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Entre Líneas

Entre Líneas

Status: En proceso
Genre:Amor prohibido / Amor tras matrimonio / Intrigante / Maltrato Emocional / Padre soltero / Diferencia de edad
Popularitas:1k
Nilai: 5
nombre de autor: @AuraScript

"No todo lo importante se dice en voz alta. Algunas verdades, los sentimientos más incómodos y las decisiones que cambian todo, se esconden justo ahí: entre líneas."

©AuraScript

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Heather & Damon: La primera mirada

^^^Mucho antes de que todo se desmoronara, mucho antes del frío y el silencio, hubo una mirada. Una que lo cambió todo sin que nadie pudiera advertirlo...^^^

La luz del atardecer se colaba por los altos ventanales de la

sala de conferencias, iluminando el polvo que flotaba en el aire como partículas de tiempo suspendidas. Entre las filas de sillas metálicas, Heather Marshall ajustaba inconscientemente la correa de su reloj, una y otra vez, mientras el profesor de neurología recitaba estadísticas sobre deterioro cognitivo con la pasión de un hombre que había pronunciado esas mismas palabras demasiadas veces.

No era el tipo de evento al que normalmente asistiría, pero su mentor había insistido: —Networking, Marshall. En esta carrera no solo se trata de lo que sabes, sino de a quién conoces.— Así que ahí estaba, con su blazer azul marino demasiado tieso y sus zapatos bajos que ya empezaban a molestarle, tratando de parecer interesada mientras contaba mentalmente los azulejos del techo.

Hasta que lo vio.

En el rincón más alejado, apoyado contra la pared como si el acto de sentarse fuera una concesión que no estaba dispuesto a hacer, un joven de cabello rubio natural y chaqueta de cuero observaba la escena con una expresión que no encajaba entre los ávidos estudiantes de medicina. No tomaba notas. No asentía con la cabeza en las partes importantes. Simplemente estaba allí, inmóvil, como un gato observando a los pájaros desde una ventana.

Y ahora la miraba a ella.

Heather desvió la vista rápidamente, sintiendo un calor inusual en sus mejillas. ¿Por qué me mira así? Se pasó un dedo por el borde de su cuaderno, intentando concentrarse en la conferencia. Pero cuando volvió a mirar —no podía evitarlo—, sus ojos se encontraron de nuevo, y esta vez él no apartó la mirada.

El receso llegó como una liberación. Heather se dirigió a la mesa de refrigerios con pasos que esperaba parecieran más seguros de lo que se sentían.

—Ese pastelito de manzana es una trampa mortal.—

La voz surgió justo detrás de su hombro izquierdo, demasiado cerca para ser casual. Al girarse, casi chocó con él. Ahora, de cerca, podía ver los detalles: el desgaste en los puños de la chaqueta y sus dientes parejos.

—Perdón, ¿qué?—

—El pastel.— Señaló el plato con un movimiento de cabeza. —Lo horneó la esposa del decano. Es su sexto intento esta semana. Los primeros cinco terminaron en el departamento de toxicología.—

Heather soltó una risa nerviosa antes de poder detenerse. —¿Y cómo sabes eso?—

—Porque mi tío es el que los analizó.— Tomó una galleta simple y la partió por la mitad sin comerla. —Damon Montgomery. No debería estar aquí, pero mi familia tiene... conexiones con la facultad.—

—Heather Marshall.— Se sorprendió al notar que su mano no temblaba al estrechar la suya, a pesar del nudo en su estómago. —¿Y qué hace alguien que 'no debería estar aquí' en una conferencia sobre neuropatologías?—

Damon inclinó la cabeza, estudiándola como si fuera un espécimen particularmente interesante. —Curiosidad. Aburrimiento. El destino caprichoso que decidió que hoy, de entre todas estas personas, mis ojos se fijaran en ti.—

El aire entre ellos se cargó de algo que Heather no podía nombrar. No era el coqueteo torpe al que estaba acostumbrada de parte de sus compañeros. Esto era distinto, más peligroso, como pisar un suelo que podía ser hielo fino o cristal templado.

—Eso suena...—

—¿Pretensioso? Lo sé.— Sonrió, pero sus ojos permanecieron serios. —Pero es la verdad. Hay algo en ti, Heather Marshall. Algo que me hace querer saber qué pasa por esa mente cuando finges escuchar al buen doctor.—

Ella tragó saliva. ¿Cómo lo sabe?

—Quizás solo soy una estudiante aburrida como todas las demás.—

Damon se inclinó ligeramente hacia adelante, lo suficiente para que el aroma a sándalo y lluvia de su chaqueta la envolvió. —No, no lo eres. Lo sé porque llevo veinte minutos observándote dibujar fractales en los márgenes de tus notas en lugar de escribir lo que dice el PowerPoint.—

Heather sintió que el suelo cedía bajo sus pies. Nadie la miraba así, con esa intensidad casi quirúrgica, como si pudiera ver bajo su piel.

—¿Y qué más has deducido, Sherlock?— Intentó que sonara a broma, pero su voz traicionó un temblor.

—Que te muerdes el labio inferior cuando estás nerviosa. Que ajustas el reloj cuando quieres que el tiempo pase más rápido. Y que, a pesar de tu excelente fachada de estudiante modelo, hay algo roto dentro de ti que la medicina nunca podrá arreglar.—

El silencio que siguió fue tan denso que Heather podía escuchar su propio pulso en los oídos.

—Eso fue...—

—¿Demasiado?— Damon retrocedió un paso, dándole espacio para respirar. —Lo siento. Tengo la mala costumbre de decir en voz alta lo que debería quedarse en mi cabeza.—

Pero no sonaba arrepentido. Sonaba como un hombre que había encontrado exactamente lo que buscaba.

El timbre anunciando el final del receso resonó en la sala.

—Deberías...— Heather señaló hacia las sillas con su cuaderno.

—Por supuesto.— Damon asintió, pero no se movió. —Una última pregunta antes de que vuelvas a tu mundo ordenado de diagnósticos y protocolos.—

—¿Sí?—

—Si te pidiera que te escaparas conmigo ahora mismo, ¿lo harías?—

Heather abrió la boca, luego la cerró. Nadie le había hecho una pregunta así en toda su vida.

—Eso es... no te conozco.—

—Pero quieres hacerlo.— No era una pregunta.

El segundo timbre sonó, más insistente.

Damon le tendió un trozo de papel doblado. —Mi número. No para una cita. Para cuando decidas que has tenido suficiente de ser quien crees que debes ser.—

Y antes de que pudiera responder, se perdió entre la multitud, dejando a Heather con el papel ardiendo en su mano y la inquietante certeza de que acababa de cruzar un umbral del que no habría vuelta atrás.

Mientras el conferencista retomaba su monólogo, Heather miró por última vez hacia el rincón donde Damon había estado. Estaba vacío. Pero en el asiento más cercano a la salida, alguien había dejado un libro: —Las Confesiones de un Inglés Comedor de Opio—, con un marcador en la página 137.

No necesitó comprobarlo para saber que sería exactamente el pasaje que describía el momento en que un hombre sabe que está perdido.

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