Acron Griffindoh y Cory Freud eran vecinos y fueron compañeros de escuela hasta que un meteorito oscureció el cielo y destruyó su mundo. Obligados a reclutarse a las fuerzas sobrevivientes, fueron asignados a diferentes bases y, a pesar de ser de géneros opuestos, uno alfa y otro omega, entrenaron hasta convertirse en líderes: Acron, un Alfa despiadado, y Cory, un Omega inteligente y ágil.
Cuando sus caminos se cruzan nuevamente en un mundo devastado, lo que empieza como un enfrentamiento se convierte en una lucha por sobrevivir, donde ambos se salvan y, en el proceso, se enamoran. Entre el deber y el peligro, deberán decidir si su amor puede sobrevivir en un planeta que ya no tiene lugar para los sueños, sino que está lleno de escasez y muertes.
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Una expedición muy peligrosa
El grupo se reunió temprano en la mañana, cargando armas, provisiones y mapas desgastados. Las expediciones eran una necesidad constante para la base, una manera de buscar recursos y, con suerte, encontrar más sobrevivientes. Yo fui asignado como parte del equipo, junto con Lyara, dos soldados experimentados llamados Kael y Dren, y un explorador de nombre Revik.
—¿Listo? —pregunta Lyara mientras revisaba su arma.
—Siempre —respondí, ajustando las correas de mi mochila.
Salimos al amanecer, con la luz dorada iluminando el terreno desolado que nos rodeaba. Las ruinas de lo que alguna vez fue una ciudad se alzaban como esqueletos, llenas de peligros ocultos y oportunidades para quienes se atrevían a buscarlas.
Después de horas de caminar entre los escombros, encontramos un grupo de sobrevivientes acurrucados en lo que parecía ser un viejo almacén. Eran cinco: dos adultos y tres niños, todos visiblemente agotados y desnutridos.
—No somos una amenaza —dijo uno de los hombres, levantando las manos en señal de rendición mientras nos acercábamos.
Lyara dio un paso adelante, su voz suave pero firme.
—No venimos a pelear. Queremos ayudar. ¿Hay alguno infectado?
Les ofrecimos agua y comida, ganándonos su confianza poco a poco. Mientras Lyara y los demás se encargaban de asegurar el área, me mantuve alerta, sintiendo una inquietud creciente. Algo no estaba bien.
El rugido llegó de la nada, profundo y gutural, haciendo eco entre las ruinas. Los niños gritaron, y los adultos intentaron protegerlos mientras todos buscábamos el origen del sonido.
—¡Bestia mutada! —gritó Revik, señalando hacia una figura enorme que emergía de las sombras.
La criatura era aterradora: un monstruo cubierto de un caparazón grueso y oscuro, con garras afiladas y ojos brillantes como carbones encendidos. Las balas que dispararon Kael y Dren rebotaban sin causar daño, el caparazón era demasiado resistente.
—¡Apunten al cuello! —grité, notando que la piel allí parecía más vulnerable.
La bestia cargó contra nosotros, derribando a Kael con un golpe brutal. Me lancé hacia ella sin pensar, esquivando sus garras y buscando una oportunidad para atacar.
—¡Acron, cuidado! —gritó Lyara, disparando frenéticamente para distraer a la criatura.
Logré trepar sobre su espalda, aferrándome al caparazón mientras la bestia intentaba sacudirme. Con todas mis fuerzas, clavé un cuchillo en la base de su cuello, justo donde la piel era más blanda. La criatura rugió, girando violentamente, pero no solté.
Finalmente, con un último esfuerzo, hundí el cuchillo hasta el mango. La bestia cayó al suelo, convulsionando antes de quedar inmóvil.
Mi cuerpo estaba exhausto, y la adrenalina comenzaba a desvanecerse. No me di cuenta de que había sido herido hasta que Lyara corrió hacia mí, con sus ojos llenos de preocupación.
—¡Estás sangrando! —exclamó, presionando un paño contra una herida en mi costado.
—Estoy bien —mentí, aunque el dolor era intenso.
—No lo estás —dijo con firmeza—. Vamos, te llevaremos de regreso a la base.
El viaje de regreso fue silencioso, cada miembro del equipo procesando lo que había ocurrido. Los sobrevivientes nos siguieron, agradecidos por nuestra ayuda, pero el ambiente estaba tenso. Habíamos conseguido algunas semillas y ella mientras de cultivo.
Una vez en la base, Lyara se encargó personalmente de mis heridas. Me llevó a una sala de tratamiento improvisada, donde limpió y vendó mi costado con cuidado.
—¿Por qué tienes que ser tan imprudente? —preguntó mientras trabajaba, con su tono en una mezcla de enfado y preocupación.
—Alguien tenía que detener esa cosa —respondí, mirando el techo.
Ella no dijo nada más hasta que terminó. Luego se inclinó hacia mí, con sus ojos buscando los míos.
—Gracias por salvarnos a todos... —murmuró.
Antes de que pudiera responder, sentí sus labios sobre los míos. Fue un beso suave, lleno de gratitud y algo más que no quise interpretar. Mi cuerpo, agotado y confundido, no resistió. Respondí al beso, aunque en mi mente seguía la imagen borrosa de alguien más. Cuando paramos de besarnos ella solo sonrió y se fue por agua limpia.
