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JUEGO DE BRUJAS

JUEGO DE BRUJAS

Status: En proceso
Genre:Completas / Mujer poderosa / Magia / Dominación / Brujas
Popularitas:438
Nilai: 5
nombre de autor: lili saon

Cathanna creció creyendo que su destino era convertirse en la esposa perfecta y una madre ejemplar. Pero todo cambió cuando ellas llegaron… Brujas que la reclamaban como suya. Porque Cathanna no era solo la hija de un importante miembro del consejo real, sino la clave para un regreso que el reino nunca creyó posible.
Arrancada de su hogar, fue llevada al castillo de los Cazadores, donde entrenaban a los guerreros más letales de todo el reino, para mantenerla lejos de aquellas mujeres. Pero la verdad no tardó en alcanzarla.
Cuando comprendió la razón por la que las brujas querían incendiar el reino hasta sus cimientos, dejó de verlas como monstruos. No eran crueles por capricho. Había un motivo detrás de su furia. Y ahora, ella también quería hacer temblar la tierra bajo sus pies, desafiando todo lo que crecía.

NovelToon tiene autorización de lili saon para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

CAPÍTULO VEINTIDÓS: LA HISTORIA DE LAS BRUJAS

Los días pasaron como una tortura. Desde esa batalla, las cosas se habían vuelto tensas en el reino. Una guerra más grande estaba por desatarse, una donde todos debían ir, sin importar si fueran hombres o mujeres, aunque muchos no lo aceptarían.

Entró a su habitación y se dejó caer en la cama, suspirando mientras se quitaba las botas. El alivio en sus pies fue casi inmediato. Sin embargo, un ruido en el baño rompió la tranquilidad.

Se incorporó de golpe.

El sonido volvió a repetirse, esta vez acompañado de un fuerte olor a sal. Arrugó la frente. Era un aroma extremo, casi nauseabundo. Llevó una mano a su nariz, haciendo una mueca de asco. El ruido insistió hasta que, de repente, la puerta del baño se abrió.

Una mujer de pies descalzos, con una larga cabellera negra y un vestido desgastado, la veía con hambre. Pero antes de que pudiera avanzar un solo paso, Loraine apareció en la habitación, interponiéndose entre ella y la extraña presencia. ¿Cómo había llegado tan rápido hasta allí?

Cathanna se quedó inmóvil, su respiración entrecortada. La figura de la mujer en la puerta le erizó la piel. Su cabello negro caía enredado sobre su rostro, ocultando parte de su expresión, pero sus ojos… Esos ojos rojos estaban fijos en ella con una intensidad que la hizo sentir como si le estuvieran despojando el alma.

Loraine no se movió ni un centímetro. Su postura era firme, casi desafiante, como si supiera exactamente qué era aquella presencia y cómo debía manejarla. La mujer inclinó la cabeza a un lado, emitiendo un sonido gutural que no pertenecía a este mundo.

Loraine empezó a hablar latus, el idioma de las brujas. El olor salado invadió sus sentidos, quemándole la garganta. Un latido después, el aroma se desvaneció sin dejar rastro, como si nunca hubiera existido. Y con él, la mujer también.

Cathanna frunció el ceño, desconcertada. Miro donde estaba la bruja anteriormente, sintiendo su olor desvanecerse. Loraine la miraba de una forma que ella no sabía descifrar si era buena o mala.

—Loraine… ¿Todas las brujas son malas?

Ella la miró con un rostro severo.

—¿De verdad crees esa historia absurda? —Se cruzó de brazos.

—Todos dicen que debo temerles.

—Las brujas no nacimos malas. Nos rebelamos porque nos cansamos de ser tratadas como inferiores solo por haber nacido mujeres. Es ridículo que se nos niega nuestra humanidad, pero los hombres que traemos al mundo sí sean considerados personas.

Se sentó junto a Cathanna.

—Verlah inició la revolución porque antes ninguna mujer podía usar magia sin tener un permiso firmado. Si lo hacía, el castigo era peor que la muerte. Muchas murieron para que hoy se nos reconozca como algo más que objetos —sus miradas se conectaron —. Así que deja de repetir ese cuento. No somos malas por naturaleza, sino porque nos negamos a vivir bajo el mandato de los hombres.

La habitación quedó en silencio.

