Anastasia Volkova, una joven de 24 años de una distinguida familia de la alta sociedad rusa vive en un mundo de lujos y privilegios. Su vida da un giro inesperado cuando la mala gestión empresarial de su padre lleva a la familia a tener grandes pérdidas. Desesperado y sin escrúpulos, su padre hace un trato con Nikolái Ivanov, el implacable jefe de la mafia de Moscú, entregando a su hija como garantía para saldar sus deudas.
Nikolái Ivanov es un hombre serio, frío y orgulloso, cuya vida gira en torno al poder y el control. Su hermano menor, Dmitri Ivanov, es su contraparte: detallista, relajado y más accesible. Juntos, gobiernan el submundo criminal de la ciudad con mano de hierro. Atrapada en este oscuro mundo, Anastasia se enfrenta a una realidad que nunca había imaginado.
A medida que se adapta a su nueva vida en la mansión de los Ivanov, Anastasia debe navegar entre la crueldad de Nikolái y la inesperada bondad de Dmitri.
NovelToon tiene autorización de Daemin para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
capitulo 9; No cruces la línea
Viktoriya no se fue.
Después de aquel cruce con Anastasia en la zona de carga, no salió de la propiedad. Caminó con total normalidad por los pasillos internos de la mansión Ivanov, como si aún tuviera ese pase invisible que solía abrirle puertas.
Nadie la detuvo. Los empleados solo bajaban la mirada, sabiendo que no tenían autoridad para preguntarle nada. Había estado allí muchas veces antes. Había visto negocios cerrarse, amenazas ejecutarse, cuerpos desaparecer. Viktoriya conocía esa casa. Cómo la palma de su mano.
Pidió un té. No lo tocó. Se instaló en uno de los salones laterales, donde solían recibir a ciertos visitantes privilegiados. Sentada en un sillón de cuero, con el abrigo cuidadosamente doblado a un lado, cruzó las piernas y revisó sus uñas como si no estuviera esperando nada.
Pero esperaba.
El reloj marcaba casi las siete cuando se abrió la puerta principal.
Voces apagadas. Un par de pisadas firmes.
Y luego, él.
Nikolái entró sin decir una palabra, despojándose del abrigo oscuro con un gesto automático. El traje gris, perfectamente entallado, se ajustaba a su cuerpo como una segunda piel. El rostro, serio. Ojos afilados. Ninguna emoción. Solo la mirada gélida de siempre.
Al verla, no pareció sorprendido.
—¿Qué haces aquí?
Su voz, como siempre: baja, directa, sin adornos.
Viktoriya sonrió con ironía.
—Hola a ti también, Nikolái. Qué cálida bienvenida. Me haces sentir en casa.
Él no respondió. Se dirigió al mueble-bar, sacó una copa y sirvió whisky sin mirarla.
—No estaba enterado de tu visita. ¿Vienes por algo… o solo a perturbar mi dia?
Ella respiró hondo, manteniendo la compostura.
—Hoy saludé a tu chica—dijo al fin, como quien deja caer una ficha en la mesa.
Nikolái se giró lentamente.
—¿Y?
—Solo hablé con ella. No la toqué, si es lo que te preocupa.
—Y quien te dio permiso de acercarte a ella —dijo él, seco, sin rodeos—. No te metas en asuntos que no te incumbe.
El silencio entre ambos se volvió más tenso.
Viktoriya dejó el guante sobre la mesa con gesto elegante.
—Creí que podía saludarla. Me sorprendió verla, nada más. No suelo ver a niñas así en tu casa.
—Y tú sabes que en mi casa no se cuestiona a quien traiga o no —dijo Nikolái, acercándose un poco más—. Ni siquiera tú.
Ella apretó la mandíbula, pero no perdió la postura.
—Lo entiendo. Solo que antes... solías avisarme cuando había cambios importantes en tu entorno.
Nikolái alzó una ceja.
—No te creas inportante, Viktoriya. Te considero solo porque eres la hija de un hombre que respeto. Pero hasta ahí.
Ella se quedó en silencio por unos segundos. Y luego soltó una leve risa.
—Siempre tan encantador.
Nikolai la ignoró volviendo a beber.
— Solo vine a dejar lo que mi padre me pidió. Está en tu despacho. Una lista de rutas que están siendo vigiladas. Pensó que te serviría—murmuró, volviendo a colocarse el guante—.
Nikolái asintió apenas.
—Dile que agradezco la información.
