Cristina es una excéntrica chica cuya carrera musical fue vetada por Mireya Carmona la hija del presidente del país y que se encuentra en medio de una situación difícil debido a una mala decisión que tomo, Cristina debe encontrar su camino para alcanzar sus sueños y su felicidad
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Capítulo XXIII: ¿Leo podemos volver a ser como antes?
El día del cumpleaños número 18 de Leo llegó en medio del silencio que había crecido entre él y Cristina. Ya no hablaban más que lo necesario, así que él asumió que ella simplemente lo ignoraría. Pero para su sorpresa, apareció en el club de música con un pastel hecho y decorado por ella misma. Un detalle que lo desarmó.
Leo ahora era mayor de edad. Sus amigos del colegio habían planeado salir esa noche para celebrarlo, y, a pesar de la tensión, él se atrevió a invitarla.
—Pensé que te gustaría ir, Cristina.
—Soy menor de edad, Leo —respondió con frialdad.
—Disculpa por olvidarlo, Criss —dijo, sintiéndose tonto por haberlo propuesto. Luego añadió, con una sonrisa apagada—. Espero que te diviertas mucho. Adiós.
Esa noche, Leo fue con sus amigos a un club nocturno. El ambiente era animado, pero él no lograba sentirse en sintonía.
—Pensamos que vendrías con tu novia —bromearon algunos, refiriéndose a Cristina.
—Ya cansa decirlo: ¡Cristina no es mi novia! —respondió, entre fastidiado y frustrado.
—Relájate, hombre. Es tu cumpleaños. Invitamos a unas amigas, celebremos.
—Me parece bien… —mintió. Quería distraerse. No pensar. No sentir.
Pero el mal humor lo acompañaba como una sombra. Una de las chicas que habían invitado se acercó. Era bonita, desinhibida, y Leo, que sabía cómo ser encantador cuando quería, le siguió el juego. La conversación fue ligera, superficial, y cuando ella le propuso pasar la noche juntos, él aceptó casi sin pensarlo.
No era la primera vez, había estado en una relación en el pasado, pero esa noche se sintió distinta. Vacía. Más una distracción que un deseo.
Después, mientras se duchaba, lo invadió una sensación de frío interior que no tenía que ver con el agua.
—¿Pensé que te quedarías toda la noche? —preguntó ella con un dejo de decepción.
—Tengo sueño, además, vivo con mi madre, y no le hace gracia que no aparezca en casa —respondió sin rodeos.
—¿Me vas a llamar de nuevo?
—Es posible —dijo él, sin promesas.
Leo no tenía intenciones de volver a ver a la chica con la que había pasado la noche. Siempre había sido cuidadoso: usaba protección, se aseguraba de no dejar rastros, y jamás permitía que un encuentro se convirtiera en un problema. No le gustaban los niños, y formar una familia no estaba en sus planes.
Camino a su casa, algo lo impulsó a detenerse frente a la residencia de Cristina. A pesar de haber tomado distancia por decisión propia, le dolía la frialdad con la que ella lo trataba últimamente. Sabía que estaba atravesando un momento difícil… y no quería que siguiera enojada con él.
—Tengo que hablar con ella —murmuró para sí mismo.
Al día siguiente, durante las prácticas en el club de música, se acercó.
—Criss, ¿tienes un momento? Necesito que conversemos.
—Está bien, Leo. Vamos a la cafetería.
Ella aceptó porque la tensión entre ambos comenzaba a afectar a todo el grupo. Fueron juntos, pidieron unas bebidas y se sentaron en silencio por unos segundos.
—¿Te sientes mejor, Criss?
—No, Leo… aún no me siento mejor —respondió, sin rodeos.
—Criss, tú no eres así.
—¿Así cómo?
—Cobarde.
Ella lo miró, sorprendida por la palabra.
—Bueno… eso es verdad. Pero no solo estoy confundida, Leo. También estoy muy molesta contigo.
—¿Molesta conmigo? ¿Pero por qué? Yo no te he hecho nada…
—Has cambiado, Leo. Tu trato conmigo ya no es el mismo. Y eso me hace sentir incómoda. El que cambió fuiste tú, no yo.
Leo se quedó en silencio, mirándola con el ceño ligeramente fruncido.
—¿Te parece que he cambiado contigo, Criss?
—Sí, Leo. Ya no eres el mismo. Siempre me evitas, y no entiendo qué te pasa, ni qué te hice para que me trates así —dijo Cristina con una sinceridad dolorosa.
—No me había dado cuenta, Criss... pero tú también me ignoras. Y eso tampoco me gusta —respondió Leo, bajando un poco la voz.
Cristina suspiró.
—Yo solo quiero que las cosas vuelvan a ser como antes. ¿Tú crees que eso sea posible? De verdad te necesito. Eres la única persona con la que puedo hablar, con la que me siento entendida. Siempre sabes cómo ayudarme a ver las cosas claras.