Cathanna solía pensar que las brujas eran malvadas por naturaleza. Creció escuchando historias sobre su crueldad, sobre cómo encantaban a los hombres, robaban personas y destruían aldeas con su magia oscura. Para ella, temerlas era una verdad incuestionable, una enseñanza grabada en su mente desde la infancia.

Pero ahora, mirando a Loraine a los ojos, escuchando sus palabras que se sienten llenas de dolor y furia, se daba cuenta de lo poco que sabía. No eran monstruos sin alma ni sombras acechando en la noche. Eran mujeres que habían sido castigadas solo por existir, perseguidas por atreverse a ser más de lo que la sociedad les permitía.

No era magia lo que las volvía peligrosas. Era el miedo de los hombres a perder el control que había tenido sobre las mujeres desde siempre. Porque una mujer con magia era fuerte, pero una mujer que la usara para romper esas cadenas, era poderosa.

—¿Es de verdad lo que dices? —su voz salió baja.

—No tengo por qué mentirte, Cathanna. Te daré unos libros sobre nuestra raza para que conozcas la historia a fondo —dijo, poniéndose de pie —. No creas en las palabras de los hombres. Nunca lo hagas. Son traicioneros y engañosos.

—Loraine…

—Descubre la verdad, porque cuando ella regrese, arrasaremos este reino hasta sus cimientos. Haremos que los hombres paguen por cada año de sufrimiento, por cada vida arrebatada, por cada mujer silenciada en nombre de un Dios que nunca existió —sus puños se cerraron —. Porque solo tiene que haber un estallido social para que nuestros derechos sean cuestionados. Lo descubrimos en la guerra roja, cuando muchas fueron abusadas en las fronteras, y ni hablar de la guerra que puede estallar con ese reino. Siempre ha sido así.

Las mujeres siempre eran tomadas como armas en las guerras, como una forma de humillación y control para el bando enemigo. Ninguna historia podría atreverse a quitar esos eventos, porque hacerlo sería una ofensa a todas las mujeres que fueron secuestradas y obligadas a mantener encuentros sexuales. Pero su reino tampoco honraba sus memorias, porque eran despreciadas por todos. Porque según ellos, sus cuerpos ya no tenían el valor que deberían poseer.

—Este reino tiene una deuda histórica con las mujeres y es hora de que sea pagada.

—Yo no quiero destruir mi hogar —dijo Cathanna con firmeza, pero con cierta duda en sus ojos —. Jamás. Hemos vivido así durante años… creo que podemos seguir haciéndolo. Solo debemos preocuparnos por la guerra.

Aquellas palabras la sorprendieron a ella misma. ¿Por qué lo dijo cuándo no quería ser la sombra de un hombre nunca más?

Cuando no quería esperar a que ellos terminaran de comer para poder levantarse… Caminar detrás como si fuera un simple perro faldero.

Cuando ya no quería que uno tomara las riendas de su destino, cuando ya no quería ser obligada a hacer cosas que no quería solo porque era el trabajo de una mujer.

Cuando quería ser libre de toda opresión que se le imponía por haber nacido con el sexo contrario.

—¿Te gusta ser menospreciada por los hombres? ¿Eso te hace feliz? —La voz de Loraine temblaba de rabia—. Por favor, Cathanna. Ninguna mujer quiere seguir soportando esto. Nos insultan, nos castigan, nos silencian solo por existir. No podemos ni respirar sin ser juzgadas, mientras ellos hacen lo que quieren sin consecuencias. ¿Eso te parece justo?

Se acercó un paso más, mirándola con intensidad. Deseaba olvidar las palabras que ella había soltado porque le parecía inaceptable que una mujer permitiera eso.

—No defiendas este reino. No cuando nos siguen viendo como lo peor que le pudo pasar al mundo. No defiendas a un reino que te castigaría con la muerte solo por hacer algo que consideran inapropiado. Valtheria no merece nuestra lealtad.

—La traición se paga con la muerte también. —Se levantó de la cama —. Destruir nuestro reino no nos traerá nada bueno. Solo perdidas.

—No importa la muerte si es para conseguir libertad. La palabra del rey dejará de ser ley porque nosotras ya nos casamos de obedecer. No nacimos solo para ser bonitas. Nunca ha sido así, y tú tienes que verlo.

