¿Alguna vez han pensado en los horrores que se esconden en la noche, esa noche oscura y silenciosa que puede infundir terror en cualquier ser vivo? Nadie había imaginado que existían ojos capaces de ver lo que los demás no podían, ojos pertenecientes a personas que eran consideradas completamente dementes. Sin embargo, lo que ignoraban es que esos "dementes" estaban más cuerdos que cualquiera.
Los demonios eran reales. Todas esas voces, sombras, risas y toques en su cuerpo eran auténticos, provenientes del inframundo, un lugar oscuro y siniestro donde las almas pagaban por sus pecados. Esos demonios estaban sueltos, acechando a la humanidad. Sin embargo, existía un grupo de seres vivos—no todos podrían ser catalogados como humanos—que dedicaban su vida a cazar a estos demonios y proteger las almas de los inocentes.
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CAPITULO VEINTIDOS
Mirco estaba de pie frente a la tumba de su hermana, un lugar donde reposaban algunos de sus restos dispersos. Su cuerpo había sido brutalmente dividido en varias partes, las cuales habían sido encerradas en diferentes lugares del mundo. En la Cueva Espejo, se encontraba su cabeza y sus piernas, resguardadas por las hadas de la tierra. Estas hadas eran las guardianas de esa oscura y hostil cueva. Aunque eran mujeres de una belleza indescriptible, al detectar peligro se transformaban en bestias temibles. Sus cuerpos desnudos reflejaban la tonalidad de su cabello, otorgándoles una apariencia etérea y cambiante.
Durante años, Mirco había estado buscando esta cueva. Aquí yacían las últimas piezas del cuerpo de su hermana que necesitaba para devolverla a la vida. La búsqueda había sido ardua y peligrosa. A menudo se sentía al borde de la rendición, pero el pensamiento de la venganza que su hermana merecía le daba fuerzas para continuar. Ahora, finalmente había llegado a su destino.
Con determinación, Mirco desenvainó la espada que llevaba en la cintura y se adentró en la cueva, que estaba parcialmente inundada. Las paredes estaban cubiertas de inscripciones y símbolos extraños que se entrelazaban, creando un ambiente místico y opresivo. La risa de las hadas resonaba por el lugar, confundiéndolo, ya que parecía provenir de todas partes a la vez.
La cueva estaba llena de trampas mortales, entre ellas los anillos de fuego, ingenios letales creados por el antiguo mago Blazefire hace milenios. Estos anillos, al activarse, envolvían al intruso en un círculo de fuego, reduciéndolo a polvo instantáneamente. Mirco avanzaba con extremo cuidado, consciente de cada paso que daba. De repente, un anillo de fuego se activó. Con reflejos rápidos, Mirco se lanzó contra la pared, esquivando por poco el mortal círculo de fuego. Sin embargo, este movimiento brusco alertó a las hadas que custodiaban la entrada de la catacumba. Lentamente, giraron sus miradas hacia el pasillo de la cueva, sus rostros transformándose de una belleza celestial a una horrible apariencia. Sus cuerpos se desfiguraron: lo que antes era piel se convirtió en hueso, sus manos se transformaron en garras afiladas y sus rostros se vaciaron, dejando huecos terroríficos.
Mirco, desde su posición, cerró los ojos y se culpó internamente por haber hecho tanto ruido. Cuando el anillo de fuego finalmente desapareció, se apartó rápidamente de la pared y comenzó a correr. Las risas de las hadas se escuchaban cada vez más cerca, lo que significaba que estaban ganando terreno. En un momento de descuido, tropezó y cayó al suelo. Al levantar la mirada, vio que las hadas ya se encontraban frente a él, mostrando los huecos terroríficos en sus cabezas.
— Intruso, intruso, ¡Intruso! — gritaron las hadas al unísono.
Intentó levantarse, pero una de las hadas, de cabello púrpura, se abalanzó sobre él con la intención de robarle el alma. Estas criaturas tenían la habilidad de arrancar las almas de sus víctimas y usarlas como juguetes cuando se aburrían. Las torturaban y las obligaban a atormentarse entre sí para su diversión. Mirco no estaba dispuesto a permitir que esto le sucediera. De su boca surgió una llamarada de fuego que quemó por completo al hada que intentaba robarle el alma. Las demás hadas se abalanzaron sobre él, dejándolo momentáneamente indefenso. Se desató una feroz pelea. Mirco lanzaba llamaradas, pero ninguna lograba alcanzar a las hadas. Entonces vio su espada en el suelo. No era de usarla mucho, pero en ese momento lo creyó necesario. Con un rápido movimiento, tomó la espada y dio un salto, decapitando a una de las hadas de cabello negro, que se convirtió en cenizas oscuras. Aún quedaban cinco hadas más, que lo rodeaban en círculo. Todas se tomaron de las manos y comenzaron a cantar con voces agudas y penetrantes. Mirco se vio obligado a soltar la espada y taparse los oídos para protegerse del ensordecedor canto.
De repente, un anillo de fuego lo envolvió. Las llamas del anillo se intensificaron y comenzaron a cerrarse cada vez más alrededor de él. Mirco sintió el miedo de morir, pero entonces recordó algo crucial: era un fénix. Si moría, renacería de sus cenizas. Mirco dejó de luchar contra el miedo y, en lugar de ello, abrazó su destino. Las llamas del anillo se hicieron cada vez más intensas, hasta que finalmente lo consumieron por completo.
