidos de Ariana, tratando de entender más sobre su vida y sus circunstancias. Cada pieza de información que obtenía le ayudaba a comprender mejor por qué había reaccionado de esa manera y aumentaba su determinación de ayudarla, no solo como su esposo, sino como alguien que se preocupa genuinamente por ella.