Cathanna la observó irse, sin entender del todo lo que acababa de ocurrir. Su mente aún daba vueltas en la conversación cuando desvió la mirada hacia el baño. La puerta seguía abierta. Con un suspiro, se levantó y la cerró, como si ese simple gesto pudiera devolverle la sensación de seguridad que acababa de perder.

Loraine volvió minutos después con cuatro grandes libros.

—Lee esto. —Se los dio —. Es la parte de la historia que el reino ha intentado borrar, la verdad que no quieren que nadie conozca. Cuando termines, dime si todavía quieres que este reino siga en paz. Pero te advierto, Cathanna… después de esto, nada volverá a ser igual para ti.

—Está bien…

Loraine salió sin decir nada más.

Cathanna tomó uno de los libros y comenzó a leer. Al principio, sus ojos recorrieron las palabras con curiosidad, pero en cuanto pasó la primera página, sintió su estómago revolverse. Las ilustraciones eran brutales: mujeres quemadas vivas, pues se consideraba que el alma moría con eso, cuerpos torturados, desmembrados, violados. No eran sólo dibujos; eran pruebas de una historia que el reino había intentado borrar a toda costa, una historia que en ese momento la hacía cuestionar todo lo que conocía.

Pasó las páginas con manos temblorosas, pero la historia no mejoraba, solo se ponía más turbia aún. En una de ellas, encontró el relato del asentamiento de la corona en esas tierras, un territorio que antes pertenecía a los Piel Negra, una raza nativa que fue esclavizada sin piedad alguna. Sus mujeres, todas brujas, fueron violadas para forzarlas a dar a luz a más esclavos. Y cuando ya no servían, eran asesinadas como si fueran simples animales, sin derechos, sin dignidad, sin nada que pudiera honrar sus memorias.

La otra página hablaba sobre los rituales a los que las mujeres eran obligadas a hacer, un engaño que endulzaban con falsas palabras, vendiéndoselas a las mujeres desde que nacían, porque solo así, iban a ser reconocidas por la sociedad. Compromisos forzados, embarazos no deseados, desapariciones, voces que nunca fueron escuchadas, movimientos pequeños que buscaban que las mujeres dejaran de ser vistas como menos.

La noche avanzó con lentitud, y Cathanna siguió leyendo como nunca lo había hecho antes en su vida, porque nunca le había gustado leer sobre historia, pero en ese momento, la necesidad de hacerlo era más grande que el sueño que quería sumir su cuerpo en un letargo. La verdad se sentía con amargura, porque cada vez que sus ojos terminaban un párrafo y comenzaban otro, descubría cosas de las que nunca le había hablado en sus años de existencia.

Sus ojos se nublaron. Cerró el libro de golpe, no podía hacerlo, no podía seguir viendo esas imágenes tan desgarradoras. Las lágrimas comenzaron a bajar, mojando la cubierta del libro. Su pecho se contrajo, sintiéndose engañada. ¿Por qué no le contaron esto? Ni sus padres, ni su hermano, ni siquiera Zareth, quien se suponía debía protegerla, le había dicho la verdad sobre la revolución de las brujas.

 ¿Por qué nadie le contó lo que realmente había hecho la bruja que maldijo a las mujeres de su familia? Una mujer que no destruyo solo por destruir, sino porque estaba cansada del maltrato que tenían hacia ella, hacia ellas.

Todas sus vidas les inculcaron miedo a las brujas, pero ahora lo entendía: el miedo no era a ellas, sino a la verdad que ocultaban.

Su cabeza comenzó a leer. Tantos años siendo solo una chica cuya vida no le pertenecía; tantos años siguiendo reglas de cómo debería ser; tantos años guardando silencio porque creía que estaba mal hablar; tantos años siendo solo la hija de alguien, y nunca ella misma.

Se levantó a paso lento y salió de la habitación. Necesitaba respuestas, necesitaba que le dijeran que era lo que realmente querían las brujas que la buscaban, porque ese cuento falso de que todo estaría en peligro si la atrapaban, decidió ya no creerlo.

Debía encontrar a Zareth. No sabía exactamente dónde estaba su habitación, pero tampoco le importó. Avanzó con paso decidido entre los pasillos del castillo, ignorando las miradas curiosas de los aprendices y cazadores que estaban despiertos.