El reloj marcaba la medianoche cuando el silencio de la base se apoderó de todo. Las luces tenues parpadeaban ocasionalmente, iluminando la pequeña habitación en la que me encontraba. Lyara seguía allí, dormitando en una silla cercana con la cabeza ladeada y los brazos cruzados. Su respiración era tranquila, casi imperceptible, pero yo no podía decir lo mismo de la mía.
Estaba atrapado entre dos mundos. Mi cuerpo estaba aquí, en esta base con Lyara y los demás, pero mi mente vagaba en un lugar distante, en busca de algo que no podía nombrar. Había momentos en que casi podía tocar ese recuerdo, pero siempre se desvanecía antes de que pudiera aferrarme a él. Era frustrante, agotador.
Intenté acomodarme en la cama estrecha, pero la herida en mi costado palpitaba con cada movimiento. La curación que Lyara me había brindado había sido meticulosa, pero aún dolía, como un recordatorio constante de lo cerca que había estado de no regresar.
De repente, un movimiento llamó mi atención. Lyara se había despertado, y ahora sus ojos me observaban con una intensidad que me hizo sentir expuesto.
—No puedes dormir —dijo, más como una afirmación que una pregunta.
—No —respondí con voz áspera.
Se levantó de la silla, acercándose a la cama con pasos silenciosos. La proximidad era incómoda, pero no me moví. Lyara se sentó en el borde de la cama, mirándome con algo más que preocupación en sus ojos.
—Acron, desde que llegaste a esta base, he intentado entenderte —dijo en voz baja—. Tienes tantas capas, tanto misterio... pero también hay algo en ti que me atrae. Deja que suelte mis feromonas para que tú recuperación sea más rápida. No estás marcado, por ende no creo que tengas pareja.
No supe qué responder. Mis pensamientos estaban demasiado desordenados como para articular algo coherente.
Ella se inclinó un poco más cerca, colocando una mano sobre mi brazo.
—No tienes que decir nada, solo déjame ayudarte—murmuró, y antes de que pudiera reaccionar, sus labios encontraron los míos por segunda vez. Ella dejó salir sus feromonas. No eran incómodas pero tampoco me atraían.
Por un momento, me quedé paralizado. Su beso era firme, decidido, y claramente estaba cargado de emociones. Pero aunque mi cuerpo respondió al contacto, mi mente estaba en otra parte.
Me aparté suavemente, rompiendo el beso.
—Lyara... no puedo, apenas me cococes —susurré, mirando hacia otro lado.
Ella se alejó un poco, pero no lo suficiente como para darme espacio.
—¿Por qué no? —preguntó, su voz un susurro cargado de emoción—. Desde que llegaste, he estado aquí para ti. Te he cuidado, te he defendido frente a los demás. ¿Por qué sigues manteniéndome a distancia? Dame una oportunidad.
Tomé una respiración profunda, intentando encontrar las palabras adecuadas.
—No es que no te aprecie, porque lo hago. Pero... hay algo dentro de mí, algo que no puedo ignorar. Siento que ya pertenezco a alguien más, aunque no puedo recordar quién.
Su expresión cambió, pasando de la confusión a una mezcla de dolor y frustración.
—¿Alguien más? —repitió, su voz casi temblando—. ¿Y cómo puedes estar tan seguro de eso si no recuerdas nada? ¿Y si ese alguien ya te reemplazo?
La pregunta me golpeó más fuerte de lo que esperaba. Tenía razón en cierto sentido. No tenía pruebas, solo una sensación persistente, una certeza que no podía explicar.
—No lo sé —admití finalmente—. Pero es lo único que me queda, Lyara.
Ella me miró durante largos segundos, evaluando mis palabras. Luego, para mi sorpresa, subió a la cama, acurrucándose junto a mí.
—No tienes que decidir nada ahora mismo yo también me siento sola, nadie se atreve a acercarse a mi, mi padre es muy temerario. Solo tú has demostrado la fuerza para merecerme—dijo, su voz suave y casi conciliadora—. Solo quiero estar aquí, contigo.
Su cercanía era desconcertante. Podía sentir su calidez, el ritmo constante de su respiración. Pero en lugar de calmarme, me hacía sentir aún más fuera de lugar.
Ella me besó de nuevo, esta vez con más suavidad, como si buscara convencerme de algo que las palabras no podían transmitir. Mi cuerpo, agotado y confundido, respondió al principio. Pero esa sensación de vacío persistía, como un eco de algo perdido.
Cuando me sintió excitado bajo a mi virilidad y la tomó con su boca. Sus movimientos eran torpes pero me hacían sentir bien. Luego subió sobre mi y me reclamó, con dificultad se lo puso poco a poco.
—Espera—le dije pero no escuchó.
—Tranquilo no tienes que hacer nada. Lo haré todo por ti.
Ella se lo puso completo segundos después, estaba muy mojada en su intimidad. Lyara me cabalgó por varios minutos. Me dolía la herida, solo quería que aquello terminara. Ella comenzó a gemir de placer sobre mi eje. En mi punto máximo me vine y me derrame por completo. Segundos después ella también se vino.