Mientras su cuerpo ardía, una poderosa explosión de energía liberó a Mirco de sus ataduras mortales. Las hadas, sorprendidas y aterrorizadas por el resurgimiento del fénix, intentaron escapar. Pero ya era demasiado tarde. Con renovada fuerza y determinación, Mirco emergió de las cenizas, sus alas de fuego extendiéndose con majestuosa furia. Con un rugido, se lanzó hacia las hadas, dispuesto a acabar con ellas y reclamar los restos de su hermana.
Minutos y minutos después de estar buscando los restos de su hermana los encontré una caja de cobre la cual estaba sellada con una antigua hechizo que no permitía que nadie la abriera, pero él ya conocía a la perfección el hechizo que su padre había creado cuando solo era un simple profesor hacía ya muchos años. El tomó la caja, provocando que la cueva comenzará a moverse de un lado al otro. Estaba a punto de destruirse. Se dio la obligación de convertirse en un fénix y volar como un rayo en el aire, lo que hizo que llegara la salida en cuestión de segundos, donde lo esperaba su sobrino, uno de los hijos de su hermana, el cual estaba protegiendo de que nadie más entrara a la cueva mientras él estaba ahí.
Kaelan era un joven de apariencia impresionante y distintiva. Tenía un cabello crespo, del color de las hojas de otoño, que caía suavemente sobre sus hombros. Sus ojos eran de un vibrante color violeta, lo que le daba una mirada profunda e hipnótica, capaz de transmitir tanto serenidad como intensidad según la ocasión.
Kaelan había vivido en un imponente castillo junto a un enigmático conde, quien resultaba ser un vampiro. Sin embargo, este conde no era el temido Drácula, sino otro vampiro de gran poder y sabiduría. El castillo era un lugar de misterio y sombras, lleno de secretos antiguos y magia oculta. La vida de Kaelan en el castillo había comenzado de manera inesperada. Había sido dejado allí por alguien, quien había huido bajo circunstancias misteriosas. El conde había aceptado a Kaelan bajo su protección, y aunque su relación era compleja y a menudo tensa, también había un respeto mutuo. El conde, en su naturaleza vampírica, veía en Kaelan no solo a un joven impulsivo, sino a alguien con un potencial inmenso y una valentía inusual.
— ¿Ya lo tienes, tío? — preguntó Kaelan al verlo salir como un fénix.
— Sí, aquí están. — Mostró el cofre —. Debemos irnos rápido hacia la cabaña y empezar con esto.
Kaelan y Mirco se apresuraron hacia la cabaña, llevando consigo los restos de Verlah. La cabaña estaba ubicada en el borde de un bosque antiguo, donde las sombras se alargaban y susurros misteriosos flotaban en el aire. Nadie se atrevía a aventurarse en el bosque debido a su peligrosidad.
Al llegar a la cabaña de madera, Kaelan encendió velas y preparó con cuidado un círculo mágico, mientras Mirco colocaba los restos de Verlah en el centro. El aura de magia se intensificó a medida que Mirco recitaba antiguas palabras de poder, canalizando su energía hacia la tarea crucial de devolver a su hermana a la vida. Era una tarea difícil, pero urgía hacerla cuanto antes. Mirco sabía que su hermana era la única capaz de detener las locuras de su padre y, en cierta forma, salvar a su hermana menor, que se encontraba influenciada.
— Mantén la concentración, Kaelan — aconsejó Mirco en voz baja, su voz resonando en la cabaña como un eco sombrío. — Debemos estar enfocados en lo que queremos lograr para que funcione.
Kaelan asintió con seriedad, su mirada fija en el círculo mágico. Con cada palabra pronunciada, el poder se acumulaba y la magia fluía a través de él. El ambiente se volvía tenso, cargado de anticipación y un ligero temor a lo desconocido.
Entonces, como un susurro en la brisa nocturna, comenzaron a escucharse ecos lejanos y fríos. Los espíritus del bosque parecían susurrar en las sombras, como si el propio bosque estuviera vivo y observando. Mirco se mantuvo alerta, sus sentidos agudizados por la magia ancestral que fluía en el aire.
De repente, una bruma oscura comenzó a formarse sobre los restos de Verlah. Kaelan sintió un estremecimiento en su espina dorsal mientras el aire se llenaba de una energía densa y poderosa. Mirco retrocedió instintivamente, listo para defenderse si las fuerzas oscuras decidían intervenir en el ritual.
— ¡No te detengas, Kaelan! ¡Continúa! — instó Mirco, su voz resonando con urgencia.
Kaelan cerró los ojos y se concentró aún más. Su corazón latía con fuerza, impulsado por la esperanza y el miedo mezclados. Finalmente, después de un momento eterno, una luz brillante y cegadora estalló desde el centro del círculo mágico. Cuando la luz se desvaneció, Verlah yacía allí, su cuerpo completo y restaurado. Parecía estar dormida, pero su respiración suave y regular indicaba que estaba viva y sana. Kaelan y Mirco se miraron el uno al otro, con una mezcla de alivio y asombro en sus rostros. La tensión en la cabaña se disipó gradualmente, reemplazada por una sensación de logro y alivio. Habían completado con éxito el ritual, devolviendo a Verlah a la vida y cumpliendo con su misión.
— Lo logramos — murmuró Kaelan, su voz apenas un susurro en el silencio que siguió.
Mirco asintió con una sonrisa leve y enigmática.
— Sí, lo logramos. Pero no podemos bajar la guardia. Aún no sabemos qué más pudo haber sido desatado con este ritual.