Cuando llegó a la torre de donde vivían ellos, empezó a golpear cada puerta con ambas manos. Recibió miradas severas, regaños, incluso portazos en la cara. No le importó. Siguió insistiendo hasta que una puerta finalmente se abrió. Zareth apareció con el cabello enmarañado, los ojos entrecerrados por el sueño y vistiendo un pijama negro. Apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que Katana diera un paso adelante y lo tomará por el cuello de la camisa, apretando los labios con furia contenida.

—Dime la puta verdad sobre las brujas —cuestiono entre dientes.

Zareth frunció el ceño, sorprendido tanto por sus palabras como por el tono con el que las dijo.

—¿Desde cuándo hablas así?

—No estoy para juegos de mierda —espetó Katana, apretando más fuerte el agarre en su camisa—. Dime la verdad. No me basta con la versión edulcorada que me contaron sobre Verlah. Quiero saber por qué realmente se rebeló contra la corona. ¡Y por qué carajos me están buscando!

Su respiración era agitada. Sus manos temblaban, pero no iba a soltarlo, no hasta que él le dijera todo lo que sabía, porque era mucho, más de lo que ella podría saber.

—Tú conoces la historia, Zareth. La verdadera. Y quiero que me la digas ahora mismo —su mirada atravesó a Zareth, carente de emoción, gélida como una sentencia de muerte —. ¡Habla ya!

—¿A qué viene todo esto? —preguntó Zareth, aun con el ceño fruncido. Trataba de mantener la calma porque dos personas enojadas nunca llegarían a ningún lado —. ¿Por qué de la nada vienes y me preguntas eso?

Ella apretó más el agarre.

—Porque me cansé de esta mierda de secretos, de que todos me oculten la verdad —Katana lo empujó ligeramente, sin soltar su camisa—. Ya no soy una niña. Tengo derecho a saber lo que concierne a mi vida. Y nadie parece querer decirme algo —su rostro se encendió en un rojo furioso, con venas palpitantes en su cuello —. ¿Esa historia de que Verlah quiere mi sangre para volver a la vida? ¿Por qué? ¿Por qué quiere regresar? —Sus ojos ardían de frustración—. ¡Dime la maldita verdad, Zareth! ¡Toda la verdad!

Zareth tragó duro. Por primera vez en su vida, se sintió intimidado. Por una mujer. Una mujer que, a simple vista, parecía débil, sin habilidades para defenderse. Pero ahí estaba, en esa habitación, sujetándolo por la camisa como si él no fuera uno de los líderes de los Cazadores.

Nunca pensó que llegaría a este punto.

Por supuesto que sabía quién era Verlah. Sabía lo que hizo, lo que la llevó a la rebelión. Y también sabía por qué el reino la consideraba una maldición. No porque fuera una bruja, sino porque era una mujer que se atrevió a desafiar el orden impuesto. Una mujer que se cansó de la humillación, del abuso, de la deshumanización que los hombres ejercían sobre las mujeres.

Pero nunca creyó que tendría que decirlo en voz alta. Nunca pensó que sería necesario. Hasta ahora. La historia no podía permanecer enterrada para siempre. No cuando las brujas seguían ahí afuera, esperando. No para hacer daño sin razón, sino para resurgir. Para acabar con el mundo, que las humilló, que las condenó, que las trató como si no fueran más que sombras sin derecho a existir humanidad.

 —¡Habla ya, mierda!

—Primero suéltame —pidió en tono bajo.

Cathanna aflojó el agarre de golpe, haciendo que Zareth cayera al suelo. Él la miró desde esa posición, notando algo diferente en ella. Ya no parecía la hija de un consejero real. Ya no era la joven protegida por el reino. Frente a él estaba una mujer cansada, harta, con una mirada que exigía la verdad.

Suspiró y pasó una mano por su cabello mientras se ponía de pie. No sabía por dónde empezar. ¿Cómo explicarle todo? Él sabía que eran sus padres quienes debían decirle todo sobre las brujas. Pero ellos nunca lo iban a hacer, no cuando pensaban que podría cambiar la percepción de su hija, una que, en ese momento, dominaba la mente de la menor.