Ella se levantó con elegancia, sin apuro.
—¿Algo más?
—Sí. —Nikolái la miró directo—. No vuelvas a aparecer sin avisar.
Viktoriya no respondió enseguida. Lo miró. Por un segundo, en sus ojos apareció algo que no era nada bueno.
—Entendido —dijo al fin.
Y se fue.
Viktoriya salió de la mansión con la misma calma de siempre.
No había apuro en su andar. No tenía motivos para correr.
Subió al auto sin mirar atrás. Cerró la puerta y se quitó los guantes con cuidado, uno por uno.
No dijo nada por unos segundos. Solo respiró hondo.
Se le notaba molesta, pero no alterada. Viktoriya no era de las que se descontrolaban. Ella pensaba, digería… y actuaba después.
—¿A dónde vamos, señorita? —preguntó el chofer.
Ella miró por la ventana. El cielo estaba nublado, pero no llovía. Igual se sentía pesado.
—Al hotel —dijo sin moverse—. Pero antes... espera un momento.
Sacó su teléfono, buscó un contacto y marcó.
—¿Sí?
—Necesito que investigues a alguien —dijo en voz baja, clara—. Nombre: Anastasia Volkova.
—¿Qué tipo de información?
—Toda —respondió sin rodeos—. Dónde nació, con quién vivió, qué hacía antes de llegar aquí. Si estuvo en alguna escuela, si tiene registros médicos, si alguna vez salió en alguna noticia, lo que sea. No me importa si es pequeño o viejo, lo quiero.
Del otro lado, silencio. Luego:
—¿Para cuándo?
—Tres días.
Colgó
No tenía ganas de explicar más.
Guardó el teléfono en el bolso y apoyó la cabeza en el respaldo. No parecía ni enojada ni triste. Solo… enfocada.
Miró al frente, sin hablar más.
—Podemos irnos.
El auto arrancó, alejándose lentamente por la entrada principal. Viktoriya no volvió a mirar hacia la mansión. Pero en su mente, seguía dando vueltas la misma pregunta desde que vio a Anastasia:
¿Qué tiene ella... que yo no tenía?
...----------------...
Después de que la puerta se cerró, el silencio volvió a la sala.
No quedó nada en el aire. Solo una incomodidad leve… esa que queda cuando alguien cruza la línea y lo sabe.
Nikolái volvió a sentarse. Dejó el vaso de whisky sobre la mesa sin tocarlo.
Abrió el móvil para revisar unos reportes, pero apenas lo encendió, sonó una llamada entrante.
No era trabajo.
Nombre guardado. Pocas letras. Pero es imposible de ignorar.
Nikolái suspiró y contestó.
—¿Que pasó?
—Al fin te dignas a responderme. Empezaba a pensar que te habían matado.
La voz del otro lado era grave, pausada. De esas que no se levantan, pero se sienten.
—Estoy bien —respondió Nikolái, con ese tono seco que usaba con todos.
—No pregunté cómo estás. Pregunté si te habían matado. Que es distinto.
—No. Aún no.
—Una lástima. Habría apostado por eso esta semana.
Nikolái apoyó el codo sobre el escritorio.
—¿Dónde estás ahora?
—En la playa. Mujeres en bikini. Un ruso viejo tomando mojito. La jubilación tiene sus ventajas.
Nikolái dejó que se escapara una pequeña exhalación. No era risa. Pero se parecía.
—¿Para qué llamas?
—Para ver si alguno de mis hijos se ha acordado de que su padre sigue vivo.
—Disfruta tu retiro. Ya estás oxidado.
— Oxidado mis cojones. Hace una semana le gané al ajedrez a un tipo que trabaja con los Yakuza. Me debe una botella y a su esposa.
—No quiero saber los detalles.
—Tú nunca quieres saber nada. Siempre con esa cara de funeral. ¿Dmitri al menos me manda fotos de chicas buenas? Tú, ni eso.
—Dmitri es tu copia.
—Por eso lo quiero más.
Nikolái se apoyó en el respaldo del sillón, mirando el techo.
—¿Solo me llamaste para eso?
Se escuchó un grito de fondo. Risas. Música.
—Tengo que colgar. Me están esperando para un torneo de póker. El premio es una lancha. Y tiene que ser mía— dijo su padre emocionado.
Colgo.
Nikolái se quedó en silencio, mirando la pantalla del móvil por unos segundos.
Luego lo dejó a un lado. Pero su mente seguía en otra parte.