Dante, el Capo de la 'Ndrangheta, es un hombre de objetivos. Se plantea uno, lo consigue y sigue por el siguiente. Todo es fácil para él hasta que se cruza con Francisca Guzmán, la líder de El Cártel de Sinaloa, quien le hará cuestionarse todo, incluso su cordura. Esa mujer es su droga personal y no sabe si vencer la adicción o dejarse llevar por ella aunque lo lleve al mismo infierno.
NovelToon tiene autorización de Yesenia Stefany Bello González para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Pasta
Fran
Me rio cuando Dante me tiene bajo su cuerpo y me hace cosquillas.
–Dime que sí.
–No –devuelvo y tengo que soportar otro ataque de cosquillas.
Baja su boca a mi vientre y lo mordisquea. –Eres la villana de mi historia –masculla contra mis costillas–. Te deseo.
Acaricio su cabello. –Yo también, pero no le faltaré el respeto a tu nona nuevamente.
–Ella no tiene que saberlo.
–Nos escuchará –replico.
Gruñe y luego besa la cima de mis pechos. –Podemos no hacer ruido.
Muerdo mi antebrazo para no gemir cuando su boca succiona mis puntas y su mano se pierde bajo mi falda.
–Dante –intento por doceava vez detener sus avances, pero me callo cuando su pulgar acaricia mi montículo.
–Me deseas, lobezna, puedo sentirlo.
Levanta mi falda y entierra su cabeza entre mis muslos. Acaricia mi montículo, sobre mis bragas, con su nariz.
–Hueles delicioso.
–¿Mejor que la comida de tu nona? –pregunto entre jadeos.
Gruñe. –Mucho mejor, nena. Hueles como el maldito cielo.
Sonrío y acaricio su cabello. –Buena respuesta, Dantecito –lo molesto.
Muerde mi monte de venus. –Solo mi nona me llama así.
Gimo al sentir su respiración sobre mi carne excitada. –Dante, por favor –ruego–. Hice una promesa.
–Tú lo hiciste, pero yo no lo he hecho. No hay forma de que pueda mantenerme alejado de ti, lobezna.
–Cuando volvamos a México podrás tenerme de todas las formas que quieras –susurro entre jadeos mientras su boca juega con mi montículo.
Sube por mi cuerpo, deteniéndose en mi ombligo. Gimo al sentir su lengua tentándome.
–Volveremos esta noche –dice haciéndome reír.
Un golpe en la puerta nos hace alejarnos.
–¡María dice que dejes de pecar con Dante y la ayudes en la cocina! –grita Inés.
Miro al hombre a mi lado y ambos reímos. Esa mujer tiene ojos en la espalda.
–Voy –le grito a mi hermana.
Trato de levantarme, pero Dante toma mi cintura y me empuja a su lado nuevamente.
Sonríe antes de enredar sus dedos en mi cabello y empujar mi rostro al suyo. Acaricia mis labios con los suyos antes de besarme con hambre, con intensidad y con sentimientos. Sobre todo lo último.
Rápidamente me pierdo en el beso. Dante toma mi pierna y la sube a su cadera. Gimo en sus labios al sentirlo excitado contra mi centro. Muerdo su labio inferior antes de buscar su lengua nuevamente.
Mi corazón late desbocado al igual que el suyo. El beso logra que toda mi piel duela. El dolor nace desde mi centro hasta las puntas de mis dedos. Me duele por necesidad y por el calor que siento. Un calor desesperante que fluye a través de mi sangre, despertando lugares que han estado dormidos por años.
–Dante –lo llamo con miedo. Es imposible que pueda sentir tanto con un beso, pero lo hago.
Me abraza con más fuerza y mi corazón se derrite ante él, ante lo que me hace sentir.
Acuno su rostro. –No dejes de besarme –le pido con desesperación.
Quiero ahogarme en lo que estoy sintiendo.
–¡Dante, María dice que sueltes a mi hermana ahora! –grita Nessy volviéndome a la realidad.
Dante masculla y apoya su frente en la mía. –Nunca pensé que sentiría tanto resentimiento contra mi nona.
Me rio, todavía sintiéndome extraña. –Debo ir. No quiero darle otro motivo para enojarse conmigo. No si quiero mantenerte en mi vida –digo sin pensar.
Dante sonríe y besa mi frente. –Buena respuesta, mexicana. No hagas enojar a mi nona.
Me levanto y sonrío al sentir mis piernas débiles. Dante tiene magia en su boca.
Le guiño un ojo antes de salir y él me lanza un beso.
Me obligo a cerrar la puerta ante la hermosa imagen. Debo ayudar a su nona.
*****
Me quejo cuando la masa se parte cuando la estiro por tercera vez.
–De nuevo –ladra María, haciendo reír a Inés, quien ya tiene la pasta que hizo colgando de los bastidores.
–No es justo. Tu masa quedó más manejable.
–Eso es porque Inés siguió mis órdenes al pie de la letra –devuelve María–. Tienes que aplicar fuerza cuando la amases.
–¡Lo he hecho! –me quejo.
Mis brazos duelen como el peor día en el gimnasio.
–De nuevo –repite María–. Entre más esperes más dura la masa se pondrá.
Hago una pelota de masa nuevamente y amaso maldiciendo a todo el mundo. ¿Por qué alguien haría pasta si ya la venden lista?
–Esto es maravilloso, Franny. Debemos empezar a hacer nuestra propia pasta en casa.
La miro como si me hubiese golpeado. –Nunca más comeré pasta en mi vida.
–Claro que lo harás –replica–. Esto es demasiado divertido. No sé por qué no intenté cocinar antes. Gracias, María, por enseñarme sus secretos.
–Sí, gracias –digo con sarcasmo.
Chasquea su lengua con desaprobación. –Más fuerza en esos brazos.
–Es lo que estoy intentando. ¿Por qué Dante y su hermano no están ayudando? No es justo que las mujeres cocinemos y ellos no.
María pone sus manos sobre las mías y me ayuda a amasar.
–Las mujeres no cocinamos porque seamos menos que ellos, querida. Lo hacemos porque somos más que ellos.
La miro y no puedo evitar sonreír. Me guiña un ojo antes de pasarme el uslero.
Con su frase en mi cabeza logro estirar la masa sin romperla. Es tonto, pero me hace feliz poder lograrlo.
–Muy bien, Francisca. Mejorarás con el tiempo. No todos nacen con el don para cocinar como Inés. Algunas personas, como tú y como yo, mejoramos con la práctica y con el esfuerzo.
–¿De verdad luchó al principio?
Se ríe. –Tuve suerte de no envenenar a mi esposo.
Inés y yo nos unimos a su risa contagiosa.
Me pasa un cuchillo y comienzo a cortar las tiras como lo hizo mi hermana hace un rato. Cuando termino las cuelgo en los bastidores. Mis fetuccini no son tan lindos como los de Inés, pero al menos pude hacerlo.
–Eres más que él, querida, nunca lo olvides –dice María mientras acaricia mi mejilla–. Ahora la salsa.
Asiento y comienzo a pelar los tomates. Espero que al menos la pasta sea comestible.
*****
Dante come su pasta y le agradece con efusividad a su nona.
–Lo hizo Francisca –dice María–. Todo lo que estás comiendo lo hizo ella.
–¿De verdad? –pregunta Dante incrédulo.
Golpeo su brazo. –Claro que es verdad.
Toma mi mano en la suya y besa mi palma. –Gracias, cariño. La pasta está deliciosa. –Se acerca a mi oído–. Tan deliciosa como tú –susurra mirándome con intensidad.
Caigo por esa mirada un poco más