Ella creyó en el amor, pero fue descartada como si no fuera más que un montón de basura. Laura Moura, a sus 23 años, lleva una vida cercana a la miseria, pero no deja que falte lo básico para su pequeña hija, Maria Eduarda, de 3 años.
Fue mientras regresaba de la discoteca donde trabajaba que encontró a un hombre herido: Rodrigo Medeiros López, un español conocido en Madrid por su crueldad.
Así fue como la vida de Laura cambió por completo…
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Capítulo 23
La clínica era discreta por fuera, con una fachada moderna en tonos blancos y grises, sin letreros llamativos. Pero por dentro, todo exudaba tecnología y confort. La recepcionista, bilingüe, ya los esperaba. Los condujo a una sala particular, con sofás claros y una pared interactiva que exhibía dibujos animados para Duda.
—Este lugar parece más un hotel cinco estrellas...— murmuró Zuleide, al sentarse al lado de Laura.
Minutos después, una médica con el cabello recogido en un moño y ojos atentos, entró en la sala con una tableta en manos. Ella se presentó en español, pero Rodrigo luego tradujo todo para las tres. Lo que no era siempre necesario, ya que las dos mujeres podían comprender un poco.
Era apenas una entrevista inicial, una evaluación clínica basada en los relatos de Laura. La médica hizo preguntas sobre el historial de la niña, episodios de desmayo, alimentación, frecuencia cardíaca...
Laura respondió con precisión, mostrando cuánto observaba a la hija con atención y amor.
—Por ahora, no haremos exámenes.— explicó Rodrigo, que traducía todo.— Prireverela quiere revisar todo con los especialistas del centro cardiológico. Pero la atención fue óptima.— él la miró profundamente y tomó su mano— No se preocupe. Ella tendrá el mejor tratamiento posible.
Laura asintió, con sus ojos fijos en Duda, intentando no importarse con el toque de aquellas manos calientes en las suyas.
—Estamos cuidando de ella. Nada irá a suceder.— Rodrigo la confortó.
Ella no respondió, pero por dentro sentía un alivio silencioso. Sabía que nada era garantizado... pero era la primera vez que alguien decía que su hija importaba.
Al final de la consulta, la médica entregó a Rodrigo un dosier con lo que fue discutido y una programación inicial. Él agradeció en español fluido y, al salir de la Clínica, sujetó la puerta para que las tres pasaran.
En la acera, el sol de la tarde bañaba los edificios antiguos con brillo dorado. Rodrigo alzó a Duda en brazos y caminó al lado de Laura. Zuleide venía un poco atrás, cansada, pero animada.
El coche se deslizó suavemente por las calles anchas de Madrid, el cielo ya perdía el brillo de la tarde, anunciando el final del día. Duda que dormía nuevamente, cansada de las emociones y novedades, con la cabeza apoyada en el regazo de Doña Zuleide, que acariciaba los cabellos de la niña con ternura. En el vehículo, Rodrigo mantenía los ojos en Duda, que dormía nuevamente, cansada de las emociones y novedades, con la cabeza apoyada en el regazo de Doña Zuleide, que acariciaba los cabellos de la niña con ternura.
—Ella aguantó bien el día.— comentó Rodrigo, con media sonrisa.
—Sí, estoy feliz.— la sonrisa de Laura era genuina— La médica fue cuidadosa, todo parecía serio.
—Porque lo es. — dijo él, firme.— No haría diferente.
Al llegar al Edificio de ático, los guardias de seguridad descendieron primero. El portero abrió las puertas del ascensor privado y los condujo directamente al ático donde vivía la nueva familia de Rodrigo López.
El apartamento estaba silencioso y acogedor. Las luces fueron encendidas por Inés, la limpiadora, y Mercedes, la cocinera, que preparaba algo para la cena.
Duda fue directo al cuarto, aún soñolienta. Laura la llevó en brazos, y Rodrigo permaneció en la sala, quitándose el saco y aflojando la corbata. Zuleide se quitó los zapatos y se sentó en uno de los sillones, masajeando los pies discretamente.
Fue entonces que Carlos Sánchez entró por la puerta principal, con el semblante más rígido de lo habitual.
—Rodrigo... — dijo con tono formal— Hay un mensajero de la abuela esperándote. Está en la recepción y quiere hablar contigo. E hizo cuestión de dejar claro que el recado es urgente.
Rodrigo suspiró y pasó la mano por el cabello. Sabía que ese momento llegaría, pero esperaba tener al menos una semana antes de enfrentar a la matriarca de la familia López.
—Dile que suba. — respondió él, con la voz firme.— Vamos a resolver esto ahora.
Carlos asintió y desapareció en el corredor. Algunos minutos después, el timbre sonó. Rodrigo mismo abrió la puerta.
El hombre que entró era alto, vestido con un traje oscuro y un abrigo de invierno impecablemente alineado. Tenía cabello canoso y gafas de aro fino. Su expresión era neutra, pero había rigidez en cada gesto.
—Buenas noches, señor. La señora Maria del Pilar López, pidió que viniese personalmente. Ella exige su presencia aún esta noche, en la residencia matriarcal. Así como la presencia de sus invitadas.
Rodrigo contuvo la sonrisa. Pasaban los años, y Raúl continuaba el mismo, siempre el chico de los recados de la abuela...
—¿Ella exige?
—Sí.— El mensajero respondió sin hesitar— La señora no está satisfecha con los últimos acontecimientos. Ella quiere explicaciones sobre el casamiento. Sobre el motivo del Señor haber sido baleado. Y sobre...— hizo una leve pausa, mirando para los lados— la veracidad de esa unión.
Rodrigo respiró hondo, la mandíbula apretándose lentamente. No era sorpresa. Su abuela era el tipo de mujer que quería controlar hasta la respiración de las personas próximas.
—¿Ella cree que me casé para engañarla?— indagó irónico. Su abuela siempre perspicaz...
—Ella desea mirar en los ojos de su esposa... y formar su propio juicio.
—Yo voy. No tengo nada que esconder.
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El coche negro oficial de la familia López atravesaba las avenidas de Madrid con agilidad. Al frente, el conductor de la familia López. Atrás, el coche con los guardias de seguridad personales de Rodrigo. La ciudad ya estaba iluminada, las luces de la noche se reflejaban en los vídeos de los edificios altos.
En el asiento de atrás Maria Eduarda dormía nuevamente en el regazo de Laura, con la cabeza apoyada en el hombro de la madre. Zuleide miraba por la ventana en silencio. Rodrigo, al lado de Laura, acariciaba distraídamente la parte superior de la cabeza de la niña, como si fuese una cosa normal.
Los ojos de él, fijos en el horizonte, como si ya se preparase para una batalla.