Me Enamoré, Del Despiadado CEO

Capítulo veinticuatro

Marco entró al cuarto de Emilia, y notó que esta había agarrado las muletas y se dirigía al baño. Aunque era algo torpe para hacerlo, porque apoyaba sus axilas en las mismas. Cosa que haría que se llenara de hematomas. Aun así, lucia unos shorts cortos y una blusa gastada. Ambas prendas tapaban la delicada ropa interior que ella aún seguía usando del día anterior.

—No hagas esas cosas sola o podrías lastimarte —indicó Marco y la sostuvo.

—Es que tengo que ir al baño —dijo ella al notar que él la agarraba con sus enormes manos.

Marco la tomó en sus brazos y la metió en el baño. Emilia lo miró, ya que este no salía del mismo.

—No puedo hacer pis contigo mirándome —dijo ella avergonzada.

—Lo siento —Marco salió y por primera vez en mucho tiempo se sonrojó.

Después de terminar, Emilia lo llamó. Este al notar como se encontraba su cabello le preguntó si quería ducharse.

—Pero, si no puedo mantenerme en pie. ¿Cómo haré para bañarme? —preguntó Emilia y él sonrió.

—Vamos a mi cuarto, mi baño es más grande —dijo Marco y otra vez la tomó en sus brazos. La llevó hasta la cama y después de colocarle un albornoz que le había traído de regalo. La llevó hasta su cuarto.

—¿De quién es esta ropa? —preguntó Emilia.

—Entiendo que te guste hacer tu propia ropa, pero por unos días deberás descansar. Así que fui a un par de tiendas para comprarte algunas cosas —dijo Marco y al entrar en su dormitorio Emilia vio toda su cama llena de bolsas de la marca del señor Franco.

—¿Fuiste a una tienda Emilie? —preguntó ella sorprendida.

—La ropa que tu madre usaba era de esa tienda, también le gustaba a mi madre. Pensé que te sería familiar —dijo Marco mientras la llevaba a su baño sin mirarla.

Emilia miraba a Marco, y se acababa de dar cuenta de que el hombre se mostraba mucho más cálido que antes, aunque no sonriera. Eso hizo que recordara al joven que alguna vez fue y sonrió.

—¿Qué es lo que te hace sonreír? —preguntó él, ya que vio su reflejo en uno de sus espejos.

—Tu baño es más grande que tu dormitorio —mintió ella, la verdad no era eso.

—Me gusta relajarme cuando tengo tiempo. Por lo que uní los dos cuartos e hice un baño nuevo —explicó él mientras la sentaba en un banco que había cerca de la enorme tina negra.

Marco fue a preparar el agua para que ella se duchara y después de abrir la canilla empezó a desvestirse.

—¿Qué haces? —preguntó ella sorprendida.

—No voy a dejarte sola. Puedes lastimarte, hay muchas personas que terminan con lesiones graves en el baño —parecía una aclaración, pero que no estaba dispuesto a negociar con ella.

—Puedo hacerlo sola —dijo ella segura de que en esas condiciones no se desnudaría ante él.

—No es negociable —ordenó su despiadado esposo—. Una vez que entres y el agua jabonosa cubra tu cuerpo, quítate la ropa interior.

Ese era el mismo hombre que le decía que no sería más que su amigo por la mañana. Era difícil para ella poder comprenderlo después de cómo actuaba. Sin embargo, tenía que tratar de aprovechar la situación. Cuando él quedó solo con su bóxer, Emilia no pudo evitar admirar ese cuerpo. Todos pensarían que desnudo no se vería tan imponente, pero incluso su trasero lo hacía. Despiadado y encantador, una combinación mortal.

—Ven —dijo y la tomó en sus brazos para luego meterla en la tina junto a él. Hizo lo que le pidió y se quitó primero el brasier y se lo pasó sin poder verle, ya que estaba detrás de ella. Para las bragas fue más difícil porque necesitó inclinarse un poco contra el cuerpo de Marco, quien solo había sumergido las rodillas y estaba sentado en el borde de la tina. Su cabeza se inclinó hacia arriba y se encontró con los ojos penetrantes de ese hombre.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó con una sonrisa.

—¿Si la necesitara qué harías? —preguntó Emilia de una manera única.

Marco solo sonrió.

—Buena respuesta, amigo —dijo ella y le entregó sus bragas.

Él tomó la ducha de mano y comenzó a mojar el cabello de Emilia, luego le colocó el champú y masajeó de una manera muy relajante. Emilia no pudo resistirse e inconscientemente gimió por el placer.

—Pondré música —dijo él apartando sus manos de su joven esposa. Y tras secarlas con una toalla, desde su móvil puso su reproductor. Una canción bastante relajante, en francés, empezó a sonar.

Una vez que él hizo todo lo necesario para que el cabello de Emilia quedara limpio, le pasó una toalla para que ella se colocara.

—¿No tienes frío? —preguntó Emilia, ya que hacía rato que estaban ahí.

—¿Dejarás que me meta contigo? —preguntó él y ella sonrió.

—Es tu baño, puedes hacer lo que tú quieras aquí —dijo ella y se inclinó hacia delante para permitirle sumergir su cuerpo.

Él sabía que no debía hacerlo, sin embargo, no pudo evitarlo. Una vez que ambos estuvieron en el agua, él también relajó un poco su cuerpo.

—Gracias por comprarme ropa, eres la primera persona que me regala algo —dijo Emilia mientras jugaba con las pompas de jabón.

—Es lo mínimo que te debo, después del arrebato que tuve. No suelo ser así, lamento que tuvieras que ver esa parte de mí —dijo Marco a modo de disculpa—. Sobre todo, teniendo en cuenta cómo eres.

—¿Cómo soy? —preguntó ella y dio vuelta el cuerpo para verlo.

—Sí, en comparación conmigo eres muy pequeña —dijo Marco tomando su enorme mano y apoyándola en el rostro de Emilia. Cubría casi por completo su cabeza.

—Pensé que dirías que soy tan delgada que tienes asco por mí —dijo ella cerrando los ojos y apoyando con más fuerza su mano.

Él acarició el rostro de Emilia y pidió que no usara más esa palabra para describirse.

—Eres hermosa Emi, pero nuestro tamaño hace que me sienta mal por haberte sujetado con tanta fuerza —explicó, y ella sorpresivamente besó la mano de Marco.

—Si alguien hubiera hecho eso con la ropa de mi madre, no sé de qué hubiera sido capaz —indicó ella y se sorprendió cuando Marco la atrajo hacia sí. Se miraron a los ojos, ambos deseaban tocarse. La tensión entre los dos volvía la escena más erótica aún.

Autora: Osaku