El cuerpo de Verlah comenzó a moverse. Ella abrió los ojos, confundida por lo que estaba sucediendo. ¿Estaba viva? ¿Cómo era posible eso? Ella se encontraba en el otro mundo, cumpliendo una condena que no creía merecer. Miró su cuerpo, el cual tenía el mismo vestido con el que fue asesinada. Se levantó con cuidado, sintiendo una mezcla de incredulidad y asombro. Su mirada se posó en su hermano, quien estaba parado como una estatua, mirándola con una expresión de incredulidad y alivio. Luego, su mirada fue a dar al chico que estaba a su lado. Reconoció al joven por el lunar en la mejilla, el mismo lunar que ella también tenía, pero sobre todo, por esos extraños ojos violetas: era uno de sus hijos.
— ¿Mi hijo? — murmuró Verlah, con la voz entrecortada por la emoción y la incredulidad.
Kaelan asintió lentamente, aún procesando la magnitud de lo que acababa de suceder. Era su madre, resucitada por el ritual que él y Mirco habían completado con éxito.
— Sí, madre. Estás viva de nuevo — respondió Kaelan, su voz resonando con emoción contenida. — Es un gusto por fin conocerte — hizo una pequeña revelación.
Mirco se acercó a ellos, una sonrisa de alivio y felicidad en su rostro.
— Lo logramos, Verlah. Estás de vuelta.
Verlah sonrió, pero su sonrisa decayó al recordar a su padre. Sentía tanto odio hacia él como nunca había sentido hacia nadie. Quería hacerlo pagar por todo el sufrimiento que le había causado cuando estaban juntos. Los recuerdos dolorosos de su infancia volvieron a ella como un torrente. Recordó las palabras hirientes, los momentos de abandono, y el miedo constante que sentía cuando él estaba cerca. Su padre había sido una figura dominante y controladora, siempre exigiendo más de lo que ella podía dar. La idea de enfrentarse a él ahora, le proporcionaba una sensación de determinación. Quería hacerlo pagar por todo el daño que causó, pero también quería hacerles pagar a los pueblerinos de Aureum por haberles dado la espalda a las brujas y matarlas.
Una idea pasó por la mente de Verlah. Necesitaba sus cosas, las cuales debían encontrarse en su antigua casa, a la cual nadie más que ella tenía permitido entrar. Necesitaba encontrar su libro. Sus poderes estaban debilitados, por lo que no podía usar ningún tipo de transporte, pero su hijo y su hermano sí podían hacerlo. Una sonrisa torcida se dibujó en sus labios. Mirco, más que nadie, conocía esa sonrisa.
Horas más tarde, el tranquilo pueblo de Aureum yacía envuelto en la oscuridad de la noche. Las calles adoquinadas, habitualmente animadas durante el día, se encontraban desiertas, mientras solo el susurro del viento entre los edificios antiguos y el canto de los pájaros rompían el silencio nocturno. Sin embargo, esta paz se vio abruptamente interrumpida cuando siete figuras sombrías emergieron de entre las sombras, moviéndose con una gracia inhumana hacia el corazón del pueblo.
Sus ojos brillantes y colmillos afilados proyectaban una presencia intimidante, envuelta en la oscuridad que los acompañaba. A medida que avanzaban, las personas que aún estaban despiertas se percataron de su presencia. Confundidos, no tardaron en ser presa del pánico al comprender el peligro que representaban. Muchos curiosos se asomaron por las ventanas, buscando entender quiénes eran esas figuras que perturbaban la tranquilidad de la noche.
Sin embargo, pronto se hicieron evidentes las intenciones de los siete vampiros enviados por Verlah, cuando se abalanzaron sobre sus víctimas con una ferocidad despiadada. El pueblo resonó con los gritos de terror y desesperación, mientras las vidas eran segadas sin misericordia por los depredadores nocturnos. En un instante, la noche serena se transformó en un escenario de caos y tragedia, donde la oscuridad devoraba la luz y la esperanza de los habitantes indefensos.
A medida que los vampiros continuaban su ataque, las calles se convirtieron en un escenario macabro. El sonido de los chillidos y el olor a sangre llenaban el aire. La oscuridad parecía haberse apoderado del pueblo, dejando un rastro devastador a su paso. Finalmente, cuando los primeros rayos del amanecer comenzaron a aparecer en el horizonte, los vampiros se retiraron tan rápidamente como habían llegado. Dejaron tras de sí un pueblo enmudecido por la tragedia, con las secuelas de sus acciones profundamente marcadas en la historia de Aureum una vez más.
—¿Estás bien, niña? —le preguntó un anciano a una de las niñas que vivían en frente de su casa. La niña solo podía llorar a mares, mientras miraba cómo el cuerpo de su madre caía desde el balcón de la casa. Corrió hacia ella con el anciano detrás—. Niña, vuelve aquí. No puedes acercarte.
— ¡Mamá, mamá! —repetía la niña mientras lloraba —. ¿Mamá, estás viva, mama?
La primera tragedia dejó a los habitantes de Aureum completamente desconcertados. No podían comprender lo que acababa de ocurrir. Después de tantos años de relativa paz y armonía en el pueblo, este terrible evento había roto el equilibrio que habían disfrutado durante tanto tiempo. Con expresiones de consternación y confusión, los pueblerinos se miraban entre sí, incapaces de asimilar lo que acababan de presenciar. Ninguno de ellos podía creer que algo así pudiera suceder en su apacible comunidad.
— ¿Aquellos vampiros no fueron los mismos que hace años desataron el caos en este pueblo? — preguntó una mujer, con voz preocupada.
— Sí, exactamente. Aquellos vampiros... en realidad eran demonios que esa bruja creó cuando estaba comenzando con su terrible plan.
