Logan es un joven empresario destinado a heredar la dirección de la empresa familiar, pero hay una condición: debe estar casado. Seguro de cumplir el requisito, anuncia a su padre que pronto presentará a Irina, su novia, y le pedirá matrimonio durante el cumpleaños de su madre. Sin embargo, su mundo se desmorona cuando descubre que Irina lo engaña con su mejor amigo. Herido y lleno de rabia, un accidente de auto lo lleva al hospital, donde su vida toma un giro inesperado.
Cuando su padre le exige respuestas sobre su supuesta novia, Logan improvisa desesperadamente y señala a Emma, una joven y amable enfermera, como su prometida. Ahora, debe convencerla de participar en su farsa para salvar su futuro profesional.
Lo que comienza como un acuerdo temporal pone a prueba los corazones de ambos. ¿Podrán mantener la mentira sin caer en el juego de las emociones? Entre secretos, atracción y el riesgo de perderlo todo, Logan descubrirá si es posible volver a creer en el amor.
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Alguien conocido
Emma llegó a la mansión cerca de las siete de la tarde, con el cansancio acumulado de días de guardia en la clínica bastante aplacado luego de haber dormido en su cama, pero con la determinación de enfrentar cualquier situación que se presentara. Susan, como siempre, la recibió con una cálida sonrisa y su entusiasmo habitual.
—¡Emma, querida! Qué bueno que estás de regreso —comentó la mujer mientras organizaba algunos cojines en la sala.
— Buenas tardes, Susan— saludó la muchacha y le sonrió con gratitud, aunque internamente se preparaba para lo que suponía sería una conversación difícil. Sabía que Logan no se tomaría bien el hecho de que no había regresado directamente a la mansión después de su turno, pero decidió afrontar la situación sin rodeos. Subió rápidamente a la habitación de Logan para dejar su bolso, esperando que mínimamente él la regañara, pero al entrar se encontró con un lugar completamente vacío y silencioso.
Regresó donde Susan con una ligera expresión de desconcierto.
—¿Dónde está Logan? —preguntó la muchacha.
— Oh, nena. Discúlpame, él está en el gimnasio con el fisioterapeuta— dijo Susan.
—Ah, ok. Gracias— preguntó con curiosidad.
—¿A estado allí mucho tiempo?— agregó Emma.
—Sí, ha estado allí durante cuatro horas, todas las tardes. Desde que comenzaste tu turno, ha estado muy dedicado a su rehabilitación —respondió Susan con orgullo en su tono. Luego le dio indicaciones para llegar al gimnasio.
Emma siguió las indicaciones y caminó con cuidado hacia el lugar, sintiendo una extraña mezcla de nervios y curiosidad. Cuando llegó, se detuvo en el umbral de la puerta. Allí estaba Logan, sentado en una camilla de ejercicios mientras el fisioterapeuta le ayudaba a mover las piernas. El dolor por el esfuerzo era evidente en el rostro de Logan: gotas de sudor perlaban su frente, pero en sus ojos brillaba una determinación férrea.
—Muy bien, Logan. Ahora intentaremos una repetición más —dijo el fisioterapeuta, colocando sus manos en las rodillas del hombre para guiar el movimiento.
Emma observaba en silencio, impresionada por la disciplina con la que Logan enfrentaba el proceso. La escena tenía algo inspirador, aunque también notó el rastro de frustración en los gestos de Logan cuando algo no salía como esperaba.
Logan levantó la vista y, al verla junto a la puerta, desvió la mirada rápidamente, como si no quisiera que ella lo viera en esa posición. Sin embargo, su reacción no pasó desapercibida para el fisioterapeuta, quien también giró la cabeza hacia la puerta.
—¿Emma? —dijo el joven, sorprendido al reconocerla.
Emma se quedó congelada por un segundo, asimilando la escena. Al instante, una sonrisa de sorpresa iluminó su rostro.
—¡Adrián! No puedo creerlo, ¿tú eres el fisioterapeuta de Logan? —preguntó, dando un par de pasos hacia ellos.
Adrián rió suavemente, dejando a un lado el ejercicio por un momento.
—Así es. Aunque debo decir que no esperaba encontrarte aquí.