—Cathanna… —Empezó con voz suave, acercándose a ella—. Verlah comenzó su revolución cuando tenía tu edad. Y aunque su lucha no duró mucho, hizo cosas que estremecieron al reino entero. Cosas que lograron cambiar ciertos moldes de percepción. — Se frotó la nuca, buscando las palabras adecuadas—. Empezó destruyendo uno de los templos más importantes en Aureum que honraba a nuestro dios Ómnibus.

Ómnibus era sin duda un dios al que consideraban poderoso. El padre de todo lo que existía. Un dios que amaba a cada persona en el mundo, cuyo verdadero mensaje nunca fue escuchado como debería haber sido. Sus palabras fueron distorsionadas, cambiadas para crear un sistema que él, si llegase a existir, nunca considera justo. Porque él es amor, pasión, empatía, no odio, no destrucción, no opresión.

—Luego fue más allá —continuó Zareth—. Cuando nadie quiso escuchar sus palabras, cuando la ignoraron por ser una mujer y bruja, decidió hablar con fuego y sangre. Comenzó a matar para ser escuchada. No lo hizo sola. Tenía a muchas brujas de su lado, mujeres sin magia, de todas las razas. Varias murieron, pero su lucha hizo que más mujeres alzaran la voz para ser escuchadas algún día.

Se detuvo un instante, busco los ojos de su compañera, los cuales estaban rojos de la furia que sentía en ese momento.

—No puedo decir que Verlah era una mala persona. En cierta forma, entiendo por qué lo hizo. No comparto sus métodos, pero tampoco puedo juzgarla. La rabia hace que la gente haga cosas impensables… —Trago duro —. Cuando ella murió, prometió que volvería para hacer pagar al reino por lo que había hecho. Y por eso estás aquí, Cathanna porque nadie quiere que ella vuelva. Sería un caos completo.

Cathanna sintió que sus labios temblaban. Su pecho seguía subiendo y bajando con gran intensidad. Sus pensamientos se cruzaron, haciendo que no pensara con claridad. Retrocedió para apoyarse en la pared. Su pecho comenzó a arder como si el fuego le estuviera consumiendo por dentro.

—¿Y acaso era tan difícil decirme eso desde el principio? —su voz tembló, quebrándose entre la furia y la punzada de dolor de su pecho—. Me hicieron creer que las brujas eran malas. ¡Me trajeron aquí con engaños! —sus ojos ardían de rabia—. Jódete tú y todos los hombres de este mundo. Ojalá… todos se pudran en el infierno.

—Cathanna… —intentó Zareth, pero ella lo interrumpió.

—¡Cathanna nada! Toda mi vida ha sido planeada por otros. Nunca he podido tomar una decisión solo por haber nacido mujer. Me quisieron casar con un hombre al que no amo, sólo porque soy mujer. ¡Mi vida no me pertenece, solo porque soy una maldita mujer! Este maldito reino no merece mi lealtad.

—¿A qué te refieres con eso? —el brillo en sus ojos desapareció —. ¿Por qué dices que Valtheria no merece tu lealtad?

—No es tu maldito problema.

No esperó respuesta. Se giró bruscamente y salió de la habitación, cerrando la puerta con tal fuerza que hizo temblar las paredes. Tenía la necesidad de golpear algo tan fuerte que el enojo de su cuerpo se esfumará como el humo.

Zareth reaccionó de inmediato y corrió tras ella.

—¡Cathanna, espera!

La alcanzó y la sujetó del brazo, pero ella se apartó con violencia. No quería sentir su toque, no cuando estaba tan enojada con él cómo por el mundo en el que le tocó vivir. Las lágrimas no se hicieron esperar, pero las apartó con rudeza. No se daría el lujo de mostrar su debilidad frente a él.

—No vuelvas a tocarme nunca más —su voz fue un susurro envenenado. Sus dientes se rozaron, provocando una dolorosa e incómoda sensación —. ¡Te odio, Zareth! No sabes cuánto.

Zareth se quedó en silencio, con la mano aún extendida en el aire, como si su cuerpo se negara a aceptar que ella había dicho esas palabras, de esa manera. La vio alejarse, su espalda rígida, sus pasos pesados, casi torpes por la furia que la consumía. Por un momento pensó en seguirla, en intentar explicarle más, pero ¿qué podía decir? No había más palabras.

—Me… ¿Odias?

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Sandra Ocampo
quiero el final
Sandra Ocampo
q paso sé supone q está completa ,tan buena q está
Erika García
Es interesante /Proud/
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