La mujer frunció el ceño, intentando asimilar la información.
— ¿Quieres decir que ella posiblemente haya vuelto a la vida?
— Debemos informar al Parlamento Mágico.
Mientras tanto, Sir Eris propinaba una fuerte cachetada a su hija, lanzándola al suelo. Naira tomó su mejilla dolorida y miró hacia arriba, sabiendo que su padre estaba más que enojado. Él la tomó del cuello, apretando con fuerza mientras ella intentaba alejarse, pero era inútil. Tenía mucho miedo.
— Mátala — pronunció él con voz fría y cortante. — Ya no pierdas más tu tiempo y mátala de una vez.
Naira sintió un escalofrío recorrer su espalda. La mirada de su padre era despiadada y determinada. Ella sabía que él no dudaría en hacer lo que decía. Sus manos temblaban mientras intentaba hablar.
— Está bien, padre. Lo haré ahora mismo.
Tiempo después, Seth se encontraba sentado en la orilla del lago, disfrutando de la serenidad del entorno. Ivelle se acercó a él con una sonrisa amable y se sentó junto a su lado, comenzando a masajear sus pies cansados. Sabían que en unas horas tendrían que regresar a la academia para retomar sus estudios, pero por el momento, aprovechaban los últimos momentos de tranquilidad en el campamento, cuya estadía había sido todo menos aburrida.
Los gemelos, junto con Seth, habían sido castigados en la biblioteca por unas horas, ocupados ordenando una montaña de libros desordenados, una tarea que les había recordado a niños jugando a las escondidas. Mientras tanto, Vante se había sumergido en la historia de las tribus nativas de Aureum, absorbiendo cada detalle con fascinación.
Raquel, por su parte, había pasado su tiempo explorando junto a Carina y Jazmín, unas hermanas de último año que la habían invitado a unirse a sus aventuras. Juntas, habían descubierto rincones escondidos del campamento y explorado los alrededores del lago, compartiendo risas y anécdotas mientras el sol se ponía lentamente en el horizonte.
Ivelle y Seth, en aquel momento de calma, reflexionaban sobre las últimas semanas. Habían sido desafiantes pero también emocionantes, llenas de aprendizaje y nuevas amistades. El campamento había sido una oportunidad para crecer y fortalecerse, tanto individualmente como en equipo.
— A veces, el simple pensamiento de emprender ciertas acciones en la vida, como asistir a una academia tan prestigiosa como la nuestra, parece un sueño. Pero una vez que estás allí, todo adquiere una sensación de realidad — expresó Seth, rompiendo el silencio. Ivelle la miró y asintió —. Yo también a veces siento ganas de renunciar a todo porque se me hace muy difícil. Veo a personas que no tienen complicaciones en absoluto, y eso me deprime porque me gustaría ser como ellos.
— ¿Tú qué pensarías si tu padre te envía una carta donde presume a su hijo, pero a ti te humilla como si no valiera nada? — Los ojos de Seth estaban ligeramente rojos —. Yo intento hacer de todo para complacerlo, estoy estudiando lo mismo que él para satisfacerlo, me dejo controlar por él para complacerlo, pero nada de eso parece funcionar. Puede hacer mil cosas buenas, pero él sólo verá un pequeño error que he cometido. Desde que mi madre murió, papá se empeña en culparme a mí... Yo sé que ella murió porque me fue a buscar, pero no quiero que él me lo recuerde siempre.
— Estoy cansado de todo. Estoy cansado de ser la sombra de mi hermano. Estoy cansada de ser la responsable de la muerte de mi madre. Estoy cansado de ser yo…
— Seth, mírame — dijo Ivelle con firmeza, captando la atención de su amiga. Los ojos de Seth ya estaban derramando lágrimas, por lo que Ivelle las limpió con ternura, como le hubiera gustado que alguien hubiera hecho por ella en momentos difíciles —. No puedo decirte que te entiendo porque eso sería una gran mentira. No conozco tu vida, solo tú la conoces. Mil cosas pueden pasar, pero no por eso tienes que cansarte de ti mismo, Seth. Eres tú, y eso es lo único que importa — continuó Ivelle, con voz suave pero segura —. No deberías tener que ser alguien más para complacer a otros. Tienes derecho a ser quién eres, a tener tus propios pensamientos y opiniones.
— No hagas las cosas para complacer a los demás, hazlas para complacerte a ti mismo. Si tu padre no te valora como su hijo, si no te respeta, si no te cuida — Ivelle apretó la mano de su amiga mientras hablaba — valórate tú, respétate tú, cuídate tú. No esperes nada de nadie. Solo espera todo de ti — concluyó Ibelle, recibiendo un abrazo de su amiga —. No necesitas a tu estúpido padre cuando me tienes a mí, tu gran amiga. Trata de recordar esto cuando estés en el fondo del pozo de miseria. Nunca debes buscar en otros lo que sólo puedes encontrar en ti. Eres una persona preciosa y valiosa, eres una persona hermosa e inteligente.
— A veces nuestros padres son… tan malos cuando nosotros solo los queremos.
— Te amo mucho, Ivelle. Jamás me voy a arrepentir de haberte escogido como mi mejor amiga.
Después de que Seth se marchara, Ivelle se encontró sola junto al lago, donde el agua cristalina reflejaba la luz del sol crepuscular. Decidió sentarse y se descalzó, sumergiendo sus pies en el fresco y tranquilo lago. Al moverlos, pequeños destellos dorados danzaban en la superficie, como si la magia del entorno respondiera a su presencia. La serenidad del lugar parecía envolverla, pero pronto fue interrumpida por la presencia de Naira, cuya mirada sombría no pasó desapercibida.
