Salomé Lizárraga es una joven adinerada comprometida a casarse con un hombre elegido por su padre, con el fin de mantener su alto nivel de vida. Sin embargo, durante un pequeño viaje a una isla en Venezuela, conoce al que se convertirá en el gran amor de su vida. Lo que comienza como un romance de una noche resulta en un embarazo inesperado.
El verdadero desafío no solo radica en enfrentarse a su prometido, con quien jamás ha tenido intimidad, sino en descubrir que el hombre con quien compartió esa apasionada noche es, sin saberlo, el esposo de su hermana. Salomé se encuentra atrapada en un torbellino de emociones y decisiones que cambiarán su vida para siempre.
NovelToon tiene autorización de Dayana Clavo R. para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Un puñal en el pecho
Me sentí devastada al causarle ese dolor tan grande a mi padre; era lo último que quería, y por esa razón aguanté tantas humillaciones de Diego. Pero al final, no valió la pena mi sacrificio.
—¡Papá! ¿Qué te sucede? Por favor, respóndeme. Mi padre se desplomó ante mis ojos, y la incertidumbre me invadió.
Miré a Diego, llena de coraje y miedo, y entre sollozos le grité: —¡Es tu culpa! Eres responsable de que mi padre esté así. Mis gritos resonaron en toda la casa, y rápidamente todos acudieron al jardín para averiguar qué ocurría.
La primera en llegar fue mi madre. Al ver a mi padre con el semblante pálido y tirado en el piso, se quedó en shock, sin entender lo que estaba pasando.
—¡Armando! ¡Armando! Reacciona cariño ¿Qué le ha pasado a tu padre?
Mi madre me miraba con horror, mientras yo permanecía sin poder responderle. ¿Cómo le explicaba que todo había sido por mi culpa? Eso terminaría de destruir a mi familia.
—¡Alberto! Llamen a Alberto, tiene que revisar a tu padre —gritaba mi madre desesperada.
Alberto, al escuchar nuestros gritos, llegó al jardín de inmediato. Al ver a mi padre en el suelo, no dudó en actuar.
—No hay tiempo que perder, debemos llevarlo a la clínica. Los síntomas me indican que se trata de un infarto. Ayúdenme a subirlo al auto.
Tuve que armarme de valor y reaccionar. Ayudé a Alberto a levantarlo, y mi madre, a pesar de sus nervios, también colaboró. Lo subimos a mi auto, y Alberto asumió el volante, ya que yo no podía controlar el temblor de mis piernas. Solo sabía que si algo le pasaba a mi padre, yo no me lo perdonaría jamás.
Diego no pudo hacer nada en su condición; además, estaba tan impactado como yo. Se quedó en su silla de ruedas, nervioso y sin saber qué hacer. La impotencia lo consumía al ver que Alberto, una vez más, se convertía en mi apoyo.
Minutos más tarde, Ernestina llegó a casa y se encontró a Diego solo y nervioso.
—Hola, ¿y dónde están todos? ¿Y por qué tienes esa cara de tragedia?
—Llevaron a tu padre a la clínica.
—¿Qué? ¿A mi papá? ¿Pero qué le pasó? —su expresión cambió por completo, mostrando su rostro palidecido.
—Tu querido esposo dijo que podía ser un infarto.
—¡Dios mío! No puede ser. Pero él no sufre del corazón, que yo sepa. ¿Tú sabes algo, Diego?
Diego se puso nervioso. En ese momento pensó:
“¿Y si le digo la verdad de lo que está pasando? Total, ya todos los bienes de Salomé están a mi nombre. Esa sería mi mejor venganza.”
Después de pensarlo muy bien, se dirigió a Ernestina con voz firme y mirándola fijamente a los ojos le dijo sin titubear:
—¿De verdad quieres saber por qué tu padre se puso así tan mal?
—Pero por supuesto que quiero saber qué le pasó. Habla, Diego, dime qué es lo que sabes.
—Lo que sucede es que tu padre nos escuchó a Salomé y a mí discutiendo.
—¿Pero por qué discutían? ¡Habla, Diego!
—Discutíamos por culpa de tu marido. Él es el único responsable de todas las desgracias que han ocurrido en esta familia.
Ernestina lo miraba incrédula ante lo que estaba escuchando; no entendía a qué se refería Diego. Comenzó a ponerse pálida, sentía las manos heladas; en su condición, eso no era conveniente. Estaba en un proceso muy delicado de su enfermedad, y aunque había una leve mejoría, no podía recibir noticias que la impresionaran
—Pero no comprendo, ¿por qué dices que Alberto tiene la culpa? —se llevaba las manos a la cabeza, sintiendo que estaba a punto de desmayarse.
—En todo este tiempo, Salomé y Alberto nos han visto la cara.
—¿Qué estás diciendo? —dijo, impactada, acercándose a Diego mientras lo tomaba por la camisa y lo jamaqueaba con rabia—. ¿Qué quieres decir con eso? ¡Habla, Diego!
—Suéltame, Ernestina, y es mejor que guardes tus fuerzas para lo que te voy a decir —le dijo con una sonrisa llena de malicia; estaba dispuesto a todo con tal de vengarse de Salomé y Alberto.
—Salomé y Alberto son amantes —dijo Diego, disparando la noticia sin anestesia, lo que ocasionó que Ernestina quedara en shock.
—¿Pero qué estás diciendo? ¡Eso es una calumnia! Definitivamente no te creo nada —respondió ella, incrédula.
Diego se acercó en su silla de ruedas, intentando convencerla de cualquier forma de que lo que decía era verdad.
—Lo que escuchas: Salomé es la amante de Alberto desde hace tiempo.
—¿Pero de dónde sacas semejante locura, Diego? Mi hermana es incapaz de hacerme algo así. Definitivamente tus celos te están volviendo demente. Además, Alberto es un hombre leal incapaz de una canallada como esa.
Ante la impotencia de no poder levantarse de su silla de ruedas y ponerse frente a ella, Diego golpeó el brazo de la silla y le gritó:
—¡Sí es cierto! Se conocieron en el viaje que hizo Salomé a la isla, donde tu querido maridito estaba en un congreso.
Ernestina se puso aún más pálida de lo que ya estaba. Tuvo que sentarse porque ya no podía mantenerse de pie. Lo que estaba diciendo Diego era demasiado grave; además, su hermana era para ella una mujer intachable. No podía creer que eso estuviera ocurriendo.
—No, no, no puede ser verdad. Eso tiene que ser mentira; tiene que haber un error. Alberto no puede… Salomé no… —las palabras no le salían, estaba demasiado nerviosa y no coordinaba lo que decía.
—Es que no puede ser, Diego. Además, Salomé está esperando un hijo tuyo —le dijo, mirándolo a los ojos, aún sin asimilar lo del embarazo de su hermana.
—¿Un hijo mío? —respondió Diego en tono de burla—. ¡Jajajaja! Pero qué ingenua eres, Ernestina. ¿Acaso no has entendido? Salomé es la amante de Alberto, y el hijo que está esperando es de él.
Aquellas palabras terminaron de enterrar una estaca en el pecho de Ernestina, quien estaba impactada y sin poder reaccionar. Se quedó callada, mirando un punto fijo en la pared, mientras Diego la observaba detenidamente, satisfecho de estar cumpliendo con su venganza.
(…)