Nicolle Harrington es una chica recatada y conservadora, sumisa y dócil, o al menos para los hombres de su familia, quienes la tienen en una burbuja, pero fuera de casa es la espía más joven, despiadada y preparada de su organización. Es novia de un coronel llamado Massimo Moretti hace dos años y su amor no puede ser más bonito y perfecto; claro, él solo conoce su parte dulce y tierna.
Una enemiga de su madre regresará para cobrarse con ella mediante una traición que la aleja de su familia tras su supuesta muerte en frente de todos ellos.
Nicolle queda sin memoria durante dos años, sintiéndose perdida, y es encerrada como un animal en un infierno con recuerdos falsos, hasta que conoce a su nuevo amor, un mafioso, Aaron Rizzoli, que la ama como realmente ella es y no ese personaje que supo interpretar.
Su dilema será cuando recupere la memoria y deba elegir a uno de ellos; qué hará la pequeña Nicolle: se quedará con el amor bonito de Alessandro o elegirá la adrenalina de Aaron.
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Plan macabro
Nicolle estaba muerta, la familia estaba fracturada; el único sentimiento en ellos era el dolor; cada uno se refugió en sus vidas, en sus problemas y dejaron la unión familiar al último.
Massimo yace en su apartamento, el lugar se ve triste y deprimente; está sentado en el sofá de su sala, en una mano tiene la foto de su angelito, en ella Nicolle aparece riendo, su falda plisada y su camisa rosa de mangas arruchadas la hacen ver como el ser inocente que él siempre pensó que era.
El coronel ha pasado de ser el más constante de todos a no estar. Tuvo que alejarse por un tiempo de todo y se la pasó los días como hoy.
El hombre lleva el trago a su boca y lo bebe. El líquido amargo ya ni le amarga la garganta; el dolor en su pecho es aún más fuerte.
El hombre está ojeroso, sus latidos acelerados; tiene un vacío en el alma; él ya no puede más. Pasó muchos meses igual que hoy, alejando y gritando a todos, negándose a abrir la puerta, envenenando su cuerpo con alcohol.
Anabella, su fiel asistente, no dejaba de ir a verlo; ella tenía unas llaves extras de las veces que debía llevarle algún encargo; la mujer odiaba verlo así por un fantasma, alguien que jamás volvería a su vida; odiaba ver que la carrera del hombre iba en picada.
—Massimo, ya detente, no es justo que sigas haciéndote esto. Quita el vaso de su mano y este le grita.
—¿Hasta cuando vas a venir, cuándo dejarás de meterte en mi vida? El grito del hombre es severo, es alto, la vena se le infla y ella no retrocede.
—Lo haré hasta que vuelvas a ser el de antes. Tú no puedes seguir destruyéndote —La mujer logra calmarlo y él camina mientras tropieza hacia su habitación con ayuda de ella.
—Me quedaré hoy hasta que…
—Largo, Anabella, fuera tengo sueño —cae dormido luego de eso, y la mujer aprieta su mandíbula y se larga.
Al siguiente día las escenas se repiten. Esta vez lo encuentra vomitado; al siguiente ya está tan pálido que es de preocupar. Él no para de ir a verlo. Cada vez que está sobrio habla con él y él promete parar hasta que vuelva a tomar.
—Maldición, ya estoy cansada, harta, esa maldita no está y me sigue jodiendo —grita desesperada por teléfono, su respiración es agitada y sus ojos pican queriendo soltar lágrimas de rabia.
—Calma, bebé, todo tiene solución, sabes lo mojigato que es él. Tú sí, familia, hagamos algo más radical —La voz de Antonella se oye al otro lado de la línea.
—¿Qué tienes en mente, mami? Sé que dije que quería seducirlo, pero el imbécil le es fiel a una muerta por Dios —se desespera Anabella.
—Te daré algo para que lo hagas caer, princesa; solo debes ser astuta y abrir la puerta cuando yo te lo diga de acuerdo. La joven sonríe; su madre, aunque no le da más explicaciones, le está prometiendo a ese hombre.
Anabella corta la llamada feliz y su plan comienza.
Desde la muerte de Nicolle han pasado seis meses en los cuales el hombre es un despojo humano. Massimo no tiene consuelo. Llora y grita por la pérdida de su gran amor.
Entre Antonella y su hija, trazaron el plan perfecto para embaucar a Massimo, un hombre correcto y de grandes valores morales, hijo de padres conservadores e íntegros, una mujer religiosa y dueña de organizaciones benéficas y un general retirado condecorado.
Desde que Massimo miró a Nicolle supo que era la mujer perfecta para él. Era digna de ser su señora, dulce, recatada, elegante, dulce y noble.
Massimo jamás pensó en llevarla a su cama antes del matrimonio; lo hizo porque relativamente estaban a nada de la boda y porque ella lo pidió. Esa mujer después de ese día sería su esposa porque así fue criado él.
Anabella sabe que el día de hoy, como siempre, el hombre estará en su departamento ahogado en la bebida. Se coloca un hermoso vestido y se pone un perfume, el cual estaba en la habitación de Massimo y era de Nicolle.
La mujer saluda al portero como siempre y sube hasta llegar al piso del coronel, abre la puerta y lo observa; está en el sofá, casi que se cae al suelo ahogado en alcohol.
La joven sonríe y se acerca; lo mira aunque él no se ha percatado de su presencia, pero si lo hace de su aroma, el hombre aspira el aire y aprieta sus ojos.
—Aun está aquí tu aroma, angelito —Anabekka camina hacia él un poco nerviosa y se sienta frente a él.
—Massimo… — Él levanta la cabeza ante su voz y la mira extraña.
—Anabella, ¿qué haces aquí, qué perfume tienes puesto? —pregunta con palabras tropezadas.
—Massimo, solo vine a decirte que se te acabó tu tiempo de descanso; debes volver —ella se le acerca y él se molesta; la vena en su cuello palpita.
—¿Por qué usaste ese perfume y no hay más aromas? ¡Ya sé! — Se rie sin una gota de humor en su voz.
—Mi bebé tenía razón: le tenías envidia, deseabas ser como ella y ahora que no está… —comienza, pero se desespera.
—¡Jamás! ¿Me escuchas? ¡Jamás serás ella…! —sus gritos se oyen en todo el apartamento.
—Cálmate, Massimo, yo no quiero eso, no sabía que era el que ella usaba, vamos, tomate mejor un café o un jugo —dice la joven tratando de calmarlo. El vestido que lleva es hermoso y sexy y ni así costó la atención del hombre.
—No quiero café, dame otro trago —le dice y ella acata su pedido mientras le echa unas gotas al hombre del afrodisíaco que le dió su madre; este lo volvería una bestia y a parte de eso le borraría cualquier recuerdo del día anterior; esto era usado con la mercancía más novata para que cediera.
Anabella se arrepintió al verlo debido a que el hombre era un verdadero asco por los momentos; pasaba días sin ducharse o lo encontraba vomitado y hoy no era la excepción; realmente estaba deplorable; su barba estaba bastante crecida y hasta el bigote le había crecido.
—Ten, Massimo… —La joven le dio el trago, que no dudó en tomarse la sonrisa en ella.
Era grande, pues ocurriría lo que ella deseaba, y era atarlo a ella.