Naira avanzó sigilosamente hacia Ivelle, sin hacer ruido, hasta que, con destreza, deslizó una soga de entre sus manos y la ató rápidamente alrededor del cuello de Ivelle. En un movimiento repentino, la arrojó al lago. La joven luchó por respirar, su vida pendía de un hilo, pero al contacto con el agua, un resplandor azul brilló brevemente en la superficie, como si una fuerza misteriosa estuviera a su favor. La soga que la aprisionaba desapareció milagrosamente.
Confundida y asustada, Ivelle levantó la cabeza, escudriñando el entorno con la mirada, pero Naira ya no estaba. Los pensamientos se agolparon en su mente: ¿Quién más podría haberla atacado de esa manera? Consideró que tal vez fue un incidente aislado, pero el miedo persistía. Decidió que tenía que contarle a sus amigos lo que había sucedido.
Salió del agua y regresó a la orilla, solo para darse cuenta de que seguía desnuda. Afortunadamente, su chaqueta estaba justo donde la había dejado, así que la tomó y se la puso. Sin embargo, justo cuando se estaba reponiendo del incidente, Sir Eris apareció frente a ella, tomando su brazo con firmeza.
— Sabía que mi hija no sería capaz de acabar contigo — dijo Sir Eris con una voz fría y calculadora.
— ¿Naira es su hija? Pero usted es el director... ¿cómo puede querer matarme? — preguntó Ivelle, desconcertada.
— No seas tan ingenua, hija mía — respondió Sir Eris con un tono siniestro.
La confusión de Ivelle crecía mientras intentaba entender las implicaciones de lo que estaba pasando.
Sir Eris sacó un cuchillo envenenado y estaba a punto de ponerlo en el cuello de Ivelle, pero ella pensó rápidamente y se soltó de golpe, lanzándose al agua y escondiéndose en las profundidades. Para su desgracia, Sir Eris también se lanzó al agua. Ivelle no sabía qué hacer. Estaba asustada. Comenzó a nadar, alejándose de él con todas sus fuerzas. Finalmente, sacó la cabeza del lago y se encontró sorprendentemente en medio del vasto océano, rodeada por la inmensidad azul que se extendía hasta donde alcanzaba la vista.
El agua se extendía en un azul profundo, reflejando la calidez del sol que iluminaba el cielo sin nubes. Ivelle se encontraba en medio de un mar aparentemente infinito, sin vislumbrar tierra firme ni rastro de embarcaciones en el horizonte. Una sensación de temor se apoderó de ella, pero al mismo tiempo, una curiosidad innata la impulsaba a explorar su entorno. Se sentía desorientada, sin saber qué dirección tomar, por lo que se limitó a nadar, con la esperanza de no encontrarse con ninguna criatura peligrosa en aquel vasto océano.
De repente, las aguas empezaron a agitarse con violencia, arrastrándola hacia abajo en una turbulenta espiral. A pesar de sus esfuerzos por liberarse, se vio incapaz de resistir la fuerza del remolino. En medio del caos, una melodiosa voz femenina comenzó a resonar a su alrededor, entonando una canción en un idioma desconocido. El canto era hipnótico, transmitiendo una extraña combinación de calma y emoción que envolvía a Ivelle en un aura enigmática.Ivelle luchaba por mantenerse a flote, tratando desesperadamente de no ser absorbida por el remolino. Mientras tanto, la melodía parecía susurrarle secretos antiguos del mar, haciendo que su miedo inicial se transformará en una fascinación cautivadora por el misterio que se desplegaba ante ella en aquel océano sin límites.
El sol comenzaba a ponerse en el horizonte, pintando el cielo de tonos naranjas y púrpuras mientras las olas seguían su danza incesante. Ivelle no sabía qué le deparaba el futuro en aquel lugar, pero estaba decidida a encontrar respuestas y sobrevivir a la tormenta que la rodeaba, tanto en el mar como en la academia.
Las sirenas entonaban su canción con una melodiosa armonía que parecía surgir del mismo corazón del océano. Sus voces, suaves como el susurro del viento entre las olas, llenaban el aire con una magia embriagadora. "Por qué me has engañado, amado” cantaban las sirenas, sus palabras flotando en el aire con una cadencia encantadora y seductora.
Y de repente, el tumulto del agua cesó abruptamente. Ivelle emergió a la superficie y se encontró con una escena que desafiaba toda lógica. Ante sus ojos se extendía un paisaje surrealista, poblado de barcos piratas destrozados, rodeados por montañas majestuosas y una exuberante vegetación que parecía cobrar vida propia. Pero lo que realmente dejó a Ivelle sin aliento fue la presencia imponente del Kraken, una criatura legendaria de la mitología marina. Con sus tentáculos monstruosos y su imponente tamaño, el kraken era la personificación del terror marino, capaz de hacer naufragar barcos enteros con un simple movimiento. Su piel escamosa y sus ojos penetrantes infundían un miedo ancestral a todos los que osaban cruzar su camino. Sin embargo, la sorpresa de Ivelle no terminó ahí. A poca distancia, avistó al Leviatán, otra figura colosal de las leyendas marinas. Con su imponente presencia y escamas iridiscentes, el Leviatán era símbolo de poder y caos, capaz de desencadenar tormentas y terremotos con su fuerza sobrenatural. Su sola presencia imponía respeto y temor a partes iguales.