Logan, que había estado observando el intercambio con el ceño fruncido, interrumpió la conversación con un tono cortante.
—¿Se conocen?
Emma se volvió hacia él, notando la dureza en su voz.
—Sí, Adrián y yo fuimos compañeros en la universidad. Estudiábamos juntos en las clases prácticas —explicó, todavía sorprendida por la coincidencia.
Adrián asintió, dirigiéndose a Logan con una sonrisa profesional.
—Así es. Emma era una de las mejores estudiantes del grupo. Siempre comprometida con los pacientes y con un sentido del humor único.
Emma sonrió tímidamente ante el cumplido, pero Logan no parecía compartir el entusiasmo.
—Interesante —dijo Logan, con un tono que denotaba todo menos interés. Luego miró a Adrián—. ¿Podemos continuar?
Adrián captó la incomodidad en el ambiente y asintió.
—Claro, Logan. Vamos a hacer un último ejercicio antes de terminar por hoy.
Emma se quedó junto a la pared, observando en silencio mientras Adrián ayudaba a Logan a realizar movimientos de flexión y extensión con las piernas. La dedicación de ambos era palpable, aunque la tensión en el aire se podía cortar con un cuchillo.
—Lo estás haciendo muy bien, Logan. Solo unas repeticiones más —animó Adrián.
Logan, aunque claramente cansado, apretó los dientes y siguió las instrucciones. Sus manos se aferraban con fuerza a los laterales de la camilla, y sus respiraciones eran profundas y controladas. Cuando terminaron, dejó escapar un suspiro largo y relajó los músculos.
—Eso es todo por hoy —anunció Adrián con una sonrisa—. Has hecho un gran trabajo.
—Gracias —respondió Logan de manera breve, tomando la botella de agua que Adrián le ofrecía.
Adrián se volvió hacia Emma mientras guardaba sus cosas.
—Bueno, parece que Logan está en muy buenas manos. Si sigues así, pronto volverás a caminar con normalidad.
Logan asintió, pero sus ojos se encontraron con los de Emma, y por un breve momento pareció que quería decir algo más. En cambio, mantuvo el silencio.
—Emma, fue un gusto verte. Espero que podamos ponernos al día pronto —dijo Adrián mientras recogía su maletín.
—Igualmente, Adrián. Me alegra verte haciendo lo que te apasiona —respondió ella con sinceridad.
Cuando Adrián salió del gimnasio, el silencio se instaló de nuevo entre Emma y Logan. Ella se acercó con cautela, sentándose en una de las sillas cercanas.
—No sabía que habías comenzado con la rehabilitación —comentó, intentando romper el hielo.
—No tenía por qué decírtelo —respondió Logan, todavía con un tono distante.
Emma suspiró, tratando de no tomarse su actitud como algo personal.
—Logan, entiendo que estés cansado, pero no necesitas hablarme así.
Logan la miró por fin, su expresión era una mezcla de frustración y algo más que Emma no podía descifrar.
—¿Sabes lo que es estar aquí, dependiendo de otras personas para algo tan simple como mover tus piernas? —dijo finalmente, su voz cargada de emoción.
Emma negó con la cabeza, sintiendo la vulnerabilidad en sus palabras.
—No, no lo sé. Pero estoy aquí para apoyarte, aunque a veces no lo parezca.
Logan desvió la mirada, pero el peso de sus emociones parecía haberse aligerado un poco.
—Perdón si he sido duro contigo. Es… difícil.
Emma asintió, acercándose un poco más.
—Lo sé. Y por eso admiro lo que estás haciendo. La rehabilitación no es fácil, pero estás dando lo mejor de ti.
El silencio entre ellos ya no era incómodo. Había algo en esa breve conversación que había suavizado las tensiones acumuladas.
—Deberías descansar. Has tenido un día pesado —sugirió Emma finalmente, levantándose de la silla.
Logan asintió, aunque no podía dejar de pensar en las palabras de Adrián y la manera en que Emma había sonreído al verlo. Mientras ella salía del gimnasio, una pequeña inquietud se instaló en su pecho, algo que no podía identificar, y que no sabía que tardaría en desaparecer.
Maldito logan espero que te quedes solo.
Emma aguanta que más da ya no intentes entenderlo porque te trata peor que zapato viejo.