La primera regla de la amistad era clara: no tocar al hermano. Y mucho menos si ese hermano era Ethan, el heredero silencioso, la figura sombría que se movía como una sombra en la mansión de mi mejor amiga, Clara.
Yo estaba allí como refugio, huyendo de mi propia vida, buscando en Clara la certeza que había perdido. Pero cada visita a su casa me acercaba más a él.
Ethan no hablaba, pero su presencia era un lenguaje. Podías sentir la frustración acumulada bajo su piel, el resentimiento hacia el mundo que su familia le obligaba a soportar. Y, de alguna forma, ese silencio me llamó.
Sucedió una noche, con Clara durmiendo en el piso de arriba. Me encontró en el pasillo. Su mirada, siempre distante, se clavó en la mía, y supe que la línea entre la lealtad y el deseo se había borrado. Me tomó la cara con brusquedad. Fue un beso robado, cargado de una rabia helada y una necesidad desesperada.
No fue un acto de amor. Fue un acto de traición.
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Capitulo XXI Mis padres
La luna de miel se pospuso indefinidamente. Habíamos ganado la batalla contra Alexander, pero la guerra familiar estaba lejos de terminar. Apenas Ethan y yo habíamos comenzado a respirar el aire de la victoria, el drama se trasladó a un nuevo y más personal escenario.
Estábamos en la suite, preparándonos para una cena de celebración privada con Clara, cuando mi teléfono sonó con una intensidad furiosa. Era mi madre.
Me miré con Ethan. Su expresión se endureció. —El precio de la verdad.
Contesté. La voz de mi madre, normalmente tranquila y medida, era un trueno.
—¡Olivia! ¡Más te vale que me digas ahora mismo que el artículo de The Globe es una mentira! ¿Casada? ¿Con un heredero en un matrimonio de conveniencia? ¡Y con un historial de peleas en sótanos!
—Mamá, cálmate. El artículo está exagerado.
—¡Exagerado! ¡Tu padre y yo acabamos de aterrizar en el aeropuerto! Estamos en un taxi, yendo a esa mansión ridícula para ver qué demonios ha hecho mi hija con su vida. ¡Y con quién se ha metido!
Colgó antes de que pudiera protestar.
Me giré hacia Ethan, sintiendo cómo el pánico se apoderaba de mí. —Mis padres están aquí. De camino. Y están furiosos.
Ethan se acercó y me tomó por los hombros, con una expresión de comprensión. —Es hora de la verdad real, Liv. La de la familia que te ama sin el apellido Hawthorne. Vamos a enfrentarlos juntos.
—No entiendes. Mi padre es un profesor de ética, que con esmero levantó su propia empresa. Mi madre dirige un refugio de animales. Ellos odian la riqueza y la corrupción. La historia de la conspiración, el fraude... ¡pensarán que me vendí!
—Entonces, les demostraremos que te casaste por la única razón que ellos entenderían: para proteger a la gente que amabas. Y, sí, porque me amas.
Apenas tuvimos tiempo de cambiarnos por ropa de cena cuando Felicia, la madre de Ethan, irrumpió en la suite, con un rostro pálido y aterrado.
—¡Ethan! ¡Tus suegros están aquí! Están en el vestíbulo, y el señor Hawthorne está intentando calmarlos. La madre de Olivia está gritando sobre 'cínicos corporativos' y 'matrimonios de papel.'
Bajamos al vestíbulo. La escena era digna de una comedia negra.
Mi padre, el profesor David, un hombre normalmente afable con gafas de montura de carey, estaba con las manos en las caderas, enfrentándose al señor Hawthorne con una indignación silenciosa que era mucho más intimidante que cualquier grito. Mi madre, Patricia, con suéter tejido a mano y zapatos cómodos, estaba junto a él, fulminando a Felicia con la mirada.
—¡No voy a permitir que arruinen la vida de mi hija! —oí decir a mi padre.
—¡David! ¡Patricia! —dije, bajando las escaleras.
Mis padres se giraron. La furia se transformó en una preocupación helada.
—Olivia, explícame esto —ordenó mi padre, señalando el periódico que llevaba Felicia.
Ethan intervino, con la calma de un CEO recién coronado. —Señor y señora...
—¡Usted! —espetó mi madre, señalando a Ethan—. Usted es el responsable de esto. Arrastró a nuestra hija a un escándalo y a un matrimonio forzado. ¿Cree que somos tan tontos como para creer esa historia de "amor épico" que ha plantado en la prensa?
—No es una historia, señora. Es la verdad, simplificada —respondió Ethan con respeto.
—Nosotros no necesitamos simplificaciones, necesitamos hechos —dijo mi padre—. ¿Se casaron por dinero? ¿Por la empresa? ¿O para encubrir un delito de su familia?
El señor Hawthorne, que había permanecido en silencio, se preparó para responder con una mentira corporativa, pero Ethan fue más rápido.
—Nos casamos por lealtad, señor.
Ethan miró a mis padres, y por primera vez, dejó caer toda la armadura.
—Su hija es la mujer más honesta que he conocido. Regresó aquí por Clara, su amiga. Descubrió que el prometido de Clara era un estafador que planeaba arruinar a mi familia. Liv puso en riesgo su propia reputación para exponer ese fraude. Y cuando Alexander la amenazó con chantaje, yo la defendí.
—¿Defendió con un puñetazo en un sótano? —cuestionó mi padre, con escepticismo.
—Con un puñetazo, sí. Y luego, con un matrimonio. Nos casamos, señor, porque era la única forma legal de proteger a Olivia de un depredador y de desarmar su chantaje final. Elegí a su hija por encima de mi empresa. Y ella me eligió a mí por encima de la vida tranquila que tanto amaba.
Ethan se acercó a mí, me tomó de la mano y me miró con una intensidad que hizo que mis padres dudaran.
—Y en el proceso, señor, nos dimos cuenta de que la farsa se había convertido en amor. No la obligué. Ella me eligió como su cómplice.
Mi madre se acercó a mí, y sus ojos se posaron en mi mano, en el anillo de bodas.
—¿Es cierto, Liv? ¿Te casaste por amor? ¿O por lealtad ciega?
—Me casé porque me enamoré del único hombre en esta casa que no intentó venderme algo, Mamá. Y porque él me eligió a mí por encima de un imperio. El matrimonio es real, y el amor también lo es.
Mi padre suspiró, su hombro cayendo en señal de derrota. Él entendía la lealtad y el sacrificio.
—Bien. El hombre de ética en mí todavía odia el modus operandi de su familia, señor Hawthorne —dijo a mi suegro—. Pero el padre que soy ve que mi hija es feliz. Y eso es lo único que me importa.
Mi madre me abrazó, el alivio inundando su expresión. —Más vale que la cuides, Ethan. No es un contrato lo que rompiste. Es el corazón de mi hija.
—Lo haré, señora —prometió Ethan, con una seriedad que no era de negocios.
La guerra con Alexander había terminado. La guerra familiar con los Hawthorne se había ganado. Y ahora, con mis padres como aliados incómodos, el heredero silencioso y su cómplice finalmente podían comenzar su vida juntos. El primer paso: unas vacaciones muy, muy lejos de las salas de juntas.