— Dios… ¿Dónde me encuentro?
Pero la visión más aterradora aún estaba por venir. Cerca de la orilla, se alzaba Escila, una criatura marina de la mitología griega. Con sus múltiples cabezas y tentáculos serpentinos, Escila personificaba el horror en su forma más pura. Algunas leyendas la describían con seis cabezas de perros feroces, mientras que otras mencionaban seis cabezas de mujeres jóvenes, cada una más aterradora que la anterior. Acechando en estrechos y aguas turbulentas, Escila representaba una amenaza constante para los navegantes, atacando sin piedad a quienes osaban acercarse demasiado.
Las sirenas, con sus colas escamosas de tonos verde y azul marino, parecían danzar en la brisa marina mientras cantaban. Sus ojos brillaban con un fulgor hipnótico, atrayendo a Ivelle hacia su hechizo con una fuerza irresistible. Aunque su belleza era innegable, Ivelle no podía evitar sentir un escalofrío de temor al encontrarse rodeada por estas criaturas del mar.
Una de las sirenas, alzando su mirada hacia Ivelle, pareció detectar su presencia. Con una sonrisa enigmática en los labios, continuó cantando, pero sus ojos emitían una advertencia silenciosa que enviaba escalofríos por la espalda de Ivelle. Un gesto con la mano de la sirena provocó un movimiento en las aguas, llevando a Ivelle hacia ellas como si fuera arrastrada por una corriente invisible. Una vez en la orilla, Ivelle sintió que sus piernas volvían a su forma normal, dejándola completamente desnuda frente a las enigmáticas criaturas. Las sirenas, en silencio, la observaron con curiosidad y cautela, como si evaluaran su presencia. La líder de las sirenas, llamada Marea, se acercó a la orilla y tocó el agua, transformando su cola escamosa en unas hermosas piernas humanas.
— Hola, soy Marea — se inclinó al nivel de Ivelle y comenzó a acariciarle el cabello, lo que molestó a la humana — Tu cabello es tan hermoso. Veo que eres una sirena de luz. Las sirenas de luz viven en el otro extremo de este lugar. Son muy amables con todos. Todas las criaturas marinas las aman, incluso las más temidas — Señaló el centro del agua donde las tres bestias estaban enzarzadas en batalla — Pueden dañar a cualquier criatura si lo desean, excepto a ustedes, sirenas ligeras. Tienen mucha suerte— su voz era soñadora, tan suave y dulce como si estuviera susurrando melodías celestiales desde las nubes.
— ¿Cuál es tu nombre? — preguntó otra de las sirenas, adoptando el mismo tono de Marea — Mi nombre es Serena, y ellas son Marea, a quien ya conoces, Oceana y Sirelia. Somos las cuatro hermanas del Canto de Coralia.
—Mi nombre es Ivelle...—respondió Ivelle, sintiéndose incómoda por el constante contacto de las sirenas con su cabello y sus brazos. A pesar de su incomodidad, no pudo evitar sentirse intrigada por el Canto de Coralia —¿Puedo saber qué es el Canto de Coralia?
— El Canto de Coralia es una familia muy antigua de este reino — dijo Sirelia con el mismo tono de voz que sus hermanas —. Según la leyenda, hace mucho tiempo, nació una hermosa joven llamada Coralia en una familia muy pobre. A pesar de su precaria situación, Coralia tenía algo que la hacía única y muy afortunada: tenía el don de la música. Su voz era tan melodiosa que podía calmar las aguas agitadas y atraer a las criaturas del mar con solo entonar una canción — continuó Sirelia, su mirada perdida en el horizonte como si estuviera reviviendo aquellos tiempos lejanos.
— Había un príncipe, un noble joven humano, que anhelaba desesperadamente una canción que pudiera cantar, pero no sabía dónde encontrarla — hablo esta vez Marea — Un día, mientras paseaba por el bosque encantado, un lugar que por muchos siglos había sido habitado por criaturas de todas las especies existentes, aquel príncipe escuchó algo: una canción tan hermosa que parecía provenir de un lago. Se acercó cautelosamente y se sorprendió al ver a una mujer con una gran cola de sirena, sentada junto a la fuente, entonando la melodía. El príncipe quedó cautivado por esa canción. Desde ese momento, el príncipe acudía al lago siempre que podía para encontrarse con Coralia, la mujer de la melodiosa voz. El príncipe se enamoró perdidamente de Coralia y ella también se enamoró de él. Pasaron muchos días felices, cantando y explorando el bosque. Sin embargo, un día, Coralia le dijo al príncipe que debía regresar a su hogar. Aterrado, el príncipe le suplicó que lo llevara con ella, pero la familia del príncipe hizo hasta lo imposible para que eso no ocurriera. A pesar de las tormentas, el sol volvió a salir.
— Y esa es la historia de nuestros ancestros — continuó Oceana—. Por esa razón, nosotras y las personas de este reino poseemos piernas. Es un símbolo y un recuerdo de una historia de amor eterna. Mi nombre completo es Oceana del Canto de Coralia. ¿No es un nombre hermoso, no lo crees? — Ivelle asintió, impresionada.
— Ven, te llevaremos a casa — dijo Serena, levantándose del suelo. — Mi abuela estará encantada de conocer a una sirena de luz. Ella nos ha contado muchas aventuras de tu especie. Vamos, levántate — Ivelle se levantó y Marea la tomó del brazo. Todas comenzaron a correr. Ivelle estaba agitada pues desde que había llegado a ese extraño mundo, no había corrido tan rápido como en ese momento.