Leo le tomó la mano, firme, pero suave, como si no quisiera que sus inseguridades volvieran a interponerse.
—Sí, Criss. Es posible. No te preocupes... vamos a estar bien.
Siguieron conversando en voz baja, aun con las manos entrelazadas. Y aunque no dijeron nada más sobre lo que sentían, era imposible no notar la cercanía, el afecto, era algo más que se les escapaba entre palabras.
Cuando sonó la campana, se miraron por última vez antes de regresar a clase. Leo pensaba que Cristina tenía razón: él había cambiado. Había dejado que el miedo lo volviera tóxico. Se prometió, en silencio, no volver a lastimarla.
A poca distancia, Gustavo observaba la escena en compañía de Grecia.
—¿Ves? Lo que te digo… entre esos dos hay algo —dijo ella, molesta.
—Grecia, ese es el problema. Tienes unos celos enfermizos hacia Cristina.
—¿Yo? ¿Celosa de Morticia? ¿Te volviste loco?
—No te das cuenta, pero si estás celosa. Y me tienes cansado con eso.
Gustavo volvió al aula con una nueva inquietud: estaba perdiendo a Cristina. Así que, ese mismo día, fue sorprendentemente amable con ella. Tanto, que todos en el salón lo notaron.
—Criss, ¿te gustaría ir al cine conmigo?
A Cristina le encantaba el cine, aunque tenía gustos muy definidos: no soportaba las comedias románticas ni las películas de acción. Prefería el terror o el drama que le dejara el alma revuelta.
—Solo si no es de acción, Gustavo.
—Hay una de vampiros en cartelera. ¿Te animas?
—Está bien, vamos.
Fueron solo ellos dos. Luis Arturo no podía ir a sitios públicos desde su secuestro. Sentados en la sala oscura, con el murmullo del público a su alrededor, Gustavo intentó abrazarla, buscando algo más que una amistad reconstruida.
—¿Qué estás haciendo, Gustavo? —preguntó Cristina con cautela, sin confiar del todo en su repentino cambio de actitud.
—Nada… pensé que tenías frío, Criss —respondió él, intentando sonar casual mientras intentaba abrazarla.
—Estoy bien, Gustavo. No necesitas preocuparte. Quédate en tu lugar —dijo, apartándolo con firmeza pero sin hostilidad.
Gustavo sonrió. Había algo en la forma ingenua y directa de Cristina que le seguía resultando encantador. Y, contra todo pronóstico, la salida fue agradable para ambos. Después de la película, fueron a comer a un local de comida rápida. A Gustavo le incomodaban un poco las miradas ajenas: la forma de vestir de Cristina llamaba la atención. Pero lo compensaba su risa genuina, sus comentarios ingeniosos y, sobre todo, el placer inesperado de ver una película de terror con alguien que de verdad la disfrutaba.
—Deberíamos hacer esto con más frecuencia, Criss —dijo Gustavo, mientras daba un sorbo a su refresco.
—Sí… lástima que Luis Arturo no pudo venir.
—Sabes que odia este tipo de películas —añadió entre risas.
—Sí, pasa toda la película cubriéndose la cara —respondió ella con una sonrisa luminosa.
Ambos reían recordando a su amigo. Era uno de esos raros momentos de tregua emocional.
Pero a poca distancia, en otra mesa del restaurante, Leo y algunos compañeros del colegio observaban en silencio. Al ver a Cristina y Gustavo conversando tan animadamente, Leo sintió algo en el pecho que no quiso nombrar. Trató de no mirar demasiado, aunque no podía apartar la vista.
—Entonces era cierto que no eran novios —dijo uno de sus amigos, como quien confirma un rumor—. Es una lástima. Gustavo sigue saliendo con su ex, Grecia. Está jugando con Cristina.
Leo no respondió. Su gesto se endureció, la mandíbula tensa.
—No sabía que te gustaba Cristina —dijo otro, curioso ante su reacción.
—Cristina es una de las chicas más lindas de la secundaria. Pero nadie se le acerca para evitar líos con ese imbécil de Gustavo.
—¿Y no te molesta que sea gótica? —preguntó Leo, como tanteando el terreno.
—¿Molestarme? Todo el mundo sabe que Morticia es sexy —respondió el chico entre risas, haciendo alusión al apodo popular de Cristina.
Se rieron recordando al personaje de la icónica serie de los sesenta. Curiosamente, aquella comparación —que comenzó como un intento de burla por parte de Mireya— terminó por convertir a Cristina en una figura magnética, casi mítica. Muchos la admiraban en secreto, pero se mantenían al margen… por miedo. Por Gustavo.
Y Leo, que la conocía mejor que nadie, no podía evitar preguntarse si el precio de su distancia no había sido demasiado alto.
o sea que siempre están en condiciones de violencia, maltrato e injusticia??? ya sobrepasa la inmoralidad y la ignorancia de los ciudadanos, así sea los que más tienen dinero... ya que son los que mantienen al país y a su presidente!!!! 🥱🤢🤮