Ivelle se sentía confundida y asustada. Sabía que tenía que salir de ese lugar y contar todo lo que estaba sucediendo. No sería tan loca como para quedarse callada una vez más, especialmente con el peligro que la acechaba. Después de liberarse del intento de Sir Eris de asesinarla, Ivelle estaba más decidida que nunca a descubrir la verdad y protegerse a sí misma.
Ivelle fue llevada por ellas hacia una pequeña colina donde se alzaba una especie de templo de tonos terrosos, rodeado de exuberante vegetación. Mientras corrían, sus cuerpos estaban adornados con prendas de seda que ondeaban al viento. El entorno rebosaba de aves voladoras cuyas alas resplandecían al moverse. Desde lo alto de la colina, se divisaba el magnífico color azul del gran lago. A medida que se acercaban al punto más alto de la colina, Ivelle quedó asombrada. Las sirenas la tomaron de los brazos y la arrastraron hacia el castillo. Marea comenzó a gritar el nombre de su abuela y, segundos después, una mujer de unos 60 años apareció bajando las escaleras. La anciana, vestida con elegancia en un hermoso vestido rojo, se acercó a Ivelle y le hizo una pregunta bastante inusual.
— Eres hija de la sirena Mar, ¿verdad? — preguntó la anciana.
— ¡Abuela, ella es Ivelle y es una sirena de luz! — Oceana, emocionada, exclamó.
— ¿Es eso cierto, señorita? — Ivelle asintió —. Por lo que veo eres humana, ¿hace cuánto lograste tu transformación?
— Hace unos días. Caí por accidente al lago del lugar donde estaba y pues… me convertí en una sirena de luz.
— ¡Fantástico! — exclamó, tomando el brazo de Ivelle y entrelazándolo con el suyo —. En la biblioteca tengo una gran variedad de libros con la historia del nacimiento de las sirenas de luz y muchas hazañas que ellas cometieron para ser reconocidas hoy en día como las cuidadoras de las criaturas del mar.
— Abuela, no será en este momento. El baile de Coralia será en unos momentos — le recordó su nieta Marea —. Debemos ir ya mismo para no llegar tarde. Recuerda lo que sucedió la última vez…
— ¡Oh, por supuesto! Ustedes vayan adelantándose. Yo iré en seguida con Ivelle.
Las sirenas salieron corriendo del templo con entusiasmo. Nerea, la abuela de ellas, siguió a Ivelle hacia la entrada y juntas tomaron un camino diferente al que había llegado la joven con las sirenas. Nerea tenía una voz alegre que llenaba de felicidad a Ivelle. Después de una breve caminata entre la exuberante vegetación, llegaron a una ciudad completamente hecha de oro. Nerea le indicó a Ivelle que entrara y la joven quedó impresionada al ver a un gran grupo de personas. La vista de Ivelle no podía dejar de asombrarse, era algo verdaderamente fuera de este mundo. Caminaron hasta llegar a un impresionante palacio de tierra y oro, que brillaba con la luz del sol. Al entrar, vieron a muchas personas sentadas y otras de pie alrededor de una mesa redonda, conversando entre ellas. Había grandes mesas llenas de comida exquisita. En el centro, un amplio espacio permitía al soberano, junto con su esposa, hija y sus dos hijos, observar el maravilloso espectáculo.
— Posiblemente estás confundida. Este es el Castillo de Oro de esta ciudad. Fue creado hace miles de años, por el joven príncipe que enamoró a Coralia — explico sonriendo —. Ven. Tenemos que subir y sentarse. El baile de Coralia empezará muy pronto y mis hermosas nietas bailarina junto a sus compañeras.
Ivelle no podía dejar de notar la belleza de este lugar, incluso en el suelo había incrustadas piedras preciosas, y las paredes de oro parecían ser incansables. Mientras subían, Ivelle pudo sentir la mirada de alguien, pero con tantas personas en la sala, se le hizo imposible visualizar al responsable de aquella mirada. Junto a Nerea, se sentó en una silla del balcón. Nerea se encontraba emocionada de ver a sus nietas bailar, y aunque ya la haya visto varias veces, eso no disminuía la emoción.
— Oh, en lo más profundo del océano, apenas llevas una hora en este lugar y ya has cautivado con tu belleza a Delmar, el hijo de nuestro grandioso Dios — exclamó Nerea con asombro. Frunciendo el ceño, Ivelle dirigió su mirada hacia Nerea, quien tenía la mirada fija en un punto en particular. Siguiendo su mirada, Ivelle se percató de otro balcón frente a ellas se encontraba un muchacho quien tenía una mirada profunda.
— ¿Quién es él?
— El Dermar. Hijo de Poseidón, Dios de los mares.
— Poseidón… — repitió Ivelle, un poco asombrada —. ¿De verdad es hijo de Poseidón?
Nerea se puso una mano sobre el hombro de Ivelle, y dijo:
— No es algo que te pueda explicar, sirena de luz. Pero puedo decirte que Poseidón es la fuerza del océano, y este muchacho es hijo suyo.
Ivelle estaba a punto de hacer otra pregunta, pero los tambores y las palmas sonaron, interrumpiéndola. Fijó su mirada en las sirenas, cuyos movimientos delicados y cuerpos etéreos se deslizaban al compás de la envolvente música. Sus fluidos movimientos se entrelazaban armoniosamente con la suave brisa marina que entraba por las ventanas, creando un espectáculo hipnótico. Las ondulantes caderas y torsos imitaban las olas del gran océano, mientras que sus brazos fluían grácilmente, recreando la danza de las algas danzantes. Los vestidos de las sirenas estaban adornados con brillantes perlas y conchas marinas, y sus cabellos se movían libremente, enmarcando sus radiantes rostros mientras giraban y giraban en perfecta sincronía. Las faldas cortas, hechas de algas verdes, se ajustaban perfectamente a ellas.
El ritmo de los tambores y el celestial sonido de las flautas llenaban el ambiente, creando una atmósfera mágica y enigmática. Cada paso, cada movimiento de las sirenas, contaba una ancestral historia y evocaba emociones profundas. Sus expresiones faciales transmitían alegría, tristeza y pasión, conectando con el alma de aquellos afortunados de presenciar esa danza en el mundo sirenio.
—Tengo que irme — soltó de golpe. Nerea la miró confundida.
— ¿Qué? ¿Por qué?
— La academia…se supone que voy a volver a la academia. Tengo que llegar al campamento antes de que sea demasiado tarde. Además, tengo que resolver algo muy urgente… ¿Podría llevarme nuevamente al lago?
— Ivelle, lo siento mucho, pero no puedo salir. Tengo que ir a organizar unas cosas — el rostro de Ivelle palideció —, pero tranquila. Le diré a Delmar que te lleve. Ven, vamos —Nerea se levantó y caminó primero que Ivelle quien se encontraba nerviosa. No sabía que podría suceder si no llegaba al campamento. Al llegar con el muchacho, Nerea comenzó a explicarle lo que tenía que hacer. El asintió.
— De acuerdo, Nerea. Lo haré solo porque usted me agrada.
— Ivelle, fue un gusto conocerte. Espero que algún día vuelvas —- Ivelle sonrió forzada. Nerea la abrazó y se alejó rápidamente. Delmar comenzó a caminar y Ivelle rápidamente lo siguió.
—¿De verdad eres el hijo de Poseidón? — preguntó Ivelle siguiendo su paso.
— ¿No es obvio? ¿Acaso no ves que me parezco a él? — respondió con sarcasmo.
— Siendo sincera, no conozco personalmente a tu padre así que no puedo decir si te pareces a él o no — Delmar soltó una risa y miró de reojo a Nerea.
— Si, soy hijo de Poseidón, de hecho, el único hijo que tiene… creo y espero. No soportaría tener hermanos. Algunos dicen que tengo un gemelo, pero la verdad es que jamás he conocido a nadie con mi misma apariencia física. A veces creo que esa persona simplemente es una leyenda urbana. Pero no me siento tan triste por no tener hermanos, es agotador tener familia — Delmar bajó la cabeza, mirándose las manos mientras caminaba.
— A veces es bueno tener familia.
— Bien dicho, a veces, no todo el tiempo.
Después de minutos caminando, llegaron al lado donde un animal marino desconocido para Ivelle, se acercó a Delmar.
— ¿Conoces a Manta? — preguntó Delmar con una sonrisa de oreja a oreja, y mirando a Manta con cariño. — Manta es una pequeña manta ray, nació en el fondo de un mar azul, aunque parece que ha adquirido una debilidad por la tierra firme. — Ivelle sonrió y Manta mostró su cola gigante con una sonrisa irónica —. Manta, ¿podrías llevarla a… — Delmar se interrumpió así mismo. Relamió sus labios y giró la cabeza hacia Ivelle —. ¿A dónde se supone que vas?
— Al Campamento De Magia.
— Oh, ese lugar. Estuve ahí durante unas semanas y fue lo peor que me pudo pasar en la existencia. Las ninfas de ese lugar son extremadamente irritables. No sé por qué siguen ahí.
— Yo tampoco es como que las soporte mucho. Un día casi me pasan por encima. Creo que no tienen ojos para mirar a las personas frente a ellos.
— ¿Manta, podrías llevar a esta desamparada chica al Campamento De Magia Aureum? — Manta asintió. Delmar le indico a Ivelle que se adentrará en el agua, cuando ella lo hizo, el resplandor azul cegó a Delmar por unos segundos —. Vaya, eres una sirena de luz. Me traes tantos recuerdos de mis locas aventuras. Pero bueno, nos vemos después — puso sus manos detrás de su cabeza y comenzó a caminar de regreso al castillo.
Unos minutos después, Ivelle ya se encontraba en el lago del campamento. Ella salió rápidamente, y cuando el agua le proporcionó ropa, ella comenzó a correr hasta llegar a la cabaña donde se encontraba Raquel. Sin perder tiempo, le dijo lo que había sucedido. Al principio, Raquel no estaba indecisa, pero terminó creyendo todo.
—Ivelle… Creo que lo mejor será que salgas de la academia cuanto antes. Ya no es un lugar seguro para ti. Te llevaré a un lugar donde estarás a salvo.
Raquel miró a Ivelle con preocupación, sus ojos reflejando una mezcla de determinación y temor por lo que estaba por revelar. Ivelle, confundida y no entendía completamente las palabras de Raquel.
—Raquel… ¿A dónde me quieres llevar? No puedo irme. Mi hermano, mis amigos… —dijo Ivelle, con voz temblorosa.
—Ivelle, ¿no te parece extraño que tu hermano casi nunca está presente? —respondió Raquel, con una expresión seria en su rostro.
—¿A qué te refieres? —preguntó Ivelle, desconcertada.
—Te lo explicaré cuando lleguemos al Habi —dijo Raquel, mientras comenzaba a caminar en dirección a la puerta.
Ivelle siguió a Raquel, sintiendo una mezcla de emociones. ¿Qué significaba todo esto?